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Cancionero, de Francesco Petrarca

Una obra y un autor que abrieron nuevos derroteros para la poesía y para los escritores. Petrarca (20 julio 1304 – 19 julio 1374) fue precursor del humanismo y anticipó el perfil del intelectual moderno.

Ella que me cegó con sólo haber mirado
aquella hermosura tan entera
al tiempo de mi dulce edad primera… (poema LXX)

¡Qué cabello, qué frente, qué blancura!,
¡qué cejas, qué mirar dulce, jocundo!
¡qué boca angelical, qué melodía!
¡Qué perlas, qué rubíes, qué dulzura!
Con gran razón se admira de ella el mundo,
pues vence al mismo sol a mediodía. (CC)

El Cancionero es una obra poética de largo aliento que, a pesar de su asombrosa extensión, conserva unidad temática. Se compone de 366 rimas, en su mayoría sonetos (317) dedicados a su amada Laura. Si bien esta obra sigue los lineamientos de la literatura caballeresca medieval, por el respeto a las maneras cortesanas, a la fidelidad, a la idealización del ser amado, también crea nuevas maneras de abordar estos temas.

Así mi mente, a mi pluma porfía
que os eternice, pues que no se entalla
tan firme en mármol duro una medalla,
como en historia o como en poesía… (CIV)

“Petrarca es un espíritu menos poderoso que Dante; su poesía no abraza la totalidad del destino humano… Pero su concepción del amor es más moderna: ni su amada es una mensajera del cielo ni entreabre los misterios sobrenaturales. Su amor es ideal, no celeste; Laura es una dama, no una santa. Los poemas de Petrarca no relatan visiones sobrenaturales: son análisis sutiles de la pasión”, escribe Octavio Paz en La llama doble (Obras completas, FCE, 1993).

Harold Bloom concuerda en que Dante superó como poeta a Petrarca, pero afirma categórico que este último ha ejercido más influencia en poetas posteriores (El canon occidental, Anagrama, 2021)

Los que de mis suspiros el sonido
oís en rima, pasto que solía
serme al tiempo que edad nueva me hacía
seguirlo, de que ya voy divertido,
del vario estilo y llanto que he seguido
con pena y esperanza tan vacía,
si algo de amor supiste algún día,
piedad ultra el perdón me habréis habido.
Mas ¡ay!, que ya conozco y claro veo
que por hablilla anduve entre la gente,
que un empacho en mí engendra no pequeño.
Y el fruto fue vergüenza y devaneo,
y arrepentirme y ver abiertamente
que cuanto al mundo place es breve sueño. (poema I)

En el día que al sol más se enturbiaron
los rayos por piedad del autor de ellos,
fui preso, y sin pensar, señora, verlos,
del todo vuestros ojos me enlazaron.
El tiempo y triste ornato me engañaron,
que no pensé que amor se hallase entre ellos,
así mis graves daños sin temerlos
en el común dolor se comenzaron.
Hallóme Amor del todo desarmado
y por mis ojos, ya dos puras fuentes,
al corazón se entró muy de callada.
El cierto ganó poco entre las gentes
herirme de saeta en tal estado
y el arco aun no mostraros siendo armada. (III)

Petrarca, el visionario

En varios sentidos, este prolífico poeta estableció el rumbo para las siguientes generaciones de autores. Petrarca personificó la convergencia del escritor, el político y el intelectual, lo cual se aprecia en las labores diplomáticas que realizó, en su intervención en los conflictos políticos, en la constante reflexión acerca de los acontecimientos a través de su vasta correspondencia. Fue también de los primeros escritores que defendió los derechos autorales, a fin de resguardar las obras de la “corrupción” que causaban los copistas, quienes adulteraban los textos a su antojo. Asimismo, en los últimos años de su vida se dedicó a revisar, ordenar, corregir y completar su extensa obra, la cual dividió por géneros: poesía, traducciones, epístolas, etc.

Se ubica, además, entre los que percibieron el final del Medievo y el inicio de una nueva época. “Petrarca vive con suma agudeza los cambios de su tiempo y participa en las transformaciones elaborando, con vigorosa originalidad, algunas de las pautas fundamentales del nuevo ideal humanista, hasta el punto de resultar modélico para las futuras generaciones”, señala Ernst Hatch Wilkins, experto en literatura italiana.

Otro aspecto destacado de Petrarca fue la asimilación de lo antiguo y lo moderno. Su idea de opuestos sólo se expresaba en el estilo poético, como refiere Octavio Paz: “Petrarca se complace en las antítesis –el fuego y el hielo, la luz y la tiniebla, el vuelo y la caída, el placer y el dolor- porque él mismo es el teatro del combate de pasiones opuestas… Sus contradicciones lo inmovilizan hasta que nuevas contradicciones lo ponen de nuevo en movimiento. Cada soneto es una arquitectura aérea que se disipa para renacer en otro soneto. En el Cancionero, Petrarca vive y describe un interminable debate con él mismo y en sí mismo. Vive hacia dentro y no habla sino de su yo interior” (La llama doble).

