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De cuando Elena Poniatowska oscilaba entre el periodismo y la literatura

…y su voz era como de niña, y sonaba con esas entonaciones tristes e inocentes que tanto hacen pensar…
Lilus Kikus

A principios de 1988 le pedí una entrevista a Elena Poniatowska, uno de los grandes íconos para quienes en ese entonces estudiábamos periodismo. Ella accedió a recibirme en su casa, en el bello barrio de Chimalistac, en el sur de la Ciudad de México. Llegó una hora tarde, apenada. A mí no me importaba la hora, le agradecí que me recibiera, pero me puse ansioso pensando que ya era tarde, que su tiempo era muy valioso, que tal vez tenía actividades pendientes, que quizá estaba cansada… En tres ocasiones intenté hacerle la primera pregunta, pero ella me atajaba con preguntas simples: ¿Ya le ofrecieron algo?… ¿Quiere un café?… ¿O un té?… ¿O algo de comer?… En ese momento no asimilé la lección de periodismo que me obsequiaba: además de adaptarme a las condiciones inesperadas (como el retraso de la entrevistada) yo debía buscar la manera de entablar una conversación natural, sin tensiones, porque algunas entrevistas son en esencia una charla.

Pidió que le prepararan un té, y respondió al fin a la primera pregunta:

¡Uy!, son muchísimos mis defectos: soy desorganizada, desordenada, obsesiva… -además, como soy masoquista, esa pregunta me gusta mucho porque con ella me puedo flagelar-. Soy envidiosa. Soy impuntual. Tengo tendencia al pesimismo; siempre me estoy culpando de todo. Yo me repito mis defectos; como Rosario Castellanos, todas las noches me digo: malhecha, esto y aquello, y muchas otras cosas… ¿Quiere un pedacito de pastel?, lo hizo mi hija. (Sonríe y entonces asoma una dentadura robusta y saludable; los ojos se achican y en ellos convergen las líneas que surcan el rostro.)

El oficio de escribir

¿Cómo organiza todo el material que recopila?

Ay, no sé. Me arranco el pelo. Me cuesta muchísimo trabajo… Pues igual que organizo las actividades de las costureras y todo eso: a trompa y talega, como salga. Y el material, yo le puedo enseñar: para hacer un sólo libro hay por lo menos 30 volúmenes de más. De entrevistas, de ensayos, de intentos… Muchísimo. Porque o me faltó un dato o me equivoqué. O porque primero me apego mucho a la realidad pero luego me gana la escritura y me vuelo y me voy por otro lado y después tengo que rehacer el capítulo porque eso ya no tiene nada que ver… O a veces lo que invento es absolutamente lo que sucedió, y eso me asombra. Pero, en realidad, yo escribo y reescribo, trabajo muchísimo. (Se frota con las manos el rostro, sobre todo la frente y el contorno de los ojos. Su cabello empieza a tornarse gris.)

¿Cómo surge la inquietud por escribir acerca de determinados temas o personajes?

A veces es un encargo. En el caso de Tina Modotti, Gabriel Figueroa me habló y me pidió que hiciera el guión para una película. Era el tiempo en que Margarita López Portillo estaba encargada de la Cineteca. Empecé a investigar, a leer. Hice un guión de lo más espeluznante; bueno, apenas lo empecé. Gabriel Figueroa me dijo: “Ay, no es muy afortunado”. Así, muy educado. Y luego pensé que lo único que estaba haciendo era fusilarme lo que ya se había dicho sobre Tina Modotti. Preferí seguir escribiéndolo, con tiempo.

En cambio, lo de Tlatelolco (1968) lo hice porque me indignó. Eso fue por iniciativa propia.

En lo del terremoto de 1985 tuvo mucho que ver Carlos Monsiváis. Yo quería ayudar pero él me dijo: “Ni puedes servir en una cadena humana, ni puedes cargar una cubeta; no eres lo suficientemente fuerte. ¿Por qué no escribes si eso es lo que te sale bien?” Luego también me llamó Julio Scherer y pues me halagó porque dijo que Monsiváis había preguntado: “Por qué la mejor cronista de México está sentada en su casa?” Entonces dije está bien, voy, y fui con mi libreta, y ya ahí empecé y me seguí.

