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Frankenstein, de Mary Shelley

La inglesa Mary Wollstonecraft Godwin, más conocida como Mary Shelley, nació el 30 de agosto de 1797 y murió el 1 de febrero de 1851. A los 19 años escribió su novela «Frankenstein o el moderno Prometeo», que se convertiría en un clásico de la literatura universal.

«En una lúgubre noche de noviembre llegué al término de mis esfuerzos. Con una ansiedad que era casi agonía, dispuse a mi alrededor los instrumentos que me permitieron infundir una chispa vital a aquella cosa muerta yacente a mis pies. Era ya la una de la mañana y mi candil estaba casi consumido cuando a su débil resplandor vi abrirse los ojos amarillentos de mi obra. Inspiró profundamente y un movimiento convulsivo le agitó las extremidades…»

¿Cómo podría describir mis emociones ante aquel desgraciado resultado? ¿Cómo presentar la obra a la que había dado forma con tantos sacrificios? Sus miembros eran proporcionados y yo había elegido sus facciones para que fueran hermosas. ¿Hermosas? ¡Dios santo! Su piel amarillenta apenas cubría la red de músculos y arterias, su cabello era lustroso, negro y ondulado, sus dientes de una blancura de marfil. Pero todas estas cualidades no hacían más que aumentar el contraste con sus ojos clarísimos, casi incoloros, su tez arrugada y sus labios estrechos y oscuros…

En esta novela, Mary Shelley retoma el mito de Prometeo (ese héroe que se rebeló a los dioses para ayudar a la humanidad entregándole una llama divina); sin embargo, lo plantea como una anti-épica, con un científico que desafía el orden natural para dar vida a un ser inanimado que, a su vez, se rebelará contra su creador.

Ciencia sin conciencia

Frankenstein es una crítica a la ausencia de principios éticos en la pretenciosa «época de las luces y la ciencia», es un grito horrorizado ante la soberbia humana que se autoproclama el nuevo y único dios, es un lamento poético al observar que nuevas teorías y nuevas tecnologías avasallan todo a su paso. Es una advertencia de que el galopante avance de la ciencia carece de alma.

Shelley hace un puntual retrato del científico Víktor Frankenstein, un joven disciplinado, miembro de una familia distinguida, que es atrapado por una obsesión. «Sólo quienes las han experimentado pueden comprender las tentaciones de la ciencia», dirá él, un investigador tentado por un desafío del conocimiento, pero también por la vanidad:

Pronto mi mente estuvo dominada por un solo pensamiento, un solo concepto, un solo propósito. Cuanto más se haya hecho, más, mucho más he de hacer yo. Siguiendo las huellas ya marcadas abriré nuevos caminos, exploraré poderes desconocidos y revelaré al mundo los misterios más profundos de la creación…

La vida y la muerte me parecían objetivos ideales, a los que llegaría yo primero, para derramar un torrente de luz sobre nuestro oscuro mundo. Una nueva especie me adoraría como su creador; muchas personas felices y buenas me deberían el ser, ningún padre podría reclamar la gratitud de sus hijos como yo la de ellos…

El «monstruo»

Tras días y noches de trabajos y fatigas indecibles, conseguí descubrir la causa de la generación y de la vida. Más aún, llegué a ser capaz de dar vida a la materia inerte…

Actualmente es difícil leer esta novela sin una imagen previa de la criatura terrorífica, pero eso puede incrementar el interés del lector, que desde las primeras páginas descubrirá un error muy popular: «Frankenstein» es el nombre del científico, no el de su creación, ese ser de repulsiva apariencia y estatura intimidante que -para sorpresa nuestra- adquirirá luminosas cualidades de conciencia y sensibilidad.

Al principio me sobresalté, incapaz de creer que fuese mi persona la que se reflejaba en aquel espejo, y cuando me convencí de que era el monstruo que soy, me acometió un profundo sentimiento de pena y mortificación…

Su proceso autodidacta tiene un imperativo esencial: ser parte de una comunidad.

Noté que aquella gente tenía un método para comunicar sus experiencias y sus pensamientos por medio de sonidos articulados. Vi también que las palabras por ellos pronunciadas provocaban placer o dolor, sonrisas o tristeza en el rostro de quienes las escuchaban. Era aquella una ciencia divina y deseaba ardientemente dominarla…

Más aún, ese «monstruo» trasciende rápidamente el aprendizaje básico de la legua y la lectura, para adentrarse en el espíritu humano.