Después viendo con actos tan suaves
mis soles despedirse y ausentarse
helado quedo y doy diez mil suspiros.
Largada, al fin, con amorosas llaves
el alma con pena, viene a desgarrase
del corazón, y solo por seguiros. (XVII)

Hay animales de una tal natura,
que porque el fuego es claro, revolando
andan en él, y así se van quemando:
yo triste de estos sigo la locura;
que sin poder sufrir lumbre tan clara
y sin buscar de nuevo algún camino
o tiempo más oscuro de la tarde,
con mis enfermos ojos vuestra rara
vista siguiendo voy tras mi destino,
sabiendo bien que voy tras lo que me arde. (XIX)

Del dulce tiempo de mi edad primera
cuando en hierba aún estaba sin espiga
aquel querer que ha por mi mal crecido
(porque el dolor cantando algo mitiga)
cantar quiero mi vida y su manera… (XXIII)

Poeta moderno

“Petrarca es el primer poeta moderno, el primero que tiene conciencia de sus contradicciones y el primero que las convierte en substancia de la poesía. Casi toda la poesía europea del amor puede verse como una serie de glosas, variaciones y transgresiones del Cancionero. Muchos poetas superan a Petrarca en esto o en aquello, aunque pocas veces en la totalidad”, estima Octavio Paz (La llama doble).

Verdes telas, rojizas, negras, cárdenas
jamás lució una dama como Laura,
ni mostró otra mujer tan bello pelo
cogido en blondas trenzas,
como muestra mi amada,
que ha robado a mi pecho el albedrío
y me lleva tras sí tan suavemente
que apenas siento el peso de mi yugo.
Y aunque a veces el alma se dispone
a expresar el dolor que la atormenta,
llevada del martirio que padece,
la súbita visión de mi adorada
sujeta la razón que se perdía,
disipa de mi mente los delirios
y cambia sus enojos en donaires.
De cuanto por mi amor he ya sufrido
y tengo que sufrir aun todavía
hasta llenar el alma atribulada,
víctima de crueldad, tendré venganza;
aunque a veces su orgullo me confunde
y cierra el paso a la esperanza loca.
Mas el día y el instante en que las luces
vi despuntar en sus pupilas bellas
–que libran de otro amor todos los pechos-
aquellos, en verdad, fueron la causa
de esta vida doliente en que me encuentro,
y que pone temor al más valiente,
si no es de plomo o leño.
Aunque mi mal procede de mis ojos,
que vieron a mi Laura incomparable,
en vano encontraréis por esta causa
una lágrima en ellos.
¡Bendita tú, saeta, que has caído
junto a mi corazón tan justamente
para que sienta allí más cerca el daño!
No lloro, aunque debieran mil raudales
brotar a cada paso de mis ojos
y lavar las heridas que me hicieron… (XXIX)

Cuando al extremo más me voy llegando
que el ser humano suele ir breve haciendo,
conozco más que el tiempo va corriendo
y que el falso esperar me va burlando.
Y digo a mis cuidados: -Ya tratando
mucho de amor no iremos, porque entiendo
que me voy como nieve deshaciendo,
lo cual alguna paz nos irá dando.
Irá también cayendo la esperanza
que devanear me ha hecho grandemente,
y la risa y temor, el llanto e ira.
Así podremos ver cuán fácilmente
el hombre por lo incierto se abalanza
y cómo en vano a ratos se suspira. (XXXII)

Con tardos pasos solo voy midiendo
pensativo los campos más desiertos,
y los ojos continuo llevo abiertos
por de humanos encuentros ir huyendo.
Que otro medio no veo ni aun entiendo
cómo pueda escapar de indicios ciertos,
porque en mis actos de alegría muertos
se lee fuera que voy por dentro ardiendo.
De tal modo que pienso, antes lo digo,
que no hay parte en el mundo que no tenga
de mi triste vivir noticia cierta;
y hora poblada sea, hora desierta
ninguna entiendo que hay donde no venga
de mis cosas tratando Amor conmigo. (XXXV)

…Y porque en el hablar algo sosiego;
los bueyes en la tarde del arado
vuelven a descansar la noche fría;
yo del yugo jamás soy aliviado,
en mí nunca se acaba el vivo fuego,
mis ojos no descansan noche y día.
¡Ay triste! Que quería
cuando fijos primero
los tuve en aquel fiero
y dulce rostro, por ponerle en parte
de donde ni por fuerza ni por arte
saldrá, hasta que presa vuelto sea,
a quien todo lo parte,
ni sé bien lo que en este de ella crea… (L)

Petrarca y Laura de Noves (Escuela Veneciana).

Laura, ¿mujer ficticia o real?

Por varios siglos se especuló que la musa de Petrarca era ficticia, un símbolo. Esa opinión cambió en el siglo XX, cuando investigadores acuciosos cotejaron datos personales y el sitio de residencia. “Laura, la amada de Petrarca, era casada (por cierto, antepasada del marqués de Sade)“, convalidó Octavio Paz. De acuerdo con esta teoría, se trataba de Laura de Noves, una noble provenzal esposa del marqués Hugo de Sade. Esto daría sentido a las menciones en varias rimas a encuentros en eventos sociales e incluso a las postreras disculpas por la reiterada expresión amorosa.

