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Desgracia, de J. M. Coetzee

Obra de madurez del sobresaliente escritor sudafricano, calificada por la crítica literaria como “sombríamente magnífica”.

Desgracia es una historia con varias lecturas. En su parte más evidente relata lo que acontece al profesor universitario David Lurie, un hombre tan acostumbrado a controlar las circunstancias de su vida que el cambio en una sola variable representa el inicio de un desajuste generalizado, el principio de un progresivo derrumbe.

«Su temperamento ya no va a cambiar: es demasiado viejo. Su temperamento ya está cuajado, es inamovible. Primero el cráneo, luego el temperamento: las dos partes más duras del cuerpo…»

En esta narración personal, intimista, observamos también el acontecer de toda una nación: la Sudáfrica de fines del siglo XX, en el proceso de abandonar el rígido sistema de segregación racial del Apartheid impuesto por los colonizadores europeos de origen neerlandés. Ese sistema se mantuvo desde 1948 hasta que, por intensas presiones internacionales (incluido el bloqueo económico), fue oficialmente abolido en 1992 y dos años después se le consideró erradicado al efectuarse la primera elección presidencial en la que votaron todos los adultos, sin distinción de razas… pero el cambio profundo y el reacomodo social apenas comenzaba.

Con estilo directo y con mirada ácida, Coetzee ofrece una panorámica de la Sudáfrica que transita hacia el siglo 21, inmersa en contradicciones y tropiezos. No es casual que Lurie sea un hombre de 52 años, que nació con el Apartheid y no encuentra lugar en la sociedad que se va gestando; ante sus ojos se desvanece todo lo que creía estable y no le convence lo que viene surgiendo. Lurie es parte del sector sudafricano que se resiste a languidecer: se enfrenta a una ruptura radical de lo que ha sido su vida, a la crisis de la imagen que tiene de sí mismo.

UN PRESENTE EN CONVULSIÓN

Desgracia es una historia de contrastes, pues el retrato crepuscular del Apartheid se enfrenta a las nuevas condiciones que emergen, esperanzadoras para unos, inquietantes para otros y de feroz revancha para varios más.

Así pues, por fin ha llegado el día de la prueba. Sin aviso previo, sin fanfarrias, está ahí y él está en medio. Dentro del pecho, el corazón le martillea tan fuerte… ¿Cómo han de comportarse él y su corazón frente a la prueba?… Dentro de un minuto, dentro de una hora ya será demasiado tarde… Pero ahora todavía no es demasiado tarde. Ahora es preciso hacer algo…

Ella prefiere ocultar la cara, y él sabe por qué. Es por la desgracia. Es por la vergüenza. Eso es lo que han conseguido los atacantes; eso es lo que le han hecho a esa mujer tan segura de sí, tan moderna, tan joven. Como una mancha, la historia se extiende por toda la provincia. No es la historia de Lucy la que se extiende, sino la de ellos: ellos son sus dueños. Así la han puesto en su sitio…

Sudáfrica vive inmersa en una profunda transformación. Es un nuevo mundo en gestación.

Petrus ha conseguido que alguien le preste un tractor… En pocas horas ha roturado todas sus tierras. Todo muy ágil y muy profesional; todo muy impropio de África. En los viejos tiempos –es decir, hace diez años- habría tardado varios días y sólo habría contado con la ayuda de un buey y un arado…

Un sangriento ataque a canes enjaulados exhibe una realidad demoledora:

Despreciable y, sin embargo, seguramente excitante en un país en el que los perros se crían de modo que gruñan automáticamente al percibir el olor de un hombre negro. Un satisfactorio trabajo, embriagador, como toda venganza…

Para Lurie son “tiempos oscuros”, con violentas mezclas sociales, con cruces inéditos, superposiciones furiosas, concesiones forzadas, alianzas inimaginables y vergonzosas…

-Qué humillante –dice él por fin-. Con tan altas esperanzas, mira que terminar así…
-Estoy de acuerdo –responde Lucy-: es humillante, pero tal vez ese sea un buen punto de partida. Tal vez sea eso lo que debo aprender a aceptar. Empezar de cero, sin nada de nada. Sin nada. Sin tarjetas, sin armas, sin tierra, sin derechos, sin dignidad.
-Como un perro.
-Pues sí, como un perro…

EL FINAL DE UNA CASTA

Desgracia es el canto del cisne de una rancia clase social que, acostumbrada al privilegio, no logra entender ni adaptarse a las condiciones cambiantes de su sociedad, sobre todo por la “insolente” irrupción en la escena social, política y económica de un amplio sector antes marginado; para colmo, este nuevo protagonista opera con sus propias reglas, ancladas en un antiguo sistema tribal, ininteligible para los occidentales.

