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Primero sueño, la obra más personal de Sor Juana Inés de la Cruz

En la vasta obra poética de Sor Juana Inés de la Cruz (12 noviembre 1648 – 17 abril 1695) destaca una pieza notable: Primero sueño, poema descriptivo-filosófico que lo mismo ha sido motivo de exaltados elogios que de descalificaciones ligeras.

«No me acuerdo haber escrito por mi gusto, si no es un papelillo que llaman El Sueño«, escribió con humildad Sor Juana en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz.

Es el sueño, como metáfora del empeño humano por ceñir lo inabarcable, por lograr el pleno conocimiento del mundo en toda su variedad y complejidad… El sueño como recurso poético para describir la elevación del alma en el ancestral y vano afán de alcanzar un punto de observación casi divino y así lograr el puntual entendimiento del universo… El sueño como expresión literal de esa búsqueda siempre limitada por los propios alcances del intelecto personal… El sueño como escenario en el que el anhelo y la razón descubren sus fronteras en el estupor de enfrentar lo infinito.

La edición titulada El Sueño (UNAM, 1989, Biblioteca del Estudiante Universitario # 108) acompaña el poema con una versión en prosa elaborada por el erudito Alfonso Méndez Plancarte (de la cual se citan aquí fragmentos); esta última incluye la explicación de aspectos y personajes, con el propósito de facilitar al lector contemporáneo una mayor comprensión -y apreciación- de esta obra. Asimismo, a manera de introducción, un amplio ensayo analítico de Méndez Plancarte refiere los elogios pero también los improperios que recibió este poema a lo largo de tres siglos.

Entre quienes soltaron arrebatados comentarios, producto de la «fobia antibarroca del siglo XIX, enceguecida de racionalismo antipoético», figuró Ignacio Ramírez, «El Nigromante», quien criticó la «medianía de la pobre monja», poseedora de un «mérito vulgar». Por su parte, Ignacio Altamirano sugería dejar a Sor Juana en el fondo de su tumba, con todo y el pergamino de sus libros. Asimismo, Francisco Pimentel repudiaba los oscuros «despropósitos» y «enmarañados conceptos» de Primero sueño.

Por ello, Méndez Plancarte analiza el poema de Sor Juana y esclarece algunos versos de acuerdo a las condiciones en que se encontraban el conocimiento y la cultura en el siglo XVII. Por ejemplo, retoma de ese entonces los conceptos de escala y jerarquía en los reinos de la naturaleza, o las tres facultades interiores en la especie humana (memoria, entendimiento y voluntad); de igual forma, detalla las características de algunos personajes mitológicos para aclarar el sentido en que los refiere Sor Juana.

Este esfuerzo de Méndez Plancarte parece dirigido a erradicar la «fácil mofa» con que fue descalificada en los siglos XVIII y XIX la obra de Sor Juana, a la que sólo se atribuyeron «extravagancias gongorinas» o «conceptos pueriles y alambicados»; Méndez logra, asimismo, desmontar la falaz afirmación de que los versos de Primero sueño eran «verdaderamente intraducibles al sentido común y al lenguaje natural».

En 1700, el padre Diego Calleja resumía así la estructura de este poema: «Siendo de noche, me dormí. Soñé que de una vez quería comprehender todas las cosas de que el Universo se compone. No pude, ni aun divisas por sus categorías, ni aun sólo un individuo. Desengañada, amaneció y desperté…»

Méndez Plancarte le pone más rigor y divide Primero sueño en doce visiones concatenadas: 1) La Invasión de la Noche; 2) El Sueño del Cosmos; 3) El Dormir Humano; 4) El Sueño de la Intuición Universal; 5) «Intermezzo» de las Pirámides; 6) La Derrota de la Intuición; 7) El Sueño de la Omnisciencia Metódica; 8) Las Escalas del Ser; 9) La Sobriedad Intelectual; 10) La Sed Desenfrenada de la Omnisciencia; 11) El Despertar Humano; y 12) El Triunfo del Día.

Llega la noche:

…componían capilla pavorosa,
máximas, negras, longas entonando,
y pausas más que voces, esperando
a la torpe mensura perezosa
de mayor proporción tal vez, que el viento
con flemático echaba movimiento,
de tan tardo compás, tan detenido,
que en medio se quedó tal vez dormido.

[Cae la oscuridad y una sombra funesta se eleva. «El ríspido coro de la noche, mezclando sus varias notas con sus aún más frecuentes pausas, y tal vez aguardando el torpe avanzar del perezoso ritmo que con movimiento flemático les marcaba el viento: ritmo de tan detenido y tardo compás, que entre una y otra batuta, el propio viento se quedaba a veces dormido…»]

Este, pues, triste són intercandente
de la asombrada turba temerosa,
menos a la atención solicitaba
que al sueño persuadía;
antes sí, lentamente,
su obtusa consonancia espaciosa
al sosiego inducía
y al reposo los miembros convidaba,
-el silencio intimando a los vivientes,
uno y otro sellando labio obscuro
con indicante dedo,
Harpócrates, la noche, silencioso;
a cuyo, aunque no duro,
si bien imperioso
precepto, todos fueron obedientes-.

