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Los de abajo, de Mariano Azuela

Mariano Azuela, uno de los primeros novelistas que abordó la Revolución Mexicana, nació en Jalisco el 1 de enero de 1873 y murió en la Ciudad de México el 1 de marzo de 1952.

Los de abajo es una obra áspera, desencantada, escrita prácticamente al calor de las batallas de la Revolución Mexicana y publicada en 1915, cuando todavía pasaban silbando los disparos en todas las direcciones. Es, además, una novela que se atreve a exponer diversas contradicciones del movimiento armado.

¡Dios los ayude y los lleve por buen camino!… Ahora van ustedes; mañana correremos también nosotros, huyendo de la leva, perseguidos por estos condenados del gobierno, que nos han declarado guerra a muerte a todos los pobres; que nos roban nuestros puercos, nuestras gallinas y hasta el maicito que tenemos para comer; que queman nuestras casas y se llevan nuestras mujeres, y que, por fin, donde dan con uno, allí lo acaban como si fuera perro del mal…

El estudioso Enrique Anderson Imbert señala:

Quienes la juzgaron desde un mirador político creyeron que Los de abajo era una obra antirrevolucionaria. En efecto, la novela parece criticar los episodios brutales que van desde el asesinato de Madero hasta la derrota de los villistas en la batalla de Celaya. Los revolucionarios han tomado las armas por motivos y peripecias personales; hay inercia, no ideales… Azuela es un revolucionario decepcionado (como el personaje Solís): le hiere la falta de sentido de la lucha. Pero siente su belleza trágica y, si bien la juzga con sentido moral, la describe artísticamente. Con realismo pintará más las circunstancias que la psicología de los hombres. Los de abajo ofrece una acción continua que cierra en perfecta circunferencia: los personajes mueren donde comenzaron su lucha, pero en una posición inversa. La objetividad de Azuela es de tipo naturalista: las circunstancias son determinantes; los hombres, sin libertad, sin fines, son como animales. En 1916 ya el realismo y el naturalismo habían triunfado en la novela de todo el mundo. Azuela no tenía que empujar una enorme masa de detalles. Usó, con eficacia, vigorosos esquemas novelísticos, prosa rápida, entrecortada y sugestiva, diálogos dialectales, contrastes entre las iniquidades humanas y la belleza del paisaje, recursos impresionistas.

Ella siguió la vereda del arroyo. El agua parecía espolvoreada de finísimo carmín; en sus aguas se removían un cielo de colores y los picachos mitad luz y mitad sombra. Miriadas de insectos luminosos parpadeaban en un remanso. Y en el fondo de guijas lavadas se reprodujo con su blusa amarilla de cintas verdes, sus enaguas blancas sin almidonar, lamida la cabeza y estiradas las cejas y la frente; tal como se había ataviado para gustar a Luis.
Y rompió a llorar.
Entre los jarales las ranas cantaban la implacable melancolía de la hora.
Meciéndose en una rama seca, una torcaz lloró también…

Prosigue Anderson: Lo artístico de Azuela está en dejarse atravesar por los hechos, en darnos la ilusión de estar viendo lo que el autor vio. Sobriedad, desnudez, capacidad de síntesis, imaginación para cifrar en una metáfora de poderosa violencia iluminadora toda una situación social o todo un conflicto psicológico. Como novelista acertó en el negativo registro de errores, crímenes, corruptelas, traiciones. Enriqueció la novelística hispanoamericana con dos obras, por lo menos, Los de abajo y La luciérnaga (Historia de la Literatura hispanoamericana, tomo I, FCE, 1987).

En efecto, Los de abajo no es la gesta heroica de los grandes ideales, es el delirio de las balas donde la principal ideología es tratar de salir con vida del frenesí de sangre.

La lámina de acero tropieza con las costillas, que hacen crac, crac, y el viejo cae de espaldas con los brazos abiertos y los ojos espantados… Pancracio se arroja sobre un federal. De un tajo le ha rebanado el cuello, y como de una fuente borbotan dos chorros escarlata… Se distinguen en la carnicería Pancracio y el Manteca, rematando a los heridos. Montañés deja caer su mano, rendido ya; en su semblante persiste su mirada dulzona, en su impasible rostro brillan la ingenuidad del niño y la amoralidad del chacal…

…y en aquel hacinamiento de cadáveres calientes, mujeres haraposas iban y venían como famélicos coyotes esculcando y despojando…

Un siglo de polémicas

Desde su origen, Los de abajo fue motivo de polémicas por el tono, las descripciones, el enfoque, la visión del novelista.

