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Los antiguos mexicanos, a través de sus crónicas y cantares, de Miguel León-Portilla

«El pasado prehispánico es la raíz del México actual», afirmaba con orgullo el maestro Miguel León-Portilla (22 febrero 1926-1 octubre 2019).

«Aquí tenochcas aprenderéis cómo empezó
la renombrada, la gran ciudad,
México-Tenochtitlan,
en medio del agua, en el tular,
en el cañaveral, donde vivimos,
donde nacimos,
nosotros los tenochcas…» (Crónica Mexicáyotl)

Los antiguos mexicanos es el viaje a un pasado de esplendor, recreado por quienes lo vivieron, por sus descendientes directos y por aquellos que observaron las ruinas aún palpitantes del imperio derrotado. Es una minuciosa reconstrucción de la imagen que tenían de sí mismos los antiguos pueblos nahuas. Es una suerte de espejo en el que se miraban y reconocían.

Abrevando en códices, anales, crónicas, cantares y escritos, uno de los mayores conocedores del México prehispánico, Miguel León-Portilla, nos ofrece un recorrido por aspectos medulares en el desarrollo de la cultura náhuatl en distintos pueblos, el surgimiento de Tenochtitlan y la expansión del imperio mexica hasta su derrota ante los conquistadores españoles.

En este libro resulta ostensible el vasto conocimiento acerca del México prehispánico que alcanzó el maestro León-Portilla. Asimismo, destaca su vocación didáctica que le llevó a dominar una prosa amena y ágil -sin perder profundidad-. Asimismo, y aunque no es un mérito propiamente académico, queda de manifiesto el profundo amor de este investigador por la vida y la cultura del México antiguo, un aprecio que transmite con eficacia al lector.

El autor aclara que no pretende crear una imagen «positiva» del México indígena, como intentaron algunos historiadores del siglo XIX, sino recuperar «su propia imagen cultural… un esbozo de lo que pudiera llamarse visión indígena de su propia cultura». Esto incluye varios rasgos elementales como la conciencia indígena de su evolución cultural; el modo como concibieron la tradición y la historia; la actitud de los aztecas, creadores de un misticismo guerrero, en contraste con otros pueblos nahuas que intentaban seguir las antiguas doctrinas toltecas.

León-Portilla es categórico: la historia antigua del México central abarca alrededor de diez mil años, de manera que ante los 300 años de la vida colonial y los 200 de la nación independiente «resulta apropiado llamar a los milenios prehispánicos subsuelo y raíz del México actual».


Los cinco soles.

Los orígenes

El maestro León-Portilla se remonta hasta los lejanos orígenes: en el mito indígena de los soles, cada edad o sol terminaba con un cataclismo; pero el nuevo ciclo adquiría formas que superaban al anterior. El relato decía que ya se habían vivido cuatro soles y estaba en curso el quinto Sol.

Y decían que a los primeros hombres
su dios los hizo, los forjó de ceniza.
Esto lo atribuían a Quetzalcóatl,
él los hizo, él los inventó.
El primer Sol que fue cimentado
se llamó Sol de Agua.
En él sucedió
que todo se lo llevó el agua.
Las gentes se convirtieron en peces.
Se cimentó luego el segundo Sol.
Se llamaba Sol de Tigre…
Y en este Sol vivían los gigantes.
Decían los viejos
que los gigantes así se saludaban:
«no se caiga usted»,
porque quien se caía,
se caía para siempre.
Se cimentó luego el tercer Sol.
Se decía Sol de Lluvia.
Sucedió que durante él llovió fuego,
los que en él vivían se quemaron…
Se cimentó luego el cuarto Sol,
se decía Sol de Viento.
Durante él todo fue llevado por el viento.
Todos se volvieron monos…
El quinto Sol
se llama Sol de Movimiento,
porque se mueve, sigue su camino… (Anales de Cuauhtitlán)

El quinto Sol fue creado en el fogón divino de Teotihuacán, donde los antiguos dioses decidieron plantar una nueva especie humana en la tierra, aprovechando los despojos humanos de épocas anteriores.