Tuve la sensación de estar ante algo sobrenatural: ofrecían una mezcla de dolor y de placer que jamás había experimentado ni por hambre ni por frío, ni por calor ni por comida. Me retiré de la ventana, incapaz de soportar tantas emociones…

Esas maravillosas narraciones [de Ruins of Empires] me inspiraron extraños sentimientos. ¿Era acaso el hombre tan poderoso, virtuoso y magnífico, y a la vez tan bajo y tan ruin?… Conocí así la división de la propiedad, la existencia de riquezas inmensas y de extrema pobreza, de categorías, herencias y sangres nobles… ¡Qué extraña cosa es el conocimiento! Una vez que ha penetrado en la mente, se aferra a ella como la hiedra a la roca… Aprendí que los bienes más apreciados por tus semejantes eran tener ascendencia elevada y sin mácula y poseer riquezas. Podrá ser respetado un hombre con una sola de estas cualidades, mas si no tiene ninguna se lo considera un vagabundo o un esclavo. ¿Qué era entonces yo?… No pude menos que preguntarme dónde estaban mis amigos y mis parientes. Jamás padre alguno vigiló mis días de infancia, ni hubo madre que me bendijera con sus sonrisas y sus caricias. Toda mi vida anterior era una eterna noche. ¿Qué era yo?…

En ese afán de conocimiento, los libros le abren el camino. Así lo manifiesta cuando encuentra una valija con tres textos…

Recibí aquellos tesoros con alegría, pues me permitieron desde entonces estudiar y ejercitar mi mente… Me sería difícil describir la impresión que me causaron esos libros. Hicieron nacer en mí infinidad de nuevas imágenes y sensaciones, que a veces me elevaban hasta el éxtasis…

El «monstruo» es en realidad el ser más inteligente, consciente y sensible de este relato.

El día me animó con su sol espléndido y su aire templado, e hizo que sintiera en mi interior impulsos de bondad y dulzura que creía muertos desde mucho tiempo atrás. Sorprendido por la novedad de estas sensaciones me dejé arrastrar por ellas y hasta, olvidando mi abandono y mi deformidad, llegué a sentirme feliz. Suaves lágrimas volvieron a humedecer mis mejillas cuando elevé los ojos con agradecimiento al generoso sol que me prodigaba tan agradable bienestar…

Su mayor tormento es no ser aceptado por ningún grupo humano, ya sea una aldea o una familia. Es rechazado por todos, en especial por su creador. Su tragedia es que le sea negada la condición crucial, enunciada por Aristóteles: «El hombre es un ser social por naturaleza».

Hasta los enemigos de Dios y de los hombres tiene amigos y compañeros en su desolación. Yo, en cambio, estoy solo.

Un clásico de la ciencia-ficción

Con un toque de suspenso y tragedia, Mary Shelley consigue en esta obra una afortunada fusión de corrientes literarias: el romanticismo, la novela gótica y un género nuevo: la ciencia-ficción, .

De hecho, Frankenstein es considerada la primera novela de ciencia-ficción. En este sentido, se podría añadir que posee uno de los mejores atributos de ese género: el de identificar pautas sociales y proyectar sus posibles consecuencias hacia el futuro.

Puedo hacerte tan desgraciado que llegarás a odiar la luz del día. Eres mi creador, pero yo soy tu amo… ¡Obedece!

Androides que desarrollan conciencia, criaturas artificiales de valoran la vida, que desean sentir y amar, que se rebelan a su creador o a los amos que les han sido asignados… Mary Shelley abrió estas vertientes que serían ampliamente abordadas por los escritores de ciencia-ficción durante los siglos XIX y XX, y aún en la actualidad.

Frankenstein es un profundo cuestionamiento a la ciencia dominada por la ambición y la búsqueda de reconocimiento sin considerar los impactos de las creaciones humanas.

Literatura del romanticismo

¡Qué deliciosa resultaba aquella tierra que hasta poco antes era desnuda, húmeda e inhospitalaria! Mi espíritu se elevaba con el encantador resurgimiento de la vida en la naturaleza. Olvidado ya el pasado, veía frente a mí un presente tranquilo y un futuro iluminado por los rayos de la esperanza y la alegría…

Al momento en que Mary Shelley escribe su novela, el romanticismo era un movimiento literario de reciente creación (fines del siglo XVIII). En abierta oposición a la Ilustración y el Neoclasicismo, exaltaba la personalidad individual; su prioridad eran los sentimientos, la búsqueda de la libertad personal, la apreciación de la naturaleza y la vida. Objetivos artísticos con los que comulgaba la escritora.

