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El viejo y el mar, de Ernest Hemingway

Una obra espléndida, creada por uno de los más admirados y polémicos escritores estadounidenses.

En ese momento, sin nadie, sin ver la playa, no se despegaba del pez más grande de su vida, el más grande de que había tenido noticia, y su mano izquierda continuaba tan rígida como las apretadas garras de un águila…

El viejo y el mar es un cálido, hermoso relato que ofrece múltiples lecturas. Es el ser humano desafiando las inconmensurables fuerzas de la naturaleza, es la experiencia de una vida puesta a prueba ante las adversidades, es el profundo conocimiento de un oficio sometido a su máximo reto, es un sueño largamente acariciado que paradójicamente llega cuando la edad declina, las capacidades comienzan a mermar y no se cuenta con los recursos necesarios para aprovecharla.

A ello se pueden sumar aspectos señalados por algunos críticos, como un simbolismo cristiano en varios pasajes.

Pero el propio Hemingway sugería no ilusionarnos demasiado con las interpretaciones: “Lea usted cualquier cosa que yo escriba por el placer de leerla. Todo lo demás que usted encuentre será la medida de lo que usted mismo aportó a la lectura”.

Aun así, es difícil ignorar los paralelismos entre esta obra literaria y la realidad que vivía el autor hacia 1952. El viejo y el mar es la historia del avejentado pescador Sebastián, el otrora “Campeón”, pero también podría ser la del escritor Ernest Hemingway, cuyo último éxito literario databa de 1940 (se le veía en franco declive creativo). Sebastián ha fracasado durante 84 días en su intento por atrapar un pez de una talla adecuada, mientras la más reciente novela de Hemingway (A través del río y entre los árboles) no tuvo éxito. Cada nuevo día es para Sebastián una esperanza no solo de tener buena pesca sino de atrapar un gran pez; cada nuevo libro es, dice Hemingway, la ilusión “de alcanzar algo que está más allá de la pura habilidad”. Sebastián, en solitario, deberá intentar algo insólito para romper su mala racha; Hemingway afirma: “un escritor debe intentar algo que nunca se haya hecho… debe traspasar sus propios límites hasta llegar a donde nadie pueda ayudarlo”.

Esta ilusión de tener una nueva oportunidad aunque sea postrera, un último desafío, una batalla final, es un sueño que han acompañado a la humanidad a lo largo de toda su existencia. Y tanto Sebastián como Hemingway la encontrarían en El viejo y el mar.

El destacado crítico Arthur Voss escribió: “Debe reconocerse que El viejo y el mar tiene mucha belleza poética y riqueza de significado. Su concepción y ejecución lo hace el relato más ambicioso y en muchos aspectos el más impresionante de un gran maestro. También puede ser que al escribirlo Hemingway tenía en la mente sus propios esfuerzos por lograr el dominio de su arte. Sería un símbolo adecuado para esa lucha” (La novela corta americana, 1976).

Una épica largamente esperada

El viejo y el mar es una metáfora de la gran oportunidad soñada y lo que ocurre cuando ésta se presenta en forma inesperada, superando nuestras fuerzas y condiciones de respuesta. La disyuntiva es clara: desistir ante aquello que nos rebasa o pelear y poner a prueba la experiencia, el conocimiento y el carácter.

El pez decidió quedarse en el agua profunda y oscura, lejos de todas las trampas, asechanzas y perfidias –pensó el viejo-. Yo elegí ir allí y encontrarlo más allá de toda la gente. Más allá de toda la gente del mundo. Ahora nos hemos unido, estamos juntos desde el mediodía y sin nadie que nos ayude, a ninguno de los dos…

Asimismo, esta novela retrata la épica de la vida sencilla, esa en la que cotidianamente es necesario confrontar circunstancias abrumadoras y condiciones adversas, porque de esa confrontación depende la manutención, incluso la supervivencia.

Qué fácil sería si pudiera amarrar la cuerda –pensó el viejo-. Pero con una pequeña sacudida el pez podría romperla. Tengo que amortiguar el tirón del cordel con el cuerpo y en todo momento estar listo a dar cuerda con ambas manos…

Es la lucha de todos los días, la batalla por la vida; una épica estrictamente personal, si acaso reconocible por el círculo más cercano.

Pero los hombres no están hechos para la derrota –dijo-. Se les puede destruir, pero no derrotar…

En El canon occidental, Harold Bloom afirma: “Los tres novelistas más vibrantes del siglo XX son Scott  Fitzgerald, William Faulkner y Ernest Hemingway”, y estima que en este último se manifiesta la influencia de Joseph Conrad y Mark Twain. Sin embargo, en una entrevista el propio Hemingway consideró haber sido influenciado por esos dos escritores y por muchos más: Flaubert, Stendhal, Turguenev, Tolstoi, Dostoyevski, Chéjov, Maupassant, Kipling, Thoreau, Shakespeare, Quevedo, Dante, Virgilio, San Juan de la Cruz, Góngora… “me llevaría un día recordarlos a todos”.