El mayor contraste que plantea la obra es, por un lado, la abundancia de motivos que tuvieron las clases populares para levantarse en armas y, por otro lado, su carencia de nociones militares, de una estrategia política y -más grave aún- de una ideología propiamente revolucionaria.

-Yo soy un verdadero correligionario…
-¿Corre… qué? -inquirió Demetrio, tendiendo una oreja.
-Correligionario, mi jefe… es decir, que persigo los mismo ideales y defiendo la misma causa que ustedes defienden.
Demetrio sonrió: ¿Pos cuál causa defendemos nosotros?…

El crítico literario Emmanuel Carballo salió en defensa del autor: Mariano Azuela es un revolucionario emocional, nunca un reaccionario… Trabaja con hechos y no con ideas. Los personajes están más próximos a la naturaleza que a la cultura. ¿Cómo pedirles a seres analfabetos que descubran lo grande y magnífico que alentaba la revolución, su fondo que era «la justicia»? Ellos entran a la bola obligados por las circunstancias: escapan así de las arbitrariedades del cacique y, algunos de ellos, de la acción de la justicia. Son una mezcla de víctimas y delincuentes. No luchan por principios, luchan únicamente para impedir que los capturen o los maten. Al pelear contra el despotismo formulan una vaga ideología revolucionaria. Los personajes actúan como lo que son: simples hombres del campo. Azuela no tuerce su naturaleza: les permite hablar, moverse, cometer disparates. Son personajes tridimensionales. Su concepción elemental de la lucha armada es consecuente con su sencilla visión del mundo, la vida y la patria. No son héroes positivos, son seres posibles… (Notas de un francotirador, Gobierno de Tabasco, 1990).

En efecto, fueron otros los que crearon los postulados, los conceptos, los discursos, como el desertor del ejército federal Luis Cervantes, ex estudiante de medicina y periodista, arribista y acomodaticio:

La revolución beneficia al pobre, al ignorante, al que toda su vida ha sido esclavo, a los infelices que ni siquiera saben que si lo son es porque el rico convierte en oro las lágrimas, el sudor y la sangre de los pobres…

Usted no comprende todavía su verdadera, su alta y nobilísima misión. Usted, hombre modesto y sin ambiciones, no quiere ver el importantísimo papel que le toca en esta revolución. Mentira que usted ande aquí por don Mónico, el cacique; usted se ha levantado contra el caciquismo que asola toda la nación. Somos elementos de un gran movimiento social que tiene que concluir por el engrandecimiento de nuestra patria. Somos instrumentos del destino para la reivindicación de los sagrados derechos del pueblo. No peleamos para derrocar a un asesino miserable, sino contra la tiranía misma. Eso es lo que se llama luchar por principios, tener ideales…

Un movimiento popular

Con variados tintes regionales y por múltiples razones se desató el alzamiento armado.

¿Sabe por qué me levanté?… Mire, antes de la revolución tenía yo hasta mi tierra volteada para sembrar, y si no hubiera sido por el choque con don Mónico, el cacique de Moyahua, a estas horas andaría yo con mucha prisa, preparando la yunta para las siembras…

Revolucionarios, bandidos o como quisiera llamárseles, ellos iban a derrocar al gobierno; el mañana les pertenecía; había que estar, pues, con ellos, sólo con ellos…

Fue también la oportunidad para los ambiciosos: gente instruida en un país de iletrados; personajes que antaño eran conservadores, hasta que vislumbraron la caída del antiguo régimen.

-No comprendo cómo el corresponsal de El País en tiempo de Madero, el que escribía furibundos artículos en El Regional, el que usaba con tanta prodigalidad del epíteto de bandidos para nosotros, milite en nuestras propias filas ahora.
-¡La verdad de la verdad, me han convencido!, repuso enfático Luis Cervantes.

Pero no son los únicos arribistas. También y en mayor número están los mandos militares que desertan de las fuerzas federales cuando observan que adherirse a las fuerzas revolucionarias les reportará mayores dividendos. Serán ellos los que cosecharán los beneficios de la insurrección.