Y en seguida se convocaron los dioses.
Dijeron: «Quién vivirá en la tierra?
Porque ha sido ya cimentado el cielo
y ha sido cimentada la tierra,
¿quién habitará en la tierra, oh dioses?»
Estaban afligidos
Citlalinicue, Citlaltónac,
Apantecuhtli, Tepanquizqui,
Quetzalcóatl y Tezcatlipoca…

Explica León Portilla: «Fue Quetzalcóatl, símbolo de la sabiduría del México Antiguo, quien aceptó el encargo de restaurar a los seres humanos, así como proporcionarles después su alimento. Quetzalcóatl aparece en las antiguas leyendas realizando un viaje al Mictlán, ‘la región de los muertos’, en busca de los ‘huesos preciosos’ que servirían para la formación de los hombres».

Mictlantecuhtli, señor de la región de los muertos, puso una serie de dificultades a Quetzalcóatl para impedir que se llevara los huesos. Pero Quetzalcóatl, ayudado por su doble o nahual, así como por los gusanos y las abejas silvestres, logró apoderarse de los huesos para llevarlos luego a Temoanchan. Allí, con la ayuda de Quilaztli, molió los huesos y los puso en un barreño precioso. Sangrándose su miembro sobre ellos, les infundió la vida. Así, los hombres aparecen en el mito como resultado de la penitencia de Quetzalcóatl. Precisamente por esto se les llamó macehuales, que quiere decir «los merecidos por la penitencia».

-Han nacido, oh dioses,
los macehuales.
Porque, por nosotros
hicieron penitencia [los dioses].

Restaurados los macehuales, hacía falta su alimento. Prosigue León-Portilla: Quetzalcóatl consiguió que la hormiga negra le mostrara dónde se hallaba escondido el que iba a ser «nuestro sustento». Ella lo guió al Tonacatépetl («monte de nuestro sustento»), así Quetzalcóatl obtuvo el maíz para dioses y hombres. Después puso maíz en los labios de la primera pareja de seres humanos, Oxomoco y Cipactónal, para que comiéndolo «se hicieran fuertes».


Quetzalcóatl.

El mundo náhuatl

Los sabios indígenas que actuaron como informantes de Fray Bernardino de Sahagún referían una remota llegada de los primeros pueblos nahuas por el Golfo de México (a la altura de la actual Tampico) y su establecimiento en un lugar llamado Temoanchan, que sería donde floreció por primera vez la cultura que heredaron varios pueblos, origen mítico de la cultura del México central.

…se convocaron los señores,
los ancianos, los sacerdotes.
Dijeron:
-«Porque no viviremos aquí,
no permaneceremos aquí,
vamos a buscar una tierra.
Allá vamos a conocer
al que es Noche y Viento,
al Dueño del cerca y el junto».

Y se decía que así llegaron al «lugar donde se hacen los dioses», a Teotihuacán, donde surgiría el más grande centro ritual, raíz e inspiración de muchas instituciones del mundo indígena posterior. «En Teotihuacán fue donde tuvo lugar el máximo esplendor intelectual y material de las culturas antiguas del México central».

Allí dio inicio la era del quinto Sol, cuando el humilde dios Nanahuatzin se arrojó al fuego hasta consumirse en él. Sin embargo el sol no se movía, lo que desesperó a los demás dioses.

-«¿Cómo habremos de vivir?
¡No se mueve el Sol!
¿Cómo en verdad haremos vivir a la gente?
¡Que por nuestro medio se robustezca el Sol,
sacrifiquémonos, muramos todos!»… (Informantes de Sahagún)

«Los seres humanos que por el sacrificio de los dioses habían merecido la vida, habrían de experimentar (en tiempos posteriores) la necesidad de corresponder con su propia sangre para mantener la vida del Sol», explica León-Portilla.

A mediados del siglo IX declina Teotihuacán y surgen otros centros ceremoniales. En el México central destaca Tula, que conserva instituciones e ideas de Teotihuacán como el culto a Quetzalcóatl, pero incorpora otras influencias como el espíritu guerrero de los nómadas del norte.

Los toltecas fueron grandes artistas, constructores de palacios, pintores, escultores «que ponían su corazón endiosado en sus obras», alfareros «que enseñaban a mentir al barro» dándole múltiples formas. «Decir tolteca en el mundo náhuatl posterior (de aztecas, texcocanos, tlaxcaltecas…) implicaba la atribución de toda clase de perfecciones intelectuales y materiales», señala León-Portilla.

Lo que hacían era maravilloso, precioso,
digno de aprecio…
Eran ricos,
porque su destreza
pronto los hacía hallar riqueza…
Así era el ser
y la vida de los toltecas… (Informantes de Sahagún)

Tula declinó a mediados del siglo XI y un siglo después comenzó a florecer el Valle de México con la aparición de nuevos centros que se convertirían en focos culturales como Coatlinchan, Texcoco y Coyoacán, al tiempo que cobraron auge otros ya antiguos como Azcapotzalco, Culhuacán, Chalco y Xochimilco.

