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El libro vacío, de Josefina Vicens

Novela que estremece y seduce, fue merecedora del Premio Xavier Villaurrutia. A Josefina Vicens (23 nov 1911 – 22 nov 1988) le bastó escribir solamente dos novelas para ganar un lugar destacado en la literatura mexicana.

Octavio Paz afirmaba que El libro vacío fue la primera novela existencialista en la literatura mexicana.

Desde sus primeras líneas hay una exploración íntima:

“No he querido hacerlo. Me he resistido durante veinte años. Veinte años de oír: ‘tienes que hacerlo…, tienes que hacerlo’. De oírlo de mí mismo. Pero no de ese yo que lo entiende y lo padece y lo rechaza. No; del otro, del subterráneo, de ese que fermenta en mí con un extraño hervor”…

El personaje es un hombre común, empleado de oficina, que experimenta una profunda insatisfacción consigo mismo, una honda separación entre sus pulsiones y su vida cotidiana, entre su ser y su representación:

“A pesar de que desde hace tantos años soy el mismo y hago lo mismo, no sé por qué me siento ajeno a mí; como si accidentalmente hubiera yo caído dentro de mi cuerpo y de pronto me diera cuenta del sitio en que habito”… “Me gustaría decirle: -Te trato mal porque detesto a las gentes que no son enemigas de sí mismas.”

Es un hombre maduro que ha vivido escindido entre el deseo de escribir y su opuesto, la voluntad de no escribir, disposición que encuentra una cotidiana coartada en las exigencias laborales y las necesidades familiares. Un día cede y compra dos libretas. La primera será para ejercitar la escritura; a la segunda llegarán los textos decantados, destilados, lo que valga la pena mostrar. Así da inicio un proceso tormentoso.

El libro vacío fue publicado en 1958. Ese año, Paz escribió una elogiosa carta a Josefina Vicens: “Novela simple y concentrada, a un tiempo llena de secreta piedad e inflexible y rigurosa. Es admirable que con un tema como el de la ‘nada’ hayas podido escribir un libro tan vivo y tierno”.

Josefina-Vicens_Libro-vacio

El relato en primera persona conforma un intenso diálogo interno que va desnudando el alma del protagonista, conflictuada por una oscura pulsión literaria. (Décadas más tarde cobraría auge en la literatura este tema: la reflexión acerca de la escritura en la propia trama de la novela: la metaliteratura.)

“¡Qué absurdo! Si el libro no tiene eso, inefable, milagroso, que hace que una palabra común, oída mil veces, sorprenda y golpee; si cada página puede pasarse sin que la mano tiemble un poco; si las palabras no pueden sostenerse por sí mismas, sin los andamios del argumento; si la emoción sencilla, encontrada sin buscarla, no está presente en cada línea, ¿qué es un libro?”

“No logré nada. Esa es la verdad. Ahora no pretendo imaginar, no pretendo inventar. Sólo queda esta atormentada necesidad de escribir algo, que no sé lo que es.”

“Hoy digo la verdad. No podré escribir jamás. ¿Por qué entonces esta necesidad imperiosa?”

En el intento, la escritura se convierte en una revelación inquietante: “me sorprende poder escribir la palabra ‘mansamente’, aplicándola a mí mismo, porque la tenía reservada para mi madre […] Para mí había preparado otras”.

Hay también una constante reflexión acerca de las ideas y las palabras: “No me gusta la palabra verídico, es dura, parece de hierro, con un gancho en la punta”.

La escritura se convierte en un espejo esencial:

“Escribo para mí. Se dice eso, pero en el fondo hay una necesidad de ser leído, de llegar lejos; hay un anhelo de frondosidad, de expansión.”

“Soy un hombre con tantas verdades momentáneas, que no sé cual es la verdad. Tal vez el tener tantas sea mi verdad única, pero de todos modos, quisiera ser más firme, más rotundo”.

