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Canción de Navidad, de Charles Dickens

Además de rescatar al escritor inglés de un inquietante declive, este relato se convirtió de inmediato en modelo inagotable para gran variedad de historias.

Muy contados escritores han tenido un ascenso en la popularidad tan meteórico como Charles Dickens. “Sólo Byron se acercó al éxito de público de que Dickens disfrutó cuando tenía veinticinco años. La popularidad que tuvo en vida difiere en calidad y cantidad de la de cualquier otro escritor, incluyendo a Goethe y Tolstoi, que no ejercieron una influencia universal sobre todas las clases sociales de tantas naciones», escribió Harold Bloom en El canon occidental. Y añadió: «Puede que Dickens, más que Cervantes, sea el único rival de Shakespeare en cuanto a influencia mundial”

Pero ese éxito, como escritor y como figura pública, tuvo un descalabro en 1842. Tras un viaje a los Estados Unidos, Dickens publicó Notas americanas con una visión crítica hacia el país que antes le había infundido una gran esperanza. Mucho más áspera resultaría Martin Chuzzlewit, su sátira de Norteamérica que comenzó a publicar en 1843. Ambas obras tuvieron escasa aceptación en Gran Bretaña y en América, lo que constituyó el primer tropiezo en su fulgurante carrera literaria; una circunstancia inquietante, inédita, para el escritor inglés. Parecía haberse quebrado el estrecho vínculo con ese vasto público que había celebrado con entusiasmo la aparición de cada una de sus obras.

Sin embargo, a finales de ese 1843 resurgió el fervor de los lectores con la publicación de Canción de Navidad.

Las cortinas del lecho se descorrieron y Scrooge, sobresaltándose, medio se incorporó y hallóse frente a frente con el sobrenatural visitante, tan cerca de él como yo lo estoy de ustedes…

Con esta historia corta, Dickens creó un relato conmovedor tan efectivo que de inmediato se convirtió en base y modelo para infinidad de historias navideñas que retomaron la invitación a la hermandad, a la reconciliación, al resurgimiento de los mejores sentimientos hacia el prójimo.

El personaje medular, del que han surgido múltiples variantes, es el gruñón Ebenzer Scrooge, “atrozmente tacaño, avaro, cruel, desalmado, miserable, codicioso incorregible; duro como el pedernal, de quien nadie había arrancado nunca una chispa generosa; secreto, retraído y solitario como una ostra”. Un hombre que se encuentra en “el hosco invierno de su vida”.

Tienes demasiado temor a la opinión del mundo –contestó la hermosa muchacha, con dulzura, al joven Scrooge-. Todas tus esperanzas se han confundido con la esperanza de ponerte a cubierto de su sórdido reproche. Yo he visto desaparecer tus más nobles aspiraciones una por una, hasta que la pasión principal, la Ganancia, te ha absorbido por completo… Contrajimos nuestro compromiso cuando ambos éramos pobres y nos sentíamos contentos de serlo, hasta que consiguiéramos aumentar nuestros bienes terrenales por medio de nuestro paciente trabajo. Has cambiado… Tu propia conciencia te dice que no eras lo que eres ahora…

Uno de los mayores méritos de este relato no se refiere únicamente al espíritu navideño sino a la revaloración de la vida a partir de la revisión del pasado personal: las palabras no dichas, las acciones omitidas, la escasa o nula apreciación de los momentos significativos; el confrontar “las sombras de las cosas que han sido”.

¡Espíritu –pidió Scrooge-, no me muestres más cosas! ¿Por qué gozas torturándome?…

Los relatos navideños de Dickens reflexionan acerca de la avaricia y la caridad, el invierno físico y el del alma, “la secreta irritación de los humildes” y esa felicidad doméstica que depende de la incomodidad circundante, señaló con agudeza G. K. Chesterton.

UNA NUEVA SOCIEDAD

El entusiasmo por las obras de Dickens no fue solo un fenómeno popular, también escritores y críticos elogiaron los méritos de su producción literaria. Y es que con Dickens el género de la novela alcanzó su apogeo, con una aceptación y un alcance que no consiguieron otros grandes autores del siglo XIX como Jane Austen, Stendhal, Victor Hugo, Honoré de Balzac, León Tolstoi, Gustave Flaubert y Émile Zola.