El temblor, la flojera, son únicamente los primeros signos, los más superficiales, de la conmoción… Por primera vez prueba a qué sabe el hecho de ser un viejo, estar cansado hasta los huesos, no tener esperanzas, carecer de deseos, ser indiferente al futuro… Su interés por el mundo se le escapa gota a gota… La sangre de la vida abandona su cuerpo y es reemplazada por la desesperación, una desesperación que es como el gas, inodora, incolora, insípida, carente de nutrientes. Uno la respira y las extremidades se le relajan, todo deja de importar incluso en el momento en que el acero te roce el cuello… Examina su corazón y sólo haya una difusa tristeza…

Es una casta que se siente despojada, que ha caído de la gracia (ese don gratuito concedido por la divinidad). Un sector tradicionalmente favorecido que perdió la gracia, entendida como esas cualidades por las que alguien resulta atractivo o agradable. En resumen, una casta que se resiste a aceptar que ha caído en desgracia.

Visto de otra manera, es un grupo social que provocó su propia desgracia al aferrarse a un pasado que moría, o al no entender ni aceptar los cambios que ocurrían, o al negarse a modificar aquella conducta que resultaba lesiva para sí mismo y para los demás.

-De acuerdo, lo haré. Pero solo si no se trata de que me convierta en mejor persona de lo que soy. No estoy preparado para reformarme. Quiero seguir siendo el que soy. ¿Queda claro?
Ella le dedica una dulce sonrisa.
-Así que estás determinado a seguir siendo loco, malo y peligroso…

Intentando ser congruente consigo mismo, en medio de la decadencia, una de las mayores preocupaciones de David Lurie es si habrá espacio para al menos un poco de dignidad.

UN ROMPECABEZAS SOCIAL

Desgracia escenifica un desencuentro en todos los niveles: no solo por el choque entre razas, entre clases sociales, entre grupos generacionales, entre habitantes del campo y de la ciudad, sino también al interior de cada clase, cada raza, cada entorno y cada generación por las diferentes visiones de los individuos que las integran, visiones matizadas por sus respectivas concepciones, experiencias y ambiciones.

-¿Problemas entre Lucy y yo? Espero que ninguno, o ninguno que no tenga remedio. El problema está en las personas junto a las cuales vive. Si me añado yo al conjunto somos demasiados. Demasiados para un espacio tan reducido. Como las arañas en el fondo de una botella. Le viene a la cabeza una imagen tomada del Inferno: el gran marjal de la laguna Estigia, dentro del cual brotan las almas como setas. Almas sobrepasadas por la ira, almas que se roen las unas a las otras…

En las diferencias de edad, ve un agudo desencuentro relacionado con los intereses y hábitos de las nuevas generaciones; jóvenes desapasionados, indiferentes, según Lurie.

Hace ya tiempo que dejó de sorprenderse ante el grado de ignorancia de sus alumnos. Poscristianos, poshistóricos, postalfabetizados, lo mismo daría si ayer mismo hubieran roto el cascarón. Por eso no cuenta con que ninguno sepa nada…

Lurie mantiene un trato áspero con los demás y todo lo mira con desprecio, sobre todo porque las tradiciones apreciadas por él ya no resultan de interés para los jóvenes; de hecho, a los ojos de los demás él es un “remanente del pasado”, un “dinosaurio moral”. Y en alguna medida es cierto.

Está tan arraigado a las convenciones de antaño que él mismo no logrará aplicar la enseñanza de Wordsworth que intentaba infundir en sus alumnos: desarrollar la capacidad para atisbar lo invisible. Se niega a aceptar lo que ocurre en su país, hasta que la realidad lo abofetea.