El viento sosegado, el can dormido,
éste yace, aquél quedo
los átomos no mueve,
con el susurro hacer temiendo leve,
aunque poco, sacrílego ruido,
violador del silencio sosegado.
El mar, no ya alterado,
ni aun la instable mecía
cerúlea cuna donde el Sol dormía;
y los dormidos, siempre mudos, peces,
en los lechos lamosos
de sus obscuros senos cavernosos,
mudos eran dos veces. […]

[«Así, pues, este triste rumor, cortado por pausas, de la turba asombrada y al mismo tiempo temerosa, no despertaba la atención sino más bien inspiraba somnolencia. Su música lenta, nada aguda, inducía al sosiego y convidaba al reposo de los miembros, de igual modo que la Noche -como un silencioso Harpócrates, la deidad egipcia y griega que sellaba con un dedo sus labios- intimaba el silencio a los vivientes, a cuyo precepto imperioso, aunque no duro, todos obedecieron…»]

En los del monte senos escondidos,
cóncavos de peñascos mal formados
-de su aspereza menos defendidos
que de su obscuridad asegurados-,
cuya mansión sombría
ser puede noche en la mitad del día,
incógnita aun al cierto
montaraz pie del cazador experto,
-depuesta la fiereza
de unos, y de otros el temor depuesto-
yacía el vulgo bruto,
a la Naturaleza
el de su potestad pagando impuesto,
universal tributo;
y el Rey, que vigilancias afectaba,
aun con abiertos ojos no velaba.
[…]

[«En los escondrijos del monte y en los cóncavos huecos de las rudas peñas -defendidos por la fragosidad de su altura, pero aún mejor asegurados por la obscuridad de su interior, capaz de hacer juzgar a medio día que es de noche, y todavía incógnita hasta para el seguro pie montaraz del cazador más experto-, yacía también dormida toda la fauna, depuesta u olvidada su ferocidad o su timidez, pagando a la Naturaleza el universal tributo del sueño, impuesto por su poder. Hasta el León, Rey de los Animales -de quien fabulaban los viejos naturalistas que dormía sin bajar los párpados-, él tampoco dejaba de dormir, aunque fingiendo velar con los ojos abiertos…»]

De Júpiter el ave generosa
-como al fin Reina-, por no darse entera
al descanso, que vicio considera
si de preciso pasa, cuidadosa
de no incurrir de omisa en el exceso,
a un solo pie librada fía el peso
y en otro guarda el cálculo pequeño
-despertador reloj del leve sueño-,
porque, si necesario fue admitido,
no pueda dilatarse continuado,
antes interrumpido
del regio sea pastoral cuidado.
¡Oh de la Majestad pensión gravosa,
que aun el menor descuido no perdona!
Causa, quizá, que ha hecho misteriosa,
circular, denotando, la corona,
en círculo dorado,
que el afán es no menos continuado.

El sueño todo, en fin, lo poseía;
todo, en fin, el silencio lo ocupaba:
aun el ladrón dormía;
aun el amante no se desvelaba…

[«El Águila, el ave noble de Júpiter, -por no entregarse entera al reposo, que considera vicio si pasa de lo indispensable- confía su entero peso a una de sus patas mientras que con la otra mantiene levantada una piedrecilla, que le servirá de reloj despertador al desprendérsele apenas dormite, para que así, cuando pueda evitar caer por algún instante en el sueño, éste no pueda dilatarse, sino que al punto se lo interrumpa su regio deber de vigilancia pastoral. ¡Oh gravosa carga de la Majestad, siendo ésta acaso la razón que ha hecho que la corona sea circular, significando que el afán y desvelo del buen gobernante debe ser no menos continuo!»]

El alma durante el sueño:
El conticinio casi ya pasando
iba, y la sombra dimidiaba, cuando
de las diurnas tareas fatigados,
-y no sólo oprimidos
del afán ponderoso
del corporal trabajo, mas cansados
del deleite también, (que también cansa
objeto continuado a los sentidos
aun siendo deleitoso:
que la Naturaleza siempre alterna
ya una, ya otra balanza,
distribuyendo varios ejercicios,
ya al ocio, ya al trabajo destinados,
en el fiel infiel con que gobierna
la aparatosa máquina del mundo)-;
así, pues, de profundo
sueño dulce los miembros ocupados,
quedaron los sentidos
del que ejercicio tienen ordinario,
-trabajo en fin, pero trabajo amado
si hay amable trabajo-,
si privados no, al menos suspendidos,
y cediendo al retrato del contrario
de la vida, que -lentamente armado-
cobarde embiste y vence perezoso con armas soñolientas […]

[«Ya casi iba pasando el conticinio, y la noche iba a su mitad, siendo ya presa del sopor los miembros fatigados de las diurnas tareas y no sólo oprimidos por el peso del trabajo corporal, sino también cansados del deleite -puesto que todo objeto continuado, aun el más deleitoso, acaba por fatigar los sentidos, porque la Naturaleza pide siempre alternar el reposo y la actividad, como inclinándose alternativamente ya a uno u otro de los platillos de la balanza con que rige y mantiene en equilibrio la aparatosa máquina del mundo, su espléndida y compleja organización-. Entonces, dominados ya los miembros por el dulce y profundo sopor, los sentidos quedaron, si no privados por siempre, sí suspendidos de su actividad ordinaria -que es trabajo, aunque amado, si es que hay amable trabajo-; y con ellos quedaron en quietud, cediendo al Sueño -retrato de la Muerte-, el cual, armado lentamente, embiste cobarde con sus armas soñolientas…»]

…desde la que el Danubio undoso dora,
a la que junco humilde, humilde mora;
y con siempre igual vara
(como, en efecto, imagen poderosa
de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual con el brocado.

