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El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson

“Y ahora –dijo Hyde-, ¿será usted prudente? ¿O querrá dejarse guiar? ¿Aceptará que me lleve este vaso que tengo en la mano y salga de su casa sin más preguntas? ¿O le domina la curiosidad? Piense antes de contestar, ya que se hará como usted diga. Si así lo decide, quedará tal como estaba antes, ni más rico ni más sabio. O, si usted prefiere, un nuevo campo del conocimiento y nuevos caminos hacia el poder y la fama se abrirán ante usted, aquí, en esta habitación, en un instante, por un prodigio capaz de hacer tambalear la incredulidad de Satanás…”

La aparición en Londres de un tipo violento y maligno, un tal Edward Hyde, comienza a ser motivo de inquietantes comentarios en un grupo cercano al doctor Henry Jekyll, pues parece haber vínculos que unen al doctor con Hyde. Esto provoca desconcierto particularmente en un abogado, amigo del médico. Lo que intriga es cómo puede haber relación entre personas tan distintas.

¡Dios me ampare, este hombre apenas parece humano! ¿Podemos decir que hay algo en él de troglodita? ¿O es la mera irradiación de un alma terrible que transpira y transfigura la arcilla que la envuelve?…

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde es una novela de misterio y horror que avanza de lo general hacia lo específico, de lo periférico a lo central, y de lo social a lo íntimo. Una serie de indicios vagos y acontecimientos aparentemente aislados conforman la materia prima de esta historia; los testimonios de diversos testigos articularán una trama coral que será complementada y puntualizada primero por el doctor Lanyon y posteriormente por el relato personal del doctor Jekyll.

EL BIEN Y EL MAL

La inevitable lucha interior entre las cualidades y los defectos de una persona es llevada al extremo en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. En esta novela, esa dicotomía se polariza: un personaje muestra propensión a la generosidad, la amabilidad, la concordia, y otro se deja arrastrar por la ira, la lujuria, la intolerancia, la violencia extrema. Es el choque entre el bien y el mal, pero escalado a una pugna entre lo angelical y lo diabólico.

“Henry Jekyll quedaba en ocasiones horrorizado ante las acciones de Edward Hyde”, y se repetía con insistencia: “Es Hyde, y sólo Hyde, el culpable”.

Todos los seres humanos, tal como los conocemos, son una mezcla de bien y de mal; y Edward Hyde era el único en el ámbito del género humano que era maldad pura…

Aquel hijo del infierno no tenía nada de humano; nada sino miedo y odio vivían en su interior…

Si bien Robert L. Stevenson plantea en esta novela que las nociones del bien y el mal se circunscriben al individuo y su conciencia, también reconoce que donde adquieren pleno significado es en la colectividad, en la medida en que la conducta personal incide sobre los demás.

Cuando volvía de aquellas excursiones, muchas veces quedaba sumido en una especie de fascinación ante mi depravación. Este familiar que yo extraía de mi propia alma, dejándolo en libertad para que hiciera lo que se le antojara, era un ser inherentemente malvado y ruin; todos sus actos y pensamientos giraban en torno a sí mismo; con avidez bestial, bebía el placer infligiendo a otros cualquier clase de tortura; era implacable…

Lo mismo sugiere Stevenson con la responsabilidad de aquellos especialistas y científicos que al realizar experimentos, en su ambición por nuevos hallazgos, trascienden fronteras éticas y se vuelven indiferentes al impacto social de sus descubrimientos.

La droga no tenía acción discriminatoria; no era ni diabólica ni divina; se limitó a derribar las puertas de la cárcel de mi constitución; lo que estaba dentro salió…

Usted, que ha negado la virtud de la medicina trascendental; usted, que se ha mofado de sus superiores, ¡mire!… Acercó el vaso a sus labios y lo apuró de un solo trago. Siguió un grito; después giró, vaciló, se agarró a la mesa y se sostuvo mirándome con ojos inyectados en sangre, jadeando con la boca abierta; y mientras lo miraba, creí percibir un cambio; pareció aumentar de tamaño, su rostro de pronto ennegreció y sus rasgos parecieron desdibujarse y alterarse…

Pero es también en las reglas sociales donde Stevenson identifica un germen maligno, pues restricciones severas, castrantes, pueden provocar un estallido de conductas en sentido totalmente opuesto.

