
Escrita en 1513, fue publicada en 1532. En esta obra, el autor florentino ofrece una cátedra de teoría política aplicada, no exenta de polémica.
Si Tomás Moro fue el precursor utópico de los socialistas, Nicolás Maquiavelo fue el de los neoliberales del siglo 21. Con una visión dura, descarnada, incluso amoral, El príncipe establece una serie de acciones y conductas que permiten a los privilegiados acceder al poder y les ayudan a conservarlo.
No es casual que, hacia finales del siglo XX, los líderes conservadores europeos elogiaran esta obra al considerarla “referencia durante generaciones de estadistas y diplomáticos”, como decía el entonces ministro italiano Silvio Berlusconi. En el mismo tenor, enciclopedias y diccionarios la definían como una exaltación de «la razón de Estado” (las medidas excepcionales, por lo general extremas, que adoptan los mandatarios). El príncipe también fue adaptado a muy variados entornos, como el manejo gerencial de empresas.
Al margen de las preferencias ideológicas, se trata de un clásico que conserva vigencia al exponer aspectos específicos del ejercicio del poder que hasta nuestros días se aplican (o se intentan aplicar). En su tiempo, Maquiavelo recurrió a ejemplos que se remontaban a la antigüedad y otros muy cercanos a la época en que escribió este tratado.
[Al invadir Lombardía, entre 1499 y 1512] el rey Luis cometió estos cinco errores: destruir a los menos poderosos; acrecentar en Italia el poder de uno que ya era fuerte (la iglesia); introducir en ella a un extranjero poderosísimo (España); no haber venido a vivir aquí, y no crear colonias. Y, sin embargo, estos errores podrían no haberlo perjudicado mientras vivió, si no hubiese cometido el sexto: arrebatarles el poder a los venecianos [sus aliados en la ocupación]… (Capítulo III)
PRINCIPADOS… REINOS… ESTADOS
En 1513 Maquiavelo escribe: “He compuesto una obra sobre los principados, extendiéndome lo más que he podido por el profundo conocimiento que he adquirido del asunto. Examino lo que es un principado, en qué consiste, y sus clases; cómo se adquieren, cómo se conservan y cómo se pierden… Por este trabajo, si merece el elogio, se verá que he pasado quince años estudiando el arte de gobernar”.
Y en efecto, la forma de gobernar descrita por Maquiavelo ha sido motivo de estudio, debate entre consejeros, polémica política, y reflexión entre gobernantes no sólo de principados sino también de reinos y repúblicas.
El príncipe consta de 26 capítulos. En su primera parte, del capítulo I al XI, examina los tipos de principado y las formas de llegar al poder; esto último, se advierte, sólo es posible cuando confluyen la virtud del príncipe, la fortuna y la ocasión. La segunda parte va del capítulo XII al XXV, en los cuales expone la política de defensa del Estado, las características del príncipe y consejos para gobernar.
Maquiavelo retomó dos conceptos relevantes desde la antigüedad: fortuna y virtud. La fortuna se refería al conjunto de acontecimientos que se deben enfrentar; la “señora de los sucesos”, mencionaba Cicerón en tiempos del imperio Romano. Era un concepto que prácticamente se mantenía inalterado desde la antigua Grecia. En contraste, la virtud siempre había sido motivo de debate. Diversas culturas consideraban que en las guerras se debía combatir “por virtud” y no con engaños ni sorpresas. Historiadores romanos señalaban: “El varón prudente y virtuoso ha de saber que la única victoria es la que puede darse con entera dignidad”. En la Eneida, Virgilio muestra las dos caras, al preguntar: “¿Qué más da que el enemigo triunfe por valor que por astucia?”; y al elogiar: “Y no se digna derribar a Orodes en su fuga, sino que le persigue, espera y ataca de frente. Enemigo de los ardides, ansía triunfar por su denuedo”. El propio Alejandro el Grande (tan admirado por el escritor florentino), cuando le exhortaba Poliperconte a aprovechar la noche para asaltar a Darío, expresó: “No seré yo quien busque victorias robadas. Prefiero arrepentirme de la fortuna que ruborizarme de la victoria”.
