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Las olas, de Virginia Woolf

Virginia Woolf nació el 25 de enero de 1882 y murió el 28 de marzo de 1941. Se le considera una de las mayores figuras literarias del siglo XX.

Las olas (Tusquets) es un deslumbrante relato intimista de seis personajes que se reúnen en distintos momentos de sus vidas. Está construido a partir del desbocado flujo de pensamiento de cada uno de ellos. Es la poesía convertida en prosa; es un asombroso ejercicio de estilo literario.

“El sol alzado ya no se recostaba en un verde colchón. Lanzando ocasionales miradas a través de las líquidas piedras preciosas, descubrió su rostro y miró rectamente por encima de las olas. Caían con sordo sonido, regularmente. Caían percutiendo como los cascos del caballo el césped. Su espuma pulverizada se alzaba en el aire como las lanzas y flechas que el jinete lanza por encima de la cabeza. Barrían la playa con agua azul de acero, sembrada de diamantes. Avanzaban y se retiraban con la energía, la fuerza muscular, de una máquina que proyecta y retrae su potencia alternativamente. La luz del sol caía en los campos y en los bosques […] los pájaros cantaban bajo el cálido sol. Cada uno cantaba con estridencia, vehementemente, con pasión, como si dejara estallar el canto, sin importarle que destrozara, con la violenta disonancia, el canto de otro pájaro […] Cantaban como si el límite de su ser hubiera sido afilado y debiera cortar, debiera partir la suavidad de la luz azul verdosa, la humedad de la tierra mojada […] Sobre todo lo empapado, lo manchado de humedad, lo rizado por los líquidos, descendían los pájaros, limpio el pico, despiadados y bruscos […] Espiaban al caracol y perforaban la cáscara contra una piedra. Picoteaban con furia, metódicamente, hasta que la cáscara se quebraba […] Una y otra vez el canto de los pájaros se unía en veloces escalas, como las corrientes de un arroyo de alta montaña cuyas aguas se juntan…”

Las olas tiene nueve partes que inician con una descripción poética de la naturaleza, desde una casa frente al mar (como el fragmento antes citado) y hace referencia a un momento del día, el cual corresponde a las diversas etapas de la vida de los personajes. Es una analogía entre la vida natural y la individual, entre el comportamiento de la naturaleza y el de la sociedad:

“Nosotros, dijo Bernard, que hemos cantado como ávidos pájaros cada cual su propia canción, que con la despiadada y salvaje egolatría de los jóvenes hemos picoteado nuestra propia cáscara de caracol hasta cascarla, o nos hemos posado solitarios junto a la ventana de un dormitorio para cantar un canto de amor, de fama o de otras individuales experiencias […] ahora nos acercamos los unos a los otros, y al acercarnos aquí, en este restaurante en el que los intereses de cada cual son diferentes, y en que el incesante paso del tránsito nos distrae, y en que la puerta abriendo perpetuamente la jaula de cristal nos ofrece a miríadas las tentaciones e insulta y hiere nuestra confianza, sentados juntos nos amamos los unos a los otros y creemos en nuestra capacidad de supervivencia…”

Las olas es una joya minuciosa, exquisitamente pulida, un poliedro de seis caras cuyas tonalidades varían con el tiempo, de igual manera que cada personaje experimenta de diferente forma la vida al paso de los años. Es el oleaje de los pensamientos, una incesante marea de emociones, la implacable ola del tiempo.

Leer cada página es como avanzar a través de una exuberante selva: no se puede avanzar de prisa, se requiere un paso cadencioso. En cada párrafo surgen renovados estímulos para continuar a través de una prosa excelsa, paladeando cada línea meticulosamente afinada, destilada hasta un grado de pureza poética, algo que no se veía en las novelas de esa época (1931).

