Oda oscura y arrebatada del colombiano Fernando Vallejo (24 octubre 1942), en honor a su natal Medellín.
«Yo creo en el poder liberador de la palabra. Pero también creo en su poder de destrucción pues así como hay palabras liberadoras también las hay destructoras, palabras que yo llamaría irremediables porque aunque parezca que se las lleva el viento, una vez pronunciadas ya no hay remedio, como no lo hay cuando le pegan a uno una puñalada en el corazón buscándole el centro del alma…»
El desbarrancadero es una narración desbocada; un vendaval y un delirio; un huracán de palabras e imágenes, como las lluvias de Medellín.
Allá las gotas son pedradas del cielo, y el granizo quiebra las tejas y descalabra al cristiano…
Como esas gotas, como esa lluvia, la prosa de esta novela está cargada de furia.
Todos, todos errados. Ah Muerte justiciera, oh Muerte igualadora, comadre mía, mamacita, barre con esta partida de hijos de puta, no dejes uno, con tu aleteo bórralos a todos…
…el que se pone a recordar se jodió porque el pasado es humo, viento, nada, irrealizadas esperanzas, inasibles añoranzas…
Amor y odio a Medellín, a Colombia
El desbarrancadero es el retrato de una vida y un Medellín marginales, donde se conjugan la drogadicción, el alcoholismo, la homosexualidad y la violencia.
¡Qué fresquecito que era mi Medellín en mi infancia! Soplaba la brisa juguetona sobre los carboneros de mi barrio, meciéndoles las ramas, pulsándoles las hojas, improvisando sobre el pavimento de la calle, con mucha séptima de segunda y novena de dominante, una rapsodia de sombras en sol mayor. ¡Nunca más! Mi barrio se murió, los carboneros los tumbaron, las sombras se esfumaron, la brisa se cansó de soplar, la rapsodia se acabó y esta ciudad se fue al carajo calentando, calentando, calentando por lo uno, por lo otro, por lo otro: por tanta calle, tanto carro, tanta gente, tanta rabia. Subiendo de grado en grado por un concepto u otro hemos terminado bajando de escalón en escalón a los infiernos…
Bajo las altas estaciones del Metro y entre las ruinas, como islitas del silencio eterno quedaban en pie las iglesias. Pero cerradas. Cerradas no les fueran a robar un copón y la custodia y con la eucaristía el Santísimo expuesto. Ni siquiera eso me dejaron, esos oasis de paz, frescos, callados, donde yo solía de muchacho refugiarme del estrépito y el calor de afuera y me ponía a escuchar reverente, en un recogimiento devoto, el silencio de Dios. No tenía pues ni ciudad ni casa, eran ajenas. Culpa del tiempo de la proliferación de la raza. Al tiempo se lo perdono, qué remedio, pero no a esta paridera sin ton ni son que lo saca a uno del rincón de la perra y no le deja al cristiano un campito siquiera donde meterse a morir…
También hace apuntes a la historia de Colombia, a la descomposición política y social:
Godos, o sea conservadores, comanduleros, rezanderos, en tanto los liberales éramos nosotros: los rebeldes y las putas. ¡Uy, cuánto hace que se acabó todo eso, que se quemó la pólvora! De los dos partidos que dividieron a Colombia en azul y rojo con un tajo de machete no quedan sino los muertos, algunos sin cabeza y otros sin contar…
…hablábamos por horas y horas de nuestra pobre patria, de nuestra patria exagüe que se nos estaba yendo entre derramamientos de sangre y de petróleo saqueada por los funcionarios, sobornada por el narcotráfico, dinamitada por la guerrilla…
Aquí el que está vivo está expuesto a todo, máxime si le va bien y se ríe. En este país lo que respira estorba…
¡Cuánto hace que el río Cauca y el Magdalena se secaron, se murieron, los mataron con la tala de árboles y los borraron del mapa, como piensan que me van a borrar a mí pero se equivocan, porque si los ríos pasan la palabra queda!…
¡Qué va, Colombia no se acaba! Hoy la vemos roída por la roña del leguleyismo, carcomida por el cáncer del clientelismo, consumida por la hambruna del conservatismo, del liberalismo, del catolicismo, moribunda, postrada, y mañana se levanta de su lecho de agonía, se zampa un aguardiente y como si tal, dele otra vez, ¡al desenfreno, al matadero, al aquelarre! Colombia, Colombina, Colombita, palomita: ¿no es verdad que cuando yo me muera no me vas a olvidar?…
Omnipresencia de la muerte
En El Desbarrancadero, la muerte no solo es un destino que nos aguarda, es una presencia, es parte del escenario como el día o la noche, es un personaje más con quien el escritor dialoga y discute.