Sucede a diario, a cada hora, a cada minuto, se dice Lurie; sucede por todos los rincones del país. Date por contento de haber escapado de esta sin perder la vida. Date por contento de no ser ahora mismo un prisionero dentro del coche que se larga a toda velocidad, o de no estar en el fondo de un donga, un cauce seco, con un balazo en la cabeza. Date por contento de tener aún a Lucy. Sobre todo a Lucy. Es un riesgo poseer cualquier cosa: un coche, un par de zapatos, un paquete de tabaco. No hay suficiente para todos, no hay suficientes coches, zapatos ni tabaco. Hay demasiada gente, y muy pocas cosas. Lo que existe ha de estar en circulación, de modo que todo el mundo tenga la ocasión de ser feliz al menos un día. Esa es la teoría: aférrate a la teoría, a los consuelos de la teoría. No es una maldad de origen humano, sino un vastísimo sistema circulatorio ante cuyo funcionamiento la piedad y el terror son de todo punto irrelevantes…

RESISTIR O TRANSIGIR

Desgracia muestra la resistencia de un individuo ante la adversidad, resistencia que lo mismo puede interpretarse como un gesto heroico o como un empecinamiento que acelera la catástrofe.

Lurie no es un modelo de conducta. Es un déspota que vive en sí y para sí. Delibera en exceso ante las cosas simples de la vida, y más ante las complejas. Con frecuencia se atasca en sus deliberaciones y recuerdos.

-David, yo no puedo vivir mi vida de acuerdo con lo que a ti te agrade o te desagrade que haga. Ya no. Te comportas como si todo lo que yo hago fuese parte de la historia de tu vida. Tú eres el personaje principal, yo soy un personaje secundario que no hace una sola aparición hasta que la historia ya ha pasado de su ecuador. Pues bien: en contra de tu parecer, las personas no se dividen en principales y secundarias. Yo no soy una secundaria. Tengo mi propia vida, que para mí es tan importante como para ti la tuya, y en mi vida yo soy quien toma las decisiones…

Lurie disfraza su egoísmo como preocupación por el bien de otros, aquellos que considera cercanos. Es un entrometido, aunque no soporta esa conducta hacia él.

Sus preguntas son las de una metomentodo, pero es que Rosalind jamás ha tenido escrúpulo alguno por serlo…

¡Qué ganas de meterse en todo! [dice de Bev Shaw] Es curioso el modo en que el tufillo del escándalo excita a las mujeres. ¿Pensará esa persona tan simple que él es incapaz de sorprenderla?…

Su carácter obsesivo genera tensiones dondequiera que él se halla. Le sugieren que cambie.

Es demasiado viejo para cambiar de vida. Lucy tal vez sea capaz de plegarse ante el temporal. Él no puede, o no puede hacerlo con honor…

Ante un escándalo por comportamiento impropio, la sociedad espera una penitencia pública; al no tenerla actúa en forma implacable. Lurie decide experimentar su penitencia en privado y a su manera (atendiendo a perros desahuciados). Por esta vía se reencontrará con una empatía que creía desaparecida. “Agachan la cabeza y bajan el rabo como si también ellos sintieran la desgracia de la muerte; se aferran al suelo y han de ser arrastrados o empujados o llevados en brazos. Sobre la mesa de operaciones algunos tiran enloquecidos mordiscos a derecha e izquierda, algunos gimotean de pena. Los peores son los que lo olfatean y tratan de lamerle la mano”.

A su manera, y no al gusto de una sociedad cambiante (que en su grupo social él percibe acomodaticia y oportunista), Lurie purga sus faltas.

Será que lo ha asumido por sí mismo, por la idea que tiene del mundo… Ahora él se ha convertido en un enterrador de perros, un conductor del alma de los perros, un harijan. Curioso que un hombre tan egoísta como él vaya a ofrecerse al servicio de los perros muertos. Ha de haber otras formas, formas harto más productivas de entregarse al mundo, o a una idea determinada del mundo… Él salva el honor de los cadáveres porque no hay nadie tan idiota como para dedicarse a semejante asunto. En eso va convirtiéndose: en un estúpido, un bobo, un obstinado…

El escritor Juan Villoro escribió: «Pocas novelas indagan en forma tan extrema los usos de la hipocresía y la corrección política como Disgrace, que se tradujo al español como Desgracia en vez del más apropiado Deshonra«.

