
”Volviéndose hacia el psicólogo, le tomó la mano y le pidió que acercara el índice hacia la palanca. Así envió el pequeño modelo de la Máquina del Tiempo hacia su interminable viaje. Todos vimos la palanca girar. Estoy absolutamente seguro de que no hubo truco. Se generó una corriente de viento, la llama de la lámpara osciló; uno de los candeleros que se hallaba sobre el mantel se apagó, y de repente, la pequeña máquina giró, se volvió indistinta, pareció un fantasma por algunos segundos, como un remolino de cobre y marfil que brillaba débilmente; y partió, desapareció. Salvo por la lámpara, la mesa estaba vacía… Tengo una máquina prácticamente terminada (señaló hacia el laboratorio), y cuando esté lista pienso hacer un viaje por mi propia cuenta…”
La máquina del tiempo es una estimulante aventura de la imaginación, un alegre desafío al rígido y solemne pensamiento científico de finales del siglo XIX.
Apoyado en la lógica y el pensamiento científico de su época, Wells explora las posibilidades a futuro de algunas de las teorías más debatidas de su tiempo: la evolución de las especies, la existencia de la cuarta dimensión, la finitud de los planetas y la lucha de clases.
Con esta obra, Wells sentó las bases para llevar las nociones científicas al gran público mediante la fusión del conocimiento duro y la invención literatura. Es por ello que se le considera el padre de la ciencia-ficción.
Para incorporar principios, datos, tesis de diversas disciplinas, planteó innovaciones narrativas que pronto pasaron a ser de uso generalizado. El escritor Charles Percy Snow afirmaba que en sus primeras novelas científicas Wells “inventó más recursos literarios que lo que la mayoría de la gente hace en toda su carrera”. Una de estas aportaciones fue el debate con que inicia La máquina del tiempo: un científico ofrece una cena a personas de distintas profesiones y en la sobremesa les plantea la tesis en torno a la cuarta dimensión:
Cualquier cuerpo real debe extenderse en cuatro direcciones: debe tener longitud, amplitud, espesor y… duración –señaló-. Pero debido a una natural flaqueza de la carne, tendemos a olvidar este hecho. Existen en realidad cuatro dimensiones, tres de las cuales llamamos los tres planos del espacio, y una cuarta: el tiempo. Hay, sin embargo, una tendencia a establecer una distinción imaginaria entre las tres primeras dimensiones y la última…
A lo largo del siglo XX, escritores y académicos reconocieron que Wells supo equilibrar la ilusión fantástica con la verosimilitud científica. Y es que Wells se basó en conocimientos o extrapolaciones científicas para imaginar mundos aún desconocidos, e incluso para acceder a ellos empleó procedimientos basados en hipótesis científicas.
En su ensayo La ciencia-ficción, Jean Gattégno refiere:
“Cuando apareció La máquina del tiempo, en 1894 y 1895, el antiguo viaje al futuro cambió de naturaleza: no solamente la posibilidad del viaje queda ‘justificada’ mediante el recurso de una hipótesis científica contemporánea –la existencia de una cuarta dimensión: el tiempo-, sino también la visión del mundo futuro que se nos presenta en el año 802701 que no es únicamente lo que cree el autor, sino lo que la ciencia de su tiempo (y sobre todo el evolucionismo de Julian Huxley) creía inevitable. Se refuerza la presencia de la ciencia en la hipótesis esencial y en los medios de verificarla. Presencia aún más viva por la larga discusión filosófico-científica con que se inicia el libro con fines de verosimilitud, para ayudar al lector a ‘domesticar lo imposible’, como decía Wells, pero que subraya el carácter novedoso de la visión que se adopta. Si ahora nos parece normal ese tipo de introducción, no debemos olvidar que Wells fue su iniciador”.