Pero en el siglo XVI todo estaba cambiando y Maquiavelo no dudó al afirmar que un príncipe “virtuoso” es el que hace cualquier cosa por alcanzar el poder y conservarlo.
De ahí que los diccionarios actuales definan “maquiavelismo” como “Política desprovista de conciencia y buena fe”.
TOMAR EL PODER
Maquiavelo avala la conquista, el despojo, la expansión de los territorios: “Es algo muy natural y legítimo; y siempre que los hombres puedan hacerlo serán alabados o no censurados; pero cuando no pueden y quieren hacerlo, caen en el error y se les censura” (Capítulo III).
Los hombres cambian con gusto de señor creyendo mejorar. Y esta creencia les hace levantarse en armas contra aquél, con lo cual se engañan, porque, por propia experiencia, se dan cuenta de que han empeorado… El príncipe tiene como enemigos a todos aquellos a los que ha ofendido al ocupar ese principado, y no puede mantener como amigos a los que le pusieron en él, pues no les puede satisfacer en la medida en que se habían imaginado… (Capítulo III)
Los obstáculos que enfrentan al adquirir el principado se deben en parte a las nuevas instituciones y a las normas que se ven forzados a introducir para afianzar su Estado y su seguridad. Y téngase en cuenta que no hay nada más difícil de tratar, de éxito más dudoso, ni más peligroso de manejar, que hacerse promotor de nuevas instituciones. Porque el introductor tiene como enemigos a todos aquellos a los que benefician las antiguas instituciones… (Capítulo VI)
EJERCER EL PODER
En la visión de Maquiavelo, el príncipe debe luchar por el poder, el control de los súbditos y la posesión de bienes y territorios. Por ello, la idea de una correlación de fuerzas es inexistente, pues todo se reduce a una pirámide donde la cúspide la ocupa el monarca y todos mueren o matan en su anhelo por ocupar ese sitio.
Pertenece al orden de las cosas que, nada más que entra un extranjero poderoso en una provincia, todos los que son poco poderosos se adhieran a él, movidos por su envidia contra quien es más poderoso que ellos… (Capítulo III)
Todos los príncipes sabios no sólo han de preocuparse de los problemas presentes, sino también de los futuros, y obviarlos con habilidad; porque si los prevés los puedes remediar fácilmente… (Capítulo III)
La negociación política es vista como una expresión de debilidad.
Es necesario examinar si los innovadores se valen por sí mismos o si dependen de otros; es decir, si para conducir a término su obra deben rogar o, por el contrario, pueden recurrir a la fuerza. En el primer caso siempre acaban mal y no llevan a cabo cosa alguna; pero cuando sólo dependen de ellos mismos y pueden recurrir a la fuerza, raras veces corren peligro… (Capítulo VI)
Quien ocupe un Estado debe meditar respecto a todas las ofensas que debe infligir y realizarlas todas de golpe y no tenerlas que renovar todos los días, y así tranquilizar a los hombres y ganárselos con favores… (Capítulo VIII)
Maquiavelo recomienda a los monarcas ser intrépidos. “Nada hace estimar tanto a un príncipe como las grandes empresas y dar de sí ejemplos extraordinarios… Un príncipe se las debe ingeniar para que cada una de sus acciones le proporcione fama de hombre grande y de hombre excelente”. Por ello, el florentino critica la indecisión.
Los príncipes indecisos, para huir de los peligros presentes, la mayoría de las veces se inclinan por la neutralidad, y la mayoría de las veces precipitan su ruina… (Capítulo XXI)
Asimismo, el príncipe debe proceder de manera que evite ser odioso o despreciable. Le hace odioso el ser rapaz y usurpador de los bienes y las mujeres de sus súbditos; le hace despreciable el mostrarse voluble, frívolo, débil, pusilánime e indeciso.