Se estableció el canto,
se fijaron los tambores,
se dice que así
principiaban las ciudades:
existía en ellas la música… (Informantes de Sahagún)

A mediados del siglo XIII apareció un último grupo nómada proveniente del norte: los aztecas o mexicas, «el pueblo cuyo rostro nadie conocía». León-Portilla escribe: Iban a modificar por completo la fisonomía política no ya sólo de la región de los lagos, sino de toda la zona central y meridional de México… Al llegar no tenían más posesión que su fuerza de voluntad indomeñable, que en menos de tres siglos los iba a convertir en los amos supremos del México Antiguo.

La tradición de los viejos afirmaba que su dios Huitzilopochtli les venía hablando, señalándoles por dónde seguir.

-Yo os iré sirviendo de guía,
yo os mostraré el camino…

Intentaron establecerse en varios sitios, pero eran hostilizados por los antiguos habitantes. Por fin, en 1299 el rey de Culhuacán les permitió asentarse en un sitio inhóspito y riesgoso, una ical cocohua, «casa de serpientes», con la esperanza de que no sobrevivieran ahí.

Los aztecas mucho se alegraron
cuando vieron las culebras,
a todas las asaron,
se las comieron los aztecas… (Crónica Mexicáyotl)


Huitzilopochtli.

En 1323, Huitzilopochtli les ordena que pidan a la hija doncella del nuevo rey de Culhuacán, para convertirla en una diosa. El rey acepta, desconociendo que su hija será sacrificada y con su piel se vestirá un sacerdote para simbolizar a la diosa Yaocíhuatl, «la mujer guerrera».

Se horrorizó grandemente el señor de Culhuacán,
dio gritos de espanto,
gritó a los señores,
a sus vasallos de Culhuacán,
les dijo:
-¿Quiénes sois vosotros, oh culhuacanos?
¿No veis que han desollado a mi hija?
¡Démosles muerte,
acabemos con ellos,
que mueran aquí los perversos!… (Crónica Mexicáyotl)

En su huida, los aztecas se adentraron en el lago. En el año de 1325 encontraron el lugar donde habrían de construir su gran capital: el islote de México-Tenochtitlan.

Llegaron entonces
allá donde se yergue el nopal.
Cerca de las piedras vieron con alegría
cómo se erguía un águila sobre aquel nopal.
Allí estaba comiendo algo,
lo desgarraba al comer.
Cuando el águila vio a los aztecas,
inclinó su cabeza.
De lejos estuvieron mirando al águila,
su nido de variadas plumas preciosas… (Crónica Mexicáyotl)

El islote pertenecía a los tepanecas de Azcapotzalco, por lo que éstos impusieron vejaciones y tributos excesivos a los aztecas, «para impedir su engrandecimiento». Con la ayuda del dios Huitzilopochtli, los tributos cumplieron una y otra vez con las desmedidas y extravagantes exigencias del señor de Azcapotzalco. No obstante, en 1426 el nuevo rey de Azcapotzalco inició un ataque con la intención de exterminar a los aztecas.

Muchos se afligían cuando oían,
cuando se les decía
que los tepanecas de Maxtlatzin
harían perecer
a los aztecas… (Crónica Mexicáyotl)

Ante la disyuntiva de nuevamente huir o aceptar servilmente la tiranía de Azcapotzalco, surgió una figura clave: Tlacaélel, consejero del rey que exhortó a los aztecas a resistir y pelear, en alianza con los texcocanos.

Fue Tlacaélel quien levantándose,
combatió primero e hizo conquistas.
Y así sólo vino a aparecer,
porque nunca quiso ser gobernante supremo
en la ciudad de México-Tenochtitlan,
pero de hecho a ella vino a mandar… (Domingo Chimalpain)

Tlacaélel decidió reescribir la historia de su pueblo para conferirle un carácter más aguerrido. Asimismo, dio una nueva organización al ejército, a los pochtecas (comerciantes) y tras consolidar la Triple Alianza (con el señorío de Texcoco y el reino de Tacuba) emprendió una serie de conquistas que habrían de llevar a los aztecas hasta Chiapas y Guatemala.

