Libros

El Aleph y otros relatos, de Jorge Luis Borges

Aunque el genial escritor Jorge Luis Borges (24 agosto 1899 – 14 junio 1986) tenía preferencia por otros de sus relatos, como El libro de arena, El Aleph se convirtió en el más popular.

Su erudición permitió a Borges construir universos paralelos perfectamente creíbles donde convergen lo fantástico, la reflexión filosófica y la historia de la cultura, en una atmósfera de misterio e incertidumbre.

Como buen artesano del relato corto, Borges fue amante de la brevedad y la sorpresa. Con eficacia narrativa y fluidez, sus historias incursionan en los diversos géneros literarios para explorar por igual los recovecos del alma, lo insólito de lo cotidiano o esas fisuras en la historia universal que dan paso a realidades alternas.

La sustancia de muchos de sus cuentos es el conocimiento: tanto lo que se sabe como lo que se ignora; lo escrito y lo no escrito; lo que se conserva y lo que se ha perdido; lo que es público y aquello que permanece oculto, sólo accesible a unos cuantos.

En un juego de ruptura y distanciamiento con la narración, le recuerda con frecuencia al lector que quien escribe es un tal Borges, que muy probablemente se equivoca, olvida o fantasea acerca de ciertos detalles.

Aunque estén ubicados en una época o en un año preciso, los relatos son intemporales, no pierden interés ni vigencia, y cada relectura ofrece renovadas apreciaciones.

Es difícil permanecer indiferentes a los cuentos de Borges, que inevitablemente provocan inquietudes, cavilaciones, dudas, nuevas ideas.

El Aleph

El Aleph es el estupor, la revelación de lo imposible:

Un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos…

Yo lo descubrí en la niñez… Bajé al sótano secretamente, rodé por la escalera, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph… Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos…

El Aleph es un ejemplo destacadísimo del talento narrativo de Borges. En este breve relato, une y contrasta lo coloquial con lo trascendente, lo anecdótico con lo imperecedero; lo veraz con lo fantasioso; la congruencia con su paradoja; lo irrelevante de las debilidades humanas (la falsa erudición, la búsqueda de fama y reconocimiento) con lo absoluto del inconcebible universo.

En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables y atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es…

A un tiempo, Borges es narrador y personaje de El Aleph. Como personaje, reflexiona acerca de la trama y sobre la escritura del relato:

Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza aquí mi desesperación como escritor…

Y en un momento habla de frente con el lector:

Vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara…

Asimismo, Borges aprovecha este relato para cuestionar el pragmatismo de poetas y escritores maquinales, artificiales, enfocados en el efecto que buscan provocar en los lectores como base del éxito comercial.

Con unas cuantas líneas, describe a su personaje Carlos Argentino Daneri: «Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos».

Este relato fue publicado en 1945 y su apunte del «hombre moderno» resultó en gran medida visionario:

…en su gabinete de estudio, como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines… Observo que para un hombre así facultado el acto de viajar era inútil… las montañas, ahora, convergían sobre el moderno Mahoma…

En 1949, este cuento dio título a un volumen que compendió 16 espléndidas narraciones que ofrecen una idea más completa de las extraordinarias virtudes literarias de Borges.

Enrique Anderson Imbert destacó que el «altísimo mérito de Borges» radicaba en su singularidad: «Si echamos una mirada a la narrativa universal, de 1918 a 1949 (fecha de El Aleph), comprobamos la rareza de Borges. Su originalidad podría estudiarse en sus cavilaciones metafísicas, en sus intuiciones poéticas y en su rigor lógico» (Historia de la literatura hispanoamericana, FCE, 1977).

OTROS RELATOS

El inmortal

Fascinante historia que parte de un hecho trivial (la compra de un libro) para sumergirse en el misterio. Es un relato anidado en otro relato, que explora una de las mayores inquietudes del ser humano: la mortalidad.

Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal…

En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla. Flavio, procónsul de Getulia, me entregó doscientos soldados para la empresa…

A lo largo del relato, Borges ofrece apuntes que dan cuenta de la historia de la cultura, la literatura, la filosofía y la religión.

Le pregunté qué sabía de la Odisea. La práctica del griego le resultaba penosa; tuve que repetir la pregunta. Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé…

Borges usa tres niveles narrativos: el narrador, que refiere el hallazgo de un escrito, el cual traduce con el tono del tribuno romano que hace la crónica de su viaje, de su encuentro, de la revelación; el relato será sometido a una revisión crítica por el narrador; y finalmente cuestionado por un tercero que pone en duda lo narrado.

Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo…

Dice Anderson Imbert: «Los cuentos de Borges, por combinar las esencias de su lirismo y su inteligencia, nos dan la clave de toda su obra… [Desde joven] su cultura literaria era asombrosa. Más asombrosa aún su lucidez. Con los años esa cultura, esa lucidez se han enriquecido tanto que a veces, más que asombrarnos, nos perturba como el espectáculo de una nueva locura…»

El muerto

Relato costumbrista, áspero, casi impersonal, con dominio de los modismos y términos propios de la pampa gaucha. Una historia de ambición, de traiciones y del ineludible destino. El relato es lineal, directo, sintético, y aún así da cabida a la incertidumbre acerca de su fidelidad:

Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas […] Otras versiones cambian el orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en un solo día…

El narrador es el propio Borges, que además ejerce la autorreferencia:

Lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos…

«Para Borges, el mundo es absurdo. Sólo que su visión de ese caos está diáfanamente comunicada. No es un superrealista sino un expresionista que recrea la realidad con las energías de una conciencia iluminada», señala Anderson Imbert.

Los teólogos

Deslumbrante relato acerca de la lucha encarnizada que viven los seguidores de distintas doctrinas religiosas (e incluso entre aquellos que pertenecen a la misma secta). Aquí se refiere la confrontación (en el siglo III o IV) entre cristianos ortodoxos y grupos que postulan la ciclicidad de la vida y de la historia, es decir, la existencia de un infinito ciclo de mundos con infinitos soles y dioses.

Euforbo, heresiarca, fue condenado a la hoguera. ‘Esto ha ocurrido y volverá a ocurrir, dijo. No encendéis una pira, encendéis un laberinto de fuego. Si aquí se unieran todas la hogueras que he sido, no cabrían en la tierra y quedarían ciegos los ángeles’…

Juan de Panonia declaraba que el tiempo no rehace lo que perdemos; la eternidad lo guarda para la gloria y también para el fuego…

Para Borges, discutir de ortodoxia y herejía conduce inevitablemente a la injusticia, a la intolerancia, a la ceguera, a la crueldad. El problema, cuando se logra abatir a las sectas disidentes, es que la persecución de los ‘impuros’ continuará inevitablemente al interior del grupo vencedor.

La ironía estriba en que se trata de una contienda banal, porque Dios «se interesa poco en las diferencias religiosas».

Prosigue Anderson Imbert: «Hay pensadores que proponen hipótesis simples: Dios, la Materia, etc. Borges prefiere complicar las suyas. Es radicalmente escéptico, pero cree en la belleza de las teorías, las colecciona y al estirarlas hasta sus últimas consecuencias las reduce al absurdo».

Historia del guerrero y de la cautiva

Relato de las circunstancias fortuitas que llevan a la gente a abandonar sus creencias y costumbres. Historia de contrastes: entre la vida rústica y la vida en las metrópolis imperiales; entre el deslumbramiento de un bárbaro ante los productos de la civilización («un iluminado, un converso») y el destino de una mujer inglesa que tras caer en manos de una tribu del desierto adopta sus costumbres y termina eligiendo esa forma de vida («transformada por este continente implacable»).

A los dos los arrebató un ímpetu secreto, un ímpetu más hondo que la razón, y los dos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar…

Biografía de Tadeo Isidoro Cruz

Para Borges, toda historia personal tiene algo de predestinación y de ciclos que avanzan, entre «tinieblas indescifrables», hasta cumplirse.

Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche en que por fin escuchó su nombre […] Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es…

Hasta las vidas más monótonas alcanzan momentos de asombro, de descubrimiento, de heroísmo. Es un instante, y define una biografía.

El desertor malhirió o mató a varios de los hombres de Cruz. Éste, mientras combatía en la oscuridad, empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro… Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él…

Anderson Imbert señala: «En vez de gritar su angustia, como los existencialistas, Borges prefiere razonar sus sospechas. Su sospecha mayor es que el mundo es caos; y que dentro del caos el hombre está perdido como en un laberinto. Sólo que el hombre, a su vez, es capaz de construir laberintos propios. Laberintos mentales, con hipótesis que procuran explicar el misterio del otro laberinto, ése dentro del cual andamos perdidos. Cada conciencia fabrica su propia realidad e intenta darle un sentido».

Emma Zunz

Ante la relatividad de la vida, quizá lo único absoluto son las pasiones. Relato policiaco de injusticia, resentimiento y venganza.

Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde?…

Los diversos actos que son necesarios para alcanzar un propósito no siempre siguen una secuencia lógica; peor aún, en ocasiones esos actos se tornan difusos, vaporosos, irreales. Lo único contundente es el resultado final.

La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio…

La casa de Asterión

El solitario en su mundo, en su casa (quizá como el propio Borges en su biblioteca).