Advenedizos de banqueta causan alta con barras de latón en el sombrero, antes de saber siquiera cómo se coge un fusil, mientras que el veterano fogueado en cien combates, inútil ya para el trabajo, el veterano que comenzó de soldado raso, soldado raso es todavía. Y los pocos jefes que quedan, camaradas viejos de Macías, se indignan también porque se cubren las bajas del Estado Mayor con señoritines de capital, perfumados y peripuestos…

El estudioso John S. Brushwood escribió:

Mariano Azuela, el más importante novelista de la primera década del siglo XX, estaba completamente fuera de los círculos literarios de su tiempo y su obra pasó casi inadvertida. La fase militar de la Revolución había terminado hacía ya varios años cuando comenzó a prestársele atención a las novelas de este autor. Azuela publicó Los de abajo en 1915 en El Paso, Texas, en plena Revolución, y esta excelente novela no recibió atención hasta mediados de la década de 1920, cuando el pueblo mexicano comenzó a interesarse en saber qué le había ocurrido. Y el interés en sus novelas anteriores creció después de que Azuela se hizo famoso como novelista. Era médico, hijo de una modesta familia de la clase media y nada le debía a la oligarquía. Sus novelas prerrevolucionarias tratan ásperamente a la sociedad de su tiempo pero no hay nada en ellas que abogue por la Revolución… [Desde su novela anterior, Andrés Pérez, maderista, reprueba a oportunistas y advenedizos, a los funcionarios que cambian de bando cuando advierten la dirección en que sopla el viento, los individuos que sólo tratan de salvar el pellejo, un hacendado que sólo puede salvar su riqueza adhiriéndose a la causa de Madero…] Los de abajo es el mejor relato que se haya escrito de la Revolución popular. Mariano Azuela le puso como subtítulo «Cuadros de la Revolución», y ello es una buena descripción del libro (México en su novela, FCE, 1987)

Cambios de perspectiva

La revolución ofrece a «los de abajo» un cambio, aunque con ventajas limitadas: romper las ataduras geográficas y caciquiles; entregarse hasta el delirio en el combate; irrumpir en haciendas, casas y sitios reservados para las clases altas; fantasear con la vida que llevarán gracias a sus «avances» obtenidos mediante la rapiña; derrochar lo acopiado en una borrachera (siempre habrá forma de resarcirse); lanzar el cuerpo por delante con la posibilidad de morir sin siquiera soltar un suspiro.

La revolución es el huracán, y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval…

En 1969, Carlos Fuentes afirmó: Hay una obligada carencia de perspectiva en la novela mexicana de la revolución. Los temas inmediatos quemaban las manos de los autores y los forzaban a una técnica testimonial que, en gran medida, les impidió penetrar en sus propios hallazgos… Los de abajo, La sombra del caudillo y Si me han de matar mañana, por encima de sus posibles defectos técnicos y a pesar de su lastre documental, introducen una nota original en la novela hispanoamericana: introducen la ambigüedad (La nueva novela hispanoamericana, Ed. Joaquín Mortiz, 1969).

¡Bueno! ¡A qué negarlo, pues! Yo también he robado -asintió el güero Margarito-; pero aquí están mis compañeros que digan cuánto he hecho de capital. Eso sí, mi gusto es gastarlo todo con las amistades. Para mí es más contento ponerme una papalina con todos los amigos que mandarles un centavo a las viejas de mi casa…

En 1990, Fuentes modificó y profundizó su apreciación: Los de abajo es una crónica épica que pretende establecer la forma de los hechos, es la crónica novelística que no sólo determina los hechos sino que los critica imaginativamente… Extraña épica del desencanto. La dialéctica interna de la obra de Mariano Azuela abunda en dos extremos verbales: la amargura engendrando la fatalidad y la fatalidad engendrando la amargura… Azuela rehúsa una épica que se conforme con reflejar, mucho menos con justificar: es un novelista tratando un material épico para vulnerarlo… lo que parecería a primera vista resignación o repetición en Azuela es crítica; crítica del espectro histórico que se diseña sobre el conjunto de sus personajes… Azuela conoce perfectamente los linderos de su experiencia literaria e histórica y su advertencia es sólo ésta: el orden épico de esta revolución puede traducirse en una reproducción del despotismo anterior porque las matrices políticas, familiares, sexuales, intelectuales y morales del antiguo orden no han sido transformadas en profundidad… Gracias a Azuela se han podido escribir novelas modernas en México porque él impidió que la historia revolucionaria, a pesar de sus enormes esfuerzos en ese sentido, se nos impusiera totalmente como celebración épica. El hogar que abandonamos fue destruido y nos falta construir uno nuevo. No es cierto que esté terminado. No nos engañemos, nos dice Azuela el novelista, aun al precio de la amargura… (Valiente Mundo Nuevo, FCE, 1990)