Montado en esta máquina -dijo, mientras levantaba la lámpara-, intento explorar el tiempo… Jamás he hablado más en serio en mi vida…
UN FUTURO DISTANTE
Wells elige como inventor de la máquina a un físico especializado en óptica, pero no será él quien nos cuente directamente su aventura sino uno de los convidados a la casa del científico. Éste escucha los pormenores del viaje al futuro y lo refiere tan fielmente como le es posible. De hecho, se excusa por no tener la capacidad para detallar aspectos sensibles y sólo atenerse a lo oído, con lo cual esta novela reduce al mínimo los componentes dramáticos.
El riesgo peculiar estaba en la posibilidad de encontrar alguna sustancia en el espacio que yo, o la Máquina, ocupábamos. Dado que viajaba a una alta velocidad a través del tiempo, esto importaba poco; el peligro se atenuaba, ¡deslizándome como un vapor a través de los intersticios de sustancias intermedias! Pero detenerme suponía el aplastamiento de mí mismo, molécula a molécula, contra lo que se encontrara en mi camino…
Para Jean Gattégno, la ciencia ficción inicia propiamente en el siglo XIX, pues fue hasta ese momento cuando la ciencia pareció lista para penetrar todos los misterios y realizar todos los sueños -antiguamente satisfechos sólo en la fantasía-; ya nada resultaba imposible ni inverosímil. En ese contexto, Julio Verne fundó la anticipación científica, aunque fue su casi contemporáneo H. G. Wells quien estableció las bases y los lineamientos de la ciencia-ficción del siglo XX. Ambos, al escribir relatos de aventuras “extraordinarias” o “noveladas” quisieron que sus lectores se interrogaran sobre las aportaciones y las conquistas futuras de la ciencia. Esto podría derivar en reflexiones políticas, sociales o filosóficas, pero siempre sobre una base científica o tecnológica (aunque todavía no estuviera verificada).
En el caso de La máquina del tiempo, con base en el planteamiento de la cuarta dimensión, surge la incógnita de cuál sería en un futuro lejano el desenlace de las más fascinantes teorías debatidas por los científicos, como la evolución biológica, el ocaso de nuestro planeta o la lucha de clases.
En ese futuro distante (el año 802 mil), el inventor de la máquina del tiempo encontrará un “ruinoso esplendor”.
Vi una suntuosa y gran arquitectura elevarse a mi alrededor, más sólida que cualquier edificio de los de nuestro tiempo, y sin embargo construida de neblina y de luz tenue. Vi un verdor mayor extenderse sobre la colina, y permanecer allí sin interrupciones invernales. Aún a través del velo de mi confusión, la tierra parecía muy bella. Y sólo entonces comprendí que debía detener la Máquina…
Muy pronto se encontraba a mi alrededor un grupo de ocho o diez de aquellos seres exquisitos. Uno de ellos se acercó, vaciló, y luego me tocó la mano. Entonces sentí otros suaves y pequeños tentáculos sobre mi espalda y mis hombros. Querían asegurarse de que fuera real. No había nada alarmante en todo esto. En efecto, había algo en estas lindas criaturas que inspiraba confianza: una graciosa amabilidad, cierta desenvoltura infantil. Y además parecían tan frágiles…
Las frutas eran su único alimento. Aquellas gentes del remoto futuro eran estrictamente vegetarianas, y mientras estuve con ellos, a pesar de algún deseo carnívoro, me vi obligado a ser también frugívoro […] Los pequeños seres pronto se fatigaron y quisieron huir de mis interrogatorios […] Jamás me he topado con gentes más indolentes o que se fatigaran con más facilidad…
LA DIFUSA Y COMPLEJA REALIDAD
El viajero en el tiempo se topará con múltiples dificultades para desentrañar las características de una realidad social nueva y sólo vagamente imaginada.