Si mis suspiros nuevos por llamaros
del nombre que en mí tiene Amor plantado,
de su principio soy luego avisado
que no me ocupe en otro que alabaros.
Lo que sigue me muestra que adoraros
como a gran Reina debo de alto estado;
mas la postre me manda estar callado,
que es carga de otros hombros el honraros… (V)

Mas venga ella sus rayos imprimiendo
en mi pecho por cualquier modo o vía,
primavera jamás para mí viene. (IX)

Por sol dejar el velo ni por sombra
jamás, señora, os veo
después que conocisteis el deseo
que a mi corazón de otro amor descombra.
Cuando eran mis deseos más cubiertos
que ahora casi al fin me van llegando,
vi vuestro rostro de piedad ornado;
más luego que os los fue Amor mostrando
fueron vuestros cabellos encubiertos
y el dulce mirar vuestro refrenado.
Lo que más deseaba me es quitado,
tan crudo es ese velo,
que por matarme o haga sol o hielo,
a mí y a vuestros ojos siempre asombra. (XI)

…aunque a veces su orgullo me confunde
y cierra el paso a la esperanza loca… (XXIX)

…con el suave hablar tan acordado,
alegra y resucita cuanto alcanza”… (CIX)

Lloré, mas canto, ahora, que el sol mío
su luz clara a mis ojos ya no cela,
donde el honesto Amor claro revuela
su dulce fuerza y su santo desvío… (CCXXX)

Roma imperial y religiosa

Por diferentes vías, Petrarca buscó que Roma, “la Ciudad Eterna”, recuperara su antiguo esplendor y prestigio. “Siempre había nutrido dos convicciones paralelas: que Roma, y solamente Roma, era la sede propia del papado; que Roma, y solamente Roma, era la sede propia del Imperio”, escribió Ernst Hatch Wilkins. Por lo mismo, Petrarca fue un aguerrido crítico de quienes obstaculizaban tales objetivos, como la debilidad de algunos gobernantes y la corrupción en la corte papal.

Espíritu que aquellos miembros riges […] que a Roma de errores mil corriges
volviéndola a lo que era antiguamente;
a ti digo, en quien toda la excelente
virtud (ya muerta al mundo) se aposenta,
que nadie del mal veo que se abstenga.
Yo no entiendo qué espera o qué detenga
a Italia, que parece el mal no sienta
de lerda y soñolienta,
ni menos hay quien despertarla quiera
o quien de los cabellos la tuviera […] Pasado es ya más que el milésimo año
desde que falta en ella quien le cuadre,
y la enderece a ser lo que antes era,
¡ay gente nueva, sin medida y fiera,
irreverente a tan honrada madre!…  (LIII)

Italia mía, aunque mi hablar sea vano
a llagas tan mortales […] Oh vos a quien Fortuna ha dado el freno
de tan ricas majadas
y de ellas compasión ninguna os mueve,
¿qué quieren entre nos tantas espadas?
¿Es porque este terreno
de Bavárica sangre se renueve?
Error vano os conmueve,
pues tenéis lo que hacéis por acertado,
buscando amor y fe en el mercenario;
mirad que es al contrario
que aquel va de enemigos más cercado
que a más ha soldado.
¡Ay presa detenida
que del desierto anegas nuestros huertos!… (CXXVIII)

Religión y pasión

Petrarca abre nuevos derroteros al emplear expresiones religiosas para referirse a sus experiencias pasionales, señala Octavio Paz. “La confusión entre lo religioso y lo erótico es un rasgo constante de la poesía profana” (La otra voz).

Mi deseo va siempre en grande aumento
y mi ventura es llena de pereza,
aunque al irse es un tigre en ligereza,
así el esperar me es grave tormento.
El sol saldrá de ocaso, el crecimiento
olvidará la luna y la presteza,
la nieve trocará naturaleza
y el sitio mudará todo elemento,
antes que en esto vea alguna cura
o mi señora en duro estilo mude
con que a tan grande tuerto me desmaya.
Y si hay dulce tras tanto amargo acude
que el gusto pierde toda su natura;
nunca otra gracia a mí me encuentra o halla. (LVII)

…Que amor entre el cabello de oro fino
un lazo había escondido
y un rayo de aquel hielo cristalino
flechó que me ha rendido,
con resplandor tan presto y tan subido,
que en de él sólo acordarme
de todo otro querer puede privarme… (LIX)

Benditos sean el día, el mes y el año,
y la estación y tiempo y hora y punto,
y la tierra y lugar donde me vi junto
a los ojos raíz de bien tamaño.
Y sea bendito el dulce afán extraño
que con Amor me ha hecho tan conjunto,
y el arco por quien cuasi soy difunto
y las jaras que en mí causan tal daño… (LXI)

…Vos, señora, tenéis siempre la llave
de mi pecho, y soy de ello muy contento,
presto de navegar a todo viento,
que toda cosa vuestra a amor convida. (LXIII)

Poema lírico

A juicio de Harold Bloom, Petrarca abrazó la idolatría poética e inventó el poema lírico.