Permanecí dos días en Lausana sin poder salir de ese doloroso estado de espíritu. Miraba el lago, cuyas aguas estaban tranquilas, lo mismo que cuanto las rodeaba. Las nevadas montañas, los «palacios de la naturaleza», no habían cambiado. Aquella tranquilidad celestial fue restableciéndome poco a poco, hasta que pude seguir mi viaje hacia Ginebra… ¿Quién que no haya nacido allí puede comprender el placer con que volvía a ver sus arroyos, sus montañas y, por encima de todo, su querido lago?…

Con acierto, incorpora un fragmento de un poema de Samuel Taylor Coleridge:

«Como quien, en ruta solitaria,
Marcha con miedo y terror
Y, después de mirar una vez hacia atrás,
Sigue su camino sin volver a hacerlo,
Sabedor de que un enemigo implacable
Sigue de lejos sus pasos»
(Rime of the Ancient Mariner).

La cita de Shelley, además de atinada, es un homenaje a uno de los fundadores del romanticismo.

Una novela gótica

Otro movimiento literario surgió en la segunda mitad del siglo XVIII: la novela gótica. También de ella abrevó Mary Shelley. Esta literatura se oponía al racionalismo con historias de terror medievalista; sus personajes, amenazados por lo oculto y lo sobrenatural, sufren depresión, angustia, soledad, amor enfermizo y experimentan emociones desbocadas. De manera recurrente, los relatos góticos emplean el estilo epistolar y en ellos se ofrece una intensa carga descriptiva, en la que el entorno natural va en sintonía con las emociones del personaje.

El cansancio me acometió después de tan terribles esfuerzos físicos y mentales. Durante un corto tiempo estuve asomado a la ventana, mirando los relámpagos que brillaban sobre Mont Blanc y escuchando el rugir del Arve, que proseguía su estruendosa carrera. Todos esos ruidos combinados eran como un arrullo para mis sentidos, demasiado sensibles…

Shelley da un paso adelante en el género, porque lo sobrenatural no es un ente fantasmal sino una creación del ser humano.

Aquel era el espantoso demonio al que yo diera vida… Comprendí que había lanzado al mundo un ser depravado, ansioso de sangre y muerte… Era como si mi propio espíritu hubiese escapado de la tumba para destruir cuanto me era querido…

En Frankenstein, Shelley establece múltiples elementos de carácter psicoanalítico que años después serían el fundamento de las novelas de terror, en especial en la relación de odio (y amor) entre el doctor Frankenstein y la criatura.

Ignoro qué pensaría el perseguido. Es verdad que a veces me dejaba algunas palabras escritas en la corteza de los árboles o grabadas en la piedra, las que me servían de guía y aumentaban mi furia. «Sígueme, voy hacia los eternos hielos del Norte, donde sentirás las garras del frío, al que soy insensible. Si no llegas demasiado tarde encontrarás aquí cerca una liebre muerta. Cómela y reanímate. Ven hacia mí, mi enemigo. Todavía tenemos que luchar a muerte, y antes de que llegue ese momento tendrás que pasar muchas y muy duras pruebas».

El sello de las emociones exaltadas

Los vaivenes de la vida no son tan cambiantes como los sentimientos de la naturaleza humana…

Una característica de la novela gótica son las emociones extremas. Y ese es el caso de los personajes de Frankenstein.

Desperté sobresaltado y lleno de terror, cubierta la frente de un sudor frío, temblando de pies a cabeza. Y entonces vi, a la pálida y amarillenta luz de la luna que se filtraba entre las persianas, a aquel desventurado, a aquel monstruo creado por mí…

Atormentado por el remordimiento, el horror y la desesperación, veía a quienes amaba verter inútiles lágrimas sobre las tumbas de William y Justine, las primeras y desgraciadas víctimas de mis impías artes…

Ni siquiera la descomunal criatura es ajena a las emociones intensas:

La mía no será la sumisión del abyecto esclavo. He de vengar las injurias; si no puedo inspirar amor, inspiraré temor, especialmente a ti, el mayor de mis enemigos por ser mi creador. Tenlo presente: trabajaré por tu destrucción y no descansaré hasta que tu alma esté desesperada y hasta que maldigas la hora de tu nacimiento…

