
Notable comedia escrita entre 1596 y 1598. Varias situaciones que describe han prevalecido hasta nuestros días.
En El mercader de Venecia, Shakespeare toca temas relevantes en su tiempo: por un lado, el próspero (aunque riesgoso) comercio marítimo que en el siglo XVI experimentó un auge explosivo; por otro lado, la importancia creciente de los prestamistas que financiaban los viajes comerciales, con una participación significativa de usureros judíos.
«Shylock.- Antonio es buen pagador, pero tiene muy en peligro su caudal. Un barco para Trípoli, otro para las Indias. Ahora prepara un navío para México y otro para Inglaterra. Así tiene sus negocios y capital esparcidos por el mundo. Pero, al fin, los barcos son tablas y los marineros hombres. Hay ratas de tierra y ratas de mar, ladrones y corsarios, y además vientos, olas y bajíos…»
En ese contexto, el dramaturgo inglés desarrolla una trama de intrigas cruzadas, con anhelos amorosos que enfrentan barreras económicas, raciales y religiosas, con desprecios y resentimientos profundos. Y adereza su historia con finos toques de humor.
Se ubica en Venecia, la ciudad más cosmopolita del siglo XVI. Antonio es un respetado mercader que tiene en muy alta estima su amistad con Bassanio, aunque también lleva buena relación con otros. Bassanio ha decidido sentar cabeza comprometiéndose con Portia, una bella y rica heredera asediada por pretendientes. Para poner en marcha su propósito, Bassanio pide ayuda financiera a Antonio; éste ha invertido su fortuna en navíos mercantes pero decidido a ayudar a su amigo firma un peculiar pagaré con Shylock, un prestamista judío al que detesta por usurero. El judío tiene una hija, Jessica, que desprecia a su padre y al judaísmo, y mantiene una relación secreta con Lorenzo, con quien ha acordado fugarse llevando consigo algo del caudal acumulado por el prestamista. Gratiano es el amigo ocurrente que en distintas circunstancias auxilia a Antonio, a Bassanio o a Lorenzo, y que termina enamorado de Nerissa, la doncella de Portia.
Cada cual deberá enfrentar obstáculos que entorpecen sus planes y deseos.
AMORES E INTERESES
En pleno ascenso del mercantilismo, el factor monetario ocupa un lugar central en toda circunstancia, aunque sutilmente matizado con eufemismos. Por ejemplo, se les llama “casas de comercio” a los sitios donde se especula con los viajes mercantiles, ya sea con la compra-venta de los cargamentos o con el financiamiento de los trayectos que respaldan prestamistas o usureros. Es tal el auge de esta actividad en la Venecia del siglo XVI que el comercio supera a la religión como prioridad social.
En ese ambiente, los matrimonios se resuelven por dos condiciones de semejante importancia: la atracción entre la pareja (es lo ideal, aunque no indispensable) y que la unión sea una empresa redituable en términos financieros. Esta última es una práctica usual entre los venecianos del Renacimiento.
Bassanio.- Antonio, bien sabes de qué manera he malbaratado mi hacienda en alardes de lujo no proporcionados a mis escasas fuerzas. No me lamento de la pérdida de esas comodidades. Mi empeño es sólo salir con honra de los compromisos en que me ha puesto la vida. Tú eres mi principal acreedor en dineros y en amistad, y pues que tan de veras nos queremos, voy a decirte mi plan para librarme de deudas… En Belmonte hay una rica heredera. Es hermosísima, y además un portento de virtud. Sus ojos me han hablado más de una vez de amor. Se llama Porcia. Todo el mundo conoce lo mucho que vale, y vienen de apartadas orillas a pretender su mano. Si yo tuviera medios para rivalizar con cualquiera de ellos, tengo el presentimiento de que había de salir victorioso.
Antonio.- Ya sabes que tengo toda mi riqueza en el mar y que hoy no puedo darte una gran suma. Recorre las casas de comercio de Venecia; empeña mi crédito hasta donde alcance. Todo lo aventuraré por ti: no habrá piedra que yo no mueva para que puedas ir a la quinta de tu amada…
El aspecto económico incluso compite con el amor filial. Cuando Shylock busca a su hija, que escapó de casa, la desesperación es mayor por el hecho de que le sustrajo parte del caudal al prestamista. “Decía a voces: ¡Mi hija, mi dinero, mi hija… ha huido con un cristiano… y se ha llevado mi dinero…, mis ducados…! ¡Justicia…, mi dinero…, una bolsa…, no…, dos, llenas de ducados…! Me lo ha robado todo… Justicia… Buscadla… Lleva consigo mi dinero y mis alhajas”.