Amor, yo bien tenía antes sabido
que contra ti consejo no valía
con tan falsas promesas cada día.
¡Tantos sutiles lazos me has tendido!… (LXIX)

…Si fuese mi canción tan elegante
que diese algún contento
a quien me da tormento,
sería más feliz que otro amante… (LXX)

…Yo, cierto, no podría
contar ni imaginar cuantos efectos
en mí esos lindos ojos han causado;
y tengo por defectos
otros mundanos gozos y alegría,
que todo es nada a ellos comparado […] ¡Triste, que deseando
voy lo que en modo alguno ser no puede!… (LXXIII)

…¡Ay que el mal nunca vi, sino ya cuando
preso me hallé, y ahora con fatiga
(¿quién lo creerá por más que jure o diga?)
en libertad retorno suspirando!… (LXXVI)

…Así, volviendo atrás suspiro dando,
dije: -¡Ay de mí, que el yugo y las cadenas
más dulces eran que el hallarme suelto!
¡Ay cuán tarde entendí mis graves penas!
¡Ay triste, cuán mal voy desmarañando
el lazo, en que yo mismo me he revuelto! (LXXXIX)

…¡Amor, con cuanta fuerza, maña y arte
me vences! Cierto ya fuera difunto
si esperanza faltara a mi deseo. (LXXXV)

Pues mi esperanza trae tal pereza
y mi vivir va tan apresurado,
quisiera antes en ello haber mirado
por dar la vuelta atrás con más presteza;
que aun huyo ahora flojo y con torpeza
del lado que Amor tiene en mí usurpado;
y, aunque seguro, bien voy señalado
de su arco y flechas y de su dureza.
Mirad, pues, los que vais por esta vía
que huyáis antes de al toro echar la capa,
que es gran yerro aguardar a lo postrero;
que aunque yo viva, en mil uno no escapa.
Era bien fuerte la enemiga mía,
y la vi yo sentir el golpe fiero. (LXXXVIII)

Escribe –Amor mil veces me decía-,
escribe lo que has visto en letras de oro… (XCIII)

Enfermedad del alma

“Los amores sublimes, como el de Dante por Beatriz o el de Petrarca por Laura, le habrían parecido a Platón enfermedades del alma”, consideró Octavio Paz (La llama doble).

Ya de esperar me siento tan cansado
y de esta guerra voy tan descontento,
que la esperanza es puro aburrimiento
y duro el lazo de que voy ligado.
Mas el rostro admirable que grabado
traigo en el pecho y dondequiera siento,
me fuerza así, que a mi primer tormento
de grado o a pesar mío soy llevado… (XCVI)

Ya queda atrás el décimo y sexto año
de mis suspiros, yo voy adelante
hacia el extremo, y hallo por delante
siempre el principio de mi afán tamaño… (CXVIII)

Aguas frescas, sabrosas,
donde el cuerpo agraciado
puso aquella que siempre me es señora;
lindas ramas umbrosas
donde arrimó su lado,
de que me acuerdo con suspiro ahora,
y vos, dones de Flora,
que aquella vestidura
hinchó el aire sereno;
y el sobrehumano seno
donde me hirió de Amor la flecha dura,
dad audiencia juntos
a mis postreros y penosos puntos […] Acuérdome bajaba
(¡ay qué dulce memoria!)
una lluvia de flores muy cuajada
donde ella sesteaba
humilde en tanta gloria,
de un amoroso viento rodeada;
la ropa era sembrada
y crenchas aquel día
(que oro bruñido y perlas
entonces era verlas)
de ellas, y alguna en tierra se caía
otras mil vueltas dando,
casi: “aquí reina amor”, iban cantando.
Cuántas veces decía
de grande espanto lleno:
-Por cierto esta ha nacido en paraíso.
¡Tan fuera me traía
de mí su aire sereno
y la rareza de su lindo viso!
Y aun creí ser diviso
de mí mismo, de suerte
que decía, suspirando:
-¿Cómo aquí viene o cuándo?
Creyendo estar en el cielo donde no hay muerte.
Así me satisface
tanto el lugar, que nada otro me place… (CXXVI)

…Bien ves, canción, que cuanto digo es nada
respecto al pensamiento dulce y fiero,
que en mi corazón siempre anda cubierto;
y, así, tengo por cierto
que es causa principal de que no muero,
que ya fuera bien muerto
con ser lejos del alma y lamentando;
mas me va ya la muerte dilatando. (CXXVII)

Pilar de la poesía

En su obra Secretum, Petrarca realiza una revisión autocrítica de su vida y reconoce debilidades en dos de los pecados capitales: la pereza y la lujuria. Asimismo, admite estar sujeto por dos cadenas: el amor por Laura y el ansia de gloria. Esta última, al menos, sí la alcanzó.

“La poesía lírica canónica occidental, en mi opinión, tiene sólo dos figuras de igual alcance: Petrarca, que inventó la poesía renacentista, y Wordswoth, del que se puede decir que inventó la poesía moderna”, expresó Harold Bloom.