[«Desde el Emperador (cuyo palacio dora el caudaloso Danubio) hasta el ínfimo pescador que pernocta bajo un techo de pobres juncos, Morfeo mide con igual vara los tejidos más burdos y los brocados…»]

El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno, -en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el día por gastado-,
solamente dispensa
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal opresos
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor vegetativo,
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo,
de lo segundo dando tardas señas
el del reloj humano
vital volante que, si no con mano,
con arterial concierto, unas pequeñas
muestras, pulsando, manifiesta lento
de su bien regulado movimiento […]

[«El alma pues -descargada del gobierno exterior y del material empleo de las actividades sensitivas, en cuya ocupación da el día por bien o mal gastado-, ya ahora (en cierto modo alejada , ya que no separada enteramente de los lánguidos miembros y de los huesos sosegados, oprimidos por esa muerte temporal que es el Sueño) únicamente les suministra los dones del calor vegetativo, siendo entonces el cuerpo, en esa quietud, como un cadáver con alma: manifestando señas del persistir de la vida, aunque algo escasas, el corazón que con los tranquilos y armoniosos latidos de sus arterias da pequeñas muestras de su bien regulado movimiento…»]

…el que le circunscribe fresco ambiente
que impele ya caliente,
y él venga su expulsión haciendo activo
pequeños robos al calor nativo,
algún tiempo llorados,
nunca recuperados,
si ahora no sentidos de su dueño,
que, repetido, no hay robo pequeño […]

[«(el pulmón) que inhala de la atmósfera circundante aire fresco y que luego lo expele una vez que se ha calentado, el cual se venga de su expulsión robándonos cada vez un poco de nuestro calor natural y de nuestra vida: robos pequeños, que ahora ni siquiera sentimos, pero que nunca se recuperan y que vendrá algún tiempo en que los lloremos, pues no hay robo desdeñable cuando se repite muchas veces…»]

…así ella, sosegada, iba copiando
las imágenes todas de las cosas,
y el pincel invisible iba formando
de mentales, sin luz, siempre vistosas
colores, las figuras
no sólo ya de todas las criaturas
sublunares, mas aun también de aquellas
que intelectuales claras son estrellas,
y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible,
en sí, mañosa, las representaba
y al Alma las mostraba.

[«…así de igual manera, la Fantasía tranquila iba copiando todas las imágenes de las cosas, y su pincel invisible iba trazando no sólo las efigies de todas las criaturas terrestres sino también las de aquellas otras que son como claras estrellas intelectuales -los espíritus puros y los conceptos abstractos-, pues hasta donde cabe para ella la aprehensión de lo inmaterial, la propia Fantasía lo representaba en sí, por ingeniosos medios, para exhibirlo al Alma…»]

El ascenso del alma

La cual, en tanto, toda convertida
a su inmaterial ser y esencia bella,
aquella contemplaba,
participada de alto Ser, centella,
que con similitud en sí gozaba;
y juzgándose casi dividida
de aquella que impedida
siempre la tiene, corporal cadena […]

[«El Alma misma, entre tanto, reconcentrada toda ella en una como intuición de su propio ser espiritual y su esencia hermosa, contemplaba esa chispa de Dios que gozaba dentro de sí, por participación que Él mismo le dio al haberla creado a su semejanza. Juzgándose además casi desatada de la cadena del cuerpo, que la tiene siempre ligada…»]

…según de Homero, digo, la sentencia,
las Pirámides fueron materiales
tipos solos, señales exteriores
de las que, dimensiones interiores,
especies son del Alma intencionales:
que como sube en piramidal punta
al Cielo la ambiciosa llama ardiente,
así la humana mente
su figura trasunta,
y a la Causa Primera siempre aspira,
-céntrico punto donde recta tira
la línea, si ya no circunferencia,
que contiene, infinita, toda esencia-…

[«Según Homero, las Pirámides sólo fueron símbolos materiales de las dimensiones interiores que son especies intencionales del Alma, de la actitud el espíritu humano, pues como la ambiciosa llama ardiente sube al Cielo en forma piramidal, así el Alma trasunta esa figura y siempre aspira a la Causa Primera, que es el Centro al que tienden toda verdad y todo justo anhelo, y la Circunferencia infinita que en sí contiene todas las esencias…»]

…si fueran comparados
a la mental pirámide elevada
donde, sin saber cómo, colocada
el Alma se miró, tan atrasados
se hallaran, que cualquiera
graduara su cima por Esfera:
pues su ambicioso anhelo,
haciendo cumbre de su propio vuelo,
en la más eminente
la encumbró parte de su propia mente,
de sí tan remontada, que creía
que a otra nueva región de sí salía.