Fue él también quien supo hacer
de Huitzilopochtli el dios de los mexicas,
persuadiéndolos de ello… (Domingo Chimalpain)

Cinco reyes aztecas prosiguieron en diversos grados y formas por el camino que trazó Tlacaélel. Con su visión, cimentada en la idea de la guerra, ese pueblo cuyo rostro antes nadie conocía llegó a convertirse en el señor supremo del antiguo mundo indígena.

Pero en tanto los aztecas fundaron su imperio en una visión místico-guerrera del mundo y de la vida, dando un sitio privilegiado al dios Huitzilopochtli, otros nahuas del altiplano central buscaban el simbolismo oculto de las cosas, intentando renovar el mensaje de Quetzalcóatl que hablaba de un supremo dios único, al que sólo podía llegarse por el camino de la poesía, el simbolismo y el arte.

Raíces y memoria

Refiere León-Portilla que existieron dos instituciones culturales en el mundo prehispánico relacionadas con lo que llamamos conciencia histórica: itoloca, «lo que se dice de alguien o de algo», y xiuhámatl, «anales o códices de años». Eran los empeños de un pueblo por recordar su pasado, responsabilidad que recaía en los tlamatini, «sabedores de cosas», los sabios que además tenían el título de amoxhuaque, «poseedores de códices». Porque un pueblo sin historia ni cultura propias se pensaba que estaba condenado a perecer.

-¿Brillará el Sol, amanecerá?
¿Cómo irán, cómo se establecerán los macehuales?
Porque se ha ido, porque se han llevado
la tinta negra y roja [los códices].
¿Cómo existirán los macehuales?
¿Cómo permanecerá la tierra, la ciudad?
¿Cómo habrá estabilidad?
¿Qué es lo que va a gobernarnos?
¿Qué es lo que nos guiará?
¿Qué es lo que nos mostrará el camino?
¿Cuál será nuestra norma?
¿Cuál será nuestra medida?
¿Cuál será el dechado?
¿De dónde habrá que partir?
¿Qué podrá llegar a ser la tea y la luz?… (Informantes de Sahagún)

Pudiera decirse -señala León-Portilla- que el recuerdo de su pasado y la sabiduría de sus códices eran para los antiguos mexicanos el hachón luminoso que, poblando al mundo de dioses, lo convertía en algo así como un hogar cósmico: existiría en él una lucha sin fin, pero ese combate con todos sus sufrimientos e incertidumbres era susceptible de adquirir sentido. Los libros de pinturas podían volverlo comprensible.

La itoloca agrupa narraciones de mitos, peregrinaciones, descripciones de pueblos antiguos, de seres extraordinarios, dioses y hombres que actúan en formas no previsibles. Y como lo que se decía se escribía en los códices, los pueblos contaban con sus amoxcalli o «casas de códices».

Los códices incluían diversos tipos de glifos, entre los que destacaban los numerales, calendáricos, pictográficos, ideográficos (representación simbólica de las ideas) y fonéticos.

Aquí, León-Portilla destaca un hecho relevante: «Sólo entre las antiguas culturas del Cercano Oriente y en el México Antiguo es donde de algún modo se dio el paso decisivo hacia la representación fonética».

Asimismo, la escritura calendárica ya incluía una corrección equivalente al año bisiesto. Entre los diversos tipos de códices estaba el Tonalpohualli, «cuenta de los destinos», una especie de libro adivinatorio y de fenómenos astronómicos como eclipses y ciclos planetarios.

Ellos nos llevan, nos guían,
nos dicen el camino… (Libro de los colloquios)

Un complemento fundamental de los códices era la tradición oral. Los sabios –tlamatinime– instalaron en los centros de educación un sistema dirigido a fijar en la memoria de los estudiantes una serie de himnos, cantares, poemas y textos de lo que estaba escrito en los códices.

Yo canto las pinturas del libro,
lo voy desplegando,
soy cual florido papagayo,
hago hablar los códices… (Cantares mexicanos)

Los códices eran tan importantes que el cuarto rey de México-Tenochtitlan, Itzcóatl, y su consejero Tlacaélel, después de quebrar el dominio que les habían impuesto los tepanecas de Azcapotzalco mandaron quemar los viejos códices, para iniciar una nueva versión de la historia en la que el pueblo azteca sería el elegido del Sol, con la misión suprema de la guerra.