Viendo la comodidad y la seguridad en que aquella gente vivía, sentí que la estrecha semejanza entre los seres era, después de todo, lo que uno podía esperar; pues la fortaleza de un hombre y la delicadeza de una mujer, la institución de la familia y las diferencias de ocupación son simples necesidades militantes de una edad de fuerza física; allí donde la población es abundante y equilibrada, la mucha natalidad constituye un mal, más que un beneficio para el estado. Allí donde la violencia es rara y la prole segura, hay menos necesidad (de hecho no hay necesidad) de una familia eficiente, y la especialización de los sexos de acuerdo a las necesidades de sus hijos desaparece. Vemos los indicios de todo esto incluso en nuestro tiempo, y en esa edad futura era un hecho. Esto, debo recordárselos, eran mis especulaciones en aquellos momentos. Después, iba a poder apreciar cuán lejos me hallaba de la realidad…
Debo admitir que la satisfacción con mis primeras teorías de una civilización automática y una humanidad decadente no duraron mucho tiempo…
Al quedar varado en el mundo del futuro, su deseo de entender esa sociedad supera su afán de conocimiento y se convierte en una necesidad, en un recurso básico de supervivencia.
Así que, al final, sobre el suelo tendremos a los Poseedores [los Eloi), persiguiendo placer, bienestar y belleza, y debajo del suelo los No Poseedores [los Morlocks], que se adaptan continuamente a las condiciones de su trabajo […] El gran triunfo de la humanidad que yo había soñado tomaba un aspecto diferente. No había habido tal triunfo de la educación moral ni de la cooperación general como yo había imaginado. En cambio, veía una aristocracia real, provista de una ciencia perfecta, preparando una conclusión lógica del sistema industrial de hoy […] Esta, debo advertirlo, era mi teoría en aquel momento…
Al final descubrirá una realidad más cruda, feroz, pero socialmente aceptada por los habitantes de ese futuro de ruinoso esplendor.
¿QUÉ FUTURO, QUÉ DESTINO?
Con esta obra, H. G. Wells inauguró la vertiente literaria de los viajes a través del tiempo con fundamento en teorías científicas; por ese derrotero transitarían múltiples escritores y cineastas desde entonces hasta nuestros días.
Mirando todas estas estrellas, de repente mis problemas se empequeñecieron, al igual que mis preocupaciones terrenas. Pensé en su insondable distancia, y en el inevitable giro de sus movimientos desde el remoto pasado hasta el desconocido futuro […] Y cómo en sus escasas revoluciones todas las actividades, todas las tradiciones, las complejas organizaciones, las naciones, los lenguajes, las literaturas, las aspiraciones, incluso la memoria del hombre tal como yo la conocía, habían sido borradas de la existencia. En su lugar estaban estas frágiles criaturas que habían olvidado a sus antiguos ancestros, y las blancas cosas que me habían aterrorizado…
Así viajé, deteniéndome de cuando en cuando, a grandes zancadas de mil años o más, arrastrado por el misterio del destino de la tierra, mirando con extrañada fascinación cómo el sol se hacía más grande y más pálido hacia el cielo del occidente, y la vida de la vieja tierra decrecía: al final, a más de treinta millones de años de aquí, la inmensa y roja cúpula del sol terminó por oscurecer…
Yo sé –dijo el Viajero del Tiempo- que todo esto debe parecerles absolutamente increíble; y sin embargo, la única cosa increíble para mí, es saber que estoy aquí esta noche en este viejo salón familiar, viendo sus caras amigas, y refiriéndoles todas estas extrañas aventuras…
A pesar de la ruda e implacable visión futurista que nos ofrece Wells, prevalecen dos elementos fundamentales: el enfoque humanista y un aliento de esperanza.
Para el relator de esta historia, el futuro establece múltiples interrogantes y desafíos. Pero algo le queda claro: “Cuando la inteligencia y la fuerza hayan desaparecido, la gratitud y una mutua ternura vivirán aún en el corazón del hombre”.