De pensamiento en pensamiento Amor me lleva
por montes, que el camino si es hollado
conviene poco a la quieta vida.
Si en solitaria playa, río o cueva,
o si entre montes he valle encontrado,
allí sosiega el alma mía afligida
como Amor la convida […] Por solitarias asperezas pruebo
algún sosiego, porque lo poblado
aumenta siempre más la pena mía;
y a cada paso un pensamiento nuevo
hallo de mi señora, que ha trocado
toda mi pena luego en alegría.
Tanto que no querría trocar
una tan dulce amarga vida […] y son tantas las partes donde la veo
que sólo que el amor dure deseo.
Yo la vi (¿mas quién me lo creería?)
en el agua clara o en la hierba verde,
o en el troncón de un haya como viva;
o en blanca nube, y tal que bien diría
Leda que a su respecto Helena pierde,
como estrella a la cual de su luz priva
el sol, y si es esquiva
la parte donde me veo o si es desierta
con tanta más belleza la imagino.
Después ya cuando atino
al dulce error, me asiento piedra muerta
en otra viva, y quedo tan suspenso
como si escribo o si lamento o pienso… (CXXIX)

Yo cantaré de Amor tan nuevamente
que haré sacar por fuerza al pecho duro
suspiros mil al día, y fuego puro
prender dentro de aquella helada mente.
Y haré quizá mudar la dura frente
y humedecer los ojos, y aseguro
que miren con piedad, como el maduro
que de su yerro tarde se arrepiente… (CXXXI)

Si no es amor, ¿qué es esto que en mí siento?
Y si es amor, ¿cuál es su natural?
Si bueno, ¿cómo su efecto es mortal?
Si malo, ¿cómo es dulce su tormento?
Si de voluntad ardo, ¿qué lamento?
Si a mi pesar ¿el lamentar qué vale?
¡Oh viva muerte, oh deleitoso mal!,
¿quién te dio en mí poder, si no consiento?
Y si consiento, sin razón me quejo.
Entre tantos contrarios va mi nave
metida en alta mar y sin gobierno;
tan falta de saber, de error tan grave,
que no sé lo que digo, o lo que dejo,
pues tiemblo de verano, ardo de invierno. (CXXXII)

…Ponme en tierra o en el cielo o en el infierno,
o en alto monte o valle muy sombrío,
espíritu o de carne revestido.
Ponme con nombre oscuro o nombre eterno
no mudaré jamás el amor mío,
aunque hace quince años dura mi gemido. (CXLV)

Influencia poética

La poesía ha tenido enorme influencia en diversos dominios, no sólo en la vida íntima, afirma Octavio Paz. No sólo nos reveló las complejidades del alma humana e inspiró a los enamorados, también estimuló a los guerreros y a los libertinos, a los filósofos y a los grandes pensadores. “No sabemos cuántas personas leían a Petrarca, a Ovidio, a Ronsard, pero sabemos quiénes los leían. Estos lectores eran la cabeza y el corazón de la sociedad, su núcleo pensante y actuante. Aunque pertenecían a las clases dirigentes, muchos eran rebeldes y críticos del orden establecido. Otros eran solitarios, ermitaños intelectuales” (La otra voz).

Jamás de turbia tempestad marina
huir se vio cansado marinero
cual yo del pensamiento crudo y fiero
donde me aguija el deseo y más me inclina.
Ni a mortal, vista jamás luz divina
ligó como la mía aquel ligero
rayo de negro y blanco verdadero
en donde Amor sus jaras de oro afina… (CLI)

Suspiros míos, id al pecho frío,
romped el hielo que a piedad contiene,
y si a ruego mortal el cielo atiende
merced o muerte acabe el dolor mío… (CLIII)

Si el dulce mirar de esta me encadena
y el platicar suave y concertado,
si sobre mí tal fuerza Amor le ha dado
con habla o con la risa algo serena,
¡ay triste!, ¿qué será si ella refrena
sus ojos por algún caso impensado
o por mi culpa? Habrame condenado
a muerte, donde ahora estoy sin pena… (CLXXXIII)

Pasando va mi nao llena de olvido,
por brava mar de noche y en invierno
entre Scila y Caribdis, y al gobierno
va el gran señor que me ha contrario sido.
De cada remo un pensamiento asido
que al temporal no temen ni al infierno,
la vela rompe un viento húmedo eterno
de esperanza y deseo y de gemido.
De llanto, lluvia y niebla de desvío
hace aflojar la jarcia trabajada
que es de ignorancias y de error torcida;
y los rayos del claro norte mío
se encubren, razón y arte es anegada:
esperanza de puerto así es perdida. (CLXXXIX)

Como a Dios ver en una eterna gloria,
ni desearse puede más ni debe,
así veros en esta vida breve
es felicidad mía muy notoria… (CXCI)

Petrarca, precursor del humanismo

Ernst Hatch Wilkins refiere que a Petrarca le apasionaban los problemas de la formación interior del ser humano, los problemas de la libertad moral, de la sabiduría, de la virtud, de la contemplación activa. “Se dedicó con pasión a la búsqueda de los valores que le parecían más en consonancia con el ser humano y a la conciliación de la espiritualidad y tradición cristiana con la serena armonía y el amor por la belleza inherente a la mejor parte de la tradición clásica.