Puedo hacerte tan desgraciado que llegarás a odiar la luz del día… No permitiré que seas feliz mientras yo arrastro una vida miserable…

Una obra profundamente humana

Frankenstein es una obra emotiva, apasionada, con personajes atormentados por angustias, anhelos y miserias personales. Es un relato que reúne elementos tan imperecederos como la obsesión por la fama y la trascendencia, la soberbia, los intentos por dominar la naturaleza, el sufrimiento ante la soledad y la marginación social, la búsqueda de amor, la sed de venganza, el poder autodestructivo del resentimiento.

Descansamos: un sueño puede envenenar nuestro sueño. Al levantarnos, un incierto pensamiento echa a perder el día. Sentir, concebir o razonar; reír o llorar; abrazar las penas o alejar nuestras cuitas. Todo es igual porque, sea de alegría o de pena, la ruta de la partida está siempre libre. La víspera no se parecerá quizá al mañana… Sólo la inestabilidad es constante.

A fines del siglo XVIII, Francisco de Goya pintó su aguafuerte «El sueño de la razón produce monstruos», como crítica a la superstición y en defensa del racionalismo. Unos años después, a principios del siglo XIX, Mary Shelley advirtió con su novela Frankenstein que la soberbia de la razón puede crear monstruos aún peores.

Una persona normal debe mantener siempre una mente tranquila y pacífica, sin permitir que esa tranquilidad se vea jamás trastornada por la pasión o los deseos transitorios… Si siempre se observara esta regla, si ningún hombre permitiese que ambición alguna se interpusiera en la tranquilidad de sus afectos domésticos, Grecia no hubiese sido esclavizada, César habría conservado su país, América sería descubierta más gradualmente y los imperios de México y el Perú no habrían sido destruidos…

Otros ángulos

El crítico Harold Bloom consideró que la infortunada criatura es un cuestionamiento a la ilusión de rediseñar la naturaleza humana para eliminar la explotación, la timidez, el remordimiento y la moralidad convencional. Para Bloom, en esta novela la autora realizó una crítica al racionalismo de sus padres y a la ilusión romántica de Percy Shelley… El monstruo posee una sensibilidad poética de la que carece su creador. De hecho lo supera en espíritu y en sensibilidad. El lector lo ama y lo teme, pero se siente más cercano a él que al científico. El género de esta novela resulta más próximo a una tragedia de venganza jacobina en la que no hay vencedor sino derrotados. La relevancia de la novela aumenta a medida que profundizamos en lo que esta era nos ofrece: realidad virtual, inteligencia artificial, robots. Víctor Frankenstein es a la vez un gran científico hermético, un genio asombroso capaz de romper las limitaciones humanas y un monstruo pragmático, el verdadero monstruo de la novela. La mayor fortaleza de la obra es su contraste irónico entre la profundización de la autoconciencia en el pobre demonio y la reducida conciencia en Víctor Frankenstein (Mary Shelley, Bloom’s modern critical reviews, 1985).

Alberto Chimal afirma: Mary Shelley exploró, como pocos autores de la historia, el sentido y los límites de nuestra naturaleza, por eso hay que leer su obra. Si no bastan la originalidad de su imaginación y de su prosa, siempre se puede agregar que es una escritora pertinente: su obra tiene un lugar privilegiado en la historia literaria de occidente porque al mismo tiempo introdujo al menos una idea que, al parecer, ya no va a abandonarnos –la razón como causa de una subversión o crisis de lo humano–, y dos personajes icónicos, multiformes, capaces de articular esa idea y de existir a su vez en incontables versiones: junto al monstruo, por supuesto, está siempre el científico impío/megalómano/trágico que lo crea y debe afrontar las consecuencias de su curiosidad o su arrogancia («Términos y comienzos», Las historias, 2012).

Rosa Beltrán escribió un creativo monólogo (de Mary Shelley) para la obra teatral «La creación del monstruo»: …A veces he pensado que esa criatura soy yo. Un ser impertinente, en el sentido literal, alguien que no pertenece. Un ser que aun siendo por naturaleza bueno, no merece amor, ni cabe en ninguna parte. Alguien que mata lo que ama sin saber por qué y a quien de cualquier modo abandonarán. Si les parecen pocas las semejanzas les diré que mi amado esposo se ahogó poco después. Teníamos ocho años de habernos conocido… (Revista de la Universidad, UNAM, junio 2016).