-¿Cansado de la revolución?… Tengo veinticinco años y, usted lo ve, me sobra salud… ¿Desilusionado? Puede ser.
-Debe tener sus razones…
-Yo pensé una florida pradera al remate de un camino… Y me encontré un pantano. Amigo mío: hay hechos y hay hombres que no son sino pura hiel… Y esa hiel va cayendo gota a gota en el alma, y todo lo amarga, todo lo envenena. Entusiasmo, esperanzas, ideales, alegrías… ¡nada! Luego no le queda más: o se convierte usted en un bandido igual a ellos, o desaparece de la escena, escondiéndose tras las murallas de un egoísmo impenetrable y feroz…

La mirada crítica

José Joaquín Blanco realizó un profuso, minucioso y agudo análisis de esta obra en «Lecturas de Los de abajo» (La paja en el ojo, UAP, 1980). Diseccionó personajes, trama, estructura, situaciones, versiones de la novela y, sobre todo, el trasfondo idológico así como las obras y circunstancias del autor. Los de abajo consta de 135 páginas; el ensayo de Blanco es de 37 páginas que no tienen desperdicio, por lo que vale la pena detenerse en ellas.

Blanco compara las tres versiones que escribió Azuela de Los de abajo: la primera es la original, que en 1915 se publicó como folletín en El Paso del Norte; la segunda y definitiva es la conocida, de 1920; la tercera es una posterior adaptación teatral. «La primera incongruencia es la del asunto (revolución de masas miserables y campesinas) con el método narrativo (novela burguesa: las peripecias de un héroe individual en defensa de los valores e instituciones de la sociedad burguesa). Si se confrontan las tres versiones vemos este conflicto entre novela burguesa (la familia, la propiedad, el honor de Demetrio) y novela de masas (el movimiento gregario)».

¿Pos de dónde son ustedes?, exclamó la Pintada riendo a carcajadas. Si eso de que los soldados vayan a parar a los mesones es cosa que ya no se usa. ¿De dónde vienen? Llega uno a cualquier parte y no tiene más que escoger la casa que le cuadre y ésa agarra sin pedirle licencia a naiden. Entonces ¿pa quén jue la revolución? ¿Pa los catrines? Si ahora nosotros vamos a ser los meros catrines…

Los de abajo -prosigue Blanco- es la historia de un hogar que a pesar de todo triunfa… En casi todas las novelas de Azuela que tratan de tiempos de paz, cuando la propiedad se pierde o el hogar se deshace sus protagonistas viven el «infierno» de andar fuera de sus raíces familiares, y con ellos vienen crímenes, robos, vicios, catástrofes que de ninguna manera resultan inferiores a los que la guerra depara a los alzados… De la lucha justa y aldeana del desprotegido contra el poderoso se transita hacia una cadena de matanzas, saqueos, borracheras y truculencias cada vez más aceleradas. Surge la pregunta (o moraleja): ¿para qué la revolución? ¿para corromper, masacrar y hundir más a los de abajo, mientras una nueva e igualmente opresora generación de los de arriba se disputa el botín del país?

¡Qué hermosa es la Revolución, aun en su misma barbarie!, pronunció Solís conmovido. Luego, en voz baja y con vaga melancolía: Lástima que lo que falta no sea igual. Hay que esperar un poco. A que no haya combatientes, a que no se oigan más disparos que los de las turbas entregadas a las delicias del saqueo; a que resplandezca diáfana, como una gota de agua, la psicología de nuestra raza, condensada en dos palabras: ¡robar, matar!… ¡Qué chasco, amigo mío, si los que venimos a ofrecer todo nuestro entusiasmo, nuestra misma vida por derribar a un miserable asesino, resultásemos los obreros de un enorme pedestal donde pudieran levantarse cien o doscientos mil monstruos de la misma especie!… ¡Lástima de sangre! […] Sintió un golpecito seco en el vientre, y como si las piernas se le hubiesen vuelto de trapo, resbaló de la piedra. Luego le zumbaron los oídos… Después, oscuridad y silencio eternos…

Tradición oral, literatura y realidad

Apenas en 1914 los villistas habían realizado un espectacular avance del norte hacia el centro del país, superando incluso la reticencia de los jefes militares aliados. Llegaron a dominar la mayor parte del país y establecieron una alianza con los zapatistas. Parecían imbatibles.

Como cantares de gesta, las historias de los grupos rebeldes iban de boca en boca, creciendo a cada narración, magnificándose.