Esta situación me llevó a reflexionar de una forma profunda y constante acerca de la dura ley de la vida que se halla en la raíz de la religión y es una de las fuentes más usuales del dolor…

EL MONSTRUO INTERIOR

El doctor Jekyll confiesa que su deseo de llevar una vida respetable y distinguida le obligó, dado su temperamento impaciente, a ocultar sus placeres; eso derivó en una profunda separación entre las zonas del bien y del mal “que componen la dual naturaleza de las personas”. Advierte que en su caso no había hipocresía, “ambas caras eran sinceras: era yo mismo cuando me zambullía en la ignominia como cuando trabajaba en aliviar penas y padecimientos”. Pero la parte oscura latía con fuerza propia.

Había algo singular en mis sensaciones, algo indescriptiblemente nuevo y, por su novedad, increíblemente placentero. Me sentí más joven, más liviano, más feliz; en cuanto al interior, era consciente de una embriagadora indolencia, un salvaje torrente de imágenes sensuales que corrían tumultuosamente por mi imaginación, me sentía libre de obligaciones, con una desconocida aunque no inocente libertad del alma. Desde el primer aliento de esta nueva vida comprendí que era más perverso…

Y esa fuerza se tornaba más incontrolable cada vez que era liberada.

El naciente horror estaba atado a él más que una esposa, más que un ojo; aquello estaba enjaulado en su carne, donde lo oía sollozar y esforzarse por nacer; y que aprovechaba cualquier momento de debilidad o la confianza del sueño para imponerse y desposeerlo de la vida…

Se sabe que a Stevenson le atraían los debates éticos y sentía especial fascinación por la parte maligna que habita en el interior del ser humano. De ahí que en los personajes de sus novelas sea recurrente cierta ambigüedad moral.

Unir mi suerte a la de Jekyll suponía renunciar a aquellos apetitos a los que hacía mucho tiempo me entregaba en secreto y que había empezado a mimar. Unirla a la de Hyde era renunciar a numerosos intereses y aspiraciones y convertirme, de una vez y para siempre, en un sujeto despreciado y sin amigos… Los términos de este debate eran tan antiguos y comunes como el hombre; los mismos incentivos y alarmas deciden la suerte de cualquier pecador que se enfrenta tembloroso a la tentación; y me ocurrió lo mismo que le ocurre a la gran mayoría de mis semejantes: que elegí la mejor parte, pero me faltó la fuerza para mantener mi decisión…

Mi demonio llevaba tiempo enjaulado y salió rugiendo…

La novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde deja abiertas algunas interrogantes. Prevalecerá el misterio en torno a las características específicas de los experimentos realizados por el doctor Jekyll y, sobre todo, permanecerá la gran interrogante acerca de los misterios y abismos del alma humana. Stevenson sólo aventura una hipótesis inquietante: la parte oscura del alma humana, una vez liberada, gana espacio y voluntad, y no logra ser controlada de manera eficaz por la conciencia.

Otros seguirán, otros llegarán más lejos que yo; y adelanto la conjetura de que un día se sabrá que el individuo es una mera reunión de múltiples personalidades, incongruentes e independientes…

Tras su publicación, la novela desató polémica en la sociedad victoriana pero la crítica literaria que le fue favorable catapultó esta obra. En sólo seis meses logró vender 40 mil ejemplares.

El motivo de dicho debate, la ambigüedad moral, pasó a ser un aspecto especialmente valorado por los escritores del siglo XX.