“Las flores agitan la cabeza, más allá de la ventana. Veo pájaros silvestres, e impulsos más silvestres que el más silvestre de los pájaros nacen en mi silvestre corazón. Mis ojos lanzan selváticas miradas y mantengo los labios prietamente cerrados. El pájaro vuela. La flor baila. Pero oigo siempre el sordo sonido de las olas, y la bestia encadenada patea en la playa. Patea y patea…”

“A intermitentes sacudidas, bruscas como el salto del tigre, la vida surge del mar jadeante, mostrando primero su oscura cresta […] esto es aquí y ahora. Seguimos adelante, arrastrándonos, a través de murmurantes campos de doradas espigas […] El silencio se cierne sobre nuestro efímero paso. Esto, digo yo, es el momento presente [dijo Rhoda]”.

El cruce de géneros literarios es uno de los principales atractivos de este “poema dramático”, como lo clasificó la autora, donde la historia de los personajes está narrada a partir de un ritmo que los arrastra, de un palpitar que los impulsa, de un vaivén que los eleva o los fija.

“Por la noche, me siento en mi sillón y alargo el brazo para coger la labor; oigo los ronquidos de mi marido; levanto la vista cuando las luces de un automóvil en camino iluminan las ventanas, y siento que las olas de mi vida se alzan y rompen a mi alrededor, estando yo enraizada [dijo Susan]”.

Las olas describe un entorno social rígido, sostenido por un andamiaje de simulaciones, conductas aprendidas, celos, resentimientos, diferencias de clase, inseguridades, pautas de aceptación o rechazo a los otros; con la competencia como requisito de prestigio, con las grandes expectativas que se diluyen en el tiempo y el desencanto existencial que avanza conforme se desvanece la inocencia. Es un retrato y una crítica de la vida social inglesa en las primeras décadas del siglo XX, aunque varias de estas convenciones prevalecen hasta nuestros días.

“Estoy harta de lo lindo, estoy harta de recato […] Esto es Oxford Street. Aquí el odio, los celos, la prisa y la indiferencia forman una espuma que es como una loca imitación del vivir [dijo Rhoda]”.

Detrás de Las olas

Los estudiosos de la obra de Virginia Woolf han asociado cada personaje de Las olas con amistades de la escritora. El personaje de Bernard estaría inspirado en E. M. Forster; el de Louis en T. S. Eliot; el de Neville en Lytton Strachey; el de Susan en la hermana de Virginia, Vanessa Bell; el de Jinny en su amiga de infancia Kitty Maxse; y el de Rhoda en la propia autora, aunque algo hay de ella en todos los personajes.

“No soy una sola persona; soy muchas personas; ni siquiera sé quién soy -Jinny, Susan, Neville, Rhoda o Louis-, ni sé distinguir mi vida de la suya [dijo Bernard]”.

BERNARD

“El agua me recorre la espina dorsal […] El agua desciende y me convierte en una anguila destelleante. Ahora cálidas toallas me envuelven, y su aspereza, al frotarme la espalda, hace ronronear la sangre. En la techumbre de mi mente se forman gruesas y densas sensaciones. Como el agua cae el día […] Como agua que chorrea por los muros de mi mente, como aguas reunidas, el día cae copioso y esplendente…”

“Parece que todos hagamos las cosas sólo para un momento determinado, y que jamás volvamos a hacerlas. Jamás. Esta urgente temporalidad da miedo…”

“Todas esas cosas ocurren en un segundo y duran para siempre…”

«Estoy constantemente en trance de reconstrucción…»

“Por un instante, vimos yacente entre nosotros el cuerpo de aquel ser humano completo que no conseguimos llegar a ser, pero que, al mismo tiempo, no podíamos olvidar. Vimos todo lo que hubiéramos podido ser, todo lo que no habíamos conseguido, y, por un momento, contemplamos de mal grado los logros de cada uno de los demás…”

“El golpe de la ola al caer, que ha sonado durante toda mi vida, que me despertaba para que viera un aro de oro en la alacena, ya no estremece lo que llevo dentro…”

SUSAN

“Me desagrada el olor a pino y linóleo. Me desagradan los arbustos estremecidos por el viento y las higiénicas baldosas. Me desagradan los alegres chistes y el bruñido aspecto que todos tienen aquí […] Aquí todo es falso, todo corrompido…”