Shylock.- Se me llevó un diamante que me había costado dos mil ducados en la feria de Francfort, y además muchas alhajas preciosas. Poco me importaría ver muerta a mi hija, como tuviera los diamantes en las orejas y los ducados en el ataúd…
EN EL AMOR, ¿CAUTELA O ARREBATO?
Con elegancia poética, los personajes de Shakespeare deliberan acerca del amor y la pasión.
Nerissa.- Tanto se padece por exceso de goces como por defecto. No es poca dicha atinar con el justo medio. Lo superfluo cría muy pronto canas. Por el contrario, la moderación es fuente de larga vida.
Porcia.- Sanos consejos, y muy bien expresados.
Nerissa.- Mejores fueran si alguien los siguiese…
Porcia.- Si fuera tan fácil hacer lo que se debe como conocerlo… Mejor podría yo enseñarle la virtud a veinte personas que ser yo una de las veinte y ponerla en ejecución. Bien inventa el cerebro leyes para refrenar la sangre, pero el calor de la juventud salta por las redes que le tiende la prudencia, fatigosa anciana…
Por disposición de su difunto padre, Porcia ha de someter a sus pretendientes a un severo juego con tres cofres: El primero es de oro, y en él hay estas palabras: “Quien me elija, ganará lo que muchos desean”. El segundo es de plata, y en él se lee: “Quien me elija, cumplirá sus anhelos”. El tercero es de vil plomo y en él hay esta sentencia tan dura como el metal: “Quien me elija, tendrá que arriesgarlo todo”.
Porcia.- En uno de esos cofres está mi retrato. Si lo encontráis, soy vuestra…
Quien desea participar en este desafío debe jurar que en caso de fallar se retirará de inmediato, que nunca revelará cuál cofre eligió y que no pedirá jamás la mano de una doncella. En ese intento fracasan personajes notables, como los príncipes de Marruecos y de Aragón; otros desisten ante las férreas condiciones, como el príncipe de Nápoles, un conde romano, un barón inglés, un caballero francés y un lord escocés.
Y es que los pretendientes perciben las exigencias que impone el reto prácticamente como una usura amorosa, algo inaceptable para las ansias del enamorado.
Graciano.- El alma enamorada cuenta las horas con más presteza que el reloj.
Salarino- Las palomas de Venus vuelan con ligereza diez veces mayor cuando van a jurar un nuevo amor que cuando acuden a mantener la fe que han jurado.
Graciano.- Así son todas las cosas. Más placer se encuentra en el primer instante de la dicha que después…
PREJUICIOS Y ODIOS
Shakespeare aborda diversas polémicas sociales de su tiempo, que siguen vigentes hasta hoy. Un caso es el debate ético acerca de la usura, que en el siglo XVI era tolerada por las leyes.
Shylock [aparte].- Le aborrezco por el necio alarde que hace de prestar dinero sin interés, con lo cual está arruinando la usura en Venecia. Si alguna vez cae en mis manos, yo saciaré en él todos mis odios. Sé que es gran enemigo de nuestra santa nación, y en las reuniones de los mercaderes me llena de insultos, llamando vil usura a mis honrados tratos. ¡Por vida de mi tribu que no le he de perdonar!…
Antonio.- Volveré a insultarte, a odiarte y a escupirte a la cara. Y si me prestas ese dinero, no me lo prestes como amigo, que si lo fueras no pedirías ruin usura por un metal estéril e infecundo. Préstalo como quien presta a su enemigo, de quien puede vengarse a su sabor si falta al contrato…
Shylock.- Firmaréis un recibo prometiendo que si para el día fijado no habéis pagado, entregaréis en cambio una libra justa de vuestra carne, cortada por mí del sitio de vuestro cuerpo que mejor me pareciere…
Las discusiones éticas van de la mano de las pugnas religiosas.