[Pero pirámides y torres, como la altiva Babel, «si se comparan a la excelsa Pirámide Mental en donde el Alma se miró situada, sin saber cómo, quedarían rezagadas tan abajo que cualquiera juzgaría que la cima de esta Pirámide Mental era ya alguna de las Esferas celestes, pues el ambicioso anhelo del Alma, encumbrándose en su propio vuelo, la alzó hasta la parte más excelsa de su mismo espíritu, tan remontada sobre sí misma que se le figuraba haber salido de sí y pasado a alguna nueva región…»]

En cuya casi elevación inmensa,
gozosa mas suspensa,
suspensa pero ufana,
y atónita aunque ufana, la suprema
de lo sublunar Reina soberana,
la vista perspicaz, libre de anteojos,
de sus intelectuales bellos ojos,
(sin que distancia tema
ni de obstáculo opaco recele,
de que interpuesto algún objeto cele),
libre tendió por todo lo criado:
cuyo inmenso agregado,
cúmulo incomprehensible,
aunque a la vista quiso manifiesto
dar señas de posible,
a la comprehensión no, que -entorpecida
con la sobra de objetos, y excedida
de la grandeza de ellos su potencia-,
retrocedió cobarde.

[«Desde tamaña altura, casi inconmensurable, el Alma -la suprema Reina soberana de lo sublunar, poseída a la vez de júbilo, suspensión, asombro y orgullo-, sin temer la distancia ni recelar de algún obstáculo opaco que interpuesto le oculte objeto ninguno, tendió la vista perspicaz de sus bellos ojos intelectuales en la libre visión de todo lo creado: cuyo cúmulo inabarcable, aunque quiso dar señas de posible, no le dejó la mínima esperanza a la comprehensión, la cual retrocedió cobarde, excedida su potencia por la magnitud de los mismos…»]

Tanto no, del osado presupuesto,
revocó la intención, arrepentida,
la vista que intentó descomedida
en vano hacer alarde
contra objeto que excede en excelencia
las líneas visuales,
-contra el Sol, digo, cuerpo luminoso,
cuyos rayos castigo son fogoso,
que fuerzas desiguales
despreciando, castigan rayo a rayo
el confiado, antes atrevido
y ya llorado ensayo,
(necia experiencia que costosa tanto
fue, que Ícaro ya, su propio llanto
lo anegó enternecido)-,

[«No con menos rapidez tuvo que revocar su intención, arrepentida del audaz propósito, la vista que -descomedida- quiso en vano alardear contra el objeto que sobrepuja en excelencia a las pupilas: contra el Sol, digo, cuyos rayos, despreciando las fuerzas desiguales que lo desafían, son la pena de fuego que castiga ese audaz ensayo, presuntuoso antes y después lamentado: imprudente experiencia, tan costosa, que (como Ícaro pagó su osadía ahogándose en el mar) a este otro Ícaro pequeñuelo, que trató de mirar al Sol, lo anegó el propio llanto en que hubo de deshacerse…»]

como el entendimiento, aquí vencido
no menos de la inmensa muchedumbre
(de tanta maquinosa pesadumbre
de diversas especies, conglobado
esférico compuesto),
que de las cualidades
de cada cual, cedió: tan asombrado,
que -entre la copia puesto,
pobre con ella en las neutralidades
de un mar de asombros, la elección confusa-,
equívoco las ondas zozobraba;
y por mirarlo todo, nada vía,
ni discernir podía
(bota la facultad intelectiva
en tanta, tan difusa
incomprehensible especie que miraba
desde el un eje en que librada estriba
la máquina voluble de la Esfera,
al contrapuesto polo)
las partes, ya no sólo,
que al universo todo considera
serle perfeccionantes,
a su ornato, no más, pertenecientes;
más ni aun las que integrantes
miembros son de su cuerpo dilatado,
proporcionadamente competentes.

[«aquí se rindió el Entendimiento, vencido por la inmensa multitud de tan complejas y diversas especies, no menos que pasmado por las cualidades de cada uno de tan incontables objetos, al grado de que -pobre en medio de tamaña abundancia, y por ella misma, y confusa su elección en las neutralidades de aquel mar de asombros, sin poder decidirse a atender más a una que a otra de tantas maravillas-, se encontraba ya a punto de naufragar en aquellas olas. Por mirarlo todo, nada veía; y -embotado el Intelecto en tantas y tan difusas especies inabarcables que contemplaba, un un polo al otro del eje en que estriba la máquina giradora del firmamento-, no podía discernir, no ya digamos las minucias de ornato del Universo, mas ni siquiera las partes integrantes, que son como los miembros, armoniosamente proporcionados, de la estructura substancial de su enorme cuerpo…»]

Mas como al que ha usurpado
diuturna obscuridad, de los objetos
visibles los colores,
si súbitos le asaltan resplandores,
con la sobra de luz queda más ciego
-que el exceso contrarios hace efectos
en la torpe potencia, que la lumbre
del Sol admitir luego
no puede por la falta de costumbre-,
y a la tiniebla misma, que antes era
tenebroso a la vista impedimento,
de los agravios de la luz apela,
y una vez y otra con la mano cela
de los débiles ojos deslumbrados
los rayos vacilantes,
sirviendo ya -piadosa medianera-
la sombra de instrumento
para que recobrados
por grados se habiliten,
porque después constantes
su operación más firmes ejerciten,
-recurso natural, innata ciencia
que confirmada ya de la experiencia […] …¡que así del mal el bien tal vez se saca!-:

[«Acaecióle en seguida lo que a aquel a quien una larga obscuridad le ha robado los colores de los objetos visibles, que -si lo asaltan súbitos resplandores- queda más ciego con la sobra de luz, porque el exceso produce efectos contrarios en la débil potencia: el cual no puede recibir de nuevo la lumbre del Sol, por hallarse deshabituado, y contra esas ofensas de la luz apela a las tinieblas mismas que antes le eran obscuro obstáculo de su vista, y una vez y otra esconde con su mano las trémulas pupilas de sus débiles ojos deslumbrados, sirviéndole la sombra de instrumento para que paulatinamente se habiliten y recobren, a fin de que después ejerciten más fuertes su operación. Recurso natural, éste de convertir el daño en remedio…»]

no de otra suerte el Alma, que asombrada
de la vista quedó de objeto tanto,
la atención recogió, que derramada
en diversidad tanta, aun no sabía
recobrarse a sí misma del espanto
que portentoso había
su discurso calmado,
permitiéndoles apenas
de un concepto confuso
el informe embrión que, mal formado,
inordinado caos retrataba
de confusas especies que abrazaba,
-sin orden avenidas,
sin orden separadas,
que cuanto más se implican combinadas
tanto más se disuelven desunidas,
de diversidad llenas-,
ciñendo con violencia lo difuso
de objeto tanto, a tan pequeño vaso,
(aun al más bajo, aun al menor, escaso).

[«no de otra suerte tuvo que acogerse a la sombra, y cerrar de pronto sus ojos, el Alma que se había quedado atónita por la visión de tamaño objeto: de todo el Cosmos. Recogió la atención que no lograba recuperarse del portentoso estupor que le había paralizado el raciocinio, sin dejarle sino apenas el informe embrión de un concepto confuso: caos de las revueltas especies que abrazaba, sin ningún orden ni en su unidad ni en su división; las cuales resultaban más incoherentes por lo disímbolas, ciñendo con violencia lo desbordante de objeto tan enorme a un vaso tan breve como es el de nuestro entendimiento: recipiente ya escaso, hasta para acoger la ínfima y más humilde idea…»]

El método en el sueño…

…más juzgó conveniente
a singular asunto reducirse,
o separadamente
una por una discurrir las cosas
que vienen a ceñirse
en las que artificiosas
dos veces cinco son Categorías:
reducción metafísica que enseña
(los entes concibiendo generales
en sólo unas mentales fantasías
donde de la materia se desdeña
el discurso abstraído)
ciencia a formar de los universales,

[«Estimó más conveniente el reducirse a algún asunto particular, o ir estudiando separadamente, grupo tras grupo, las cosas que se pueden sintetizar en cada una de las Diez Categorías en las que las ordenó el arte lógica de Aristóteles…»]

reparando, advertido,
con el arte el defecto
de no poder con un intuitivo
conocer acto todo lo criado,
sino que, haciendo escala, de un concepto
en otro va ascendiendo grado a grado,
y el de comprender orden relativo
sigue, necesitado
del entendimiento
limitado vigor, que a sucesivo
discurso fía su aprovechamiento:
cuyas débiles fuerzas, la doctrina
con doctos alimentos va esforzando,

[«con lo cual se subsana sabiamente nuestra incapacidad natural de poder conocer con una sola intuición todo lo creado; haciendo escala de un concepto al otro, va dicho arte subiendo grada por grada, y sigue el orden relativo del comprender unas cosas por su relación con otras, obligado por el limitado vigor del intelecto, que fía sus progresos a un sucesivo discurso, y cuyas débiles fuerzas va robusteciendo con sabia nutrición la doctrina…»]

y el prolijo, si blando,
continuo curso de la disciplina,
robustos le va alientos infundiendo,
con que más animoso
al palio glorioso
del empeño más arduo, altivo aspira,
los altos escalones ascendiendo,
-en una ya, ya en otra cultivado
facultad-, hasta que insensiblemente
la honrosa cumbre mira
término dulce de su afán pesado
(de amarga siembra, fruto al gusto grato,
que aun a largas fatigas fue barato),
y con planta valiente
la cima huella de su altiva frente.

De esta serie seguir mi entendimiento
el método quería,
o del ínfimo grado
del ser inanimado […] pasar a la más noble jerarquía […]

[«porque el continuo y largo -aunque atractivo- curso de la enseñanza, le va infundiendo alientos robustos, con los cuales aspira altivo al glorioso laurel del más arduo empeño, ascendiendo los altos escalones, mediante su cultivo primero en una y luego en otra facultad, hasta que sin sentirlo contempla la honrosa cúspide de la Sabiduría -el dulce fruto de la siembra amarga- y con pie valeroso huella la erguida frente de tal Montaña…»]

y -ésta ya investigada-,
forma inculcar más bella
(de sentido adornada,
y aun más que de sentido, de aprehensiva
fuerza imaginativa),
que justa puede ocasionar querella
-cuando afrenta no sea-
de la que más lúcida centellea
inanimada Estrella,
bien que soberbios brille resplandores,
-que hasta a los Astros puede superiores,
aun la menor criatura, aun la más baja,
ocasionar envidia, hacer ventaja-;