En el año 2009, la revista Newsweek hizo un cruce de 10 listados de «los mejores libros de todos los tiempos» (sobre todo en lengua inglesa). El resultado fue un centenar de obras entre las que siguió figurando Frankenstein o el moderno Prometeo.

De perfil

La londinense Mary Shelley fue narradora, ensayista, dramaturga y biógrafa. Su fascinante vida fue como una novela. Su madre fue la escritora y filósofa feminista Mary Wollstonecraft, autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792), obra que sentó las bases del feminismo moderno al defender la igualdad de su género y criticar la feminidad convencional. En marzo de 1797, ya con Mary creciendo en su vientre, Wollstonecraft se casó con el filósofo radical William Godwin, uno de los más importantes precursores del pensamiento anarquista, autor de Disquisición sobre la justicia política y su influencia en la virtud y felicidad de la gente, una obra que en su momento (1793) tuvo tanta influencia como los textos de Milton, Locke y Rousseau. Años después esas ideas tendrían notable influencia en escritores del Romanticismo, como Lord Byron y Percy Shelley.

A los 17 años, Mary conoció a Percy Shelley, integrante de un grupo de poetas del romanticismo inglés, al que también pertenecían Lord Byron y John Keats. De inmediato surgió un amor apasionado, a pesar de que Shelley tenía esposa y dos hijos. En plena época de expansión del imperio inglés, estos poetas lanzaban voces críticas al conservadurismo de Inglaterra, lo que provocó duras reacciones institucionales. Mary y Shelley debieron pasar largas temporadas en el extranjero, en difíciles condiciones económicas. Mary tuvo tres hijos con Percy, de los que sólo sobrevivió uno.

En uno de sus viajes, en 1816, coincidieron con Lord Byron en Ginebra. El clima lluvioso les obligaba a permanecer en casa, donde se dedicaron a leer en voz alta un libro de relatos fantásticos. Byron lanzó la propuesta: «Escribamos una historia de fantasmas cada uno de nosotros».

Mary anotó en sus diarios: «Me dediqué a pensar en un cuento que hablara de los misteriosos terrores de nuestra naturaleza y despertase miedos estremecedores, que dejase al lector con temor de mirar hacia su alrededor, que paralizase la sangre y acelerara los latidos del corazón. Si no conseguía esos resultados mi cuento de fantasmas sería indigno de su nombre. ‘¿Has creado algún cuento?’, me preguntaban todas las mañanas, y me veía obligada a contestar con una mortificante negativa… Durante una conversación, Lord Byron y Shelley hablaron de la naturaleza del principio de la vida y de las posibilidades de que llegue a ser descubierto y dado a conocer, tal vez fuera posible reanimar un cadáver y el galvanismo había dado prueba de ello; quizá las diversas parte de una criatura pudieran ser fabricadas, reunidas y provistas del calor de la vida. Esa noche no pude dormir. Mi imaginación desbocada me dominaba. Vi, con ojos cerrados pero con aguda visión mental, al pálido estudioso de ciencias impías, arrodillado junto a algo que había reunido. Vi elevarse un horrible fantasma con figura de hombre y luego, por obra de algún motor poderoso, dar señales de vida y agitarse con un movimiento intranquilo, casi como el de un ser vivo. Debe ser algo terrible, porque tiene que serlo el efecto de cualquier tentativa humana por remedar el estupendo mecanismo del creador del mundo… Al principio pensé en escribir solamente unas pocas cuartillas, un cuento corto, pero Shelley me instó a dar desarrollo más extenso a la idea. A no haber sido por sus indicaciones, jamás mi obra hubiese tomado la forma en que ha sido presentada al mundo, salvo el prefacio, que, hasta donde alcanzo a recordar, fue escrito enteramente por él».

Frankenstein o el moderno Prometeo fue publicada el 1 de enero de 1818.

Ya en el siglo XX, del estudio de toda la obra de Mary Shelley se dedujo que a lo largo de su vida mantuvo una postura política radical. Sus escritos plantean que la cooperación y la compasión son las formas de reformar a la sociedad civil. Esta visión se alejó de las teorías de política educativa desarrolladas por su padre, William Godwin, y del romanticismo individualista de Percy Shelley.

[ Gerardo Moncada ]

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