“Han sido días inválidos, como polillas de alas atrofiadas, incapaces de volar. Únicamente faltan ocho días. Dentro de ocho días, me apearé del tren y quedaré en pie en el andén, a las seis veinticinco. Entonces se desplegará mi libertad, y todas esas limitaciones que arrugan y encogen -horas, orden y disciplina, estar ahí y allí en el exacto momento debido- quedarán hechas añicos […] No deseo, tal como Jinny desea, ser admirada. No quiero que, al entrar, la gente levante la vista con admiración. Quiero dar, quiero recibir, y quiero soledad en la que desplegar cuanto tengo…”

RHODA

“Podré estar sola unos instantes […] Dispongo de una breve porción de libertad…”

“Me hundo en las negras plumas del sueño. Sus densas alas oprimen mis ojos…”

“Esta es mi cara, en el espejo, tras el hombro de Susan, esta cara es mi cara […] Por esto odio los espejos que revelan mi rostro verdadero. Sola, a menudo me sumo en la nada. He de mover los pies con gran cautela, para no rebasar los límites del mundo y caer en la nada. He de golpear con la mano una dura puerta, para llamarme a mí misma a fin de que vuelva a entrar en el cuerpo…”

“Cuando la gente nos deja, siempre queda un misterio […] Al paso de los meses las cosas pierden su dureza. Incluso mi cuerpo deja ahora pasar la luz. Mi espina dorsal es suave como la cera cercana a la llama de la vela. Sueño. Sueño…”

“Hay un obstáculo en el fluir de mi vida. Una profunda corriente tropieza con algo. Y este algo se estremece. Tira. Un nudo en el centro opone resistencia. Es dolor, es angustia. Me debilito, cedo. Mi cuerpo se reblandece. Quedo abierta, quedo incandescente. Ahora la corriente se desborda en una profunda marea fertilizante que abre lo antes cerrado, forzando lo antes prietamente plegado, y fluye sin limitación. ¿A quién daré cuanto ahora me recorre, cuanto nace y fluye de mi cuerpo cálido y poroso?…”

“¡Oh, vida, cuánto te he temido! ¡Oh, seres humanos, cuánto os he odiado! […] Ni uno tenía el valor de ser una cosa en vez de ser otra. ¡Cuánta disolución del alma exigís sólo para poder vivir durante un día, cuántas mentiras, cuántas reverencias, cuánta palabrería fluida, cuántos roces y cuánto servilismo!…”

JINNY

“Esto es aquí, esto es ahora. Pero pronto nos iremos […] Esto es solamente aquí, esto es solamente ahora. Ahora yacemos bajo los groselleros, y cuando la brisa sopla quedamos con todo el cuerpo moteado…”

“Odio la oscuridad, el sueño y la noche, y yacente ansío que llegue el nuevo día […] Habrá fiestas en deslumbrantes salas . Y un hombre se fijará en mí, y me dirá lo que a nadie ha dicho. Le gustaré más que Rhoda y Susan. Descubrirá en mí cierta cualidad, algo peculiar. Pero no estoy dispuesta a quedar vinculada a una persona tan sólo. No quiero quedar fijada, inmovilizada. Me estremezco y tiemblo como la hoja del seto, ahora, sentada en el borde de la cama, colgantes los pies y con un nuevo día abriéndose ante mí. Tengo cincuenta años, tengo sesenta años, por delante. Nada he gastado de mi herencia. Estoy en los inicios…”

«Qué orgullosos nos sentimos aquí sentados […] Todo es firme, sin sombras ni engaños. La belleza ha puesto su sello en nuestra frente…»

“Ignoro si la vida es esto o lo otro. Voy a mezclarme con la heterogénea multitud. Quiero balancearme, ser azotada, subir y bajar, como un buque en la mar…”

LOUIS

“He quedado en pie junto al muro entre las flores […] Flor tras flor puntean la profundidad verde. Los pétalos son arlequines. Los tallos surgen de los negros hoyos. Las flores nadan como peces de luz, en la superficie de las oscuras aguas verdes. Sostengo un tallo en la mano. Soy el tallo. Mis raíces descienden hasta las profundidades del mundo, a través de tierras secas, de roca, a través de húmedas tierras, de vetas de plomo y de plata. Soy todo fibra. Todos los temblores me estremecen, y el peso de la tierra oprime mis costillares. Aquí, mis ojos son hojas verdes que no ven…”