Incluso destacados ensayistas de generaciones posteriores reconocieron la calidad literaria de Dickens. El también inglés G. K. Chesterton consideró que ese “gran fabulista” había capturado con destreza esa naciente sociedad que emergía con una nueva vida urbana llena de contrastes y sorpresas. “Para él no había felicidad sin las calles. La misma mugre y el humo de Londres le parecían adorables y llenaban sus cuentos de Navidad como de un vaho vivificador”.

Dickens se sumerge y vive la experiencia de un novedoso tipo de vida urbana, al que acompaña una reconfiguración de la cultura popular. Varios estudiosos afirman que renovó la novela al compartir y consumir los bienes de esa cultura emergente; era una nueva ficción para una nueva realidad social. Y algo más profundo e interdependiente: a esa cultura urbana en gestación ofrecía en sus novelas “respuestas decisivas”.

Son los hijos de los hombres –contestó el espíritu mirándolos-. Y se acogen a mí para reclamar contra sus padres. Este niño es la Ignorancia. Esta niña es la Miseria. Guardaos de ambos y de toda su descendencia, pero sobre todo del niño, pues en su frente veo escrita la sentencia, hasta que lo escrito sea borrado…

UN IMPERIO COMPLACIDO Y EN ASCENSO

Con tono crítico, el francés Stefan Zweig estima que Dickens encarna la época de la estabilidad victoriana: “Shakespeare fue la encarnación de la Inglaterra heroica, como Dickens el símbolo de la Inglaterra burguesa… es la expresión poética más alta que alcanza la tradición inglesa entre el pasado glorioso y el imperialismo”.

Y detalla Zweig: “Inglaterra se sienta a la mesa, plácidamente, a disfrutar del botín todavía sangrante. El burgués, el mercader, el corredor de comercio son los reyes de este reino, y se repantigan en el trono como en una poltrona. Inglaterra sestea en los placeres de la digestión. Para gustar, el artista que se presentase ante el país en esta hora tenía que ser digestónico, no inquietar, no despertar emociones fuertes, acariciar suavemente, sin sacudir, infundir sólo sensaciones sentimentales, sin cariz trágico… Una literatura de junto al fuego era lo que la época pedía; libros de esos que se leen confortablemente al lado de la chimenea, mientras la tormenta azota en los cristales; esos libros que arden y chisporrotean alegremente como los leños en el hogar, que calientan el corazón, como los sorbos de té, sin embriagarlo en gozo ni abrasarlo en fuego.

“Así como la Inglaterra isabelina había encontrado su expresión en Shakespeare, esta Inglaterra sin ambiciones descubre el genio capaz de darle lo que necesitaba: un arte placentero, amable, digestónico. Dickens llegó en el momento propicio. Y esta fortuna le valió la fama; mas el haberse dejado arrollar, débilmente, por esta ley de la necesidad, fue su tragedia. Su arte se nutre de una moral hipócrita: la moral hedonista de un pueblo satisfecho. Y si detrás de su obra no hubiese un genio artístico tan extraordinario, si su brillante y fino humorismo no envolviese la pobreza incolora de los sentimientos que le sirven de savia, esta obra no hubiera conquistado el mundo… Sólo repudiando con lo mejor del alma la mezquindad hipócrita de la cultura de aquella época y de aquel pueblo, puede uno admirar verdaderamente el genio del hombre que la retrata y en su retrato nos obliga a sentir interés y hasta afecto por un mundo repulsivo de saciedad. Grande tenía que ser el soplo de su poesía para redimir a esta prosa”.

Si este hombre pudiera revivir –pensó Scrooge-, ¿cuáles serían sus pensamientos primitivos? ¿La avaricia, la dureza de corazón, la preocupación del dinero? ¿Tales cosas le han conducido, verdaderamente, a buen fin? Yace en esta casa desierta y sombría, donde no hay un hombre, una mujer o un niño que diga: Fue cariñoso para mí en esto o en aquello…

Si en sus novelas, Dickens había retratado circunstancias de la vida inglesa con aspereza y con humor, en Canción de Navidad hace un señalamiento crítico a la obsesión por acumular riqueza sin pensar en los demás, ni siquiera a manera de excepción en la época más propicia del año.

Lo mejor y más venturoso de todo: ¡el tiempo venidero era suyo, para poder enmendarse!… Algunos se rieron al verle cambiado, pero él los dejó reír y no se preocupó, pues era lo bastante juicioso para saber que nunca sucedió nada de bueno en este planeta que no empezara por hacer reír a algunos…

[ Gerardo Moncada ]

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