“La verdadera medida de la originalidad y del mérito del humanismo de Petrarca nos la da la inmensa influencia ejercida por su obra: sus ideales humanos, su modo de leer a los clásicos, de concebir la vida del literato, de escribir epístolas y rimas, cada aspecto, en suma, de su vida y de su obra se convirtieron en paradigmas de muchas generaciones. En Italia y en Europa el ideal de vida y de literatura elaborado por los humanistas fue durante muchos años el elemento propulsor de la cultura. El gusto literario y artístico de los humanistas, sus tendencias y predilecciones se convirtieron en los vehículos más eficaces de difusión cultural”.

Y la independencia del intelectual, no sometido al poder ni a la superstición. “Depón tus temores acerca de mí y convéncete de que hasta ahora, aunque haya podido parecer que estuve sujeto a un yugo durísimo, fui en todo momento el más libre de los hombres… No podría adaptarme a servir a nadie, como no sea por mi libre voluntad y estimulado por el afecto” (carta a Boccaccio, 1362).

Paz dulce, dulces iras y desdenes,
dulce mal, dulce afán y dulce carga,
habla que endulzar suele lo que amarga
que en fuego y en dulzura me mantienes.
Alienta, oh alma mía, en tantos bienes,
el amargor compensa que se alarga
con el honor de amar, que es gran descarga,
a quien dije: tú sola me sostienes.
Que alguno por ventura habrá que diga
de dulce envidia lleno como humano:
este gran causa tuvo de abrasarse.
También otros tendrán por enemiga
la edad, por tanta prisa en ellos darse
o porque no nacieron más temprano. (CCV)

Yo creía, conforme a lo pasado,
poder gozar ya ahora algún descanso
sin invenciones procurar de nuevo;
más pues de mi señora ya no alcanzo
favor, bien ves Amor donde me has llevado […] ¿Quién deja de entender mi larga guerra
desde que vi los rayos soberanos
que en mí la vida y condición trocaron? […] Fuego oculto más arde y si se aumenta
pretender encubrirle es demasía,
Amor, yo bien lo sé, pues que en tus manos
me viste, cuando más callando ardía.
Mis quejas tengo ahora por afrenta,
que a cercanos doy pena y a lejanos.
¡Oh pensamientos vanos!
¡Oh mundo!, ¡ay!, ¿dónde me lleva mi ventura?,
¡de cuán grande hermosura
en el pecho esperanza me ha nacido!
Y tiénele oprimido
la que con fuerza tuya le encadena,
de que la culpa es vuestra y mía la pena […] Siervo de Amor que aquellos versos lees,
bien creo que otro tal cual yo no ves. (CCVII)

Gala particular y peregrina,
cantar que dentro en el ánima se siente,
celeste andar y un aire vivo, ardiente,
que lo más duro rompe y lo alto inclina.
Mirar que a cualquier pecho hace de esmalte
y aclarar puede noches y al abismo,
y aun dar vida y quitar, según su grado,
con el suave hablar, como no falte
un dulce suspirar roto en sí mismo,
son los encantos que me han transformado. (CCXIII)

Nunca navío fue con tal cuidado
de peñas apartado a remo y viento,
cuanto procuro yo con muy gran tiento
ver mi barco de orgullo desviado.
Mas lacrimosa lluvia y fieros vientos
de infinitos suspiros le han echado
en mi mar, siendo noche y bravo invierno… (CCXXXV)

Un poeta universal

Literatura y vida tendían a identificarse en Petrarca. Sentía siempre el deseo de traducir cada impulso del alma en formas literarias. La literatura parecía poseer, en cada situación, una respuesta a la inquietud y a las exigencias de la vida, escribió Ernst Hatch Wilkins.

“El lirismo espontáneo de su sentir se adecúa naturalmente y sin esfuerzo a las formas poéticas ya probadas y codificadas de la tradición provenzal e italiana; su apetencia de amistad y de cordial intercambio de pensamientos acierta a plasmarse en bellísimas epístolas, todas elegantemente dictadas, todas amorosamente calcadas en los modelos y destinadas a una vida mucho menos efímera que la que suele ser la de un simple mensaje que se cruza entre amigos”.

Consumiéndome voy de campo en campo,
pensando y lamentando día y noche
sin más sosiego haber que hay en la luna… (CCXXXVII)

Abrióme amor por el siniestro lado,
allí dentro plantado de su mano
dejó un lauro tan verde y tan lozano
que atrás toda esmeralda le ha quedado.
Mi suspirar continuo y el arado
de pluma, con el riesgo tan a mano
de mis ojos, al cielo soberano
hicieron que su olor haya llegado.
Fama, virtud, honor y gallardía,
y en hábito galán casta hermosura
raíces son de aquesta noble planta:
Tal en mi pecho la hallo noche y día,
¡feliz carga!, y con ánima pura
la adoro humilde como a cosa santa. (CCXXVIII)

¡Oh si templar supiese yo mis quejas
de modo que ablandasen algo a Laura
y viese que ella misma es quien me fuerza!
Mas antes se verán de invierno flores
que Amor florezca en esta gentil alma,
la cual ni da por prosas ni por versos… (CCXXXIX)