¡Oh, Villa!… ¡Los combates de Ciudad Juárez, Tierra Blanca, Chihuahua, Torreón! Había que oír la narración de sus proezas portentosas. Villa es el indomable señor de la sierra, la eterna víctima de todos los gobiernos, que lo persiguen como a una fiera; Villa es la reencarnación de la vieja leyenda: el bandido-providencia, que pasa por el mundo con la antorcha luminosa de un ideal: ¡robar a los ricos para hacer ricos a los pobres! Y los pobres le forjan una leyenda que el tiempo se encargará de embellecer para que viva de generación en generación… ¡Ah, las tropas de Villa! Puros hombres norteños, muy bien puestos, de sombrero tejano, traje de kaki nuevecito y calzado de los Estados Unidos de a cuatro dólares… Traen sus carros apretados de bueyes, carneros, vacas. Furgones de ropa; trenes enteros de parque y armamentos, y comestibles para que reviente el que quiera… ¡Ah, los airoplanos! Haga usté de cuenta un pájaro grande, muy grande, que aparece de repente que ni se bulle siquiera. Y aquí va lo mero bueno: adentro de ese pájaro, un gringo lleva miles de granadas. ¡Afigúrese lo que será eso! Llega la hora de pelear, y como quien les riega maíz a las gallinas, allí van puños y puños de plomo pa’l enemigo. Y aquello se vuelve un camposanto… Y como Anastasio Montañés preguntara, vino a cuenta de que todo lo que con tanto entusiasmo estaban platicando sólo de oídas lo sabían, pues nadie de ellos le había visto jamás la cara a Villa…

En 1915, las fuerzas de Villa comenzaron a perder batallas contra los carrancistas, sobre todo con el regimiento comandado por Álvaro Obregón. Sorprende en esta novela lo actualizado de los hechos.

-La verdad, sí somos desertores; nos le cortamos a mi general Villa de este lado de Celaya, después de la cuereada que nos dieron.
-¿Derrotado el general Villa?… ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!…
Los soldados rieron a carcajadas. […] Los prisioneros dieron una detallada relación de la tremenda derrota de Villa en Celaya. Se les escuchó en un silencio de estupefacción…

Mitología instantánea

No sólo las grandes batallas de los principales líderes son convertidas en hazañas monumentales por la tradición oral, también las correrías de rebeldes regionales…

Lo felicitó efusivamente por sus hechos de armas, por sus aventuras, que lo habían hecho famoso, siendo conocidas hasta por los mismos hombres de la poderosa División del Norte. Y Demetrio, encantado, oía el relato de sus hazañas, compuestas y aderezadas de tal suerte, que él mismo no las conociera. Por lo demás, aquello tan bien sonaba a sus oídos, que acabó por contarlas más tarde en el mismo tono y aun por creer que así habíanse realizado…

Blanco comenta: No solo el heroísmo se volvió legendario, falseándose, sino también la brutalidad y el bestialismo. Y durante décadas los hombres de la revolución, y aun sus descendientes, hubieron de escuchar los relatos truculentos que se iban exagerando. Las masas revolucionarias no hicieron su historia, sino sus aterrados cronistas, que rescataron principalmente aquellos rasgos que provocaban su shock, y en menor medida los otros múltiples aspectos que entretejían la vida cotidiana durante la revolución… La literatura mexicana vio la revolución con los ojos de la civilización, aquello que atentaba contra ella o aquello que prometía nuevos proyectos. No es de extrañar que se congele en la mueca del ataque o de la victimización. Sin embargo, y a pesar de los episodios truculentos, hay en Azuela una generosa disposición a verlos con mayor espesor. Así, las masas que iban a ser el telón de fondo, y que fueron ganándose la novela, expresan otro punto de vista: la bola con todos sus riesgos era, al principio, más vivible que la opresión brutal del orden… La revolución creaba su mundo instantáneo, con sus propias características: la camaradería, el relajo, la promiscuidad, la vulgaridad, los placeres del guerrero, la libertad, la matanza, la borrachera, el saqueo, los sueños macabros de venganza… Y fue seguramente esa desatadura lo que más atrajo a Azuela. En octubre de 1914, cuando ya era un padre de familia con siete hijos, se decidió por la aventura y se unió como médico, con el grado de teniente coronel, a las tropas del villista jalisciense Julián Medina… Pero el júbilo primero por la libertad tendrá como consecuencia inevitable la condena del libertinaje, pues fuera del orden se enloquece, se pierden los valores y los principios, se degeneran las sensaciones, etc. Por ello, en lugar de, por ejemplo, reflexionar sobre la terquedad de los alzados en las armas cuando ya todo es confusión, se acentúa el cataclismo… La revolución llegó a ser el espantapájaros de escuchas aterrados. Por ello es necesario revisar en sus múltiples lecturas Los de abajo, en su contradicción; y además buena parte de sus otras novelas, no siempre inferiores a aquélla, para ver que este autor tiene aún más capacidad de terror ante las expoliaciones de la ley, de la paz, de la propiedad, de la familia y de la iglesia, que el mostrado ante la turba de masas…