Uno de los más potentes remedios que tiene un príncipe contra las conjuras es no ser odiado por la mayoría, porque el que conjura siempre cree satisfacer al pueblo con la muerte del príncipe… (Capítulo XIX)
La selección de sus ministros da una idea de la inteligencia del príncipe.
Un príncipe prudente elegirá a hombres sabios y sólo a éstos les dará libertad para decirle la verdad y sólo de las cosas que él les pregunte y no de otras. Sin embargo, debe preguntarles por todo y oír sus opiniones para después decidir por sí solo a su manera. Pues corresponde a la prudencia del príncipe decidir cuáles son los buenos consejos, y no que los consejos definan el proceder del monarca… (Capítulo XXIII)
EL FIN JUSTICA TODO
Haga pues el príncipe todo lo posible por ganar y conservar el Estado, y los medios serán juzgados honorables y alabados por todos. Pues el vulgo se deja seducir siempre por la apariencia y por el resultado final de algo… (Capítulo XVIII)
Puesto que el objetivo medular de Maquiavelo es la conquista del poder y la conservación del mismo, todo lo que se haga en este sentido le resulta justificable.
Por ejemplo, el uso de la fuerza es crucial; incluso su abuso.
Se puede decir que las crueldades están bien usadas cuando se realizan en un determinado momento por necesidad de asegurarse y en las que después no se insiste, sino que se convierten, en la medida de lo posible, en útiles para los súbditos. Mal usadas son aquellas que, aunque en un principio sean pocas, con el tiempo crecen en lugar de decrecer… (Capítulo VIII)
Un príncipe no se debe preocupar de que le tachen de cruel, si a cambio mantiene a sus súbditos unidos y leales… Surge una discusión: si es mejor ser amado que temido, o al contrario. Sería conveniente tanto lo uno como lo otro. Pero, como es muy difícil reunir ambas cosas, es mucho más seguro ser temido… Tan solo debe ingeniárselas para evitar que le odien… (Capítulo XVII)
Todo se le justifica a quien tiene el poder.
Un príncipe prudente no puede, ni debe, mantener la palabra dada cuando tal cumplimiento se le vuelve en contra y hayan desaparecido los motivos que le hicieron prometer. Como los hombres son malvados y no te guardarían a ti su palabra, tú tampoco tienes por qué guardársela a ellos. Y a un príncipe jamás le faltaron motivos legítimos para justificar el incumplimiento de lo apalabrado… (Capítulo XVIII)
Más aún: “A menudo, para conservar el Estado, el príncipe necesita obrar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad y contra la religión”.
Maquiavelo retoma (sin citarlo) la frase del general espartano Lisandro, quien dijo: “Donde no basta la piel del león hay que coserse un retazo de la del zorro”. De ahí surge la propuesta de que el príncipe debe actuar con la fuerza del león y la astucia de la zorra, o al menos aparentar que tiene ambas cualidades.
Es necesario ser un gran simulador y disimulador. Y los hombres son tan simples, y obedecen tanto a las necesidades del momento, que el que engaña encontrará siempre uno que se deje engañar… (Capítulo XVIII)
VIRTUD Y OCASIÓN
Al examinar las acciones y las vidas de figuras que han conquistado o fundado reinos se ve que la fortuna sólo les ofreció la ocasión; y ésta les proporcionó la materia para que pudieran plasmar en ella la forma que les pareció más oportuna. Y, sin esa ocasión, se habría apagado la virtud en su ánimo, y, sin la virtud, la ocasión se les habría presentado en vano… (Capítulo VI)
Entre los personajes admirados por Maquiavelo destaca Cesare Borgia, en quien observa múltiples cualidades políticas, incluida la frialdad para recurrir a la brutalidad y la manipulación como expresión de “buen gobierno”.