[«Investigada ya esta jerarquía de los seres (los vegetales), proyectaba mi Entendimiento dar otro paso: profundizar otra más bella forma de vida (el Reino Animal), enriquecida de sentidos y -lo que es más- de imaginación, potencia capaz de aprehender las imágenes de los objetos y digna de provocarle envidia -no afrenta- a la Estrella inanimada que centellea más luminosa, por más que luzca resplandores soberbios, pues aun la más pequeña y baja creatura, entre las vivientes, les lleva una envidiable ventaja a los Astros más remontados…»]

y de este corporal conocimiento
haciendo, bien que escaso, fundamento,
al supremo pasar maravilloso
compuesto triplicado,
de tres acordes líneas ordenado
y de las formas todas inferiores
compendio misterioso:
bisagra engazadora
de la que más se eleva entronizada
Naturaleza pura
y de la que, criatura
menos noble, se ve más abatida:
no de las cinco solas adornada
sensibles facultades,
mas de las interiores
que tres rectrices son, ennoblecida,
-que para ser señora
de las demás, no en vano
la adornó Sabia Poderosa Mano-:
fin de Sus obras, círculo que cierra
la Esfera con la tierra,
última perfección de lo criado
y último de su Eterno Autor agrado,
en quien con satisfecha complacencia
Su inmensa descansó magnificencia […]

[«haciendo de esta ciencia de los cuerpos (inanimados y vivientes, vegetales y animales) el cimiento -aunque escaso- para una superior construcción, quería mi Entendimiento pasar después al supremo y maravilloso compuesto triplicado, que ordenadamente reúne tres acordes líneas -el ‘Compuesto Humano’, que goza vida vegetativa, sensitiva y racional-, y que es un misterioso compendio de todas las formas inferiores (mineral, vegetal, animal, espíritu y en suma un Microcosmos): bisagra engarzadora de la naturaleza pura que se eleva en el trono más alto y de la menos noble y más baja de las creaturas; ataviada no sólo con las cinco facultades sensibles -los sentidos- sino también ennoblecida con las tres facultades interiores -memoria, entendimiento y voluntad- que son las directrices de nuestra vida propiamente humana, puesto que aquella Sabia y Poderosa Mano de Dios así la enriqueció para que fuese la Señora de las demás creaturas del orbe: última perfección de lo creado y suprema complacencia de su Eterno Hacedor…»]

…el Hombre, digo en fin, mayor portento
que discurre el humano entendimiento;
compendio que absoluto
parece al Ángel, a la planta, al bruto;
cuya altiva bajeza
toda participó Naturaleza,
¿Por qué? Quizá porque más venturosa
que todas, encumbrada
a merced de amorosa
Unión sería. ¡Oh, aunque repetida,
nunca bastantemente bien sabida
merced, pues ignorada
en lo poco apreciada
parece, o en lo mal correspondida!

[«el Hombre, maravilla más grande de cuantas hubiera podido discurrir nuestra mente: síntesis absoluta que exhibe las perfecciones del Ángel y del bruto y de la planta, y en cuya fusión de lo alto y lo bajo participan todas las criaturas de la Naturaleza. ¿Y esto, por qué? ¿A qué fin habrá querido Dios que la naturaleza humana fuera un compendio del Universo? Quizá porque ella, más feliz que todas, sería encumbrada hasta la propia personalidad del Verbo de Dios, gracias a la amorosa Unión Hipostática entre la naturaleza humana y la Naturaleza Divina. ¡Oh gracia nunca bien penetrada, aunque tan repetida, pues que parecería que la ignorásemos, a juzgar por lo poco que la apreciamos o lo mal que le correspondemos…»]

Estos, pues, grados discurrir quería
unas veces; pero otras, disentía,
excesivo juzgando atrevimiento
el discurrirlo todo,
quien aun la más pequeña,
aun la más fácil parte no entendía
de las más manuales
efectos naturales […]

[«Por estos grados, pues, quería unas veces ir avanzando mi Entendimiento; pero otras disentía, juzgando atrevimiento excesivo el que quisiera razonarlo todo, quien no entendía ni siquiera la parte más fácil y pequeña de los efectos naturales que más a mano tenemos…»]

quien de la breve flor aun no sabía
por qué ebúrnea figura
circunscribe su frágil hermosura […]

[«…y he aquí el hecho de que no sabemos siquiera, ante una pequeña flor, por qué es una figura de marfil la que circunscribe su frágil hermosura…»]

Pues si a un objeto solo, -repetía
tímido el Pensamiento-,
huye el conocimiento
y cobarde el discurso se desvía;
si a especie segregada
-como de las demás independiente,
como sin relación considerada-
da las espaldas al entendimiento,
y asombrado el discurso se espeluza
del difícil certamen que rehusa
acometer valiente,
porque teme cobarde
comprehenderlo o mal, o nunca, o tarde […]

[«Pues bien -se repetía mi tímida Razón-: si ante uno solo de esos objetos retrocede el conocimiento y el raciocinio se aparta desalentado; si ante una aislada especie particular, vista como independiente de las demás, tiene que huir vencido el entendimiento, y la razón -asombrada- se arredra de tan ardua lucha que se niega a acometer con valentía porque teme -cobarde- no comprender jamás ese aislado objeto, o sólo comprenderlo tarde o mal…»]