“Ahora intentaré, antes de que nos levantemos, antes de que vayamos a tomar el té, fijar este momento, mediante un esfuerzo de suprema ambición. Esto permanecerá…”

«Cambiamos, llegamos a ser irreconocibles…»

“No comprendo cómo podéis decir que es una gran suerte el haber vivido. Vuestras nimias diversiones, vuestros infantiles entusiasmos son para mí como flámulas de seda agitadas ante la vista del toro bravo. Os condeno por ello. Sin embargo, mi corazón ansía vuestra presencia. Con vosotros cruzaría los fuegos de la muerte. Pero también es cierto que soy más feliz en soledad…”

«Esto que veis junto a vosotros, este hombre, este Louis, es sólo las cenizas y el desecho de algo que otrora fue espléndido…»

NEVILLE

“En este mundo hay un orden; hay distinciones, hay diferencias, en este mundo en cuyo umbral me encuentro. Sí, porque esto es sólo el principio…”

“El bruto amenaza mi libertad cuando reza. Sin calor de imaginación, sus heladas palabras caen sobre mi cabeza como losas…”

“Si este azul estuviera ahí siempre, si este vacío se conservara siempre, si este momento durara siempre…”

“Entre las torturas y las desdichas del vivir, se cuenta también esta: nuestros amigos son incapaces de terminar sus relatos…”

“Podíamos llegar a ser cualquier cosa. Ahora hemos elegido ya, aunque a veces parece que otros hayan elegido por nosotros…”

El valor de la traducción

En 1937, Las olas fue traducida al francés. La joven traductora visitó a Virginia Woolf para saber si deseaba que ciertas alusiones tomadas de la literatura inglesa fueran traducidas literalmente, o si prefería que fuesen reemplazadas por sus equivalencias en la literatura francesa. Para Woolf, el problema de la traducción carecía de interés: el idioma de un escritor debía ser autosuficiente para definir tanto su temática como su estilo. La traducción era, para Woolf, apenas un instrumento que ayuda a conocer ciertas historias extranjeras. La traductora difería pues consideraba que la traducción era un diálogo, una forma de creación casi idéntica a la de la poesía en la que la experiencia ajena se transforma, no en versión de una experiencia propia o testimonio documental sino en algo nuevamente original, en una nueva metáfora. En realidad ese fue un breve diálogo entre dos escritoras, una madura y la otra en ciernes que anhelaba conocer a Virginia Woolf, esa mujer «con cara de joven Parca», por considerarla «uno de los cuatro o cinco virtuosos de la lengua inglesa». La joven se llamaba Marguerite Youcenar, y de Woolf aprendería a concebir imágenes y a atemperar su estilo poetizándolo con reflexiones en torno a valores intemporales y cualidades de la condición humana.

«¿Cómo podemos luchar contra esta marea, con sólo esta ocasional luz que en nosotros destella, a la que llamamos cerebro y sentimiento? ¿Hay algo permanente? También nuestras vidas fluyen y se alejan por avenidas sin luz, más allá del límite del tiempo, anónimas…”

Las olas es una obra redonda, por la solidez de su estructura, su argumento siempre en construcción y a la vez evanescente, su cuidadoso lenguaje poético y el innovador tratamiento subjetivo a lo largo de toda la novela, fiel a la idea que Virginia Woolf tenía de la vida, a la que consideraba una fragmentación constante entre el pensamiento y la realidad.

“La vida es un sueño, seguramente. Nuestra llama, la chispa que danza en algunas, muy pocas, pupilas, no tardará en extinguirse, y entonces todo se desvanecerá […] Cuando mi voz quede acallada, sólo me recordaréis como el eco de una voz que en otros tiempos convertía los frutos en frases [dijo Bernard]”.