Pero volvamos a donde estábamos y sigamos para adelante, rumbo al sitio designado donde nos está esperando la Muerte, el vacío inconmensurable de la nada, el despeñadero de la eternidad… ¡Si morirse no es tan grave, niña! Lo grave es seguir aquí. Qué manía tan mezquina ésta de los mortales de aferrarse como garrapatas a la vida, a contracorriente de nuestra propia esencia…
¡Al diablo con los muertos queridos, no dejan vivir! Me llaman sin parar desde la tumba. Vení, vení, me dicen y con el índice me jalan, arrastrándome hacia su negra noche con una cuerdita invisible de eternidades… Hoy los pienso enterrar a todos, doctor, a paletadas de olvido… No voy a dejar ni uno solo de esos malditos muertos vivos… Los recuerdos son una carga necia, doctor, un fardo estúpido. Y el pasado un cadáver que hay que enterrar prontico o se pudre uno en vida con él…
La muerte omnipresente colectando almas, no para elevarlas con el último suspiro sino para arrojarlas al desbarrancadero.
Para eso han estado siempre los médicos, para desbarrancarnos, con la bendición del cura, en el despeñadero de la eternidad…
Mi tesis: que entre papas y presidentes y granujas de su calaña, elegidos en cónclave o no, a la humanidad la llevan como a una mula vendada con tapaojos rumbo al abismo…
Pero mientras llega el momento subsistirá el aliento vital, aunque sea solo por llevar la contra ya sea por rabia o por resentimiento…
Desnudos pero envueltos en la niebla, alucinados, ¿qué hacíamos en la cumbre de esa carreterita desierta por la que de noche no se aventuraba un alma? Hombre, existir, que es lo que hacemos todos todos los días, ir arrastrando lo mejor que podemos este negocio…
Un narrador, la voz de todos
Relato envenenado, rencoroso, áspero, que se emparenta con la tradición oral al incorporar con naturalidad la exuberancia verbal del colombiano. En una época de cambio tecnológico y mensajes cortos, Fernando Vallejo muestra que el verdadero vértigo está en la palabra, con ideas intensas, párrafos largos y una prosa tan coloquial como pulida (por momentos el narrador reduce los signos de puntuación, para que la voz fluya sin obstáculos):
Esta mujer que parecía zafada, tocada del coconut como si tuviera el cerebro más desajustado que los tobillos, en realidad estaba poseída por la maldad de un demonio que sólo existe en Colombia puesto que sólo en Colombia hemos sido capaces de nombrarlo: la hijueputez…
…chorriando el agua, bajando en chorritos cristalinos por la escalera, de escalón en escalón y diciendo din dan. Din dan, din dan…
Yo me creo capaz de capear un temporal… pero esa otra combinación no la maneja, como dicen en Colombia, ‘ni el Putas’… El Putas no existe pues, y si no que venga a probarlo en esta casa…
Una casa donde se manifiesta el caos colectivo, una familia como microcosmos de un entorno demencial y que apenas se sobrelleva con ayuda de la ironía:
Así, de sopetón, con la rotundidad de un rayo que cae sin decir agua va es como damos las noticias los que fuimos educados en una casa de locos por una loca. Qué le vamos a hacer, así hemos sido y somos y seguiremos siendo; el árbol torcido no lo endereza nadie. Claro que con esa forma de dar uno las noticias a veces uno mata al que las recibe, pero eso está bien, ya no cabemos…
Son las voces y los decires de los colombianos, pero hay un solo narrador que, en varias ocasiones, recurre al distanciamiento para dialogar como escritor con el lector:
¿Por qué se mató? Hombre, yo no sé, yo no estaba en ese instante. Yo soy novelista de primera persona, y además andaba fuera, lo más lejos posible de Colombia…
Yo no soy novelista de tercera persona y por lo tanto no sé qué piensan mis personajes, pero esta vez, por excepción, sí les voy a decir en qué pensó la mala de la telenovela: «¿Y ahora a cuál de los que quedan voy a agarrar de sirvienta?» Eso fue lo que pensó en su almita negra la Loca, y si no que me desmienta Dios…
Pero permítaseme volver atrás unas páginas para seguir adelante. Así procedo yo, construyendo sobre lo ya escrito, sobre lo ya vivido. El hombre no es más que una mísera trama de recuerdos, que son los que guían sus pasos. Y perdón por el abuso de hablar en nombre de ustedes pues donde dije con suficiencia «el hombre» he debido decir humildemente «yo»…
…y aunque creás que estoy vivo porque me estás leyendo, ¡cuánto hace que yo también estoy muerto! Hoy soy unas míseras palabras sobre un papel. Ya se encargará el Tiempo todopoderoso de deshacer el papel y de embrollar esas palabras hasta que no signifiquen nada…
Oralidad y literatura
El desbarrancadero es un relato huracanado, por su intensidad narrativa, por el vertiginoso torrente de palabras e imágenes, que en la combinación de la frescura del habla común con la gran literatura alcanza momentos de altos vuelos.
Lo que quiero es dormir, sin oírme, sin pensarme, sin hablarme, sin volverme a decir las mismas cosas…
Por eso existían antaño los aleros. Ya no más porque la humanidad avanza, y cuando la humanidad avanza retrocede…
De súbito el colibrí se posó en un geranio, el tiempo dejó de fluir y la tarde se eternizó en el instante…
Mi futuro está en manos de mi pasado, que lo dicta, y del azar, que es ciego…
Somos un moribundo terco que insiste en no morirse…
Entonces entendí que lo que no había sido ya no iba a ser…
De perfil
Fernando Vallejo se considera colombiano y mexicano, pues aunque nació y creció en Medellín, vivió 47 años en México. Con una visión insolente y pesimista del mundo, es un áspero crítico de la iglesia católica, de los moralistas y de la manera de hacer política en Colombia.
A Fernando Vallejo se le atribuye haber renovado en la lengua española los géneros de la novela, el ensayo y la biografía. Su obra se considera una de las cumbres de la narrativa colombiana en el tránsito del siglo 20 al 21.
Con El desbarrancadero ganó en 2003 el prestigiado Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, «en medio de alusiones autobiográficas y con la inaudita fuerza de un lenguaje descarnado».
Para entonces, Juan Villoro había definido a Vallejo como «el maestro de la injuria». A Villoro, Vallejo le confesó: “Lo que yo hubiera querido ser en la vida es músico, compositor. Pero como no tenía música en el alma, no me quedó más remedio que dedicarme a esas dos artes menores del cine y la literatura».
La novela El desbarrancadero ha sido incluida en las listas confeccionadas por editores, críticos y escritores que incluyen las principales obras en español publicadas entre 1980 y 2015, listados que incluyen obras como La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas, entre otras.
A Vallejo le fue concedido el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2011, por ser «una de las voces más personales, controvertidas y exuberantes de la literatura actual en español», dijo a nombre del jurado el también escritor Jorge Volpi.
[ Gerardo Moncada ]