Y llega el despertar
…los que de él ascendiendo
soporíferos, húmedos vapores
el trono racional embarazaban
(desde donde a los miembros derramaban
dulce entorpecimiento),
a los suaves ardores
del calor consumidos,
las cadenas del sueño desataban:
y la falta sintiendo de alimento
los miembros extenuados,
del descanso cansados,
ni del todo despiertos ni dormidos,
muestras de apetecer el movimiento
con tardos esperezos
ya daban, extendiendo
los nervios, poco a poco, entumecidos,
y los cansados huesos
(aun sin entero arbitrio de su dueño)
volviendo al otro lado-,
a cobrar empezaron los sentidos,
dulcemente impedidos
del natural beleño,
su operación, los ojos entreabriendo.
Y del cerebro, ya desocupado,
las fantasmas huyeron
y -como de vapor leve formadas-
en fácil humo, en viento convertidas,
su forma resolvieron […]

[«los húmedos vapores soporíferos que embarazaban al Cerebro, desde donde derramaban a los miembros el dulce entorpecimiento, consumidos ahora por los suaves ardores del calor, iban ya desatando las cadenas del Sueño. Sintiendo la falta de nutrición, los extenuados miembros -cansados del descanso- ni del todo despiertos ni dormidos del todo, con tardos esperezos daban ya muestras de querer moverse, extendiendo poco a poco los nervios entumecidos y volviendo de un lado a otro los huesos fatigados por la misma postura fija. Entreabriendo después los ojos, dulcemente impedidos hasta entonces por el beleño natural, los sentidos empezaron a recobrar sus operaciones; y del Cerebro, que así se vio ya libre y desocupado, huyeron los fantasmas, desvaneciéndose su forma como si hubieran estado hechos de un ligero vapor y se trocaran en humo fugaz y en aire invisible…»]

…la sombra fugitiva,
que en el mismo esplendor se desvanece,
cuerpo finge formado,
de todas dimensiones adornado,
cuando aun ser superficie no merece […]

[«…a la sombra fugitiva, que se desvanece en la claridad, la finge un cuerpo formado, dándole la apariencia de un volumen consistente, adornado de todas las dimensiones, por más que ni siquiera sea una real superficie…»]

…de Venus, antes, el hermoso
apacible lucero
rompió el albor primero,
y del viejo Tithón la bella esposa […] su frente mostró hermosa
de matutinas luces coronada,
aunque tierno preludio, ya animoso,
del Planeta fogoso,
que venía las tropas reclutando
de bisoñas vislumbres […] contra la que, tirana usurpadora,
del imperio del día,
negro laurel de sombras mil ceñía
y con nocturno cetro pavoroso
las sombras gobernaba,
de quien aun ella misma se espantaba. […]

[«…la hermosa y apacible estrella de Venus -el Lucero matutino- rompió en su primer albor; y la Aurora, la bella esposa del viejo Tithón -como una Amazona vestida de mil luces, armada en guerra contra la Noche, y a un mismo tiempo hermosa y atrevida, y valiente aunque llorosa (como el rocío)- mostró su gallarda frente, coronada de fulgores matutinos: tierno preludio, pero ya animoso, del llameante Planeta, el Sol, que venía reclutando sus tropas de bisoñas vislumbres y reservando a la retaguardia otras luces más veteranas y fuertes, para lanzarse ya al asalto contra la Noche, que -tirana usurpadora del imperio del día- ostentaba por corona el negro laurel de miles de sombras, y con nocturno Cetro pavoroso regía las tinieblas, que aun a ella misma le infundían terror…»]

Llegó, en efecto, el Sol cerrando el giro
que esculpió de oro sobre azul zafiro […] …y a la que antes funesta fue tirana
de su imperio, atropadas embestían:
que sin concierto huyendo presurosa
-en sus mismos horrores tropezando-
su sombra iba pisando,
y llegar al ocaso pretendía
con el (sin orden ya) desbaratado
ejército de sombras, acosado
de la luz que el alcance le seguía. […] …ilustraba del Sol madeja hermosa,
que con luz judiciosa
de orden distributivo, repartiendo
a las cosas visibles sus colores
iba, y restituyendo
entera a los sentidos exteriores
su operación, quedando a luz más cierta
el mundo iluminado y yo despierta.

La poesía sutil y luminosa de Sor Juana

La fobia antibarroca del siglo XIX no hizo escuela. Muy pronto surgieron voces que volvieron a exaltar las virtudes de la poesía de Sor Juana y, en particular, de Primero sueño.