Quien en su principado nuevo juzgue necesario asegurarse contra los enemigos, ganarse amigos, vencer o por la fuerza o por el engaño, hacerse amar y temer por los pueblos, hacerse seguir y reverenciar por los soldados, destruir a quienes le puedan o deban ofender, innovar el antiguo orden con nuevas instituciones, ser severo y agradable, magnánimo y liberal, suprimir la milicia desleal, crear una nueva, mantener la amistad de los reyes y de los príncipes para que tengan que beneficiarle con cortesía o atacar con temor, no puede encontrar ejemplo más reciente que las acciones del duque Cesare Borgia… (Capítulo VII)
Para Maquiavelo, la ética no es un conjunto de principios que guían las acciones sino una herramienta de ocasión y conveniencia.
Un hombre que quiera ser bueno en todo es inevitable que fracase entre tantos que no lo son. Por lo cual es preciso que un príncipe, si quiere conservar el poder, aprenda a no ser bueno, y serlo o no, según la necesidad… (Capítulo XV)
El príncipe no ha de preocuparse de que le censuren por aquellos vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado; porque, si examinamos bien todo, se encontrará algo que parecerá virtud, pero que practicarlo supondrá su ruina, y algo que parecerá vicio, pero practicándole proporcionará seguridad y bienestar… (Capítulo XV)
Maquiavelo sugiere al príncipe ser prudente en los gastos, “no debe preocuparse de que le califiquen de mezquino”. Su fama mejorará cuando se vea que administra en forma adecuada las rentas, que no incrementa los impuestos y que es liberal con muchos y mezquino con pocos.
Acerca de la fortuna, ésta arremete con su ímpetu donde no hay una virtud preparada para resistírsele o para aprovechar en parte su fuerza.
El príncipe que sólo se apoya en la fortuna se arruina. Como la fortuna cambia y los hombres siguen obstinados en su proceder, son felices cuando concuerdan, e infelices cuando no lo hacen. Por ello, es mejor ser impetuoso que precavido, acomodar el proceder a las circunstancias del momento y en ocasiones someter a la fortuna, aunque sea necesario castigarla y golpearla… (Capítulo XXV)
EL PODER DE LAS ARMAS
Los principales cimientos que tienen todos los Estados son las buenas leyes y las buenas armas… (Capítulo XII)
Maquiavelo recomienda a los príncipes contar con su propio ejército, así como acopiar los medios de subsistencia y defensa en previsión de cualquier ataque, pues tales medios son indispensables para mantener firmes los ánimos de sus conciudadanos.
Un aspecto fundamental es con qué armas cuenta un príncipe.
Las armas con las que un príncipe defiende su Estado o son suyas propias o mercenarias, o auxiliares o mixtas. Las mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas. Si un Estado se apoya en las armas mercenarias no estará nunca tranquilo ni seguro, porque éstas están desunidas y son ambiciosas, indisciplinadas, desleales y sus capitanes aspiran a su propia grandeza… La experiencia nos muestra cómo principados y repúblicas con armas propias obtienen grandes victorias, mientras que las armas mercenarias no ocasionan más que daño… (Capítulo XII)
Las armas auxiliares son las de un poderoso al que se pide ayuda. “Estas tropas pueden ser útiles y buenas para sí mismas, pero son casi siempre perjudiciales para quien las llama, porque, si pierdes, quedas deshecho, y si vences, quedas a su merced”. Y es que “las armas de otros o te vienen grandes, o te pesan, o te oprimen”.