¡Ay vida no me mereces! son como ensayos. Por ejemplo, me pedían una conferencia de Rosario Castellanos, o sobre Carlos Fuentes, o de la literatura de la onda, de la literatura testimonial. Entonces tenía varios trabajos que se podían reunir en un libro, así como hace Octavio Paz. Bueno, eso yo lo he hecho poco porque pienso que son como refritos ¿no?

¿Cuál otro ha hecho así?

Había uno: Palabras cruzadas, pero ya se agotó. Además, todos los señores que estaban ahí ya se murieron. Ahora tengo muchísimas entrevistas; se pueden hacer varios volúmenes. Pero nunca las trabajo, nunca las releo, nunca las escojo. Me da tristeza: el papel periódico es tan amarillento, se rompe, y uno dice: “Ay, en qué se me fue la vida”. Entonces pienso que si alguien se sienta conmigo a hacerlo quizás le dedicaría dos horas de la tarde. Pero yo sola, buscar las cosas… Además, como dije, no soy ordenada, entonces…

¿Tiene preferencia por alguna de sus obras?

No, por ninguna. Bueno, me produce satisfacción la que estoy por hacer. En general, no releo lo que escribo. Ya de por sí me da por estar regresando al pasado de mi vida. Así que trato, por lo menos en mis libros, de ir hacia adelante y no estar diciendo: “Mira lo que escribí, ve cómo lo escribí”. Por lo general soy muy crítica y tengo tendencia a pensar que lo hice de la patada.

Las influencias

Yo tengo una serie de influencias de lecturas francesas. He leído mucho en francés, porque es mi idioma. Y es parte de mi formación: buscar la claridad de pensamiento: poner sujeto, verbo y predicado -es producto del análisis gramatical que siempre se hace en lengua francesa- y tratar de escribir con la mayor lógica posible.

¿Y en cuanto a autores?

Es difícil decirlo, porque si uno da una lista grandota parece muy pedante ¿no?, que se está creyendo la divina garza… ¡Me influye Homero (me influyen los griegos)! ¡Me influye Shakespeare (adoro la literatura inglesa)!… Pero yo creo que mi mayor influencia ha sido la gente, porque me he dedicado a recoger sus voces, las voces en las calles.

En el caso de periodistas, ¿hay alguien que usted pueda considerar como influencia?

Aunque ya había publicado entrevistas en Excélsior, yo estuve con la generación de periodistas que se formó en el suplemento México en la Cultura. Me acuerdo que me gustaba mucho el trabajo de otra colaboradora que se llamaba Ana Cecilia Treviño. Ya en los años de 1950 hacía unas entrevistas que a mí me parecían muy amenas, muy bien hechas.

Un método sin método

¿Al entrevistar sigue algún método?

No, ninguno, me guío por la intuición del momento.

¿Hace investigación previa?

Ahora sí, sobre todo cuando se trata de entrevistar científicos y gente así… ¿No quiere pastel de chocolate? ¡Angeliux, traes un pedacito de pastel? Es que está muy rico, como lo hizo mi hija, una güerita. No sé dónde está. (Elena Poniatowska llama a ese hábito de pensar en varias cosas mientras habla “Simultaneidad de pensamientos y acciones”; ella lo asume como algo personal e inevitable.)

¿Usa grabadora cuando entrevista?

A veces sí. Depende. Cuando es una entrevista en la calle hay ocasiones que ni libreta traigo y tengo que pedir prestados unos papelitos o escribir detrás de una hoja o de lo que encuentre en mi bolsa. Hoy, por ejemplo, aquí traigo esta libreta. Pero eso es últimamente. Desde que me saqué un premio dije: Ay no, me voy a hacer más profesional. Una época sí lo hice con la grabadora, pero se me desconchinfló; ahí está descompuesta.

En el libro de Jesusa Palancares, ¿cuánto tiempo le llevó recopilar la información?

Un año. Todos los miércoles por la tarde fui a verla. Por mí, hubiera seguido entrevistándola por 18 años, porque soy muy obsesiva. Yo volvía y le preguntaba nuevamente muchas cosas que no entendía y ella se enojaba y criticaba mis «letrotas patas de araña», decía que tanto ir a la escuela para escribir tan mal. Ella me contaba lo que se le daba la gana… Pero muy simpática; yo la quiero muchísimo.