La vida ante la adversidad

Entre todas las adversidades quizá la más categórica es la que genera el orgullo, ya que alienta a traspasar límites sin los recursos necesarios para ello e incluso inhibe la visión de opciones prácticas.

Ojalá tuviera una piedra para afilar el cuchillo –dijo el viejo después de revisar las ataduras en la punta del remo-. Debí traer una piedra. “Debiste traer muchas cosas –pensó-. Pero no las trajiste, viejo. Ahora no es el momento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo que se puede hacer con lo que hay…

En la larga batalla en solitario, el viejo evoca recuerdos de fuerza juvenil y de estimulantes experiencias, no con la amargura de lo ya perdido sino como fuente de energía para su desafío presente.

”No debo pensar insensateces –se dijo-. La suerte es algo que llega de muchas maneras, pero ¿quién puede reconocerla?”… Trató de instalarse con mayor comodidad para gobernar el bote y el dolor le dijo que no estaba muerto…

Con o contra la naturaleza

Con finas pinceladas, Hemingway describe la cotidianidad de los pescadores ribereños y su vínculo con la naturaleza, un lazo que trasciende el nivel básico de la manutención para estrecharse en una relación amorosa, fraternal, pero de mutuo desafío.

La mar es bondadosa y muy bella, pero también es cruel…Siempre decía: la mar, como la nombra la gente que la ama, como mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes hablaban del mar como un contrincante, un lugar o incluso un enemigo. El viejo siempre la veía como algo femenino, que concede o niega grandes favores; si hacía cosas malignas o tremendas era porque no lo podía evitar…

Para los pescadores ribereños no se trata de una lucha de poder a poder. En vez de confrontar la abrumadora fuerza de los elementos marinos, se integran a ellos con el profundo conocimiento de su oficio, el cual tiene su ciencia y exige -sobre todo- paciencia.

Es un gran pez y tengo que convencerlo –pensó-. Por ningún motivo debo permitir que se entere de su fuerza y de lo que me podría hacer si sale disparado. Si yo fuera él, echaría todo por delante ahora mismo y seguiría hasta que algo se rompa. Pero, gracias a Dios, los peces no son tan inteligentes como los que los matamos. Pero sí son más nobles y más capaces…

Al fin vio al pez. Primero era una sombra oscura; tardó tanto en pasar por debajo del bote que el viejo no daba crédito al tamaño. No –dijo-, no puede ser tan grande… Tengo que acercarlo, acercarlo, acercarlo –pensó-. “Calma y fuerza, viejo”, se dijo.

Me estás matando, pez –pensó el viejo-. Pero tienes derecho. Nunca había visto una cosa más grande, más hermosa, más serena o más noble que tú, hermano. Ven y mátame. Ya no me importa quién mate a quién… Ahora te estás confundiendo la cabeza, viejo. Despeja la mente y aprende a sufrir como los hombres. O como los peces…

El crítico Arthur Voss escribió: “A pesar de su sencillez superficial, pueden encontrarse muchos significados en El viejo y el mar… Si un hombre actúa honestamente y si tiene valor, voluntad, fortaleza, puede lograr un triunfo moral en la derrota. Santiago representa algo más que un individualismo valeroso y trágico en un universo naturalístico. Tiene sentido de la unidad y solidaridad del universo que ayuda a sostenerlo”.

El viejo y la literatura

Ernest Hemingway nació el 21 de julio de 1899. Desde joven ejerció el periodismo y esta experiencia le ayudó a definir un estilo directo y eficaz que aplicó en la escritura realista de cuentos y novelas.

Muy pronto su obra tuvo una gran acogida, al insertarse en las corrientes literarias dominantes. Harold Bloom señala: “En las primeras décadas del siglo XX, la novela romántica norteamericana fue exaltada como género, lo que contribuyó a que Faulkner, Fitzgerald y Hemingway se convirtieran en los escritores dominantes de la prosa de ficción del siglo”.

Por considerar que en las situaciones extremas aflora lo mejor y lo peor de los seres humanos, Hemingway buscó la experiencia vivencial: se ofreció como conductor de una ambulancia durante la Primera Guerra Mundial hasta que fue herido y quedó inhabilitado; reporteó la guerra greco-turca; estuvo en España durante la guerra civil; participó como corresponsal en la Segunda Guerra Mundial; viajó constantemente y, atraído por las situaciones de alto riesgo, se casó cuatro veces.