Sin armas propias, ningún principado está seguro… (Capítulo XIII)
Un príncipe no debe tener más objetivo ni más preocupación, ni dedicarse a otra cosa que no sea la guerra y su organización y estudio; porque este es el único arte que compete a quien manda… No debe apartar nunca su pensamiento del ejercicio de la guerra, y en los tiempos de paz deberá ejercitarse más que en los de guerra, pudiéndolo hacer de dos formas: con sus obras y con la mente… (Capítulo XIV)
La fidelidad del ejército se compra:
Al príncipe que está en campaña con sus ejércitos y se nutre de botines, de saqueos y de rescates, y maneja lo que es de otros, le es necesaria la liberalidad pues, si no, no sería seguido por sus soldados… El gastar lo de otros no te quita reputación, sino que te la añade; solamente te perjudica el gastar lo tuyo… (Capítulo XVI)
En cambio, no hay forma de comprar amigos leales:
Las amistades que se adquieren a costa de recompensas y no con grandeza y nobleza de ánimo, se compran, pero no se poseen, y cuando las necesitas no puedes contar con ellas… (Capítulo XVII)
El análisis de Maquiavelo se circunscribe al entorno que conoció: un sistema aristocrático en el que pequeñas élites ejercían el poder en los espacios que les correspondían, y se mantenían en pugna buscando expandir sus dominios y escalar en la jerarquía de la aristocracia.
Siempre, incluso cuando se poseen ejércitos poderosos, se necesita la benevolencia de los provincianos para entrar en una provincia… (Capítulo III)
VISIÓN MAQUIAVÉLICA DEL PUEBLO
Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nunca se han visto, y que ni siquiera se ha sabido que existieran realmente, pues hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que quien deja lo que se hace por lo que se debería hacer encuentra antes su ruina que su salvación… (Capítulo XV)
Se afirma que con este comentario Maquiavelo descalificaba La república de Platón. Sin embargo, es muy probable que aludiera a una obra que causó revuelo a principios del siglo XVI: Utopía, de Tomás Moro, una obra humanista centrada en la colectividad, el acuerdo social y el bien común, aspectos a los que Maquiavelo daba escasa importancia.
Unos años después, Michel de Montaigne escribiría: “Hay quienes censuran a los hombres el perseguir en demasía las cosas futuras y les exhortan a atenerse a los bienes presentes. Quienes así opinan dan en el más común de los humanos errores ya que la misma naturaleza nos encamina para servir a la continuación de nuestra obra; además, graban en nosotros una imaginación falsa, más ganosa de nuestra acción que de nuestro conocimiento”.
En efecto, El príncipe es un texto pragmático, una guía, un manual que indica qué hacer y cómo. En el capítulo XV, su autor advierte: “Mi intención ha sido la de escribir algo útil para quien lo lea”, pero sería más preciso hablar de utilidad “práctica” y que el lector buscado era Lorenzo de Medici, gobernante de Florencia, a quien Maquiavelo solicitaba ayuda.
Enfocado en las élites, el autor sólo ve al cuerpo social como una comparsa en las pugnas de poder, utilizable de acuerdo a las circunstancias.
La naturaleza de los pueblos es voluble; y es fácil convencerlos de algo, pero difícil mantenerlos convencidos. Por eso conviene estar organizado de tal modo que, cuando ya no confíen, se les pueda hacer confiar por la fuerza… (Capítulo VI)
Quien se haga dueño de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destruya, que espere ser destruido por ella; porque, en el caso de que se rebele, lo hará siempre en nombre de su libertad y de sus antiguas instituciones políticas, que, ni con el paso del tiempo ni por los beneficios recibidos, se olvidan nunca… (Capítulo V)
Maquiavelo define como “principado civil” aquel en que un particular, con el favor de sus conciudadanos, se convierte en príncipe. Y aunque le da la razón al pueblo en su deseo de no ser oprimido por la nobleza, considera que este modo de gobierno es en esencia débil e inestable, sujeto a toda clase de intrigas y traiciones. En ese sentido, Maquiavelo se muestra proclive al poder aristocrático por encima de cualquier otra forma de gobierno y su idea del pueblo es simplemente la de una masa manipulable.