EL ALMA DE UNA NACIÓN

Los personajes de Coetzee terminan dejándose arrastrar por las circunstancias, con una mezcla de culpa, desconcierto y resignación.

…es cierto. No me ayudarán a mejorar de vida, en el sentido material ni en el sentido espiritual. ¿Y quieres saber por qué? Porque no existe esa vida mejor. Esta es la única vida posible…

La caída de Lurie y lo que le rodea es el derrumbe de lo antiguo. Incapaz de alcanzar acuerdos, de entablar negociaciones, su soberbia agudiza el estrepitoso desplome.

Un elemento relevante en esta historia son los hábitos (si bien cambiantes) de los grupos sociales; poderoso y opresivo poder que fija las reglas de conducta en cada sitio y época, así como severas sanciones a quienes las infrinjan (o tan solo atente contra ellas).

-Vivimos en una época puritana. La vida privada de las personas es un asunto público. La lascivia es algo respetable; la lascivia y el sentimiento. Lo que ellos querían era un espectáculo público: remordimiento, golpes de pecho, llanto y crujir de dientes. Un espectáculo televisivo, la verdad. Y yo a eso no me presto… No me quejo de nada. Si te declaras culpable de tanta vileza no puedes esperar simpatía a cambio. Al menos, no después de cierta edad…

La narrativa de Coetzee es de un realismo tan directo que raya en la crudeza.

-Es un chiquillo perturbado, dice Lucy.
-Es artero. Es como un chacal que anda al acecho, buscando pendencia. En los viejos tiempos había una palabra para designar a los que son como él. Es un deficiente mental. Un deficiente moral. Debería estar internado en un sanatorio.
-Decir eso es una temeridad, David. Si prefieres pensar de ese modo, te ruego que no me lo digas. En cualquier caso, lo de menos es lo que tú puedas pensar acerca de él. Está aquí y seguirá aquí, no va a desaparecer envuelto en una humareda. Forma parte de la vida misma…

La crítica literaria destacó en esta novela la manera como el autor examina las ideas de maldad, violencia, dignidad y redención en un país dominado por el poder de la raza.

En el amor Lurie encuentra una salida. No cualquier amor sino el más puro, tan incuestionable que ni siquiera necesita nombrarlo. Sólo así Lurie se desprenderá de su forma de vida; será la única alternativa para dar paso a una nueva vida.

En los viejos tiempos, ganado y maíz. Hoy día, perros y narcisos. Cuanto más cambian las cosas, más idénticas permanecen. La historia se repite, aunque con modestia. Tal vez la historia haya aprendido una lección…

Desgracia es una novela notable en la que Coetzee ofrece su talento literario para reflexionar acerca de un país en plena convulsión.

DE PERFIL

John Maxwell Coetzee nació el 9 de febrero de 1940, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Se graduó en Matemáticas y trabajó como programador informático, pero su interés siempre se enfocó en la literatura. De hecho, en 1969 se doctoró en la Universidad de Texas con una tesis en Lingüística Computacional en la que analizaba la obra de Samuel Beckett.

De ahí se perfiló a la cátedra de lengua y literatura inglesas en Nueva York, más tarde en Sudáfrica (1984-2002) y finalmente en Australia, donde radica desde 2002 aunque gran parte de sus novelas se ubican en su país natal.

Al recibir el Premio Jerusalem, en 1987, Coetzee hizo un llamado a terminar con el régimen del Apartheid, por considerar que había propiciado “relaciones deformadas y atrofiadas” entre los seres humanos y en la vida interior de los individuos.

La novela Desgracia, publicada en 1999, obtuvo la mayor distinción a la literatura en lengua inglesa, el Booker Prize.

En 2003 recibió el Premio Nobel de Literatura por los diversos atributos de su obra, como “la brillantez al analizar la sociedad sudafricana” y la condición social del forastero.

Nadine Gordimer, la otra sudafricana premiada con el Nobel, describió a Coetzee como un autor “de brillante maestría, tensión y elegancia”.

Otras novelas destacas de Coetzee son Vida y época de Michael K, Esperando a los bárbaros y Foe.

[ Gerardo Moncada ]

Otra obra de J.M. Coetzee:
Esperando a los bárbaros.

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