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Utopía, de Tomás Moro

Un clásico del humanismo renacentista que sorprende por su vigencia.

Utopía es una audaz invitación a expandir el pensamiento.

Europa salió de la Edad Media cuando se rompieron los contornos de la geografía y los límites del pensamiento. La osadía de los navegantes fue acompañada con la aventura conceptual de filósofos y teóricos políticos.

«-No hay lugar ante los príncipes para la filosofía.
-Eso es verdad respecto a esa filosofía escolástica que piensa que cualquiera de sus principios puede aplicarse a todo; pero hay otra filosofía más política que conoce su escenario y se acomoda a él. Esa es la que debes poner en juego…»

En 1516 Tomás Moro (Thomas More) escribe Utopía, un ensayo que abrió un amplio derrotero por el cual transitaron durante los siguientes siglos intrépidos pensadores generando propuestas sociales disruptivas y provocando conmoción por su enfoque social progresista.

Hoy nos sigue sorprendiendo que a principios del siglo XVI Moro planteara que la propiedad privada es el origen de todos los males y que la mejor opción para una vida armónica es la propiedad comunal.

Para exponer sus ideas, Moro se vale de un personaje portugués, Rafael Hitlodeo, un navegante ilustrado que presuntamente ha viajado por el mundo y vivió durante varios años en una apartada isla en el sudeste asiático. Esa isla habría sido gobernada por un líder sabio que convenció a los pobladores de adoptar con éxito una serie de reglas para vivir en armonía. Este líder se llamaba Utopo y en su honor la isla adoptó el nombre de Utopía.

A la manera de Platón (con sus célebres Diálogos), Moro refiere una larga y sugerente conversación con ese docto marino, quien expresa algunas inquietudes por la situación que aprecia en Inglaterra; después compara las formas de organización social y los tipos de gobierno que ha observado en muy diversas regiones del mundo, cuyos respectivos defectos serían superados por lo que observó en Utopía. De ahí que exprese cuán ventajoso sería para los países europeos seguir el ejemplo de “aquel nuevo mundo”.

UN MUNDO EN EXPANSIÓN

El historiador John H. Parry nos recuerda que en el siglo XV Portugal inició una intensa exploración marítima, en busca de rutas confiables a la India y a China, en busca de las codiciadas y costosas especias: clavo de las islas Molucas, pimienta de la India, canela de Ceylán, la nuez moscada y su cubierta carnosa (la macis) de las Indias orientales, el jengibre de China.

Fueron viajes llenos de osadía, explorando zonas desconocidas y superando el terror por antiguas creencias muy presentes en los marinos, desde que las aguas hervían en la región tropical hasta que el sol ecuatorial convertía a los blancos en negros.

En principio se desempolvó la geografía de Tolomeo que, no obstante datar del año 130 d.C., resultaba más veraz que la geografía medieval. A partir de ella, los mapas comenzaron a ser reconfigurados con los datos generados en cada exploración. Se introdujo el sistema Mercator, para indicar coordenadas de latitud y longitud, lo que les dio mayor precisión y confiabilidad. Sin embargo, no faltaban exploradores entusiastas que veían una isla en cada banco de nubes, lo cual dio lugar a varias islas imaginarias como el peñón del Brasil, la isla de San Brendan frente a Irlanda, o la más famosa: la Atlántida o Antilla, la isla de las siete ciudades piadosas y prósperas fundadas por obispos portugueses donde, por supuesto, habría yacimientos de oro.

Ese siglo XV vio una rápida evolución en la construcción de los barcos. Se robusteció su diseño para enfrentar trayectos largos y sortear vigorosas corrientes marinas; además se les incorporó artillería, pues cada exploración conllevaba la disputa y conquista de territorios, ya se tratara de una región donde explotar sus recursos naturales (y humanos) o de puertos estratégicos.

Los navegantes portugueses “descubrieron” que África no era una península sino un gran continente. En una larga sucesión de expediciones lograron establecer la codiciada ruta marítima a la India y China. A sangre y fuego le arrebataron a los árabes el comercio de las especias y otros productos altamente cotizados en Europa, como la seda y el ruibarbo de China, la tela de algodón y las esmeraldas de la India, los rubíes del Tíbet, los zafiros de Ceylán.

España financió una expedición que navegó hacia Occidente en busca de las islas más orientales de Asia. En 1493 anunció el éxito de su misión. Una de sus carabelas había retornado con frutos y animales exóticos, muestras de objetos hechos con oro y plata, pero no había encontrado lo principal: las especias. Se pensó que era cuestión de más exploraciones para dar con esos productos.

Otros europeos también se aventuraron hacia Occidente. Los ingleses lograron tocar tierra, pero no encontraron seda ni especias, aunque sí abundantes bancos de peces. Los portugueses, ya con el control de la ruta marítima oriental, decidieron sondear la ruta occidental en la región austral.

El Vaticano se convirtió en la autoridad internacional que fue reconociendo los progresivos anuncios y concediendo las respectivas áreas de influencia y dominio.

