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La Ilíada, de Homero

Regresamos al gran clásico.

La Ilíada es un poema épico que cuenta el enfrentamiento entre guerreros, héroes y deidades, bajo una densa niebla de celos, rencores, envidias y engaños, en un intento por restablecer la justicia y el honor.

Helena, esposa de Agamenón, se ha fugado con Paris, hijo del rey de Troya, ciudad en la que se refugian los amantes. Agamenón convoca a sus aliados para castigar a los troyanos. Entre los que acuden está “el divino Aquiles, el guerrero de los pies ligeros”, rey de los mirmidones. La Ilíada, o lo que ocurrió en Ilión (Troya en griego) transcurre en la última etapa de esta guerra cuando, tras diez años de combates, estalla la cólera de Aquiles y da paso a “su funesta venganza”.

En La Ilíada, hay una delgada línea entre el designio celestial y el accionar de los individuos, entre causalidad divina y casualidad mundana. Por supuesto, los humanos suelen conferir toda la responsabilidad a los dioses: “No eres responsable de lo que sucede, sino que lo son los dioses, que han movido esta deplorable contienda”, dice el rey Príamo a Helena. “No te manifiestes altanero, sino que hemos de aceptar el deber, ya que desde el nacimiento Zeus nos ha impuesto la servidumbre de los infortunios”, explica Agamenón a Menelao.

En el campo de batalla, los humanos se esfuerzan por obrar con heroísmo para alcanzar la gloria y no desagradar a los dioses. La pérdida de vigor la consideran un castigo divino, quizá por no realizar ofrendas o por actuar sin honor: “¿Qué ha sucedido, para que se olvide así nuestro ánimo impetuoso?” (Ulises).

Los dioses del Olimpo también tienen debilidades y desavenencias:

“Me eres el más odioso de cuantos dioses habitan en el Olimpo, pues la pasión tuya se recrea en la discordia, la guerra y los combates. Tienes el mismo ardor insufrible, insoportable, de tu madre, cuyos consejos te acarrean estos contratiempos”, dice Zeus a su hijo Ares.

“Al dios que yo vea separarse de los otros y acudir en ayuda de los troyanos o de los dánaos le haré regresar al Olimpo golpeado sin consideración alguna o bien le arrojaré al brumoso Tártaro”, advierte Zeus a los entrometidos dioses, que no le obedecen del todo y provocan su ira.

“Si no estoy tan irritado con Hera [su esposa], es porque estoy acostumbrado a que se oponga a mis planes”, confiesa Zeus.

Y es que el mundo es, quizá, la mayor de las pasiones de los dioses:

“Aunque el destino de esos hombres es perderse, no dejan de interesarme” (Zeus).

Los mundos terrenal y divino por momentos parecen tocarse y confundirse.

“Somos muchos los que habitamos los palacios del Olimpo y hemos de tolerar las ofensas de los hombres. Ha sido Atenea, la de los ojos de lechuza, quien ha excitado a Diomedes contra ti. ¡Insensato! No sabe el hijo de Tideo que no puede alcanzar larga vida quien ataca a los inmortales” (dice Dione a Afrodita).

“Me tendrías por un insensato, tú que haces estremecer a la tierra, si luchara contigo por los míseros humanos que, semejantes a las hojas, manifiéstanse exuberantes de vida y se nutren de la tierra, o languidecen y pierden su vigor. Abandonemos la lucha cuanto antes y que ellos solos peleen” (propone Apolo a Poseidón).

Aunque saber hablar es una capacidad apreciada, tiene su espacio y su momento:

“Lo que importa es recobrar sin tardanza el espíritu ofensivo y no perder el tiempo en hablar, pues nos aguarda un fuerte empeño” (Aquiles).

“La suerte de la guerra está en la fuerza de cada uno, debiendo quedar las palabras para los debates y las resoluciones. No hay, pues, por qué decir tanto, sino luchar” (Eneas).

“He odiado siempre a los que dicen una cosa y hacen otra, caso en el que estoy muy lejos de hallarme” (Aquiles).

El valor es una virtud apreciada y de amplio alcance:

“Mantened la impetuosa valentía, pues el padre Zeus no ha de ayudar a los tramposos, y los buitres habrán de cebarse en la tierna carne de los que hayan violado sus juramentos” (Agamenón).

“Sed viriles, amigos míos, y mostrad que sabéis respetaros ante los hombres. Pensad en los hijos, en vuestras mujeres, en vuestros bienes y en los familiares vivos y muertos. En nombre de ellos os pido que resistáis valientemente, que no huyáis” (Néstor).

“Sed hombres, recordad vuestro valor (…) La salvación está en nuestras manos, no en la cobardía al pelear” (Ayax).

