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Antonin Artaud en la Sierra Tarahumara

Entre los notables extranjeros que han buscado en las culturas originarias un aliciente vital, destaca el caso del artista francés Antonin Artaud (4 septiembre 1896 – 4 marzo 1948).

En el año de 1936, el poeta y dramaturgo francés viajó a México, donde radicó por nueve meses. “Yo he venido a México a buscar una nueva idea del hombre”, afirmaba luego de señalar que Europa vivía una decadencia intelectual y espiritual.

Como parte de esa búsqueda viajó a la sierra tarahumara. Entre el 16 de octubre y el 17 de noviembre publicó varios artículos en el diario El Nacional acerca de su viaje. Algunos de estos escritos fueron incorporados años después a su libro D’un Voyage au Pays des Tarahumaras, título que posteriormente se reduciría a simplemente Les Tarahumaras.

Reproducimos aquí una pequeña muestra de ese viaje delirante a otro mundo.

Artaud-Les-tarahumaras-libro

LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS
El país de los tarahumaras está cargado de signos. No faltan sin duda lugares de la tierra en que la naturaleza movida por una especie de capricho inteligente haya esculpido formas humanas. Pero aquí el caso es diferente: porque es sobre toda la extensión geográfica de una raza donde la naturaleza ha querido hablar.

La montaña de los tarahumaras relata una patética y fabulosa historia. Lo extraño del asunto consiste en que los que pasan como tocados de una parálisis inconsciente, derramando los sentidos con el deseo de ignorarlo todo, la naturaleza, de pronto movida por un capricho extraño, les muestra un cuerpo humano atormentado sobre una roca. Se piensa de improviso que esto constituye un simple capricho y que este capricho no significa nada. Pero cuando durante días y más días de caballo, se repite la misma atracción inteligente y la naturaleza insiste en manifestar la misma idea; cuando aparecen las mismas formas patéticas y las conocidas cabezas de los dioses se muestran en las rocas y todo un país manifiesta sobre la piedra una filosofía paralela a la de esa raza, y se sabe que los primeros hombres utilizaron un lenguaje de signos que todavía se encuentra formidablemente extendido sobre las rocas, entonces no se puede pensar ya que esto era un solo capricho y que este capricho lo motive el azar.

Si la mayor parte de la raza tarahumara es autóctona, y si como ella misma lo pretende, ha caído “del cielo a la sierra”, se puede decir que ha caído en una naturaleza preparada de antemano.

Esta naturaleza ha querido pensar “en hombre”. Como hizo que los hombres evolucionaran, igualmente consiguió la evolución de las rocas. Todo el país y las creencias de los tarahumaras llevan la misma figura. Estos hombres a quienes se cree incultos, sucios e ignorantes, han alcanzado un grado de cultura sorprendente .
[…]

Esta sierra habitada que despide un pensamiento metafísico por sus rocas, los tarahumaras la han sembrado de signos, de signos perfectamente conscientes, inteligentes y concertados.

En cada recodo del camino se ven árboles en forma de cruz, quemados voluntariamente, o en forma de seres humanos con frecuencia dobles, uno enfrente del otro, como para manifestar la dualidad esencial de las cosas, otros árboles ostentan lanzas, tréboles y las mismas puertas de las casas tarahumaras muestran el signo del mundo de los mayas: dos triángulos opuestos con los vértices ligados por una barra; esta barra es el “árbol de la vida”, que pasa por el centro de la “realidad”.

Continuando la marcha a través de la montaña, estas lanzas, estas cruces, estos triángulos, esto seres que se dan la cara y que no se oponen para señalar su juventud eterna, su división y su dualidad, despiertan en mí recuerdos extraños.
[…]

Y pienso que este simbolismo disimula una ciencia. Y me parece extraño que el pueblo primitivo de los tarahumaras, cuyos ritos y pensamientos son más viejos que el diluvio, haya podido poseer esta ciencia antes de que apareciera la leyenda del Grial, mucho antes de que se formara la secta de los Rosacruz.

EL PAÍS DE LOS REYES MAGOS
[…] Y cuando se asciende hasta descubrir, en torno, un círculo inmenso de cumbres, no se puede dudar de que se ha llegado a uno de esos sitios sensibles de la tierra en donde la vida ha mostrado sus primeras manifestaciones.
[…]

En la montaña tarahumara todo habla de lo esencial; es decir, de los principios según los cuales se ha formado la naturaleza. Y todo vive por obra de estos principios: el hombre, las tempestades, el viento, los silencios, el sol.