Jessica.- ¡Pobre de mí! ¿Qué crimen habré cometido? ¡Me avergüenzo de tener tal padre, y eso que sólo soy suya por la sangre, no por la fe ni por las costumbres…
“No hay judío más judío que mi amo. Me mata de hambre”, expresa Lancelot Gobbo, sirviente de Shylock.
Al destacar el papel de Shylock como villano cómico, el experto Harold Bloom admite: “Es evidente que Shakespeare compartía el antisemitismo de su tiempo”. No obstante, el dramaturgo inglés no se limita a crear una imagen despreciable del prestamista, también le otorga una complejidad sumamente atractiva y le adjudica algunos parlamentos magníficos.
Shylock.- Si un judío ofende a un cristiano, ¿no se venga éste, a pesar de su cristiana caridad? Y si un cristiano a un judío, ¿qué enseña al judío la humildad cristiana? A vengarse. Yo os imitaré en todo lo malo, y para poco he de ser si no supero a mis maestros…
Antonio [a Bassanio, que pide clemencia a Shylock].- Mira que estás hablando con un judío. Más fácil te fuera arengar a las olas de la playa cuando más furiosas están y conseguir que se calmen; o preguntar al lobo por qué devora a la oveja y deja huérfano al cordero; o mandar callar a los robles de la selva y conseguir que el viento no agite sus verdes ramas; en suma, mejor conseguirías cualquier imposible que ablandar el durísimo corazón de este hebreo…
Otro tema presente en El mercader de Venecia es el de la discriminación racial, aunque encubierto por las formalidades.
Príncipe de Marruecos.- No os enoje, bella Porcia, mi color moreno, hijo del sol ardiente bajo el cual nací.
Porcia.- Si mi padre no me hubiera impuesto una condición y un freno [el desafío de los cofres], tened por seguro, ilustre príncipe, que os juzgaría tan digno de mi mano como a cualquier otro de los que la pretenden.
Más tarde, cuando el príncipe se retira, derrotado, Porcia exclama: “¡Oh felicidad! Quiera Dios que tengan la misma suerte todos los que vengan, si son del mismo color que éste”.
NUEVOS TIEMPOS
Bien dice el escritor Günter Grass que Shakespeare escribía “con la mirada por la ventana y el oído orientado hacia la calle”, atento a los acontecimientos y transformaciones de su tiempo aunque sus obras se desarrollaran en la antigüedad o en otra nación (como Venecia).
Shakespeare es hijo del Renacimiento y sus personajes no son ajenos a ello. En una conversación con Bassanio, Porcia expresa: “Yo quisiera exceder a todas en virtud, en belleza, en bienes de fortuna y en amigos para que me amaseis mucho más. Pero valgo muy poco; soy una niña ignorante y sin experiencia; sólo tengo una cosa buena, y es que todavía no soy vieja para aprender; y otra aún mejor, que no fue tan mala mi educación primera que no pueda aprender. Y todavía tengo otra felicidad mejor, y es la de tener un corazón tan rendido que se humilla a vos como el siervo a su señor y monarca…
En lo sentimental, se vence por amor, pero no renuncia a sus virtudes ni a la inteligencia, lo cual se aprecia cuando cuestiona la aplicación de las leyes en forma rígida y enaltece la clemencia: “Es como la plácida lluvia del cielo que cae sobre un campo y le fecunda; dos veces bendita porque consuela al que la da y al que la recibe. Ejerce su mayor poder entre los grandes, pues vive, como en su trono, en el alma de los reyes. La clemencia es tributo divino, y el poder humano se acerca al de Dios cuando modera con la piedad la justicia”.
Por otro lado, los sirvientes emergen como personajes que, por un lado, participan activamente en la vida de sus amos y, por otro lado, se engolosinan con el uso del lenguaje, al grado que suelen realizar juegos verbales: unas veces deslizando un doble sentido en las palabras, otras con torcidas interpretaciones del sentido de las frases; en ambos casos, confieren al lenguaje un propósito lúdico.
