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Fábulas, cuentos y minificciones de Augusto Monterroso

Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 21 diciembre 1921 – Ciudad de México, 7 febrero 2003) fue considerado un maestro del relato breve y la minificción.

Érase un escritor que nació en Honduras pero pasó su infancia y adolescencia en Guatemala (cuya nacionalidad adoptó) para luego radicar en Chile y finalmente vivir casi medio siglo en México. Augusto de nombre, se apellidaba Monterroso Bonilla. Fue ensayista y narrador, además de activista, preso político, prófugo, miembro del cuerpo diplomático guatemalteco, exiliado, empleado de Pablo Neruda… y fabulista.

Augusto Monterroso es el autor de uno de los más célebres microrrelatos:

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Fue inventor de fábulas modernas a partir de conductas de animales que invariablemente hacen alusión al proceder de los individuos y de los grupos sociales. El candor que habita en buena parte de sus relatos no impide un refinado juego de ingenio y un escrupuloso uso del lenguaje.

LA TELA DE PENÉLOPE, O QUIÉN ENGAÑA A QUIÉN
Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.

Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.

De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.

LA PARTE DEL LEÓN
La Vaca, la Cabra y la paciente Oveja se asociaron un día con el León para gozar alguna vez de una vida tranquila, pues las depredaciones del monstruo (como lo llamaban a sus espaldas) las mantenían en una atmósfera de angustia y zozobra de la que difícilmente podían escapar como no fuera por las buenas.

Con la conocida habilidad cinegética de los cuatro, cierta tarde cazaron un ágil Ciervo (cuya carne por supuesto repugnaba a la Vaca, a la Cabra y a la Oveja, acostumbradas como estaban a alimentarse con las hierbas que cogían) y de acuerdo con el convenio dividieron el vasto cuerpo en partes iguales.

Aquí, profiriendo al unísono toda clase de quejas y aduciendo su indefensión y estrema debilidad, las tres se pusieron a vociferar acaloradamente, confabuladas de antemano para quedarse también con la parte del León, pues, como enseñaba la Hormiga, querían guardar algo para los días duros del invierno.

Pero esta vez el León ni siquiera se tomó el trabajo de enumerar las sabidas razones por las cuales el Ciervo le pertenecía a él solo, sino que se las comió allí mismo de una sentada, en medio de los largos gritos de ellas en que se escuchaban expresiones como contrato social, Constitución, derechos humanos y otras igualmente fuertes y decisivas.

GALLVS AVREORVM OVORVM
En uno de los inmensos gallineros que rodeaban a la antigua Roma vivía una vez un Gallo en extremo fuerte y noblemente dotado para el ejercicio amoroso, al que las Gallinas que lo iban conociendo se aficionaban tanto que después no hacían otra cosa que mantenerlo ocupado de día y de noche.

El propio Tácito, quizá con doble intención, lo compara con el Ave Fénix por su capacidad para reponerse, y añade que este Gallo llegó a ser sumamente famoso y objeto de curiosidad entre sus conciudadanos, es decir los otros Gallos, quienes procedentes de todos los rumbos de la República acudían a verlo en acción, ya fuera por el interés del espectáculo mismo como por el afán de apropiarse de algunas de sus técnicas.

Pero como todo tiene un límite, se sabe que a fin de cuentas el nunca interrumpido ejercicio de su habilidad lo llevó a la tumba, cosa que le debe de haber causado no escasa amargura, pues el poeta Estacio, por su parte, refiere que poco antes de morir reunió alrededor de su lecho a no menos de dos mil Gallinas de las más exigentes, a las que dirigió sus últimas palabras, que fueron tales: “Contemplad vuestra obra. Habéis matado al Gallo de los Huevos de Oro”, dando así pie a una serie de tergiversaciones y calumnias, principalmente la que atribuye esta facultad al rey Midas, según unos, o, según otros, a una Gallina inventada más bien por la leyenda.

Monterroso-por-Eduardo-Lizalde

Estos relatos forman parte de los volúmenes La oveja negra (Ed. Era) y Obras completas y otros cuentos.

Augusto Monterroso fue considerado un maestro del relato breve y la minificción. De estilo culto, destacaba su manejo de la ironía y el humor negro.

Otro guatemalteco, Luis Cardoza y Aragón, lo describió así:
«Nunca sé si hay humor en la claridad de su prosa. En cada una de sus geometrías reconozco una batalla. Por ir sonriendo a la horca, nos desorienta. Lo he visto frenético en su alegría, sintiendo a la par lo trivial de la ira y lo trivial de la risa; y entre estas dos desembocaduras, que no van a parte alguna, resolverlo todo con palabras de ingenio en las cuales ira y risa se confunden. Y tampoco afirmaría que es escéptico puesto que escribe con rigor minucioso. Las reverberaciones de las palabras las aprovecha con el don que se llama: gracia. Alguna vez, en lectura inatenta, no había reparado en que la broma era un chocolate con cianuro. Y cuando vamos ya a engullirlo nos detiene y nos regala con el definitivo de deliciosa miel terrible.
[…] «Este angelito es la mangosta vencedora de la cobra invencible. Sonriendo, gira en torno de las imbecilidades de la vida, de las enroscadas mezquindades de la vida. […] La zarpa de Monterroso me recuerda el sutil alfanje del verdugo que con diestro, insensible tajo decapita. El condenado le implora cumplir sin tardanza su labor. El verdugo le recomienda mover los hombros. Los mueve, y rueda la cabeza». En sus colaboraciones «anidaba la sonrisa flotante del gato invisible de Alice in Wonderland. Su prosa es de ratón que se come al tigre, a veces de oveja con piel de lobo» (El Río, novelas de caballerías, FCE).

Cardoza y Aragón recuerda que alguna vez le preguntaron a Monterroso si todos los guatemaltecos eran de su estatura (baja), a lo cual respondió: «También hay chaparros».

En 1975, Monterroso obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia, en 1997 el Premio Nacional de Literatura de Guatemala y en el año 2000 fue reconocido con el Premio Príncipe de Asturias.

[Gerardo Moncada]

 

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