Nos hallamos lejos de la actualidad guerrera y civilizada del mundo moderno, no tanto civilizado por guerrero, sino guerrero por civilizado; es así como piensan los tarahumaras. Y sus leyendas, mejor dicho sus tradiciones (porque aquí no hay leyendas, es decir, fábulas ilusorias, sino tradiciones increíbles quizás, cuyas sabias páginas muestran poco a poco la realidad) narran el paso en las tribus tarahumaras de una raza de hombres conductores de fuego que obedecían a tres amos o a tres reyes y se encaminaban hacia la Estrella Polar.
[…]

Cuando se sabe que el culto astronómico del sol ha sido expresado universalmente por medio de signos y que estos signos son los mismos y pertenecen a una ciencia antigua y muy completa, que el absurdo lenguaje de Europa ha denominado esoterismo universal […] cuando se sabe todo esto y se entra, de pronto, en un país literalmente poblado de signos de esta clase y cuando se le encuentra en los gestos y en los ritos de una raza y cuando los hombres, las mujeres y los niños de esta raza los llevan bordados en sus mantos, el espíritu se siente turbado como si se hubiese llegado a la fuente de un misterio […]

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EL RITO DE LOS REYES DE LA ATLÁNTIDA
El 16 de septiembre, día de la fiesta de la Independencia de México, he visto en Norogachic, al fondo de la sierra tarahumara, el rito de los reyes de la Atlántida, tal como lo describe Platón en las páginas del Critias. Platón habla de un rito extraño al que se entregaban en circunstancias desesperadas para su raza, los reyes de la Atlántida.

Por mítica que se suponga la existencia de la Atlántida, Platón describe los atlántidos como una raza de origen mágico. Los tarahumaras a quienes considero descendientes directos de los atlántidos continúan dedicándose al culto de ritos mágicos.

Que vayan a la sierra tarahumara aquellos que no me crean: advertirán que este país donde la roca ostenta una apariencia y una estructura de fábula, la leyenda se convierte en realidad y que no puede haber realidad fuera de esta fábula. Sé que la existencia de los indios no es del agrado del mundo de ahora y que en presencia de una raza como ésta, por comparación se puede concluir que es la vida moderna la que se encuentra retrasada respecto a algo y no que los indios tarahumaras sean los que se encuentren retrasados en relación con el mundo actual.

Saben que todo adelanto, que toda facilidad adquirida en el dominio de una civilización puramente física corresponde a una pérdida en atención al progreso de otra.

Se puede decir, desde luego, que no se plantea la cuestión del progreso en presencia de toda tradición auténtica. Las verdaderas tradiciones no progresan ya que representan el punto avanzado de toda verdad posible. Y el único progreso realizable consiste en conservar la forma y la fuerza de esas tradiciones. A través de los siglos, los tarahumaras han sabido aprender a conservar su virilidad.

Así, pues, volviendo a Platón y a las verdaderas tradiciones esotéricas que manifiestan sus obras escritas, he visto en la sierra tarahumara el rito de esos reyes quiméricos y desesperados.
[…]

…Vestidos de reyes y con una corona de espejos en la cabeza ejecutaban sus danzas de libélulas, de pájaros, del viento, de las cosas, de las flores.
[…]

Los reyes de la danza llevan una corona de espejos; el delantal masónico en forma de triángulo y un gran manto rectangular sobre la espalda. Tienen, además, pantalones especiales que terminan en forma triangular, un poco abajo de las rodillas.

Los matachines no son un rito sagrado sino una danza popular, profana, que fue llevada a México por los españoles, pero los tarahumaras le han dado una forma india, señalándola con su espíritu. Aun cuando esas danzas imitan en principio los movimientos de la naturaleza: el viento, los árboles, un hormiguero, un río agitado, adquieren entre los tarahumaras un sentido altamente cosmogónico y tuve ante mí la impresión de contemplar la agitación de las hormigas planetarias al compás de una música celestial.

Bailan al son de una música pueril y refinada incapaz de ser recogida por ningún oído europeo; parece que se escucha siempre el mismo son, el mismo ritmo; pero, con el tiempo, esos sonidos siempre idénticos y ese ritmo sugieren en nosotros como el recuerdo de un gran mito; evocan el sentimiento de una historia misteriosa y complicada.
[…]

UNA RAZA-PRINCIPIO
Con los tarahumaras se entra en un mundo terriblemente anacrónico que es un desafío a nuestra época. Yo me atrevería a decir que esto es tanto peor para nuestra época que no para los tarahumaras. Es así que, para emplear un término hoy en completo descrédito, los tarahumaras se dicen, se sienten se creen una raza-principio, lo cual se prueba en todas formas. En nuestro tiempo nadie sabe ya qué cosa es una raza-principio, y si yo no hubiese visto a los tarahumaras creería que esta expresión ocultaba un mito. Pero en esa sierra muchos grandes mitos antiguos se revisten de actualidad.
[…]