El pueblo del sol

Por su origen y procedencia, cuando arribaron al Valle de México los aztecas se describían a sí mismos como mexicas chichimecas. Fue en su contacto con los demás grupos nahuas que abrevaron de las raíces toltecas y así, en palabras de León-Portilla, se «aculturizaron». Pero tomarían otro derrotero a partir del año 1-Pedernal (1428), cuando en alianza con el reino de Texcoco lograron liberarse del dominio de los tepanecas de Azcapotzalco. Tras derrotar al señorío más poderoso del Valle y sus alrededores, abrazaron el espíritu bélico.

Orgullosa de sí misma
se levanta la ciudad de México-Tenochtitlan.
Aquí nadie teme la muerte en la guerra.
Ésta es nuestra gloria.
Éste es tu mandato.
¡Oh Dador de la vida!
Tenedlo presente, oh príncipes,
no lo olvidéis… (Cantares mexicanos)

La quema de los antiguos códices, propuesta por Tlacaélel, no sólo significó la reescritura de la historia de los aztecas, fue también un acto de refundación política, social, cultural y religiosa. «Implícitamente se estaba concibiendo la historia como un instrumento de dominación», señala León-Portilla.

Huitzilopochtli sería el dios dominante, por encima de Quetzalcóatl. Con una serie de ajustes teológicos, los nuevos códices establecieron que, a diferencia de los cuatro Soles anteriores, el quinto Sol podría vivir eternamente si se le fortalecía con la energía vital de líquido precioso (chalchíuhatl) que mantiene vivos a los hombres: la sangre.

«Los aztecas se constituían así en una especie de pueblo elegido del Sol, dotado de una misión extraordinaria, de resonancias cósmicas: evitar el cataclismo que podría poner fin a la edad o Sol en que vivimos», escribe León-Portilla. Esto justificaba las guerras de conquista, pues los pueblos tributarios contribuirían a la suprema misión.

Por décadas y hasta su muerte (entre 1475 y 1480), Tlacaélel encabezaría las guerras de conquista. Más aún, dirigiría reformas en la organización política y jurídica, en la administración económica y en la organización sacerdotal y en las formas de culto a los dioses. «No siendo rey hacía más que si lo fuera… porque no se hacía en todo el reino más que lo que él mandaba», dice el Códice Ramírez. Por todo ello se le recordaría como «el conquistador del mundo».

Ninguno tan valeroso,
como el primero, el más grande,
el honrado en el reino,
el gran capitán de la guerra,
el muy valeroso Tlacaélel… (Domingo F. Chimalpain)

No solo escudos y lanzas, también flor y canto

El maestro León-Portilla se detiene en matices relevantes. Destaca que no todos los pueblos nahuas profesaban las mismas ideas de los aztecas, aunque éstos llegaran a dominar un extenso imperio. Incluso los aliados de los aztecas mostraron diferencias, tanto en el ardor bélico como en los ritos religiosos. El reino de Texcoco, por ejemplo, accedió a construir una estatua al Sol-Huitzilopochtli pero la hizo menos suntuosa y de menor altura que la dedicada al dios desconocido de los toltecas.

«Nezahualcóyotl (rey de Texcoco de 1418 a 1472), en vez de dejarse ilusionar por la visión místico-guerrera introducida por Tlacaélel, había estudiado los viejos códices o libros de pinturas para conocer en ellos cuál había sido el pensamiento y la religiosidad de los antiguos toltecas. Esto fue posible ya que Nezahualcóyotl no había permitido que llegara hasta Texcoco la quema de códices ordenada por Itzcóatl y Tlacaélel», escribe León-Portilla.

Esos pueblos tenían otras inquietudes y buscaban otro tipo de respuestas. Así, en 1490, el rey de Huexotzinco organizó en su palacio un diálogo de poetas y sabios para tratar de esclarecer qué era la poesía. Ahí, quedó claro el contraste entre la ciudad de México-Tenochtitlan, la casa de los escudos y las flechas, con Huexotzinco, la casa de la música, de los libros de pinturas, de las mariposas.