Los de abajo, un ente extraño para los de arriba

Blanco cuestiona: ¿Era absurda la revolución o eran absurdos los modelos burgueses que Azuela vistió de campesinos para protagonizarla en su novela?… Demetrio Macías no cambia en toda la novela, está hecho como ícono del principio al final… «Si yo me hubiera encontrado entre los revolucionarios a un tipo de la talla de Demetrio Macías, lo habría seguido hasta la muerte», le escribió Azuela a José López Portillo y Rojas. Tampoco lo encontró en la paz, ni entre los intelectuales, ni en sector alguno del México de su tiempo, porque esa talla es un fantasma que cubre la realpolitik de la vida moral. Una obsesión moral propia de su decidido liberalismo… La obsesión moral petrifica al protagonista en la sola dimensión del escepticismo. Frente a esta actitud aparecen las razones de las masas, que sí saben a su modo y lo expresan con sus propios signos qué están haciendo, por qué y de qué modo; aunque sus respuestas no se dirijan a las preguntas que plantearía en ese momento la cultura ilustrada… Sin embargo, Demetrio Macías es un honesto y valiente intento de romper la barrera clasista de la literatura mexicana. Los de abajo anuda -es una de sus mayores, estupendas virtudes- el enfrentamiento entre la realidad insufrible de los de abajo y los límites de la cultura conmiserativa de los de arriba. Por una parte, testimonia el mejor impulso de nuestra literatura liberal; por la otra, es uno de los asomos más audaces a la realidad de la opresión. Esto desde 1915. Y esta confrontación (que está también en Revueltas y en Rulfo) todavía nos asfixia. Nuestra literatura sigue mistificando cuando se trata de hablar de hombre y grupos humanos que no se parecen socialmente a las clases medias de donde salimos los autores y los lectores…

Camila no pudo contenerse y regresó ahogándose en sollozos. «A mi hija le han hecho mal de ojo», rumoreó señá Agapita, perpleja. Meditó mucho tiempo, y cuando lo hubo reflexionado bien, tomó una decisión: de una estaca clavada en un poste del jacal, entre el Divino Rostro y la Virgen de Jalpa, descolgó un barzón de cuero crudo que servía a su marido para uncir la yunta y, doblándolo, propinó a Camila una soberbia golpiza para sacarle todo el daño…

En Los de abajo -añade Blanco-, la revolución se vuelve absurda y criminal cuando deja de ser aldeana; en la lucha concreta contra el cacique particular no había bola, ni la confusión y la enajenación del desarraigo.

El pasmo ante la violencia

Blanco señala: Las principales armas de Luis Cervantes son la intimidación cultural y la carencia del menor sentido del honor. Su característica principal es su ambición de riqueza. Azuela no le da ningún sentimiento ni emociones personales, ni complejidad sicológica; nada sabemos de él que no sea cómo sacar provecho económico de las situaciones. La eficacia de sus parlamentos seguramente se debe a que fueron escritos en serio. Son ciertos, razonables, incluso constituyen una crítica al poder. Pero Azuela no pudo evitar el maniqueísmo: un Demetrio Macías que no puede existir en la vida real, y un Luis Cervantes que la caricaturiza. Es como un auto sacramental donde combaten el ideal contra la práctica de la moral de la clase media…

Cuando el regimiento que dirige Demetrio Macías (ya no «una veintena de encuerados y piojosos») se une a fuerzas villistas descubre la embriaguez de las grandes batallas y del saqueo a gran escala, la adicción a la orgía interminable de alcohol, derroche, sangre y rapiña. Incluso las grandes derrotas serían superadas por la delirante sensación de una libertad ya conquistada:

Y hacían galopar a sus caballos, como si en aquel correr desenfrenado pretendieran posesionarse de toda la tierra. ¿Quién se acordaba ya del severo comandante de la policía, del gendarme gruñón y del cacique enfatuado? ¿Quién del mísero jacal, donde se vive como esclavo, siempre bajo la vigilancia del amo o del hosco y sañudo mayordomo, con la obligación imprescindible de estar de pie antes de salir el sol, con la pala y la canasta, o la mancera y el otate, para ganarse la olla de atole y el plato de frijoles del día? Cantaban, reían y ululaban, ebrios de sol, de aire y de vida…

