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Una historia gráfica de la Conquista de México: el Códice Florentino

A pesar de su nombre, el Florentino no es un códice prehispánico; fue elaborado años después de la Conquista. Sin embargo, posee un minucioso apartado acerca de ese episodio que culminó el 13 de agosto de 1521.

Ocho años después de la caída de Tenochtitlan, el mayor imperio de Mesoamérica, llegó al territorio recién conquistado el fraile franciscano Bernardino de Sahagún. Su principal tarea era evangelizar a las poblaciones indígenas, pero se apasionó por conocer la cultura que debía aniquilar.

Convenció a las autoridades eclesiásticas para que le permitieran reunir a los indios más sabios y ancianos de Tenochtitlan, Tlatelolco y Tepepulco quienes, a partir de los códices indígenas, hicieron un extenso relato de la historia y las tradiciones prehispánicas, el cual fue transcrito en náhuatl y resumido en español por Sahagún.

Uno de esos manuscritos está en la Biblioteca Laurenziana de Florencia, por ello se le llama Códice Florentino. Incluye gran número de ilustraciones creadas por los discípulos del fraile, imágenes en las que aún prevalece la estética del tlacuilo (el pintor de códices indígenas) pero también se advierte una transición hacia la representación occidental de la época. Además, este documento posee una parte destacada: un relato profusamente ilustrado de la Conquista.

En el medievo europeo habían proliferado los relatos gráficos en los templos, con fines didácticos, para una población predominantemente analfabeta. Pero también habían surgido en el siglo XII exquisitas piezas, como el altar de Klosterneuburg, de Nicolás Verdún y el salterio de Ingeborg. En el siguiente siglo, ante una creciente demanda de libros por parte de la nobleza, la ilustración de manuscritos floreció con gran suntuosidad. Los más comunes fueron salterios, libros «de horas» (de rezos), bestiarios que contaban hechos y fábulas de animales, colecciones de vidas de santos y la Biblia «comentada» (ver Arte en la Edad Media).

Se sabe también de antiguos libros ilustrados localizados en lo que fueron los límites orientales del Imperio Romano. Un ejemplo son los evangelios de Garima, encontrados en Etiopía; las pruebas de carbono datan su antigüedad entre los años 350 y 650 d.C.

En la cultura prehispánica, por su parte, ocupaban un lugar fundamental los códices, los libros de pinturas elaborados sobre papel amatl y que se desplegaban como biombos. El ejercicio de recordar su pasado, su cultura y sus creencias a través de los códices era esencial para los antiguos mexicanos. Estos libros incluían diversos tipos de glifos, entre los que destacaban los numerales, calendáricos, pictográficos, ideográficos (representación simbólica de las ideas) e incluso fonéticos (ver Los antiguos mexicanos…).

En un cruce cultural de las representaciones gráficas prehispánicas y europeas surgió el Códice Florentino.

Como investigadora de la UNAM, Marta Dujovne ideó una publicación con apenas breves textos de apoyo a un relato esencialmente gráfico. «El ritmo de esta sucesión de imágenes es el de una historia ilustrada… No es la ilustración ocasional de textos, sino una narración en imágenes» (La Conquista de México, Ed. Nueva Imagen, 1978).

Mostrada así, puede afirmarse que en el Códice Florentino se encuentra la primera historia gráfica de la Conquista. A continuación se reproduce una parte de las múltiples ilustraciones contenidas en el Códice Florentino acerca de ese episodio histórico.

LOS PRESAGIOS FUNESTOS

Durante un año, al anochecer, se veía en el cielo una gran llama, como un mechón de fuego.

Sin causa alguna, se incendió el templo de Huitzilopochtli en Tenochtitlan. Si le echaban agua, ardía con más fuerza.

Durante la noche se oía a una mujer que lloraba y decía: «Mis queridos hijos, ya nos partimos. ¿A dónde os llevaré?»

Le llevaron a Motecuhzoma un ave que sobre su cabeza tenía como un disco redondo con un agujero en el centro, como un espejo. Cuando el emperador lo miró vio la imagen de mucha gente que llegaba armada para la guerra.

Otros augurios: cayó un rayo sobre el templo de Xiuhtecuhtli; en pleno día, pasó un cometa; sin que hubiera viento, el agua del lago hirvió y se desbordó; aparecían seres monstruosos, como hombres con dos cabezas.

LLEGAN LOS ESPAÑOLES

De un primer arribo, Juan de Grijalva envió cuentas de vidrio verde y amarillo a Motecuhzoma, en reciprocidad a las hermosas mantas que éste le había enviado. Después vino Hernán Cortés y Motecuhzoma le envió también ricos presentes. Cortés atemorizó a los emisarios haciendo disparar el cañón del barco.