AUDACIA Y ESTILO

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que fue publicada en enero de 1886, es la segunda versión de un relato más escabroso y violento que había provocado el repudio de su única lectora, Fanny Osbourne. La suya no era una opinión menor, ella había abandonado sus estudios de Bellas Artes para convertirse a partir de 1880 en la confidente, secretaria, enfermera, compañera de viajes y esposa de Robert L. Stevenson, de manera que su criterio tenía enorme peso.

El rechazo de Fanny a la novela fue de tal intensidad que esa primera versión terminó en las llamas (algunos estudiosos afirman que fue ella quien lanzó el escrito al fuego). Si en la segunda versión, presuntamente más moderada, el doctor Jekyll no se arrepiente de sus siniestros experimentos y tan solo lamenta haber perdido el control de las reacciones, ya podemos elucubrar que en el primer manuscrito pudo haberse vanagloriado de sus descubrimientos y que las escenas de violencia quizá escalaron a un nivel turbio y escandaloso.

Debe permitir que yo siga mi propio y oscuro camino, pues he atraído sobre mí un castigo y un peligro que no puedo nombrar. Si soy el más grande de los pecadores, soy también el mayor de los sufridores; jamás pude imaginar que en esta tierra hubiese lugar para sufrimientos y terrores tan inhumanos; y usted sólo puede hacer una cosa para aliviar este destino: respetar mi silencio…

El éxito de la novela no fue por morbo sino por la afortunada combinación de audacia temática y calidad literaria.

En 1890, el escritor Arthur Conan Doyle analizó con minuciosidad el estilo narrativo de Robert L. Stevenson y destacó cualidades que no eran usuales en la literatura de entonces:

“Su estilo siempre es muy refinado y su imaginación muy vívida. Su capacidad innata se ve aumentada por técnicas narrativas de gran efectividad:

  • el uso de expresiones novedosas y con chispa es uno de los recursos más evidentes. Nadie maneja los adjetivos con mejor criterio. Cuesta encontrar una página suya sin algún término o expresión que no nos sorprenda gratamente por su originalidad y que, a la vez, transmita con admirable concisión lo que quiere decir;
  • su extraordinario don para la comparación sucinta, que capta el interés y estimula la imaginación. Aun las más sencillas y prosaicas son sumamente efectivas;
  • la repetición en los diálogos de «dijo él» o «continuó» o «prosiguió» para dar unidad al conjunto, captar la atención del lector y dirigirla hacia quien está hablando;
  • un efecto igual de sorprendente y poderoso es el que logra mediante la repetición de palabras o expresiones: “¡Oh, Dios!” –exclamé- “¡Oh, Dios!” –una y otra vez-;
  • quizá la principal característica es su inhabitual instinto para estampar una impresión en la mente del lector sirviéndose de las menores palabras posibles. Te hace ver algo más claramente que si lo contemplaras con tus propios ojos;
  • se le puede atribuir la invención del villano mutilado, por la frecuencia y acierto con que lo ha empleado y con tanto arte que nunca deja de producir su efecto (Hyde es la mismísima encarnación de la deformidad)”.

Vi lo que vi y oí lo que oí, y mi alma sintió náuseas por ello; sin embargo, ahora que esa visión ha desaparecido de mis ojos, me pregunto si creo en ella, y no puedo contestar. Mi vida ha quedado sacudida hasta su raíz; el sueño ha huido de mí; a todas horas del día y de la noche me acompaña un mortal terror…

Stevenson consideraba El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde un relato espectral; sin embargo, los académicos la clasificarían como novela psicológica de horror.

A lo largo del siglo XX, los admiradores de esta novela conformarían legiones. El escritor Vladimir Nabokov elogiaría esta “fábula presentada de manera apetitosa”. Jorge Luis Borges afirmaría: “La obra de Stevenson es una de las perdurables felicidades que puede deparar la literatura”. Y el filósofo Fernando Savater sería categórico: “Stevenson es el rey de los narradores contemporáneos”.