Blanco apunta con tino: La violencia es un claro y simple mecanismo de poder. La desatan los caciques y el ejército huertista cuando ya no tienen más recursos de control sobre las masas que la brutalidad ilimitada: el saqueo, las violaciones, la destrucción, la leva, el escarmiento de los ahorcados, etc., se imponen como regla de la nueva situación, que habrán de recrudecerse en la lucha de facciones. Ser menos violentos que los otros era perder. Sin embargo, en la novela la brutalidad que ocurre es la de las masas, mientras que la del ejército huertista es solamente enunciada. De ahí la ilusión óptica de que esa violencia desatada era la de las masas casi exclusivamente, la raza irredenta, la resurrección tribal o la bestialización… El Güero Margarito es el prototipo de esta crueldad gratuita, en el sentido de que no ocurre en batalla ni por causas importantes: la crueldad por gusto, por desahogo, por impune prepotencia que hay que gastar contra quien se pueda, ya que los enemigos de clase están tan lejos y poder que no se ejerce no es poder…

Les llamaban los gorrudos. Y los gorrudos regresaban tan alegremente como habían marchado días antes a los combates, saqueando cada pueblo, cada hacienda, cada ranchería y hasta el jacal más miserable que encontraban a su paso…

Blanco va a fondo: Esa mueca bestial ataviada con las baratijas del saqueo manifiesta el terror con que liberales como Azuela veían a los de arriba dentro de los de abajo, que trepando la jerarquía militar se afianzaban para la repartición del botín. Porque esa gratuidad en la violencia estaba llena de voluntad de poder… Y con rasgos semejantes describirá, ya en tiempos de paz, a diputados, líderes, políticos, pistoleros, los «pitecántropos»…

Acaso el mayor reproche que se le puede hacer, en conjunto, a la obra del doctor Azuela sea la de constituir un voyeurismo regañón en los mundos del desorden -señala Blanco-… El viejo conflicto: lo moralmente asumido no es lo realmente vivido, y el novelista sufre el conflicto entre la verdad de sus personajes y la verdad de sus principios morales personales. Los de abajo es una gran novela precisamente porque ambas verdades se confrontan y se ponen en crisis. Los principios culturales del autor tienden a la mistificación de los personajes, a fin de que representen a esos principios y no a la realidad de que tratan; pero a su vez, los personajes desequilibran a los principios culturales que tratan de mistificarlos. Por un lado, la historia de Demetrio Macías y las reflexiones escépticas, por el otro los vitales cuadros y escenas de la revolución.

Y a pesar de todo, las masas asoman

El relato de Azuela, crudo, desencantado, corre a nivel de piso entre la gente común de caseríos, cañadas y ciudades y regimientos. Con un estilo conciso y directo logra un tono de autenticidad.

Para Blanco, El Güero Margarito y La Pintada son los casos extremos de nomadismo, y los que más enfáticamente encarnan «la belleza de la barbarie»… Por su entereza y su vigor, La Pintada se asumió de inmediato como uno de los más brillantes personajes femeninos de la literatura mexicana, al contrario de su comparsa, el Güero, que con su bestialidad absoluta no se gana un solo rasgo de simpatía.
Por otro lado, añade Blanco, no hay mucha conciencia revolucionaria, sino la tradición de las guerras del siglo XIX: mochos y chinacos, curros y patarrajadas… En Azuela hay un elogio a la violencia física como arma del oprimido que se defiende. Para él la vileza está en las armas sofisticadas (que cualquier «poco hombre» puede usar).

No le hace, pa todo hay tiempo, como no arrebaten -respondió Pancracio, preparando su fusil…

¡Pos hora sí, muchachos, -dijo la Codorniz-… cada araña por su hebra!…

Los tiempos son malos y hay que aprovechar, porque «si hay días que nada el pato, hay días que ni agua bebe»…

Blanco rescata esos personajes que apenas se asoman en una línea, pero existen como chispazos de una gran vitalidad. Y se rebelan al proyecto novelístico, relumbrando con sus apariciones parciales, de tal modo que la novela también es una tumultuosa reunión de masas móviles. [En toda su obra, Azuela tiene una prodigiosa capacidad para la creación de personajes breves y súbitos, que tienen generalmente más vida que los mistificados protagonistas; gente del montón, que asoma la cabeza y la fija relumbrantemente en la novela.] Una de las razones es la preocupación de Azuela por ser leal a los sentidos. Los datos de los sentidos contra las mistificaciones de una cultura. Desde luego, la lealtad a los sentidos no puede ser absoluta, pues también están conformados culturalmente; por ejemplo, Azuela se atreve a mirar como son a las masas, pero no puede dejar de compararlas a cada momento con animales, metáfora a la que lo obliga una cultura con tal abismo entre clases y razas… Pero aún así, sus ojos son de una amplísima generosidad para captar las imágenes de la miseria… En el lenguaje, Azuela trata de recobrar sus voces, con un oído espléndido y un registro minucioso. De principio a fin, se oye el tono del lenguaje popular, tejido con pequeños detalles coloquiales…