“¿Cómo voy a contestarle que sí, que estoy rendido, exhausto de no haber escrito una sola línea?”

Las dudas se fortalecen y la obra de Vicens parece atisbar a la mente de un sucesor de Bartleby:

“…Yo no quiero escribir. Pero quiero notar que no escribo y quiero que los demás lo noten también. Que sea un dejar de hacerlo, no un no hacerlo. Parece lo mismo, ya sé que parece lo mismo. ¡Es desesperante! Sin embargo, sé que es absolutamente distinto, terriblemente distinto…”

Personaje que se devana los sesos y el alma deliberando acerca de la escritura, de su propia capacidad para escribir, de su necesidad de escribir, pero a cada paso encuentra muy buenos argumentos para retroceder. Duda del tema, la calidad de la prosa, la profundidad y naturalidad de los personajes, lo convincente de las situaciones y los entornos.

Recela de todo y esa indecisión le conduce a múltiples interrogantes, a un profundo desaliento, a la angustia, a la desesperanza, al vacío, al aislamiento. La suya es, ha sido, una vida contenida:

“Y el impulso se me queda dentro, quieto, silencioso, sin atreverse a vivir, que es como morir antes de la hora”.

“Mi hijo, claro, cree que cada nuevo renglón es un adelanto. No puedo decirle que cada nueva palabra es un machacante retroceso a la primera y que ésta es tan intrascendente e insegura como la última. Que ninguna tiene un sentido importante que la justifique y que todas juntas, las que ya están escritas y las que faltan por escribir, serán únicamente el burdo contorno de un hueco, de un vacío esencial”.

En esta obra, las constantes desviaciones hacia lo cotidiano tienen un delicioso candor, con agudas observaciones (devaluadas por el propio narrador) que por momentos alcanzan un efectivo tono humorístico, sarcástico.

Vicens crea un entrañable personaje: un hombre ordinario, con aspiraciones básicas, pero atormentado porque en las entrañas le hierve una explosiva inconformidad.

“Y lo único que honestamente puedo expresar es que lo que quisiera escribir, o ya está escrito en los libros que me conmueven, o será escrito algún día por otros hombres, en unos cuadernos que no se parecerán en nada a los míos, tan tristemente llenos, éste, de impotencia, y el otro, de blanca e inútil espera. […] De la espera más difícil, de la más dolorosa: la de uno mismo. […] Si algo pudiera escribir en él, sería la confesión de que yo también me estoy esperando desde hace mucho tiempo, y no he llegado nunca.”

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Otras voces
La publicación de El libro vacío fue suficiente para que Enrique Anderson Imbert incluyera a Josefina Vicens en el grupo de escritores hispanoamericanos más notables de mediados del siglo XX (Historia de la Literatura Hispanoamericana, Edición 1977, FCE).

John S. Brushwood escribió: «Josefina Vicens hace de El libro vacío un estudio de las reacciones de un hombre cuyo potencial nunca se realiza. Su novela, aunque concentra la atención sobre un individuo, es un ejemplo elocuente de cómo el hombre está sujeto a las tiranías que a sí mismo se ha impuesto. La utilización que hace la autora de detalles abrumadoramente pequeños y vacuos aplasta al lector con el sentimiento de la inutilidad del vivir. […] El protagonista no puede realizarse a sí mismo, no puede trocar la muerte en vida» (México en su novela, una nación en busca de su identidad, FCE, 1966).

En la carta a Josefina Vicens, Octavio Paz reflexionó acerca de El libro vacío: “Literatura de gente insignificante, filosofía que se enfrenta a la no-significación radical del mundo y situación de los hombres modernos ante una sociedad que da vueltas en torno a sí misma y que ha perdido la noción del sentido y fin de sus actos: ¿no son estos los rasgos más significativos del pensamiento y el arte de nuestro tiempo? ¿No es esto lo que se llama espíritu de la época?”

[ Gerardo Moncada ]

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