¿Tenía mucho de conocerla?

¿A la Jesusa? No. La conocí cuando empecé a ser periodista. Iba mucho a la cárcel; porque para una periodista que se inicia, la cárcel es una fuente de riqueza muy grande. Los presos siempre están ahí, dispuestos a hablar; tienen la sensibilidad a flor de piel. Yo creo que es una experiencia muy importante. A mí me sirvió muchísimo. Ahí conocí a otra mujer que iba de visita: la Jesusa.

A veces se percibe cierta ingenuidad en sus preguntas…

Todo es producto del momento, de mi propia y misma manera de ser, de mis deficiencias, de mis limitaciones, de las cosas que no sé. No hay método ni táctica, y lo que digo que no sé es porque no lo sé; o lo que pregunto y es baboso, no es por hacerme la tonta y que me contesten de acuerdo. Es una pregunta de a de veras.

Cuando ya tiene la entrevista, ¿la somete a la opinión de alguien?

No, nada.

¿Usted misma se autocritica?

Pues tampoco. Yo las publico como salen, pero luego cuando ya no hay el entusiasmo del momento sí veo que cometí muchos errores.

¿Siempre ha trabajado así?

Sí. Es a trompa y talega, y si bien me va.

El periodismo nuestro de cada día

¿Qué se necesita en el periodismo actual?

Se requiere profesionalismo, talento, amar la… (pesca a su hijo que pasa cerca y discuten por motivos escolares). Perdone estas horribles interrupciones de mi inconsciente, de mi… ¿cómo dicen?, de mi mente delirante.

¿Prefiere algún tipo de trabajo periodístico?

Yo creo que siempre mi trabajo -o al menos desde hace muchos años- ha buscado darle voz a los que no la tienen, y en general denunciar las lacras de tipo social y tratar de ayudar. Siempre hacer un periodismo con consecuencias sociales. Y claro, si uno va y habla con la gente durante 50 días, pues se establecen lazos fuertes que tienen consecuencias en la vida de uno… y también se le va llenando a uno de piedritas el alma.

Literatura (bajo presión)

En la colección Lecturas Mexicanas (SEP) la mencionan como integrante de una generación de escritores cronistas. ¿Qué piensa del término?

Ay, yo ni vi eso. ¿Eso dicen? Pues no sé, pero desde luego que no se pueden referir a Hasta no verte Jesús mío, porque no es una crónica sino una novela o una biografía o lo que usted quiera, pero no se puede decir que sea una crónica.

¿La considera una obra más literaria que periodística?

Parte de la base de una mujer real, que sí existe, que tiene a la fecha más de 80 años, que sí me contó muchas cosas que aparecen en la novela. Y se pretende (he hecho todo a propósito) reflejar la vida de una mujer que participó en la Revolución Mexicana. Entonces es una novela a partir de una verdad, no a partir de una ficción. ¡Oiga!, yo creo que en todas las ficciones hay verdades. Hay una obra, Rashomon, en la que todos ven un asesinato en forma distinta. Hay también un verso de Octavio Paz que dice: “vivió su mentirosa vida de verdades”… “vivió su verdadera vida de mentiras”… no me lo sé bien, tendría que irlo a buscar. Pero yo creo que uno inventa. La realidad, la verdad, también se inventan.

¿Está de acuerdo con la diferencia que se establece entre literatura y periodismo?

El periodismo siempre dice dar una visión objetiva pero también es subjetivo, puesto que parte de una persona que está haciendo una crónica. Además, todo nos modifica: el hecho de que usted sea de determinada estatura, la hora del día, todas las circunstancias nos influyen. A lo mejor en la mañana usted no era la misma persona que ahora; ni yo. Si hubiéramos hecho la entrevista a las nueve no tendríamos la misma energía, el mismo modo de ver la vida, ni nuestro corazón latiría exactamente igual que ahora. Entonces, usted puede ser un periodista muy objetivo y de todos modos está viendo determinadas cosas. Lo que sí no puede uno es llevar agua a su molino cuando está haciendo una entrevista, esgrimir una ideología, mecanografiar sus rencores, sus odios o sus estados de ánimo.