Otros ángulos

Marguerite Youcenar escribió: “Las obras de Virginia Woolf constituyen a un tiempo el resultado de un gran pasado literario y el de un esfuerzo personal de rebeldía contra ese legado algo pesado. El novelista George Moore decía solemnemente a la joven Virginia: ‘Créame, jamás conseguirá usted escribir una buena novela totalmente desprovista de argumento’. Contra esa tiranía del argumento novelesco se rebeló Virginia Woolf ya en sus primeros libros, y esa rebeldía significa algo más que una simple renovación técnica, es la afirmación de un punto de vista sobre la vida. Las Olas es un libro con seis personajes, con seis instrumentos más bien, pues consiste únicamente en largos monólogos interiores cuyas curvas se suceden, se entrecruzan, con una seguridad en el trazo que no deja de recordarnos al Arte de la fuga. En este relato musical, los breves pensamientos de la infancia, las rápidas reflexiones de los momentos de juventud y de confiada camaradería ocupan el lugar de los alegros en las sinfonías de Mozart, y van cediendo cada vez más el sitio a los lentos andantes de los inmensos soliloquios sobre la experiencia, la soledad y la edad madura. Las Olas, en efecto, tanto como una meditación sobre la vida, se presenta como un ensayo sobre la soledad humana. Trata de seis niños a los que vemos crecer, diferenciarse, vivir y, finalmente, envejecer. Un séptimo niño, que no toma la palabra y al que sólo vemos a través de los demás, es el centro del libro o, más bien, su corazón. Rodeado en el colegio y en los terrenos de juego de un amor y una admiración infantiles, permanecerá para siempre como la imagen de los momentos más luminosos de la vida. Cada personaje da a las preguntas que le plantea su propia existencia, una respuesta cada vez más personal. Jinny elegirá el placer, Neville el ejercicio de la inteligencia y la búsqueda ardiente de otros seres que serán otros tantos reflejos del amigo perdido; Susan, la joven Démeter, encontrará la plenitud en las lentas tareas de la maternidad y en el contacto cotidiano con la tierra y las estaciones; Rhoda y Louis se refugiarán en sus sueños; Bernard seguirá devanando perezosamente, a la manera de un gusano de seda, el capullo de sensaciones y pensamientos que le sirve para acolchar su universo” (Virginia Woolf, una mujer deslumbrante y tímida, 1937).

Mario Vargas Llosa afirmó que Las olas, junto con Al faro y La señora Dalloway, son las obras con las que Virginia Woolf “revolucionó el arte narrativo de su tiempo, creando un lenguaje capaz de fingir persuasivamente la subjetividad humana, los meandros y ritmos escurridizos de la conciencia. Su hazaña no es menor que las similares de Proust y de Joyce, a las que complementa y enriquece con un matiz particular: el de la sensibilidad femenina”. Para Vargas Llosa, este audaz experimento estuvo al borde del desequilibrio en Las olas, porque “a veces, en las obras maestras que inauguran una nueva época en la manera de narrar, la forma descuella de tal modo sobre los personajes y la anécdota que la vida parece congelarse, evaporarse de la novela, y desaparecer devorada por la técnica, es decir por las palabras y el orden o desorden de la narración” (La verdad de las mentiras).

Doris Lessing suscribía la máxima de Virginia Woolf según la cual las escritoras serán libres cuando, sentadas a escribir, no piensen si escriben o no como mujeres. En una entrevista, Lessing reconoció la presencia de elementos autobiográficos en la literatura: “Todo es autobiográfico y así debe ser, pero nada lo es”. Y puntualizó, acerca de Virginia Woolf: «Era una feminista muy inteligente y sutil, y una escritora excepcional” (El Cultural, 9 junio 2001).

Jorge Luis Borges escribió: “Las olas que dan su nombre a este libro reciben a lo largo del tiempo y de las muchas vicisitudes del tiempo, el soliloquio interior de los personajes. Cada época de su vida corresponde a una hora distinta, desde la mañana a la noche. No hay argumento, no hay conversación, no hay acción. El libro, sin embargo, es conmovedor. Está cargado, como los demás de Virginia Woolf, de delicados hechos físicos” (Revista Hogar, 30 octubre 1936).