Motecuhzoma escuchó el relato de sus enviados con temor y pena. No sabía si los recién llegados eran poderosos enemigos o los dioses anunciados por las antiguas profecías. Ordenó a caciques y guerreros que abastecieran de comida los españoles, pero la incertidumbre crecía. Como supo que los españoles preguntaban mucho por él, Motecuhzoma llegó a pensar en esconderse dentro de una cueva.

Mientras tanto, los españoles desembarcaron en tierra firme y comenzaron su marcha hacia Tenochtitlan.

Los habitantes de Tecoac los enfrentaron. Los españoles los embistieron con los caballos, los mataron con sus armas de fuego y con las flechas de hierro. Al enterarse de esto, los caciques de Tlaxcala recibieron pacíficamente a los españoles y les ofrecieron comida y hospedaje; también les predispusieron acerca de los cholultecas de tal forma que los españoles atacaron sin piedad Cholula.

Los españoles continuaron su camino hacia Tenochtitlan. Cuando iban entre los volcanes Popocatepetl e Iztaccihuatl, fueron abordados por enviados de Motecuhzoma.

El emperador mexica también envió hechiceros para que detuvieran a los españoles. Los hechiceros encontraron un hombre envuelto en ocho hileras de cordel que les anunció la perdición de México. «¡Idos, ya no hay más tiempo, regresad! ¡Mirad hacia México!» Los hechiceros voltearon y les pareció ver que ardían todos los templos de la ciudad.

EN TENOCHTITLAN

Motecuhzoma se pregunta: «¿Qué haremos? ¿Es del todo inútil?» Aun así ordena plantar magueyes para bloquear el camino que llevaba a la ciudad. Los españoles pasan y son recibidos por los señores de Iztapalapa y Culhuacan, que se someten pacíficamente. De ahí parten los españoles, al día siguiente, hacia Tenochtitlan. Al frente va un abanderado seguido por grupos ordenados de jinetes, ballesteros y arcabuceros; luego iba el capitán, y le seguían los indígenas aliados, que actuaban como cargadores o empujaban los cañones montados sobre ruedas de madera.

Al entrar a Tenochtitlan, Motecuhzoma se adelantó a recibirlos. Marina sirvió de intérprete entre Cortés y el emperador.

Se encaminaron al palacio. Al llegar, los españoles hicieron prisionero al emperador y a Itzcohuatzin, gobernador de Tlatelolco. Los españoles reclamaron a Motecuhzoma que los llevara a la casa del tesoro; el emperador los condujo.

Los españoles sacaron las joyas, los adornos de plumas, los escudos, los discos dorados, las medias lunas doradas para las narices, las diademas de oro.

Y los españoles quitaron todo el oro que había en los escudos y las insignias, y luego quemaron todas las preciosidades. Y fundieron el oro en barras… Y luego tomaron el tesoro personal de Motecuhzoma: el collar con colgantes, el anillo del brazo decorado con un mechón de plumas de quetzal, la correa dorada de la muñeca y la corona de mosaico de turquesas, y todo lo demás.

INICIA LA GUERRA

Supo Cortés que Pánfilo de Narváez había desembarcado, para reemplazarlo por órdenes del gobernador de Cuba. Cortés partió para enfrentarlo y dejó a Pedro de Alvarado al frente de los españoles en Tenochtitlán. Motecuhzoma ordenó preparar la fiesta de Huitzilopochtli. Con pasta de semillas molidas de chicalotl y sobre una base de ramas dieron forma a la figura humana de Huitzilopochtli. Le pusieron tocado de plumas, un manto y un escudo con plumones de águila. El día de la fiesta colocaron ante él toda clase de ofrendas. Comenzó el canto y la danza en ondulaciones de serpiente.

Y mientras se bailaba y el canto surgía como las olas del mar, los españoles se preparaban para la matanza. Cerraron todas las salidas del templo y los soldados entraron con la orden de matar. Se metieron entre los danzantes y cortaron con la espada el brazo del músico y sus manos, después la cabeza.

A muchos atravesaron con su lanza de hierro, o los mataron con su espada. Cuando todo esto se supo fuera del templo se levantó el clamor general. Se levantó el grito de guerra. Rápidamente se reunieron los caudillos y comenzó la lucha. Flechas de caña cubrieron a los españoles, que se atrincheraron en el palacio y dispararon sus arcabuces y sus ballestas.

Luego pusieron a Motecuhzoma cadenas de hierro.