Las exploraciones revelarían que, en sus travesías hacia Occidente, los europeos se habían topado con el continente americano, y la elaboración de mapas siguió transformándose.

Al iniciar el siglo XVI los europeos seguían con avidez los resultados de cada viaje. Abundaban los libros sobre los sitios que hasta entonces habían sido ignorados por los europeos, y varias de estas obras eran los best sellers de la época. Había una efervescencia de conocimiento donde se mezclaba la realidad con el delirio, y “en este mundo de cuentos fantásticos de marinos podía suceder cualquier cosa”, dice John H. Parry en su bello ensayo Europa y la expansión del mundo 1415-1715 (FCE, 2014).

En ese ambiente cabía la aparición de una isla más, la de Utopía. “En aquella parte del mundo, recién descubierta”, escribe Tomás Moro, existe un entorno idílico donde se han desarrollado las más audaces propuestas acerca de la organización política, económica y social de los pueblos.

HUMANISMO PARA REYES

Utopía es una estimulante (y vigente) disertación acerca de las formas de organización social y las políticas de gobierno, con una visión de avanzada que supera los conceptos de la época en que Tomás Moro escribió esta obra. El autor ya no habla de feudos sino de Estado y cómo, para atender las necesidades de ese Estado moderno, se requiere de príncipes con una nueva visión acerca de la economía, la justicia y la relación entre gobernantes y gobernados.

En aquellas regiones del reino donde se produce una lana más fina y, por consiguiente, de más precio, los nobles y señores y hasta algunos abades, santos varones, no contentos con los frutos y rentas anuales que sus antepasados acostumbraban sacar de sus predios, ni bastándoles el vivir ociosa y espléndidamente sin favorecer en absoluto al Estado, antes bien perjudicándolo, no dejan nada para el cultivo, y todo lo acotan para pastos; derriban las casas, destruyen los pueblos; pareciéndoles poco el suelo desperdiciado en viveros y dehesas para caza, esos excelentes varones convierten en desierto cuanto hay habitado y cultivado… Y arrojan a sus colonos de sus tierras, los despojan por el engaño o por la fuerza o les obligan a venderlas…

Tales ambiciones mercantilistas suelen poner en crisis la producción de alimentos y el numeroso empleo agrícola.

Destruidas las granjas y restringida la agricultura, viene el encarecimiento de alimentos y otras especies de ganado cuya reproducción nadie cuida…

Además, la especialización productiva provoca desequilibrios ecológicos que repercuten en lo económico.

Después del aumento de los pastos vino una epizootia a destruir infinita cantidad de ovejas…

Por ello, Moro hace un llamado para frenar dos condiciones “funestas”: el expansionismo territorial de los ricos y la “libertad de ejercer monopolios”. En los primeros años del siglo XVI ya advierte una realidad económica: el mercado no “regula” de la economía cuando se tolera la especulación.

Aunque el número de las ovejas aumentara considerablemente, no por eso disminuiría su precio, pues si bien no existe lo que pudiera llamarse monopolio, porque no es uno solo el que vende, sí hay en cambio un oligopolio, pues han venido a parar en manos de unos pocos, los más ricos por cierto, a quienes no urge la necesidad de vender antes de que les plazca, y no les place hasta que pueden hacerlo a precio ventajoso…

JUSTICIA Y EQUIDAD

“La vida humana está por encima de todas las riquezas del mundo”, señala el humanista Moro, de ahí que le parezca inicuo arrebatarle la vida a un hombre por haber robado dinero.

Nadie ignora cuán absurdo y pernicioso para un Estado es castigar por igual al ladrón que al homicida, pues viendo el primero que corre igual peligro… bastará este pensamiento para impulsarle a matar al que, de otro modo, se hubiese limitado a despojar. En caso de ser aprehendido, el homicidio no le agrava la pena, mientras que matando su seguridad es mayor y mayor la esperanza de ocultar su crimen, suprimiendo al testigo. Resulta pues que mientras buscamos los medios de aterrar a los ladrones, les incitamos a la perdición de la gente de bien…

Por otro lado, el autor plantea que los excesos cometidos por ricos y poderosos son el origen de las injusticias.

Si no remediáis decididamente estos males, es inútil que elogiéis la justicia destinada a reprimir los robos, pues ella será más aparente que real; porque consentir que los ciudadanos se eduquen pésimamente y que sus costumbres vayan corrompiéndose poco a poco desde sus más tiernos años para castigarlos cuando, ya hombres, cometan delitos que desde su infancia se hacían esperar, ¿qué otra cosa es sino crear ladrones para luego castigarlos?…

En Utopía, quienes violan las leyes son castigados con prisión o esclavitud, según el grado de la infracción cometida. En cualquier caso, se les asignan trabajos regulares. Visten de un solo color y llevan el cabello recortado. El intento de fuga es severamente castigado, así como generosamente premiada la delación del intento. En general las sanciones buscan (y consiguen) destruir los vicios, estimular el arrepentimiento por los actos cometidos y fomentar actitudes que compensen en lo sucesivo los daños antes causados.