Lorenzo.- Todo el mundo juega con el equívoco, hasta los tontos… Dentro de poco, los discretos tendrán que callarse, y el don de la palabra sólo merecerá alabanza en los papagayos…
El mercader de Venecia incluye enredos donde el travestismo juega un papel crucial, tanto para facilitar la fuga de Jessica como para hacer pasar por un docto abogado y su secretario a Porcia y Nerissa. El escape de Jessica disfrazada de hombre es una breve escena (“el mismo amor se avergonzaría de verme trocada de tierna doncella en atrevido paje”), mientras la actuación de Porcia y Nerissa como caballeros ocupa una larga escena el cuarto acto, en el juicio a Antonio.
Ese travestismo de las mujeres les permite realizar actos audaces para consolidar su vida amorosa, aunque también les sirve para poner a prueba las promesas del marido. Es el caso en que Porcia y Nerissa piden como único pago a sus valiosos servicios los anillos entregados a Bassanio y Graciano como prendas de amor, para luego, ya sin disfraz, reclamarlos sólo para torturar con picardía a sus cónyuges.
Graciano.- Te juro por la luna que no tienes razón y que me agravias. Ese anillo se lo di a un pasante de letrado. Me pidió el anillo en pago de un favor y no supe cómo negárselo.
Nerissa.- Cuando te lo di juraste conservarlo hasta la muerte. Dices que lo diste al pasante de un letrado. Bien sabe Dios que a ese pasante nunca le saldrán las barbas…
Como en otras obras, Shakespeare confiere a las mujeres cualidades de valentía e ingenio. Son personajes que saltan de la pasividad al atrevimiento, de la resignación a la audacia. Quizá por eso le gustaban las obras del dramaturgo inglés a la reina Elizabeth I.
EL ESCENARIO DEL MUNDO
Antonio.- El mundo me parece lo que es: un teatro, en el que cada uno hace un papel. Y el mío es… bien triste.
Graciano.- El mío será el de gracioso. La risa y el placer disimularán las arrugas de mi cara. Abráseme el vino las entrañas antes que el dolor y el llanto me hielen el corazón. ¿Por qué un hombre que tiene sangre en las venas ha de ser como la estatua de su abuelo en mármol? ¿Por qué dormir despiertos y enfermar de capricho?…
En el periodo de 1558 a 1603, durante el reinado de Elizabeth I, Inglaterra logró posicionarse como una potencia naval, militar y cultural. La también llamada “Reina virgen” era aficionada a la poesía y a la música, expresiones artísticas que se unirían felizmente en las piezas teatrales para conformar una corriente afamada, la del teatro isabelino, nutrida por dramaturgos formados en Oxford y Cambridge.
Sin embargo, el efecto teatral se lograba esencialmente con el uso de la palabra, al igual que el teatro griego clásico.
En el teatro isabelino se mezclaban el tono erudito con las bromas callejeras, lo pagano con lo cristiano, lo mitológico con lo cotidiano, la sensibilidad exquisita con el desplante soez, el discurso humanista con los gustos populares. Esa fusión logró una aceptación tan amplia que se convirtió en un signo de su tiempo.
DE LA LITERATURA A LA VIDA
Estudiosos del dramaturgo inglés consideran que en su arte hay un impulso que arranca de la vida hacia lo sublime en una suerte de comercio entre vida y literatura, característico del Renacimiento y, sobre todo, del público inglés del siglo XVI.
Para el experto Harold Bloom, Shakespeare no sólo es un indicador de las energías sociales del Renacimiento inglés, sino que adquiere un valor universal al tocar emociones profundas que han compartido millones de personas en otras latitudes y en distintas épocas. Shakespeare logra, a través de sus personajes, que el público perciba y afronte sus propias angustias y fantasías.
“Su primer logro absoluto es la asombrosa Trabajos de amor perdidos, posiblemente escrita en 1594”. De ahí despega con obras como Sueño de una noche de verano y El Mercader de Venecia. “La mayor originalidad de Shakespeare reside en la representación del personaje”, afirma Bloom y destaca el caso de Shylock, uno de los personajes escénicos que trasciende la obra para representar uno de los nuevos arquetipos de la vida moderna.
Bloom exalta las cualidades del dramaturgo inglés para crear personajes eternos, como es el caso del siniestro usurero. A ello se suma la virtud de mostrar anhelos, resentimientos y conflictos que siendo propios del siglo XVI han prevalecido hasta nuestros días.
[ Gerardo Moncada ]