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El tañido de una flauta, de Sergio Pitol

Sergio Pitol nació el 18 de marzo de 1933 y murió el 12 de abril de 2018.

El tañido de una flauta es el balance contable entre lo que se esperaba de la vida y lo que ésta decidió dar. Mediante un involuntario juego de espejos (rastrear la vida de los otros para terminar confrontado ante la propia), los personajes realizan un corte de caja: buscan en la difusa memoria dónde quedaron los sueños del pasado, cotejan los anhelos juveniles contra el paso de los años, los intentos por ser parte de los procesos culturales mientras pasaban fulgurantes las vanguardias. En ese sentido, El tañido de la flauta expresa el abismo que se interpone entre las elaboradas justificaciones y el desarrollo de los proyectos: en una orilla, el gran aparato de palabras e ideas, y en la otra, las nimias realizaciones.

Los personajes de El tañido de una flauta son cosmopolitas, su patria es el mundo (aun antes de la globalización). Sus encuentros se llevan a cabo en México, España, Italia, Francia, Estados Unidos o en la Yugoslavia socialista. Sus vidas se reparten entre los viajes, las comidas, el alcohol, las conversaciones, la correspondencia y esporádicas ocupaciones laborales. Hay una fuerte dosis de glamour; aun en los sitios sórdidos predomina la exquisitez.

Y sin embargo, no les resulta suficiente. Hay una constante búsqueda de sentido para sus existencias.

Pitol desarrolla su novela mediante una prosa densa, con un entramado de acotaciones y matices; con monólogos y diálogos interiores; ofreciendo un complejo andamiaje de las motivaciones culturales que animan a los personajes ligados a la creación artística.

Por su parte, el escritor deja en claro sus preferencias: la cinematografía de culto, la pintura (con certeras reflexiones acerca del arte moderno y posmoderno), la filosofía y la literatura.

Es implacable con los funcionarios culturales ignorantes y fantoches. Con sarcasmo, cierra su novela relatando una pesadilla en la que un desastre arrasa con Venecia y solamente sobrevive uno de estos funcionarios, de manera que desaparece un ícono de la belleza universal y queda la impostura y la mediocridad. Acaso los personajes de El tañido de una flauta encarnan la misma pesadilla.

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Con José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis.

Algunos pasajes:

¿Piensas acaso que soy más fácil de tañer que una flauta?
Tómame por el instrumento que más te plazca,
pero por mucho que me trates, te lo advierto,
no conseguirás obtener de mí sonido alguno…

Su novela, el legendario, eterno work in progress se había quedado en un proyecto de realización imposible…

Y en aquella población de Montenegro, a la que unos años atrás había tratado de llevarlo […] sus huesos conocerían la lenta descomposición en una tumba sin nombre, como una mofa más al anhelo de luminosidad que alentó en los años en que todo era promesa…

El mundo terminó por moldearlo, sin que él lo percibiera con claridad, incapacitándolo para defenderse. El mundo conformó un producto del todo distinto al que él se había propuesto realizar […] Su silencio no había sido el de Duchamp sino el del derrotado…

El mito que encarnó un día no se apoyaba ya en ninguna realidad…

Y piensa que afirmar que alguien es como los demás han deseado que sea resulta tan banal como decir que uno es como ha querido ser. Entre las dos posiciones se tiende un espacioso y confuso laberinto, mil puertas entreabiertas, resquicios cerrados que el azar, el destino, la historia, o simplemente los otros –que son todo eso- han construido. Nadie quiso ser un empleado de correos y pasar treinta años de su vida tras una sórdida ventanilla, pero nada concreto lo obligó a permanecer allí; simplemente dejó que las circunstancias decidieran por él…

Su vida había prescindido de un elemento ético fundamental, el instinto de fidelidad…

Pitol, acerca del crítico:

Se regodearía […] hasta perderse del todo en la maraña de datos, interpolaciones y anécdotas superficiales que organizaban lo que llamaba su cultura, que le conformaba la vida […] le bastaría con mencionar nombres, los ensartaría uno tras otro hasta producir esa especie de limbo-lugar-común-de-la-cultura en que tan gozosamente se movía…

…más grotesca la vanidad de los hombres de cultura necesarios para dar fama a una galana capital de provincia, para quienes cualquier triunfo ajeno equivalía, en principio, a un agravio personal…

La funcionaria cultural:

Sus afanes se enderezaban a sostener otro prestigio: el de factótum, el de demiurgo. Para subsanar la tragedia de no crear debía hacer que la creación girara en torno suyo. Tenía que apoderarse de los nombres citados, eran su gente, sus nombres, eran ella: «Yo le organicé la exposición me vino a ver lo presenté con el editor yo le dije que no fuera tímido yo misma aquella beca yo le dije cuando llegó a México lo llevé me comentó yo estuve yo recomendé me escribió…»

La creación artística:

Muy poca gente sabía en el presente qué estaba haciendo. Cada vez era más difícil diferenciar lo que contenía sólo un valor plástico aparente de lo que poseía un poder de penetración profunda. Las artes visuales habían constituido siempre un elemento importante en el mundo de las ideas…

Lo que de la creación le atraía, afirmaba, era la posibilidad de sustentar un universo autónomo: otra vida domeñada por otras leyes […] una realidad cuyo propósito era –por saturación y condensación- crear esa otra realidad que buscaba, intensa e imprecisa, poderosa y fantasmal…

La conciencia de que en las monocromías de Albers el efecto visual se sustentaba en la vibración de ciertas variantes de un mismo color o de colores muy próximos, lo que equivalía a imponer de modo totalitario el color sobre cualquier otro elemento, la sumía en la angustia. […] Un día al leer a Leonardo, el problema se le aclaró de golpe. No debía entender por dibujo el mero trazo de líneas sobre una tela o un muro, sino la intención ordenadora total a la que se supeditaban el color, la materia, el tema, etc. Y en ese sentido cualquier cuadro de Albers resultaba dibujo puro…

La vejez:

No estoy para resignarme; eso será lo único que no haga. […] Moriré arrepentida sólo de haber caído en las trampas que yo misma me tendí durante muchos años. […] Creo que ha sido una injusticia atroz el haber tenido que convertirme en el esperpento que soy para paladear lo que puede ser la libertad, para intuirla apenas y sentir la nostalgia de lo jamás gozado. Nunca conocerás, tal es tu fortuna, el dolor de descubrir el despilfarro de una vida…

[La ficción y sus fantasmas: Entre los personajes de la novela hay una elegante anciana que vive recluida en su casa por una afección de salud que le obliga a estar bajo medicación. Uno de sus hijos, un mediocre doctor, insiste en que la casa es demasiado grande y que hay interesados en comprar una parte del inmueble. En dos episodios en que los padecimientos de la mujer se agudizan, surge en ella la sospecha de envenenamiento por alteración intencional de las medicinas… En la vida real de Sergio Pitol, en febrero de 2015, el escritor fue internado en una clínica por complicaciones derivadas de una afasia progresiva, enfermedad neurológica que afectaba su habla y su memoria; entonces se desató una polémica pública porque sus familiares deseaban tomar el control de su cuidado y sus bienes, aduciendo incapacidades del escritor. El debate duró poco. Una vez recuperado, Pitol volvió a su gozosa soledad hasta el día de su muerte.]

 [Gerardo Moncada]

Otra obra de Sergio Pitol:
El arte de la fuga.

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