¿Coinciden literatura y periodismo?

Ambas son escrituras, eso las vincula.

En ocasiones usted oscila entre ambas formas de escritura. ¿Es intencional?

Pues así me sale. A veces creo que algunas cosas necesitan mucho más tiempo de trabajo. Pero luego también pienso que de tanto pulirlas uno las esteriliza: las escribes tanto, las reescribes y al final llegan a ser puras palabras. Eso no quiere decir que uno deba escribir mal. Hay que tratar de escribir lo mejor posible sin trabajar tantísimo en un texto, porque lo puedes hacer cenizas.

Literatura sin presión

Parece haber en usted desánimo hacia el trabajo periodístico.

¿Desánimo? Sí, yo ya no quiero hacer mucho periodismo. Ahora me invitan a dar conferencias. En Estados Unidos, por ejemplo, son muy organizados: invitan con un año de anticipación. Si me dijeran que es pasado mañana les diría que no, pero con un año de anticipación les digo Of course! Of course! Qué sé yo qué va a pasar de aquí a un año. Y luego en un suspiro, en un tronar de dedos llega la fecha y yo no he preparado nada. Entonces hago corto circuito y rápidamente me pongo a preparar algo.

¿Esa velocidad sería una cualidad periodística?

Es más bien un entrenamiento ¿no? Es un entrenamiento periodístico, y es también el terror… ¿A poco está volviendo a llover? Ayer llovió toda la noche…

…Entonces ya no quiere dedicarse al periodismo.

¿Quién?

Usted.

Pues sí, en ocasiones, como lo del terremoto. Pero no estar diario haciendo una entrevista o hablando de un montón de cosas… Yo siento que ya me gané el derecho a dedicarme a lo mío.

¿A qué se refiere con “lo suyo”?

Por ejemplo, si ya empecé a hacer lo de Tina Modotti pues terminarlo. No estar 36 años haciéndolo. Si decido hacer un libro sobre Demetrio Vallejo (aunque sea por mandato; ya hice una investigación y tengo más de mil cuartillas), si ya me comprometí pues siquiera darme el tiempo para hacer la novela. Pero si salgo destapada todas las mañanas, como rata atarantada, a buscar la casa de la señora no-sé-quién, o a buscar a mi perra en casa de todos los vecinos, o ir al dentista… todas esas cosas que no son tarea propiamente de escritora, pues llega un momento en que lo tragan a uno todas las cosas de la vida y ya no hace nada. Porque además se acostumbra la cabeza, el cerebro se llena como de trepidación interior y uno cree que está haciendo las cosas porque las quiere hacer, porque lo desea. Y llega el momento en uno cumple 50 años y voltea y se da cuenta que no hizo lo que realmente quería hacer. ¿Por qué? Porque se hizo pato, se mintió a sí mismo durante mucho tiempo sin siquiera darse cuenta de que lo estaba haciendo.

Ahora le interesa más la literatura.

Me interesa hacer libros. El libro del terremoto está basado en periodismo, pero quiero darle otra dimensión, una dimensión literaria. Voy a cortar las repeticiones, a editar el libro, a crear puentes entre un artículo y otro.

¿Veremos en poco tiempo más a la Elena Poniatowska escritora que a la periodista?

Pues toco madera, eso deseo. Porque yo nunca lo hice, porque siempre pensaba: hay cosas más apremiantes y mucho más importantes que lo mío. Pero ahora sí lo quiero hacer, porque durante muchos años escribí lo de los demás. No es que vaya a escribir mis estados de ánimo, o que me duele una pata, pero sí se trata de decir las cosas desde otro punto de vista, más reflexionadas.

¿Sería esa una carencia del periodismo?

Bueno, hay algunos artículos editoriales que sí son muy reflexivos pero, en general, el periodismo se justifica siempre por su premura…

La mirada de Elena Poniatowska se posa sobre mi plato vacío y aflora una gran sonrisa. ¿De veras no quiere otro pedacito de pastel?

[ Gerardo Moncada ]

Notas relacionadas:
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Nada, nadie. Las voces del temblor (Elena Poniatowska).

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