Por supuesto, el buen guerrero debe comer y beber:

“Despreocupémonos y atendamos a descansar, bien satisfechos de alimentos y bebidas, de donde proceden la acometividad y el valor” (Diomedes).

“Antes interesa apresurar a los aqueos para que reparen sus fuerzas con pan y vino, estimuladores eficaces de la acometividad y la valentía. Es imposible que nadie resista al enemigo sin comer todo un día, hasta la puesta del sol (…) Otra es la situación del que va a la lucha bien alimentado y se encuentra dispuesto a pelear una jornada entera, el ánimo en alto, sin manifestar fatiga, decidido a ser el último en dejar la batalla” (Ulises).

La prudencia es indispensable: “Eres, Héctor, incapaz de seguir el consejo ajeno, pues quieres saber más que nadie, porque un dios te ha otorgado una fuerza guerrera superior; pero no creas lucir en todo” (Polidamante).

“La vida es lo primero y está por encima de cuantas riquezas guardaba Troya en la paz, antes de la llegada de los aqueos…” (Aquiles).

Y para que haya gloria, debe haber honor:

“Aquiles ha olvidado toda reacción compasiva y todo pudor (…) Por valeroso que sea, debe tener en cuenta nuestra indignación ante esa conducta” (Apolo).

Azar y destino se empalman y confunden, pero el segundo es implacable:

“No sufras por mí, infeliz, pues no he de morir antes de la hora en que deba cumplirse mi destino, ya que nadie, valeroso o cobarde, puede evitar la suerte desde que nace” (Héctor).

“Acaso Zeus nos ha reservado esto para que nuestra vida sirva de experiencia a la humanidad futura” (Helena).

“Procuremos calmar nuestras penas, pues de nada sirven los lamentos que escalofrían. Es el destino que los dioses reservan a los míseros mortales: penar en aflicción, mientras ellos viven descuidados” (Aquiles).

“No dudes, impetuoso Aquiles, que te salvaremos hoy; pero tu término hállase próximo, sin que nos toque responsabilidad alguna en ello, sino que la tienen una divinidad cruel y el Destino” (Hera, a través del caballo Janto).

“No hay salvación para mí ya. Sin duda era esto lo que deseaban Zeus y su hijo, el que hiere a distancia [Apolo], pues si antes acudieron a salvarme en las situaciones difíciles, ahora me abandonan a mi suerte. Sin embargo, moriré con valor y mereciendo la gloria, después de una hazaña cuya memoria llegue a la posteridad” (Héctor).

La Ilíada concluye en un ambiente de pérdida y conciliación. La Ilíada y La Odisea son las más antiguas poesías épicas de los jonios que se conservan tal como eran leídas en la antigüedad y ya desde entonces se les consideraba excelsas.

Aunque ha surgido alguna polémica respecto a la autoría, estos poemas épicos se atribuyen a Homero (siglo VIII antes de nuestra era), un poeta errante que se basó en antiguas tradiciones y cantos. Se cree que el nombre de este poeta le fue adjudicado cuando perdió la vista, ya que etimológicamente significa “que no ve”.

…Dos milenios más tarde

El filólogo Wilhelm Nestle escribió en su Historia de la literatura griega:

“Todas las cuerdas del odio y del amor, de la alegría y de la tristeza, del dolor arrebatado y del suave lamento, las sabe pulsar el poeta, que lo mismo nos sublima en pensamientos de hondo sentido, que nos encubre con travieso humorismo la miseria de la guerra y la pena de vivir. Demuestra, sin embargo, su maestría suprema en el cambio paulatino de Aquiles en el último tercio de la epopeya; y la escena entre Aquiles y Príamo pertenece a lo más profundo y fuerte de la literatura universal”.

Hugo Hiriart señaló en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua (mayo, 2014):

“El tema de La Ilíada no es la guerra de Troya que duró diez años y cuyo desenlace no figura en el poema, sino la trayectoria moral del héroe Aquiles de la furia a la compasión”.

En El arco y la lira, Octavio Paz retoma y amplía conceptos de Wilhelm Nestle al analizar el poema épico:

“El poema se nutre del lenguaje vivo de una comunidad, de sus mitos, sus sueños y sus pasiones, esto es, de sus tendencias más secretas y poderosas. El poema funda al pueblo porque el poeta remonta la corriente del lenguaje y bebe en la fuente original. En el poema la sociedad se enfrenta con los fundamentos de su ser, con su palabra primera. Al proferir esa palabra original, el hombre se creó. Aquiles y Odiseo son algo más que dos figuras heroicas: son el destino griego creándose a sí mismo. El poema es mediación entre la sociedad y aquello que la funda. Sin Homero, el pueblo griego no sería lo que fue. El poema nos revela lo que somos y nos invita a ser eso que somos”…