Si piensa alguno que en loar aquella
que acá en la tierra adoro que me alargo,
y sin considerarlo me hace cargo
que la hago santa y sabia, casta y bella,
yo digo lo contrario, con tal que ella
a mi corto decir no ponga embargo;
siendo digna de ingenio muy más largo:
el que no me creyere venga y vella… (CCXLVII)

Una encendida llama procedía
de dos claras estrellas fulgurando,
y desde un sabio pecho, suspirando
tan dulce suavidad a mí venía… (CCLVIII)

Hallóme aquella de quien traigo asido
y preso el corazón todo ocupado
en cosas de amor, y al modo usado
me le incliné con el color perdido.
Mas ella cuando así mortal me vido
volvió su rostro tan enamorado,
que muy fácil hubiera desarmado
a Júpiter del rayo más temido.
Con su cortés hablar volví sereno;
y tanta era la luz que de sí daba
que no paré por no poder sufrirlo.
Ahora de contento voy tan lleno
que casi es imposible referirlo,
ni siento ya el dolor que me aquejaba. (CXI)

Desaliento poético

En abril de 1347, muere Laura en Aviñón, la ciudad donde Petrarca la conociera 20 años antes. “He considerado escribir esta nota como acerbo recuerdo de tal pérdida, pero también con cierta amarga dulzura a fin de que me llegue la advertencia de que nada existe en esta vida en lo que yo pueda ya hallar placer…”

RIMAS A LA MUERTE DE LAURA

Yo voy pensando, y en el pensar asido
me siento de piedad de mí tan fuerte,
que me fuerza y convierte
a lamentar de otra arte que solía;
y viendo que se acerca más mi muerte
mil veces a Dios alas he pedido
con que del térreo nido
vuele el entendimiento a donde se cría […] Ni sé qué espacio me haya dado el cielo
cuando a sufrir bajé de nuevo a tierra,
la despiadada guerra
que yo contra mí mismo he procurado,
ni yo puedo antever el día que cierra
la vida, que me impide el térreo velo.
Más bien veo que el pelo se varía,
y el deseo no he trocado.
Y pues que yo me veo tan llegado
al punto de partir, que es ya vecino,
como el que pierde y vuelve del viaje
más sabio, pensar quiero en el pasaje,
que esto me llevará por buen camino… (CCLXIV)

¡Ay rostro y vista extremos de dulzura!,
¡ay reposado andar, grave y sincero!
¡ay razonar que a todo ingenio fiero
con humildad henchías de blandura!
¡Ay risa!, ¿dónde salió la flecha dura,
de que para consuelo muerte espero?
Alma digna del mundo todo entero,
si antes bajado hubieras de altura:
Por ti conviene que arda, confianza
en ti tuve, y de ti ser apartado
es desventura que en extremo siento.
De deseo me henchiste y de esperanza
cuando de ti partí muy consolado:
mas ¡ay! que todo lo ha llevado el viento. (CCLXVII)

…Pon ya freno al dolor, no te divierta,
que por querer sobrado
se pierde el cielo a que tu pecho aspira,
donde vive la que tienen por ya muerta,
que del velo dejado
se está riendo, y por ti solo suspira
su fama, pues respira
en mil partes por medio de tu lengua.
Te ruega que de mengua
la libres, celebrando con voz clara
su nombre, si es verdad que te fue cara… (CCLXVIII)

Ya desde hoy más no creo,
Amor, que herirme puedas de otra herida
que ahora usar del arco son antojos
pues se rompió al cerrar de aquellos ojos.
De tu ley soy por muerte, Amor, absuelto;
la que fue mi señora al cielo es ida,
dejando libre y triste acá mi vida. (CCLXX)

Conciencia y trascendencia

A Octavio Paz le parecía inconcebible que las vanguardias literarias del siglo XX rechazaran a poetas como Petrarca, una tradición “constitutiva de nuestro ser” y –sobre todo- un modelo del que surgieron las nuevas generaciones de poetas.

Harold Bloom consideró que Petrarca intuía el legado que estaba generando. “Cuando, allá por 1349, preparaba la primera versión de sus sonetos, al parecer se dio cuenta de que estaba inaugurando un modo poético que trascendería la forma del soneto, y que, seis siglos y medio más tarde, no da señales de desaparecer” (El canon occidental).