El crítico Harold Bloom incluyó a Virginia Woolf en el selecto grupo de los 26 autores más relevantes de El Canon Occidental. Más aún, se ha referido a ella como “la persona de letras más completa de la Inglaterra del siglo XX”.

El editor y esposo de Virginia, Leonard Woolf, le escribió una nota acerca de Las olas: “Es una obra maestra”. “Es el mejor de tus libros”. A lo que Virginia respondió: “Nunca me había fastidiado el cerebro con tanta fuerza sobre un libro”.

Breve perfil

Adelina Virginia Stephen nació en Londres el 25 de enero de 1882. Hija del novelista, biógrafo, historiador y ensayista Leslie Stephen, fue educada por sus padres con una sólida formación literaria. Compartió su infancia con tres hermanos y tres hermanastros. Su hogar solía ser visitado por artistas reconocidos, como los escritores Henry James y Alfred Tennyson, el pintor Edward Burne-Jones, el poeta James Russell Lowell y la fotógrafa Julia Margaret Cameron. De su padre, Virginia tomó el modelo del intelectual analítico y de él recibió la influencia para moldear su carácter audaz e intransigente, su interés por las biografías y su pasión por las caminatas.

Hasta los doce años, Virginia pasó temporadas de verano con su familia en una casa en Cornualles, que tenía vista a la playa de Porthminster y al faro de Godrevy. Este sitio dejó profunda huella en Virginia y se convirtió en escenario de varias de sus obras, como la parte de infancia de Las olas.

La muerte de su madre, cuando Virginia tenía trece años, y dos años después la de su media hermana Stella, le produjo la primera crisis de depresión que, en 1905, alcanzó un grado clínico, tras el fallecimiento de su padre, por lo que debió ser internada. Por el resto de su vida, las crisis depresivas serían un problema recurrente. Algunos biógrafos lo atribuyen a un trastorno bipolar desatado por abusos de sus dos medios hermanos.

Tras la muerte de su padre, Virginia y sus hermanos decidieron vivir en el barrio londinense de Bloomsbury, donde organizaban tertulias intelectuales con la asistencia de ex compañeros universitarios de su hermano Thoby. A este grupo se le conocería como el Círculo Bloomsbury. Entre los asistentes estaban E. M. Forster, J. M. Keynes, Ludwig Wittgenstein, Bertrand Russell, Lytton Strachey y dos personas que serían clave para Virginia: Clive Bell (que se convertiría en su cuñado y sería su principal consejero literario) y Leonard Woolf (con quien Virginia se casaría en 1912).

Acerca de su enlace, Virginia escribió: “Los dos queremos que el matrimonio sea una cosa tremendamente viva, siempre ardiente, no estéril y fácil como la mayoría de los matrimonios. Exigimos mucho de la vida, ¿verdad? Quizá lo consigamos”.

El matrimonio Woolf creó en 1915 la editorial Hogarth Press, que publicó las obras de Virginia y de relevantes escritores como Katherine Mansfield, Gertrude Stein, T. S. Eliot y Sigmund Freud.

Abrumada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de su casa en Londres y la fría respuesta a la biografía que escribió sobre su amigo Roger Fry, artista y crítico inglés, Virginia entró en una crisis creativa. El 28 de marzo de 1941, se hundió en el río Ouse luego de cargar su abrigo con piedras. Su cuerpo fue hallado 20 días después.

En una nota a su marido, explicó: “Siento que voy a enloquecer de nuevo. Creo que no podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Y no puedo recuperarme esta vez. Comienzo a oír voces, y no puedo concentrarme. Así que hago lo que me parece lo mejor que puedo hacer […] No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo…”

[ Gerardo Moncada ]

Otra obra de Virginia Woolf:
La señora Dalloway.

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Un comentario

  1. Gerardo,

    Excelente reseña , permite acometer la jornada y entender el ritmo oceánico que le quiso imprimir Virginia Woolf. gracias por tu mirada y tus letras

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