DE PERFIL

Robert Louis Balfour Stevenson nace en Edimburgo, Escocia, el 13 de noviembre de 1850. Es hijo único en una próspera familia que por generaciones se ha dedicado a la ingeniería y a la construcción de faros.

Su infancia está marcada por enfermedades recurrentes que lo postran en cama, por lo que buena parte de sus estudios los realiza en casa. Pero lo que más le atrae son las historias religiosas que escucha de predicadores presbiterianos y de su niñera calvinista. Empieza a escribir relatos desde la infancia.

Durante la adolescencia acompaña a su padre en sus frecuentes viajes, lo que despierta en Robert el espíritu aventurero. A los 16 años publica su primer libro: Pentland rising, una novela histórica de escaso valor literario y nulo éxito. Su padre, que había financiado esa aventura editorial, pronto comienza a insistirle para que oriente su atención hacia labores más lucrativas.

“Toda mi infancia y juventud yo era conocido por ser un haragán. No obstante, estaba bastante ocupado en lo que era mi personal propósito, que era aprender a escribir. Al caminar tenía siempre la cabeza entretenida, buscando las palabras adecuadas para anotar lo que veía”, recordaría Robert.

Inicia la carrera de ingeniería, pero la abandona. Realiza la carrera de Derecho y aunque empieza a ejercer la abogacía, pronto toma la decisión de entregarse a la literatura por completo, lo cual no es bien visto por su familia, que le restringe el apoyo económico.

Para sostenerse, consigue publicar ensayos en revistas londinenses. En 1876 conoce en Francia a Fanny Osbourne, una norteamericana estudiante de Bellas Artes, casada y con dos hijos. Se enamoran. El padre de Robert no aprueba esa relación y le corta a su hijo las ayudas financieras.

Robert publica en 1878 el primero de una serie de libros de viajes, con escasa fortuna de ventas.

Viaja a Estados Unidos para encontrarse con Fanny que está gestionando su divorcio. La travesía es desastrosa para la endeble salud de Robert, que casi muere en el camino y luego tiene una larga convalecencia en California. En 1880 se casa con Fanny.

En 1881, intentando entretener a uno de sus hijastros, dibuja el mapa de una isla y comienza a inventar una historia de aventuras ocurrida en el siglo XVIII. Es el origen de La isla del tesoro, novela publicada en 1883 que se convertirá en el primer éxito editorial de Robert L. Stevenson.

“Mi matrimonio fue la decisión más acertada que tomé en la vida”, decía el escritor. En su caso, parece indiscutible, pues a partir de ese momento su vida toma una ruta ascendente: tiene éxito como escritor, resuelve los conflictos con su padre, alcanza la solvencia económica y más tarde alcanza su sueño existencial: vivir como un nómada y “un poco vagabundo”.

Medio en broma, medio en serio, declara: “Sigo dispuesto a crear, por las buenas o por las malas, en este libro o en el siguiente, una obra maestra”.

Un propósito arduo, dado que desde 1876 le aparecieron los primeros síntomas de tuberculosis y la enfermedad ha ido avanzando. En 1893 dice en una carta: “Durante catorce años he escrito con hemorragias, enfermo, entre estertores de tos, con la cabeza dando tumbos”. A pesar de las dolencias, continúa en la escritura.

Su contemporáneo Arthur Conan Doyle afirmaba: “Stevenson es buen merecedor no solo de la popularidad de la que disfruta sino de una fama duradera, fruto de un trabajo sólido y minucioso… No creo que en el futuro una parábola tan magnífica como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde deje de ser apreciada. No cabe dudar que esta novela retendrá el título de obra maestra”.

El 3 de diciembre de 1894, a consecuencia de un derrame cerebral, Robert L. Stevenson muere en la isla Upolu, en Samoa, a los 44 años de edad.

Su obra, altamente apreciada por el público y por la gente de letras, influiría en escritores como Joseph Conrad, Graham Greene, G. K. Chesterton, H. G. Wells, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.

[ Gerardo Moncada ]

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