Huye el vivir, y nunca está seguro;
la muerte tras él dobla las jornadas,
y las cosas presentes y pasadas
me dan guerra y con ella lo futuro… (CCLXXII)

¡Oh muerte!, de ella me apartó tu mano;
y tú, feliz tierra, que contigo
retienes aquel lindo rostro humano.
¡Ay, cómo me hallo solo y sin abrigo
desde que el amoroso, dulce y llano
sol de mis ojos ya no está conmigo! (CCLXXVI)

Descolorado has, Muerte, al más hermoso
rostro que tuvo el mundo, has apagado
la luz más refulgente, y desatado
de un lindo nudo un pecho generoso.
Quitaste en un momento aquel glorioso
bien mío, y su voz dulce has atajado,
dejándome de llanto tan cercado
que cuanto veo y oigo me es penoso… (CCLXXXIII)

Ya veo somos polvo y sombra vana,
y que el deseo es ciego y desmedido
y muy llena de engaño la esperanza. (CCXCIV)

¡Cuánta envidia tengo, avara tierra,
que abrazas la que ya me han quitado,
y el aura de aquel rostro hayas llevado
donde siempre hallaba paz para mi guerra!
¡Y cuánta envidia al cielo a donde se encierra
el espíritu de mí tan celebrado
de sus graciosos miembros despojado,
cielo que a poco se abre, antes se cierra!
¡Cuánta envidia a las almas que han en suerte
poder gozar su dulce compañía,
la cual yo procuré con tan gran llama!
¡Cuánta envidia a la cruda y fiera muerte,
que apoderada de la vida mía
en sus ojos se está y a mí no llama! (CCC)

Ligeros mis días más que ningún ciervo
huyeron como sombra sin tardanza,
y ha sido un batir de ojo la bonanza
que amarga y dulce en mi pecho reservo.
¡Ay mundo inestable, mísero, protervo,
ciego es quien pone en ti su confianza… (CCCXIX)

¡Ay cuán crudo señor serví y avaro!:
que ardí mientras el fuego fue presente,
lloro ahora su polvo derramado. (CCCXX)

¡ay despiadada muerte!, ¡ay cruda vida!… (CCCXXIV)

Balance final

Hacia los últimos años de vida, Petrarca se enfocó en la revisión, ampliación y ordenamiento de sus obras. Dedicaba seis horas de su jornada al sueño, dos horas a otras ocupaciones y dieciséis las reservaba al trabajo y al estudio. Al trasladarse a Venecia formuló el proyecto de heredar a esa ciudad su biblioteca, la más grande y hermosa biblioteca privada de Europa, para el goce de los ciudadanos. En ese sentido, fue el primero en hablar de una biblioteca pública.

En los últimos años recibió invitaciones para instalar su residencia con príncipes, con el rey de Francia, con el Papa, pero las declinó para dedicar su tiempo a leer, escribir y meditar.

“Al final de su vida, Petrarca sufrió una crisis espiritual y renunció al amor; lo juzgó un extravío que había puesto en peligro su salvación. La historia del amor cortés, sus cambios y metamorfosis, no sólo es la de nuestro arte y de nuestra literatura: es la historia de nuestra sensibilidad y de los mitos que han encendido muchas imaginaciones desde el siglo XII hasta nuestros días. Es la historia de la civilización de Occidente”, señala Octavio Paz (La llama doble).

Ya muerte, tu poder todo has mostrado,
el reino de Amor has empobrecido,
y has la luz de beldad oscurecido,
en poca tierra todo lo has tornado… (CCCXXVI)

Nadie vivió jamás como yo ledo,
ni hay quien viva más tristes días y noches,
así el doble dolor dobla su estilo,
y de mi pecho arranca tristes metros.
Viví ya de esperanzas, ahora de llanto,
ni contra muerte espero sino muerte… (CCCXXXII)

Mis tristes rimas, id al duro canto
que mi caro tesoro está cubriendo;
llamad a quien me está del cielo oyendo,
aunque la cubre tan oscuro manto.
Decidle cuánto es duro mi quebranto
mientras por esta mar voy discurriendo… (CCCXXXIII)

Dulces durezas, plácidos desvíos,
llenos de un casto amor y de blandura,
desdenes, que templaron con cordura
mis tan desenfrenados desvaríos.
Gentil hablar, en quien claros los bríos
de honestidad se veían y dulzura,
flor de virtudes, fuente de hermosura,
rienda de los conceptos bajos míos… (CCCLI)

Veintiún años me tuvo Amor ardiendo,
ledo en fuego y dolor y en esperanza,
y desde que en el cielo ya descansa
mi Laura, otros diez años fui gimiendo… (CCCLXIV)

Francesco Petrarca murió en Arqua, el 18 de julio de 1374. En vida llamó a esta vasta colección poética Rerum vulgarium fragmenta, pues consideraba que sus rimas no escritas en latín eran “bagatelas”. Con el tiempo, los editores le llamaron Cancionero y se convirtió en una de las obras más reconocidas del poeta ya que contribuyó a conferirle estatura literaria al idioma italiano.

[ Gerardo Moncada ]

Otras obras de Medievo:
El cantar del mio Cid.
Libro del buen amor, de Juan Ruiz arcipreste de Hita.
El conde Lucanor, del infante don Juan Manuel.
Chanson de Roland.
Beowulf, el origen de la épica inglesa.
Leyendas medievales en Alemania (Hermann Hesse).
Tristán e Isolda, versiones de Béroul y de Thomas.
El caballero del león, de Chrétien des Troyes.
La divina comedia, de Dante Alighieri.
Decamerón, de Giovanni Boccaccio.
Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique.
La Celestina, de Fernando de Rojas.
El Lazarillo de Tormes.
La Edad Media (ensayo histórico).
Vida y cultura en la Edad Media, de Johannes Bühler.
Arte en la Edad Media.

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