Hay una iniciación incontestable en esta raza; lo que está cercano a las fuerzas de la naturaleza participa de sus secretos. Pero esta iniciación tiene dos aspectos muy marcados, porque si los tarahumaras son fuertes físicamente como la naturaleza, no es porque vivan materialmente cerca de ella, sino porque están hechos de su mismo tejido, de su misma contextura, y como todas sus manifestaciones auténticas, han nacido de una mezcla primaria.
[…]

Es falso decir que los tarahumaras no tiene civilización cuando su concepto se reduce a simples facilidades físicas o a comodidades materiales que esta raza ha despreciado siempre; porque si los tarahumaras no saben trabajar los metales, se encuentran todavía en la edad de las picas y de las flechas, si trabajan la tierra con troncos de árbol tallados y si duermen sobre la tierra completamente vestidos, tienen en cambio la más alta idea de las fuerzas que intervienen en el movimiento filosófico de la naturaleza. Ellos han captado los secretos de esas fuerzas en su idea de los “números-principios” tan exactamente como el mismo Pitágoras lo hizo. La verdad es que los tarahumaras desprecian la vida de su cuerpo y no viven más que para sus ideas: quiero decir, en una comunicación constante y casi mágica con la vida superior de esas ideas.
[…]

Los tarahumaras no temen la muerte física: el cuerpo -dicen- está hecho para su desaparición; es la muerte espiritual lo que ellos temen y no en su sentido católico, aunque los jesuitas hayan pasado por aquí. Estos indios tienen la tradición de la metempsicosis: y es la caída ulterior de su doble lo que temen por encima de todo. No tener conciencia de lo que es, de lo que puede llegar a a ser, es exponerse a perder su doble. Es arriesgarse a sufrir más allá del espacio físico una especie de caída abstracta, que el principio humano desencarnado vague a través de las altas regiones planetarias.

El mal, para ellos, no consiste en el pecado. Para los tarahumaras el pecado no existe: el mal es la pérdida de la conciencia. Tiene para ellos más importancia los altos problemas filosóficos que los preceptos de nuestra moral occidental.
[…]

Antonin-Artaud

Perfil
Antoine-Marie-Joseph Artaud nació en Marsella el 4 de septiembre de 1896 y murió el 4 de marzo de 1948 en Ivry.

En 1936 arribó al puerto de Veracruz con 39 años y la fama de ser un radical entre los vanguardistas. Su exaltada renuncia al surrealismo en 1926 fue tan comentada como su adhesión tres años antes, cuando le entusiasmaba que fuera “mucho más que un movimiento literario”, cuando lo veía como “una revuelta moral, el grito orgánico del hombre, las precipitaciones tumultuosas de nuestro ser contra la coerción”.

Al llegar a México ya había publicado poesía, ensayos y dramaturgia. Había creado el “teatro de la crueldad”, un desafío escénico que con el paso del tiempo lo colocaría como “el padre del teatro moderno”.

Pero el camino andado no había logrado apaciguar la intensa angustia existencial que padecía. En su correspondencia refería: “Sufro de una espantosa enfermedad del espíritu”… “Soy una antorcha viva”.

El poeta Luis Cardoza y Aragón lo describió: “delgado, eléctrico y centelleante”.

De su viaje por la región rarámuri, regresó con una convicción: “Perdida en las oleadas de lava volcánica, ligada al suelo, vibrante en la sangre india, hay en México la realidad mágica de una cultura que con facilidad puede encenderse de nuevo”.

Carlos Fuentes escribió: «El mundo mítico más puro de nuestras tierras sigue siendo el de los indios, quienes viven los mitos, en el sentido junguiano: no se contentan con representarlos. Tanto Antonin Artaud en su Viaje a la Tarahumara, como Fernando Benítez en Los indios de México, dan testimonio de ello» (Valiente Mundo Nuevo, FCE, 1990).

Fuente: México, de Antonin Artaud, con prólogo de Luis Cardoza y Aragón, UNAM, 1962.

[Gerardo Moncada]

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2 comentarios

  1. Durante el tiempo que Artaud estuvo en México, quizá durante los meses en que publicó en El Nacional (en octubre y noviembre de 1936), un joven reportero y redactor de ese diario, Fernando Benítez, iba en las «madrugadas a darle una manta» porque el artista dormía «completamente desnudo en una banca de la Alameda». Eso cuenta Gustavo García en un artículo de Letras LIbres, en 1999.

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