Oye, curro… Yo quería icirte una cosa… Oye, curro; yo quiero que me repases La Adelita… pa… ¿A que no adivinas pa qué?… Pos pa cantarla mucho, mucho, cuando ustedes se vayan, cuando ya no estés tú aquí…, cuando andes ya tan lejos, lejos…, que ni más te acuerdes de mí…

En opinión de Blanco, esta audacia para asumir la vulgaridad, el tremendismo, la caricatura, el mal gusto, el feísmo permite la presencia de la muchedumbre en Los de abajo.

Revolución infinta, destino trágico

Los revolucionarios terminan actuando como los federales. La rapiña los hace perder el apoyo social.

Igual a los otros pueblos que venían recorriendo desde Tepic, pasando por Jalisco, Aguascalientes y Zacatecas, Juchipila era una ruina. La huella negra de los incendios se veía en las casas destechadas, en los pretiles ardidos. La mueca pavorosa del hambre estaba ya en las caras terrosas de la gente, en llama luminosa de sus ojos que, cuando se detenían sobre un soldado, quemaban con el fuego de la maldición…

Para Blanco, las inmediatamente célebres recriminaciones de Solís contra las masas son una de las más poderosas razones del éxito de esta novela, al grado de reducirla a ellas; están situadas en el rechazo que tanto Solís como Valderrama hacen de su clase… Frente a la revolución, la cultura liberal -que en la mayoría de sus casos era racista, y sólo en los extremos de audacia era conmiserativa- se quedaba corta. O se la aplastaba, o se la corrompía. No había manera razonable de convivir con las masas que habían sido vistas por esa cultura como escenografía, bestias de trabajo o accidente orográfico…

Lo que yo no podré hacerme entrar en la cabeza -observó Anastasio Montañés- es eso de que tengamos que seguir peleando… ¿Pos no acabamos ya con la Federación? Inquieto y terco, fue con la misma observación a otros grupos de soldados, que reían de su candidez. Porque si uno trae un fusil en las manos y las cartucheras llenas de tiros, seguramente que es para pelear. ¿Contra quién? ¿En favor de quiénes? ¡Eso nunca le ha importado a nadie!…

-¿Por qué pelean ya, Demetrio? -le pregunta su esposa.
Demetrio, las cejas muy juntas, toma distraído una piedrecita y la arroja al fondo del cañón. Se mantiene pensativo viendo el desfiladero, y dice:
-Mira esa piedra cómo ya no se para…

Un camino inconcluso

Blanco es categórico: A través de esa violencia las masas se introdujeron en la literatura mexicana (en momentos semejantes de violencia lo habían hecho durante el siglo XIX, como en las páginas de Guillermo Prieto, pero a nuestra letras ya se les había olvidado) y revitalizaron un género, la novela, que ya no podría prescindir de ellas…

«El ‘mensaje ideológico’ se ve desbordado y negado por el juego dialéctico de los caracteres, el ritmo del diálogo, la vitalidad de la acción. La proclama moral de Azuela adquiere otro relieve y otro contexto», señala Carlos Monsiváis. Los de abajo, pues -agrega Blanco-, no es una novela rebasada, por mucho que pueda criticársele, sino sigue siendo la novela del problema fundamental de la cultura mexicana: la realidad concreta frente a las mistificaciones de la mentalidad liberal.

José Joaquín Blanco concluye con tres puntos: a) Azuela nunca se consideró «novelista de la revolución mexicana», un movimiento de masas no sólo iletradas sino analfabetas; b) los autores ni cubren la mayor parte de ese hecho social, ni representan a todos los movimientos más importantes; c) ni el estilo, la cultura, las ideas o la sensibilidad se parecen a quienes sí hicieron la revolución. Se haría más justicia a las novelas tomándolas como lo que son: una reflexión de escritores liberales ante un hecho que los desbordó.

Queda mucho por escribir de la revolución mexicana, y también mucho por debatir de la vibrante novela Los de abajo.

[ Gerardo Moncada ]

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