Los mexicanos recogieron a sus caudillos muertos. Cuando el sol iba a ponerse, Itzcohuatzin habló a nombre de Motecuhzoma pidiendo a su pueblo que abandonara la guerra, pero nadie aceptó sus palabras. Se impidió la entrega de víveres a Motecuhzoma y los españoles. Luego llegó la noticia de que Cortés regresaba con más soldados (los de Pánfilo de Narváez) y con gente de Cempoala y Tlaxcala ataviada con vestimenta y armas para la guerra. Los mexicanos ensancharon y profundizaron los canales y acordaron no dejarse ver. Al llegar, Cortés atravesó la ciudad y cuando entró al palacio comenzó la lucha.

Después de varios días, los españoles echaron a Motecuhzoma y a Itzcohuatzin. Los arrojaron muertos a la orilla del canal. Cuando los mexicanos los reconocieron transportaron a Motecuhzoma hasta Copolco. Lo pusieron encima de la hoguera y la encendieron. Mientras el cuerpo ardía, muchos lo censuraban.

Y llevaron el cuerpo de Itzcohuatzin en barca hasta Tlatelolco. Y lo lloraron. Prepararon para él la bandera real y lo adornaron con alhajas de papel. Y quemaron su cuerpo con grandes honores en el patio del templo.

LOS ESPAÑOLES ABANDONAN TENOCHTITLAN

Una noche salieron los españoles y los tlaxcaltecas en una densa columna. Los españoles iban al frente y los de Tlaxcala los seguían, casi les servían de muralla.

Lloviznaba ligeramente. Los españoles y sus aliados atravesaron tres canales, pero al llegar al cuarto los vio una mujer y gritó: «¡Acudid, mexicanos, que los enemigos abandonan secretamente la ciudad!».

Todo el pueblo se levantó con estrépito de guerra. Unos, en sus canoas, rodearon a los españoles. Otros corrieron a cortarles el camino. Los dardos de puntas dentadas caían sobre los españoles, y ellos disparaban sus saetas y sus armas de fuego. Murió mucha gente de ambos bandos.

Los españoles continuaron, perseguidos por los mexicanos. Cuando los españoles llegaron a Otoncalpulco acamparon; el cacique de Teuhcalhueyacan les llevó víveres. Mientras tanto, los mexicanos retiraban los cuerpos de tlaxcaltecas y españoles que había perecido en los canales.

Los mexicanos recogieron todos los bienes que encontraron, todo lo que los españoles habían abandonado por terror. Había espadas y escudos, y cascos, y el oro fundido en lingotes.

Los españoles siguieron su marcha y atacaron a los habitantes de Calacoayan, a quienes atravesaron con sus lanzas, aunque no les habían dado ningún motivo. Se instalaron en el templo otomí de Teuhcalhueyacan; la población les llevó comida. Los habitantes de ese poblado y los de Tliliuhquitepec dijeron a Cortés, a través de Marina, que Motecuhzoma los oprimía y que al partir los españoles se volvería contra ellos. Cortés les prometió que regresaría pronto. Los españoles se dirigieron a Tepotzotlan, pero antes de llegar los habitantes abandonaron la ciudad. Los españoles siguieron su camino, seguidos a distancia por los mexicanos que los provocaban. Llegaron a Citlaltepec, donde los guerreros se escondieron detrás de nopales, rocas y magueyes. En Xoloc, los habitantes también abandonaron la ciudad; los españoles prendieron fuego a los templos. Luego acamparon al pie del monte Aztaquemecan. Los indígenas ya no se les acercaban.

Cuando los españoles reanudaron la marcha los mexicanos, que los seguían de cerca, los atacaron. En la batalla murió gran cantidad de mexicanos y tlatelolcas. Después de la matanza, los españoles prosiguieron su camino. Los mexicanos quemaron a sus guerreros muertos y enterraron sus cenizas.  Como pensaron que no volverían los españoles, limpiaron y adornaron sus templos para celebrar una fiesta a los dioses.

Si se suman los días que los españoles estuvieron en Tenochtitlan resultan 235. Y fueron nuestros amigos durante 195 días, y otros 40 fueron nuestros enemigos.

Tras la partida de los españoles se extendió una epidemia de viruela. La había traído un soldado español. Los enfermos estaban cubiertos como con una corteza. La erupción les cubría todo el cuerpo y no podían moverse, y cuando lo hacían gritaban fuertemente. Muchos murieron.