En varios de sus relatos literarios, el autor ventila a través de sus personajes un ideario vital. Es lo que se llegó a conocer como el “código” de Hemingway, según el cual es posible no alcanzar una meta pero el esfuerzo puede ser inmortalizado, refiere Arthur Voss y destaca la importancia de la valentía: en la obra de Hemingway, “el valor es una rígida auto-disciplina que nos ayuda a soportar cualquier calamidad que nos acontezca; en consecuencia, a la vista de la desesperanza, el desastre, la derrota, el hombre debe esforzarse en manifestar las cualidades del estoicismo, resignación, valor y fortaleza y mantener su dignidad y honor”.

Hemingway alcanzó el éxito literario con novelas como Fiesta (también titulada Ahora brilla el sol, de 1926), Adiós a las armas (1929) y Por quién doblan las campanas (1940). Varios de sus cuentos fueron considerados de lo mejor del género en el siglo XX.

El académico Malcom Bradbury refiere que a mediados del siglo XX “los críticos advertían en la nueva narrativa una retirada del Yo y un triunfo de la sociedad de masas constituida en fuerza opositora que le daba al realismo desesperado un sabor muy diferente al del naturalismo de los treinta”. Es cierto que grandes escritores de los años veinte y treinta continuaban escribiendo, y el reconocimiento a Hemingway, Faulkner y Steinbeck a fines de los cincuenta y principios de los sesenta evidenciaba el cada vez más amplio poder y prestigio de la narrativa norteamericana. “Su modernismo estaba siendo mejor comprendido, pero los tres mostraban síntomas de estar por debajo de sus mejores épocas y difícilmente se podría decir que representaban el espíritu de la generación de la posguerra” (La novela norteamericana moderna, FCE, 1988).

Esto pareció confirmado en 1950, cuando Hemingway fracasó con su novela A través del río y entre los árboles. Pero a este escritor le gustaba ir a contracorriente. No se detuvo y, como si aplicara para sí mismo el código Hemingway, escribió el relato El viejo y el mar. Lo publicó en septiembre de 1952 en la revista Life, con un éxito arrollador: en dos días la revista vendió más de 325 mil ejemplares. Ante esa respuesta, sólo una semana después apareció en formato de libro, y tuvo una segunda edición en el mismo año. Esta obra le hizo merecedor del Premio Pulitzer. Beligerante y monolítico, Hemingway demostraba con esta obra que permanecía en el escenario de la literatura y no sería fácil arrebatarle sus laureles.

A decir de Arthur Voss, “ningún otro escritor del siglo XX (con excepción quizá de William Faulkner) ha ganado tan alto grado de distinción como literato o ejercido tanta influencia sobre otros escritores, por sus temas, actitudes, técnicas narrativas y estilo”.

En 1954 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura, “por su vigoroso dominio en el arte de la narración moderna, en la cual ha creado un estilo”.

En una entrevista, Hemingway comentó: “Yo siempre trato de escribir de acuerdo con el principio del témpano de hielo, que conserva siete octavas partes de su masa debajo del agua. Uno puede eliminar cualquier cosa que conozca, y eso sólo fortalece el témpano… El viejo y el mar pudo haber tenido más de mil páginas e incluir a cada uno de los personajes de la aldea y todos los procesos de cómo se ganaban la vida, cómo nacían, se educaban, tenían hijos, etc. Otros escritores hacen eso excelentemente y bien. Al escribir, uno está limitado por lo que ya se ha hecho satisfactoriamente. Así que yo he tratado de aprender a hacer algo distinto. Primero he tratado de eliminar todo lo que sea innecesario para comunicarle una experiencia al lector, de modo que después que él haya leído algo, eso se convierta en parte de su experiencia y parezca haber sucedido en realidad. Eso es muy difícil de hacer y yo he intentado hacerlo con mucho esfuerzo. Con El viejo y el mar tuve una suerte increíble y pude comunicar la experiencia completamente y lograr que fuera una que nadie había comunicado antes. La suerte consistió en que tuve un buen hombre y un buen muchacho y los escritores se han olvidado de que tales cosas existen todavía. Por otra parte, el océano merece que se escriba sobre él tanto como lo merece el hombre. Yo he visto al pez vela aparearse y sé de eso, de modo que lo dejé fuera. He visto un cardumen de más de cincuenta cachalotes y una vez arponeé uno de casi sesenta pies de largo y lo perdí, de modo que dejé eso fuera. Todas las historias de la aldea de pescadores que conozco las dejé fuera. Ese conocimiento es lo que constituye la parte del témpano que está bajo el agua” (El oficio de escritor, ERA, 1968).

El 2 de julio de 1961, en su casa de Idaho, el escritor tomó una escopeta y se suicidó, con la misma furia con que había vivido.

[ Gerardo Moncada ]

Otra obra de Ernest Hemingway:
Adiós a las armas.

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