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche […] Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero…

Una reformulación de las historias mitológicas en las voces que no se han escuchado, en los personajes a los que no se ha dado voz.

Anderson Imbert apunta: «La agnóstica visión de Borges se expresa en una dialéctica de buen humor. Encierra en un laberinto lingüístico al lector y juega con él hasta derrotarlo. En su fruición estética se percibe, sin embargo, sobretonos de angustia, una angustia que dimana de saberse único, solitario, delirante, perdido y perplejo en un Ser ciego».

La otra muerte

Cuento que narra a su vez la construcción de un cuento sobre bases históricas, donde el propio Borges es el personaje que crea esa historia:

Su fiebre y su agonía me sugirieron un relato fantástico sobre la derrota de Masoller…

Convergen la búsqueda de elementos, los giros inesperados, la fabricación de heroísmos, las contradicciones, el desaliento, las rectificaciones, las ambigüedades, las incoherencias… hasta que el escritor se topa con el desvanecimiento del pasado y el oscuro desdoblamiento de la historia.

Modificar el pasado no es modificar un solo hecho; es anular las consecuencias, que tienden a ser infinitas. Dicho sea con otras palabras, es crear dos historias universales…

He adivinado y registrado un proceso no accesible a los hombres, una suerte de escándalo de la razón; pero algunas circunstancias mitigan ese privilegio temible. Por lo pronto, no estoy seguro de haber escrito siempre la verdad…

Deutsches Requiem

Exploración en la mente criminal de un torturador nazi que habla en primera persona, con amplios conocimientos, capacidad analítica y cierta voluntad autocrítica.

En el primer volumen de Parerga und Paralipomena releí que todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas…

El personaje del relato aclara que no pretende ser perdonado «porque no hay culpa en mí, pero quiero ser comprendido». Borges emplea una elegante frialdad para vaticinar de manera contundente el arribo de una época de implacable crueldad en la que los hechos más atroces tendrán una justificación.

La busca de Averroes

Juego de espejos que multiplican la especulación y alejan el encuentro de la verdad. El mundo árabe es el entorno que permite a Borges mostrar cómo las diferencias culturales derivan en diferentes visiones del mundo y de la vida, del arte e incluso del sentido de la escritura.

Sentí que la obra se burlaba de mí. Sentí que Averroes, queriendo imaginar lo que es un drama sin haber sospechado lo que es un teatro, no era más absurdo que yo, queriendo imaginar a Averroes, sin otro material que los adarmes de Renan, de Lane y de Asín Palacios. Sentí, en la última página, que mi narración era un símbolo del hombre que yo fui mientras la escribía y que, para redactar esa narración, yo tuve que ser aquel hombre y que, para ser aquel hombre, yo tuve que redactar esa narración, y así hasta el infinito…

«Consciente de su originalidad, Borges renunció a ser popular. Hizo una literatura que ignora al lector común. No por vanidad, sino por rigor. Rigor en la elección del tema y aun de las palabras; rigor en la estructura del cuento; rigor en su diálogo con el lector. Si escribe algo tan popular como un cuento de detectives lo lanza tan alto que acaba por llegar a una atmósfera irrespirable», comenta Anderson Imbert.

El Zahir

Historia de una obsesión (con múltiples ramificaciones reflexivas) desatada por el azar; cuento inquietante donde lo inverosímil adquiere veracidad.

No soy el que era entonces pero aún me es dado recordar , y acaso referir, lo ocurrido. Aún, siquiera parcialmente, soy Borges…

La autorreferencia carece de vanidad; de hecho, es aprovechada por Borges para relativizar su propio trabajo literario.

Hasta fines de junio me distrajo la tarea de componer un relato fantástico. Éste encierra dos o tres perífrasis enigmáticas y está escrito en primera persona… La ejecución de esa fruslería (en cuyo decurso intercalé, seudoeruditamente, algún verso de la Fáfnismál) me permitió olvidar la moneda…

A ese juego autorreferencial se suma una meditación ilustrada que incluye múltiples fuentes; ambos elementos le confieren un carácter de autenticidad al misterio relatado.

Dijo Tennyson que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo. Tal vez quiso decir que no hay hecho, por humilde que sea, que no implique la historia universal y su infinita concatenación de efectos y causas. Tal vez quiso decir que el mundo visible se da entero en cada representación, de igual manera que la voluntad, según Schopenhauer, se da entera en cada sujeto. Los cabalistas entendieron que el hombre es un microcosmo, un simbólico espejo del universo; todo, según Tennyson, lo sería. Todo, hasta el intolerable Zahir…

«Los cuentos de Borges contienen un saber de la cultura (por sus alusiones a la historia de las letras), un saber de la filosofía (por sus alusiones a los problemas últimos) y un saber de la obra del mismo Borges (por sus alusiones de unas páginas a otras)», señala Anderson Imbert.