“Sin el conjunto de circunstancias que llamamos Grecia no existirían La Ilíada ni La Odisea; pero sin esos poemas tampoco habría existido la realidad histórica que fue Grecia”…

“Lo que nos cuenta Homero no es un pasado fechable y, en rigor, ni siquiera es pasado: es una categoría temporal que flota, por decirlo así, sobre el tiempo, con avidez siempre de presente. Es algo que vuelve a acontecer apenas unos labios pronuncian los viejos hexámetros, algo que siempre está comenzando y que no cesa de manifestarse”…

“El tema de Homero no es tanto la guerra de Troya o el regreso de Odiseo como el destino de los héroes. Ese destino está enlazado con el de los dioses y con la salud misma del cosmos, de modo que es un tema religioso. Y aquí surge otro de los rasgos distintivos de la poesía épica griega: el ser una religión. Homero es la Biblia helena. Pero es una religión apenas dogmática (…) El ser creación poética libre, y no dogma de una Iglesia, permitió después la crítica y favoreció el nacimiento del pensamiento filosófico”…

“Homero es tanto un fin como un principio. Fin de una larga evolución religiosa que culmina con el triunfo de la religión olímpica y la derrota del culto de los muertos. Principio de una nueva sociedad aristocrática y caballeresca, a la que los poemas homéricos otorgan una religión, un ideal de vida y una ética. Esa religión es la olímpica; esas ideas y esa ética son el culto a los héroes, al hombre divino en el que confluyen y luchan los dos mundos: el natural y el sobrenatural. Desde su nacimiento la figura del héroe ofrece la imagen de un nudo en el que se atan fuerzas contrarias. Su esencia es el conflicto entre dos mundos. Toda la tragedia late ya en la concepción épica del héroe”…

“…los últimos límites de la ética para Homero son, como para los griegos en general, leyes del ser, no convencionalismos del puro deber”…

“Tanto la justicia política como la cósmica no son propiamente leyes que estén sobre la naturaleza de las cosas, sino que las cosas mismas en su mutuo movimiento, en su engendrarse y entredevorarse, son las que producen la justicia. Así, ésta se identifica con el orden cósmico, con el movimiento natural del ser y con el movimiento político de la ciudad y su libre juego de intereses y pasiones, cada uno castigando los excesos del otro”…

“El mundo de los héroes y de los dioses no es distinto del de los hombres: es un cosmos, un todo viviente en el que el movimiento se llama justicia, orden, destino. El nacer y el morir son las dos notas extremas de este concierto o armonía viviente y entre ambas aparece la figura peligrosa del hombre. Peligrosa porque en él confluyen los dos mundos. Por eso es fácil víctima de la hybris, que es el pecado por excelencia contra la salud política y cósmica. La cólera de Aquiles, el orgullo de Agamenón, la envidia de Ayax son manifestaciones de la hybris y de su poder destructor. Por razón misma de la naturaleza total de esta concepción, la salud individual está en relación directa con la cósmica y la enfermedad o la locura del héroe contagian al universo entero y ponen en peligro al cielo y a la tierra”…

“La verdadera épica es realista: aunque Aquiles hable con dioses y Odiseo baje al infierno, nadie duda de su realidad. Esa realidad está hecha de la mezcla de lo mítico y lo humano, de modo que el tránsito de lo cotidiano a lo maravilloso es insensible: nada más natural que Diomenes hiera a Afrodita en la batalla”…

“El héroe épico nunca es rebelde y el acto heroico generalmente tiende a restablecer el orden ancestral, violado por una falta mítica. Tal es el sentido del regreso de Odiseo o, en la tragedia, el de la venganza de Orestes”.

Carlos Fuentes, en su ensayo Valiente Nuevo Mundo, retoma la aportación de la filósofa francesa Simone Weil:

«En su trabajo La Ilíada: poema de poder, que es uno de los más grandes ensayos literarios y filosóficos del siglo XX, Weil nos dice que la lección homérica aún no termina. Es una lección que consiste en: ‘Nunca admirar al poder, o detestar al enemigo, o despreciar a quienes sufren’. Esta lección, añade Weil, aún está por cumplirse. La Ilíada no es de otro planeta sólo porque es de otro tiempo. Recordemos su enseñanza: cuando el hombre trata de extender su poder hasta los límites de la naturaleza convierte a las personas en cosas, las destruye violentamente, las decapita en nombre de la gloria. Pero cuando la gloria se desenmascara, nos demuestra que su rostro verdadero es el de la muerte».

[Gerardo Moncada]

Otras obras de la antigua Grecia:
La Odisea, de Homero.
Edipo rey, Antígona, Electra y las otras tragedias de Sófocles.
Safo, la eterna.
Dafnis y Cloe, de Longo.

 

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