Al príncipe le es necesario tener al pueblo de su parte, porque, si no, no tendrá remedio en las adversidades… Pero si el que se apoya en el pueblo es un príncipe que sabe mandar y es un hombre de corazón, no se amedrenta ante las adversidades, ni le faltan otras capacidades, y además con su valor y con sus medidas sabe sugestionar a las masas, nunca se encontrará engañado por el pueblo y habrá puesto sólidas bases a su poder… (Capítulo IX)
Incluso el surgimiento de instituciones democráticas es visto por Maquiavelo como una artimaña política para proteger al monarca. Así, aplaude el establecimiento del parlamento en Francia por considerarlo “un tercer juez que es quien, sin responsabilidad del rey, escarmienta a los grandes y favorece a los pequeños”. Esto le parece relevante porque el exceso de crueldad no recae en el monarca, cuya reputación se conserva y eso puede atemperar el odio popular.
De esto se puede extraer otro principio importante: los príncipes deben hacer que otros ejecuten las disposiciones impopulares, y ejecutar ellos mismos las disposiciones favorables a los súbditos… (Capítulo XIX)
Sin embargo, estima que un príncipe sabio deberá poner igual atención en “no desesperar a los poderosos” como en “satisfacer al pueblo y tenerlo contento”.
A todos los príncipes, excepto al turco y al sultán, ahora les es más necesario satisfacer al pueblo que a los soldados, porque los pueblos ya tienen más poder que aquellos… (Capítulo XIX)
Aquel príncipe que tenga más temor a su pueblo que a los forasteros debe construir fortalezas. Pero por muchas fortalezas que tenga, si el pueblo le odia, no le salvarán… Y censuraré a todo aquél que no dé importancia a que el pueblo le odie… (Capítulo XX)
OTRAS IDEAS MAQUIAVÉLICAS
Nunca debes permitir que un desorden continúe con tal de evitar una guerra; porque no la evitas, sino que la postergas en tu perjuicio… (Capítulo III)
Al decirme el cardenal de Rouen que los italianos no entendían de guerra, yo le respondí que los franceses no entendían de Estado; porque, si entendieran, no dejarían que la iglesia alcanzara tanto poder… (Capítulo III)
Quien propicia que alguien se convierta en poderoso labra su ruina, pues si actúa con astucia o con la fuerza, tanto la una como la otra despertarán sospechas en quien se ha hecho poderoso… (Capítulo III)
Había en el duque Cesare Borgia tanta ferocidad como virtud, y sabía bien que a los hombres hay que ganárselos o destruirlos… (Capítulo VII)
Los hombres se ofenden por miedo o por odio… Y se engaña quien crea que a los grandes hombres los nuevos beneficios les hacen olvidar las antiguas ofensas… (Capítulo VII)
De ser necesario que el príncipe cometa injurias debe hacerlas todas juntas, para que, paladeándolas menos, ofendan menos. Los favores, sin embargo, debe otorgarlos poco a poco, para que se saboreen mejor… (Capítulo VIII)
La poca prudencia de los hombres ve sólo la bondad inicial de las cosas sin darse cuenta del veneno que esconden… (Capítulo XIII)
De los hombres en general se puede decir esto: son ingratos, volubles, hipócritas, huyen del peligro y están ávidos de ganancia… (Capítulo XVII)
Nicolás Maquiavelo nació en Florencia el 3 de mayo de 1469. En 1499 fue nombrado secretario de la segunda cancillería de la república florentina. Durante 14 años se encargó de la correspondencia oficial, así como de la redacción de actas de sesiones y de los tratados internacionales. También se le asignaron legaciones extranjeras y varias misiones diplomáticas. Todo ello moldeó su pensamiento político. Murió el 22 de junio de 1527.
Tras cinco siglos, las ideas de Maquiavelo se han mantenido como guía en grupos que consideran que la política es un arte selecto que sólo deben practicar pequeñas élites conformadas por políticos de profesión, empresarios e intelectuales, con una estructura rígida y vertical donde el poder se concentra en pocas manos. Es una variante del entorno en que se movían los príncipes del siglo XVI. Sin embargo, con el paso del tiempo, los súbditos se han rebelado, se han organizado y han dado vida a una pujante sociedad más participativa que cada vez acepta menos las estrategias principescas.
[ Gerardo Moncada ]