LA CONQUISTA DE TENOCHTITLAN

Los españoles volvieron. Llegaron a Cuauhtitlan y luego a Tacuba, y de ahí tomaron distintos rumbos. Pedro de Alvarado fue hacia Tlatelolco, y Cortés acampó en Coyoacan. Alvarado comenzó la guerra en Nextlatilolco y se extendió a Nonohualco sin gran avance. Cortés acometió por el camino de Acachinanco y fue resistido por los tenochcas. Antes de volver, los españoles hicieron construir doce bergantines. Sus aliados indígenas los trajeron en piezas hasta el lago de Tezcoco y ahí los armaron. Los españoles los abordaron.

Dos barcos pudieron entrar por los canales. Los españoles se pusieron en fila, llevando los cañones. Batían los tambores y tocaban los silbatos. Se luchó y en los dos bandos hubo muertos y prisioneros.

Los tlatelolcas lucharon en Zoquipan en sus canoas de guerra. En Xoloco, los españoles encontraron una muralla que cerraba el camino. Desde un bergantín, dispararon su cañón grande.

La muralla resistió el primer disparo, pero se derrumbó en el segundo y quedó en el piso para el tercero. Los españoles pusieron los cañones en la proa de los barcos, y allí donde se aglomeraban las canoas de los mexicas les disparaban. Los indios aliados a los españoles llenaron el canal con piedras y por allí pasó una escuadra a caballo que entró a Tlatelolco. Los tlatelolcas regresaron a tierra firme, y los españoles sintiéndose rodeados huyeron abandonando sus cañones, que fueron llevados a Tetamazolco y tirados al agua.

Los españoles volvieron por Nonohualco. Con ellos venía la gente de Tlaxcala. Cercaron a los mexicas e inició la batalla. Muchos murieron, en ambos lados. Tzilacatzin, un gran caudillo, atacaba con tres piedras grandes, redondas, de muralla. La batalla duró día y noche. Los españoles no pudieron romper las líneas de los mexicas y se retiraron. La gente de Xochimilco, de Cuitlahuac y de otros pueblos mandaron guerreros; dijeron a Cuauhtémoc: «¡Oh mi hijo, hemos venido a ayudar a la ciudad de México!» Repartieron insignias y escudos, y se prepararon para la batalla. Al iniciar la lucha, la gente de Xochimilco comenzó a robar y se precipitó a sus canoas. Los mexicas los persiguieron; mataron a unos y a otros los tomaron prisioneros para sacrificarlos.

Días después dos barcos españoles llegaron a Yauhtenco y comenzaron a disparar. En otra ocasión metieron dos barcos al barrio de Xocotitlan y desembarcaron. Tzilacatzin y otros caciques los atacaron y persiguieron hasta empujarlos al agua. Otra vez, llevaron los barcos a Coyonacazco y bajaron los españoles bajo el mando de Castañeda. Los caciques los rechazaron hasta el agua y los ahogaron. Castañeda hubiera muerto pero se lo llevaron colgado de un barco. Y también hubo barcos en Tetenantepotzco.

En una ofensiva general, los españoles taparon los canales y por allí avanzaron. El guerrero Ecatzin derribó a un español. Los mexicas tomaron prisioneros a muchos indígenas y también a cincuenta y tres españoles. Los tlatelolcas capturaron una bandera de los españoles y los persiguieron hasta la orilla del canal.

A los prisioneros se les sacrificó en la pirámide de tierra de Yacacolco, primero a los españoles y luego a sus aliados indígenas. Pusieron las cabezas de los españoles y de sus caballos sobre maderas.

Mexicas y tlatelolcas tenían hambre, bebían agua salitrosa de la laguna, comían lagartijas y cuero. Estaban encerrados en la ciudad. Se extendía la mortandad y paulatinamente los españoles los cercaban. Montados a caballo, los españoles entraron al mercado y atravesaron con sus lanzas a los mexicas. Quemaron el templo.

Por mucho tiempo se peleó en la plaza de Tlatelolco, todas las casas que circundaban el mercado fueron convertidas en barricadas.

Después prendieron a Cuauhtemoc y luego empezó otra vez la matanza. El pueblo se puso en movimiento, la guerra estaba perdida. En todas partes los españoles robaban, buscaban oro, tomaban a las mujeres. También tomaban hombres fuertes y los marcaban de inmediato con el sello de quemar en la región de la boca.

Ya abandonan la ciudad los mexicas, el humo se está levantando, la niebla se extiende. Llorad amigos míos, hemos perdido la nación mexicana…

[ Gerardo Moncada ]

Otros textos acerca del mundo prehispánico:
Popol Vuh, antiguas historias de los indios quichés de Guatemala.
Los antiguos mexicanos, a través de sus crónicas y cantares, de Miguel León-Portilla.

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