H. G. WELLS
Herbert George nació el 11 de septiembre de 1866 entre una familia humilde (“en el estrato más bajo de la más baja clase media, que en ese tiempo eran los sirvientes distinguidos”, refiere Charles Percy Snow). Su padre era jardinero y su madre, trabajadora doméstica. Las perspectivas de desarrollo académico y profesional para Herbert eran limitadas. Sin embargo, a los ocho años sufrió un accidente que comenzaría a cambiar su vida. Se rompió una pierna y durante su convalecencia fue mimado por los patrones de su madre, una familia pudiente que le proporcionó libros para hacer llevadero el tiempo que debía permanecer inmovilizado. No solo adquirió el hábito de la lectura; ese encuentro con la literatura potenció su mente y definió un derrotero para su existencia. “Por esa circunstancia estoy escribiendo en lugar de ser el dependiente agotado de una tienda cualquiera”, diría Wells años más tarde.
Pero sólo fue el inicio. Herbert tuvo que procurarse una educación. Aprovechó cada oportunidad para acudir a una academia comercial y a una escuela de Wookey, para tomar lecciones de latín y de ciencias, para recibir clases de matemáticas y ciencias naturales.
A los 18 años consiguió una beca miserable para estudiar por doce meses en la Escuela Normal de Ciencia. La recordaría como una época feliz. “Durante un año fui andrajosamente vestido, cada vez más andrajoso. Estaba mal alimentado y peor alojado, pero no me importaba lo más mínimo a causa de la visión de la vida que estaba surgiendo en mi mente”.
Más tarde, a los 21 años, se graduó en Biología en la Universidad de Londres.
Su vida apuntaba hacia la docencia, que ya venía practicando por más de una década en diferentes planteles. Pero contrajo tuberculosis. Las hemorragias lo postraban y optó por trabajar en casa escribiendo artículos para revistas. Su estilo resultó atractivo y comenzó a explorar relatos literarios.
En 1895 logró el éxito editorial con su novela La máquina del tiempo. A partir de entonces se entregó por completo a la literatura. Su prestigio siguió en ascenso con La isla del Dr. Moreau (1896), El hombre invisible (1897), La guerra de los mundos (1898), Cuando el dormido despierta (1899) y El primer hombre en la luna (1901)
“Wells nunca perdió el fervor por la ciencia”, afirmaba su amigo C. P. Snow, quien añadiría: “Concibió la visión de una nueva sociedad que debería estar fundada sobre la ciencia; la pobreza, el hambre, las miserias materiales eran un insulto a la inteligencia y serían eliminadas. De esta revolución científica nacería también una nueva ilustración en la que el hombre se vería libre de las tradiciones sexuales y podría ser más feliz”.
Snow apunta: “Lo mismo que sus sobrias profecías científicas, sus teorías emancipadoras tuvieron gran influencia sobre la juventud durante treinta años; tanta influencia que muchas de sus doctrinas no se leerán más porque ya las damos por sentadas”.
Robert Silverberg afirmó: “En un lapso de veinte años, Wells concibió y exploró sistemáticamente cada uno de los temas principales de la ficción científica. Es el verdadero padre de la ciencia ficción de hoy, pues es quien estableció las reglas y la técnica que siguen la mayoría de los escritores contemporáneos”.
Wells creó un derrotero que sería transitado por varias generaciones de talentosos autores, quienes reconocerían la influencia del escritor inglés, como Arthur C. Clarke, Brian Aldis, John Wyndham, Sinclair Lewis, Ray Bradbury, Isaac Asimov, Carl Sagan, Margaret Atwood y Karel Capek, entre otros.
Jorge Luis Borges se declaraba admirador de Wells, ese «narrador de milagros atroces».
El escritor Henry James admitía que la narrativa de Wells lo hechizaba y lo hacía olvidarse del severo rigor con que analizaba las obras de otros escritores. Como James, varias generaciones de lectores serían seducidos por los libros de H. G. Wells.
[ Gerardo Moncada ]
Otra obra de H. G. Wells:
La guerra de los mundos.