Abenjacán el bojarí, muerto en su laberinto

Un misterio policiaco con tintes de exotismo sobrenatural es el escenario para la confrontación entre el pensamiento matemático racional y las trampas del relato literario.

-No multipliques los misterios le dijo Unwin-. Éstos deben ser simples. Recuerda la carta robada de Poe, recuerda el cuarto cerrado de Zangwill.
-O complejos -replicó Dunraven-. Recuerda el universo…

La escritura del Dios

Cuento que da pie a una fascinante deliberación acerca de lo divino, lo absoluto y el lenguaje de Dios.

Consideré que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato. Con el tiempo, la noción de una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra y en esa palabra la plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces humanas…

El encuentro (la unión) con la divinidad, con el universo, deriva en una paradoja para el ser humano.

Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él…

Anderson Imbert afirma: «En los cuentos de Borges reaparecen constantemente los mismos temas: el Universo como un laberinto caótico, el infinito, el eterno retorno, la transmigración de las almas, la anulación del yo, la coincidencia de la biografía de un hombre con la historia de todos los hombres, la modificación que las ideas irreales imprimen sobre las cosas reales, el panteísmo, el solipsismo, la libertad y el destino».

El hombre en el umbral

Bello relato con una fuerte influencia de la tradición oral, tanto por su formato como por la más antigua usanza de recurrir a un personaje o un acontecimiento para expresar la forma de vida y el carácter de todo un pueblo.

Nadie, quizá, fuera de los muy simples o los muy jóvenes, creyó que ese propósito temerario podría llevarse a cabo, pero miles de sikhs y de musulmanes cumplieron su palabra y un día ejecutaron, incrédulos, lo que a cada uno de ellos había parecido imposible…

Y Borges da fe de esta historia:

Mi texto será fiel: líbreme Alá de la tentación de añadir breves rasgos circunstanciales o de agravar, con interpolaciones de Kipling, el cariz exótico del relato…

PERFIL

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges nace en Buenos Aires en 1899, en una familia que hablaba por igual inglés y español. Su padre era abogado, ávido lector con aspiraciones literarias. A los cuatro años, el pequeño Jorge Luis ya sabía leer y escribir. Años después recordaría con fascinación la biblioteca de su padre: «Él me reveló el poder de la poesía».

Su padre padecía una ceguera progresiva y decidió someterse a un tratamiento, por lo cual la familia se trasladó a Europa. Se instalaron en Suiza, donde Jorge Luis prosiguió sus estudios. Ahí aprendió francés y alemán, y se enfocó al estudio de narradores, poetas y filósofos, lo mismo realistas, que expresionistas y simbolistas. En 1921, la familia volvió a Argentina.

En Buenos Aires, el joven Borges trabajó como bibliotecario, profesor y conferencista. En paralelo, tuvo una intensa actividad cultural, participando en diversos proyectos literarios de América y España. Su creación se orientó a la poesía y el ensayo, con la publicación de varios libros. Hacia 1925 ya ejercía un liderazgo en la vanguardia literaria hispanoamericana.

«Su obra de cuentista -a la que debe su definitiva consagración- fue tardía, tímida y experimental», afirma Enrique Anderson Imbert. El primer libro de relatos de Borges, Historia universal de la infamia, apareció en 1935. «Poco a poco se afirmó en el manejo del nuevo género y de pronto maravilló a todos con los estupendos cuentos de El jardín de senderos que se bifurcan (1941), Ficciones (1944) y El Aleph«, apunta Anderson Imbert.

A los 55 años perdió completamente la vista, lo cual no fue obstáculo para que prosiguiera con sus actividades culturales y literarias.

En la década de 1960 comenzaron a llegarle los reconocimiento y premios internacionales. Por tres décadas figuró entre los candidatos al Premio Nobel de Literatura, reconocimiento que le fue negado por sus posturas políticas abiertamente conservadoras (prurito que terminaría abandonando el comité de premiación).

Uno de los que sí recibió esa distinción, el sudafricano J. M. Coetzee, dijo: «Borges, más que nadie, renovó el lenguaje de la ficción y abrió el camino a una generación de novelistas hispanoamericanos».

Por su parte, José Emilio Pacheco escribió: «Si uno no se deja desalentar por la apariencia de los textos de Borges -sus nombres, sus títulos de libros, sus alusiones-; si se anima a leerlo de verdad y sin prejuicios tendrá, puede estar seguro, una de las experiencias centrales de su vida» (Jorge Luis Borges, una invitación a su lectura, 1999).

[ Gerardo Moncada ]

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