En vida de Sor Juana, en pleno siglo XVII, su poesía llegó a manos de Juan Navarro Vélez, calificador del Santo Oficio de la Inquisición. Éste, contagiado por la lírica de la monja, escribió: «Siendo los versos en su línea tan primorosos, lo menos en que yo reparo en ellos es el ser versos [ya que] véolos por todas partes centellear elevadísimos conceptos, explicados con facilidad y felicidad [entre] hermosas flores, sazonados frutos y resplandecientes luces… Pero donde, a mi parecer, este Ingenio grande se remontó aun sobre sí mismo es en El Sueño. Y creo que cualquiera que lo leyere con atención lo juzgará así: porque el estilo es el más heroico y el más propio del asunto; las translaciones y metáforas son muchas y son muy elegantes y propias; los conceptos son continuos y nada vulgares, sino siempre elevados y espirituosos; las alusiones son recónditas y no son confusas; las alegorías son misteriosas con solidez y con verdad; las noticias son una Amalthea de toda mejor erudición, y están insinuadas con discreción grande… En fin, es tal este Sueño, que ha menester ingenio bien despierto quien hubiere de descifrarle; y me parece no desproporcionado argumento de pluma docta, el que con la luz de unos Comentarios se vea ilustrado, para que todos gocen los preciosísimos tesoros de que está rico…»

El siglo XX traería una revaloración del barroco.

Con aspereza, Amado Nervo escribe: «su celebradísimo Sueño… (aunque) emula a Góngora en sus Soledades, consigue sacar un poema espléndido… Y ahora, que siga arrojando sobre la jerónima eximia el guijarrillo de su escándalo tal o cual temerosa ave de corral del pensamiento, de ésas incapaces de salvar las tapias de su gallinero, perennemente asustadas del vuelo temerario de los neblíes, los gerifaltes y los aguiluchos».

Entre la Generación del 27 español, Gerardo Diego elogia la lírica de Juana de Asbaje, «calderoniana, gongorina e ingeniosa». El filólogo e historiador Ángel Valbuena Prat destaca en Sor Juana el «espíritu fino, luciente, de potencia intelectual y moderna, y de rica y delicada sensibilidad, con honda vibración humana… cuyo tacto exquisito la sitúa entre los discípulos más refinados de Góngora».

Ermilo Abreu Gómez estima que tal vez Sor Juana quiso continuar las Soledades de los campos y de las riberas (de Góngora) con la Soledad de la noche. Pero sentencia: «El Sueño está muy lejos del mero devaneo de palabras. Todo en él es recio… Es, sin duda, un poema de carácter: el de más carácter de Sor Juana».

Por su parte, el lingüista Karl Vossler afirma rotundo: «Este poema es un logro potente y bien realizado. Compuesto en 975 endecasílabos y heptasílabos, en silva, se desarrolla sin cortes bien marcados, sin interrupción, como un verdadero sueño. El curso de sus ideas va zigzagueando de motivo en motivo, en inversiones audaces, circunloquios y metáforas… con osados recursos, de un modo mitad científico y mitad fantástico… en el que colaboran intuición y razón, experiencia y mito, estimulándose en esfuerzos crecientes, excitados y funambulescos»… «Aquel gastado esquema medieval del sueño didáctico, se rejuvenece en esta lírica del despierto anhelo de investigar, y señala, hacia adelante, ‘la poesía de la Ilustración’… es un canto que se adelanta a la poesía de la ‘época de las luces’… ¿Cómo es posible que sonidos tan preñados de futuro salgan de un convento mexicano de Monjas?»

Y concluye Vossler categórico: «La voz de Sor Juana ahora nos habla con mayor claridad que nunca».

Enrique Díez-Canedo añade acerca de la Silva de este poema: «Como si respondiera con toda exactitud al sentido etimológico (selva), ya se enmaraña y espesa con densos ramajes y troncos poderosos, ya respira en claros llenos de apacible serenidad, concentrando en escogidas voces una grande y severa poesía».

Alfonso Reyes no duda en considerar a Sor Juana «una de las organizaciones cerebrales más vigorosas». Respecto a Primero sueño, afirma: «La descripción artística, la mitología, la erudición, la historia, la ciencia (acaso voluntariamente retrasada unos minutos para que sea algo misteriosa), la filosofía, se entretejen íntimamente… El vértigo de poesía pánica a que llegó un instante, ese ascender angustioso hasta los límites de la posibilidad humana, aunque sea para fracasar y postrarse ante la angélica… ni tienen nombre, ni época, ni lugar, ni pertenecen más que a ella».

Octavio Paz puntualiza: «A pesar de su extremado carácter intelectual, Primero sueño es el poema más personal de Sor Juana… es su poema más extenso y ambicioso… es un poema de madurez, una verdadera confesión en la que relata su aventura intelectual y la examina»… «Es poesía del intelecto ante el cosmos… El espacio que nos revela Sor Juana no es un objeto de contemplación sino de conocimiento; no es una superficie que recorren los cuerpos sino una abstracción que pensamos; no es el más allá celeste o infernal sino una realidad rebelde al concepto. El alma está sola, no frente a Dios sino ante un espacio sin nombre y sin límite».

El filólogo Antonio Alatorre, especialista en el barroco, afirmaba que un solo soneto de Sor Juana valía estéticamente más que todo cuanto escribió Carlos de Sigüenza y Góngora, que era inadecuado considerar a esta poetisa una «gloria de México» porque era una gloria de nuestra lengua, y algo fundamental que nos incita a ir más allá de Primero sueño: «Al poeta se le conoce mejor mediante todos sus poemas que mediante uno solo».

[ Gerardo Moncada ]

Otras obras de Sor Juana:

Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, de Sor Juana Inés de la Cruz.
Sonetos, redondillas, romances, liras, endechas… la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz.

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