El Dador de la vida se burla:
sólo un sueño perseguimos,
oh amigos nuestros,
nuestros corazones confían,
pero él en verdad se burla.
Conmovidos gocemos,
en medio del verdor y las pinturas.
Nos hace vivir el Dador de la vida,
él sabe, él determina,
cómo moriremos los hombres.
Nadie, nadie, nadie,
de verdad vive en la tierra… (Cantares mexicanos)

¿Acaso hablamos algo verdadero aquí, Dador de la vida?
Sólo soñamos, sólo nos levantamos del sueño.
Sólo es como un sueño…
Nadie habla aquí la verdad… (Cantares mexicanos)

Para León-Portilla, esta manera de interrogarse, de reflexionar sobre las cosas y los seres humanos, «este empeño de descubrir problemas y tratar de resolverlos con la sola luz de la razón, elaborando nuevas doctrinas acerca del mundo, del hombre y de la divinidad, es quizá lo que permite afirmar la existencia de una cierta forma de pensamiento filosófico en el antiguo mundo náhuatl».

Los que están mirando [leyendo],
los que cuentan [o refieren lo que leen].
Los que vuelven ruidosamente las hojas de los códices.
Los que tienen en su poder
la tinta negra y roja [la sabiduría] y lo pintado,
ellos nos llevan, nos guían,
nos dicen el camino… (Libro de los colloquios)

Por esa vía, los sabios nahuas, los tlamatinime («aquellos que saben algo»), elaboraron una concepción hondamente poética acerca del mundo, del hombre y de la divinidad. Y es que para ellos la única manera de decir palabras verdaderas era mediante la poesía y el arte, mediante ‘flor y canto’, «expresión oculta y velada que con las alas del símbolo y la metáfora puede llevar al hombre a balbucir, proyectándolo más allá de sí mismo, lo que en forma misteriosa lo acerca tal vez a su raíz», dice León Portilla.

¿Acaso de nuevo volveremos a la vida?
Así lo sabe tu corazón:
Sólo una vez hemos venido a vivir.
He llegado
a los brazos del árbol florido,
yo, florido colibrí,
con aroma de flores me deleito,
con ellas mis labios endulzo.
Oh Dador de la vida,
con flores eres invocado… (Diálogo de la poesía, Tlapalteuccitzin)

¿Sólo así he de irme
como las flores que perecieron?
¿Nada quedará en mi nombre?
¿Nada de mi fama aquí en la tierra?
¡Al menos flores, al menos cantos!… (Diálogo de la poesía, Ayocuan)

Eterna resonancia

León-Portilla invita a ver con renovada mirada los textos que subsisten del mundo prehispánico: «Lo que antes pareciera tan solo osamenta de una cultura -pirámides, restos de palacios, esculturas y cerámica- puede recobrar su ‘rostro y corazón’, para dejar oír una vez más el antiguo mensaje».

Corazón firme como la piedra,
corazón resistente como el tronco de un árbol;
rostro sabio,
dueño de un rostro y un corazón,
hábil y comprensivo… (Informantes de Sahagún)

Rostro y corazón simbolizan en el pensamiento náhuatl la fisonomía moral y el principio dinámico del ser humano. «Se complementaba entre los nahuas, mejor que entre los mismos griegos, la idea del rostro con la del dinamismo interior del propio yo. Porque yóllotl, ‘corazón’, etimológicamente se deriva de la misma raíz que oll-in, ‘movimiento’, para significar, en su forma abstracta de yóll-otl, ‘la movilidad de cada quien’.»

El artista escalaría a un nivel superior, para transformarse en un ser que sabe dialogar con su propio corazón (moyolnonotzani). Ese ‘corazón endiosado’ transmitía a la materia las flores y los cantos, los símbolos que ayudarían al hombre a encontrar su verdad, su raíz aquí sobre la tierra. «Esos símbolos no serán de necesidad hermosos -desde el punto de vista de la belleza clásica griega-, podrán ser muchas veces profundamente trágicos, evocadores de la muerte y del misterio que rodea a la existencia humana», dice León-Portilla.

La conquista española arrasó con pueblos, edificios y tradiciones. Sin embargo, esa cultura antigua no es un mundo muerto y sepultado por el tiempo. Se le puede reconocer en múltiples aspectos de la vida actual. Sigue palpitando.

Nunca se perderá, nunca se olvidará
lo que vinieron a hacer,
lo que vinieron a asentar en las pinturas:
su renombre, su historia, su recuerdo…
Siempre lo guardaremos
nosotros hijos de ellos…
Lo vamos a decir, lo vamos a comunicar
a quienes todavía vivirán, habrán de nacer… (Crónica Mexicáyotl)

[ Gerardo Moncada ]

Otros textos acerca del mundo prehispánico:
Popol Vuh, antiguas historias de los indios quichés de Guatemala.
Una historia gráfica de la Conquista de México: el Códice Florentino.

 

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