Añadí que no veía motivo alguno que impidiese aplicar igual procedimiento, incluso en Inglaterra, con resultados muy superiores…

Sin embargo, el problema con los monarcas europeos son sus consejeros, gente codiciosa cuya principal virtud es “maquinar por qué procedimiento los reyes podrían acumular tesoros”, incluso con métodos infames. Por ejemplo, les proponen manipular el valor de la moneda local, subiéndolo cuando sea necesario realizar pagos y bajándolo cuando se trate de cobrar; o sugieren simular una guerra, para acopiar bienes; o buscan revivir viejas leyes ya en desuso para exigir el pago de multas; o prohibir cosas perjudiciales para el pueblo y dispensar luego a los principales afectados, mediante un pago generoso; o aconsejan ganarse a los jueces para que siempre resuelvan a favor del derecho real.

Tales consejos son indignos y perniciosos para el rey, cuyo honor y hasta su seguridad residen en los recursos del pueblo más que en los suyos propios; los reyes se eligen para bien del pueblo y no del soberano, es decir, para que con su esfuerzo y celo pongan el bienestar popular al abrigo de toda injusticia… Cuán equivocados están los que piensan que la pobreza del pueblo es garantía de paz… Porque, ¿quién se lanza con ímpetu más audaz a subvertirlo todo sino el que ya no tiene nada que perder?…

Y aunque en el siglo XVI prevalece la vida aristocrática, Moro plantea condiciones democráticas y de justicia social: “El que uno solo viva entre placeres y delicias, mientras los demás gimen y se lamentan por doquier, no es ser custodio de un reino, sino de una cárcel”. Por ello, “si los reyes no saben gobernar a hombres libres, deberían dedicarse a corregir su ineptitud y soberbia”, con miras a convertirse en un gobernante justo.

Viva el rey honestamente de lo suyo, atempere los gastos a los ingresos, refrene sus malas acciones y prevenga con leyes justas las de sus súbditos, mejor que dejar que las cometan para castigarlas luego; revoque meditadamente las leyes abolidas ya por la costumbre, sobre todo las que, largo tiempo abandonadas, no se echan de menos, y nunca, con pretexto de una transgresión de esta clase, exija nada que un juez no consentiría en conceder a un particular cualquiera por considerarlo inicuo y doloso…

EXPANSIONISMO VS BUEN GOBIERNO

En pleno expansionismo de las naciones europeas hacia territorios remotos, Moro analiza las dificultades que conllevan “todos esos proyectos guerreros que a tantas naciones perturban, agotando sus recursos y aniquilando al pueblo”.

Hay que permanecer en el propio suelo, y si el reino es ya demasiado grande para ser bien gobernado por un solo hombre, déjese el rey de pensar en agregar otros… Las dificultades para conservar un nuevo reino no son inferiores a las que tuvieron que afrontar en la conquista, pues por doquier amagan ora rebeliones internas, ora incursiones externas; continuamente tienen que combatir en defensa del nuevo territorio o contra los sometidos; nunca llega la posibilidad de licenciar al ejército; la paz está en constante peligro; y en la patria, corrompidas las costumbres con la guerra, penetrado el pueblo del placer de robar, acrecentada la audacia para el asesinato, son despreciadas las leyes porque al rey, ocupado en el gobierno de dos pueblos, no le es posible consagrarse por entero a cada uno de ellos…

Para Moro, el comercio es la clave del crecimiento, muy por encima de la conquista expoliadora.

PROPIEDAD PRIVADA Y DESIGUALDAD

A diferencia de Occidente, donde impera la propiedad privada, en Utopía todo es común. Este es un elemento distintivo y crucial. “Las sapientísimas e irreprochables instituciones de Utopía, país en que todo se administra con tan pocas leyes y tan eficaces, que aunque se premie la virtud, por estar niveladas las riquezas, todo existe en abundancia para todos”.

Amigo Moro, estimo que dondequiera que existe la propiedad privada y se mida todo por el dinero, será difícil lograr que el Estado obre justa y acertadamente, a no ser que pienses que es obrar con justicia el permitir que lo mejor vaya a parar a manos de los peores, y que se vive felizmente allí donde todo se halla repartido entre unos pocos que disfrutan de la mayor prosperidad, mientras los demás perecen de miseria…

Platón, hombre sapientísimo, previó acertadamente que el solo y único camino para la salud pública era la igualdad de bienes, lo que no creo se pueda conseguir allí donde exista la propiedad privada… Y mientras ésta exista ha de perdurar entre la mayor y mejor parte de los hombres la angustia y la inevitable carga de la pobreza y de las calamidades…

PLANEACIÓN Y DEMOCRACIA

Al referirse a la mejor organización de un Estado, se elogia la economía planificada de Utopía que produce alimentos y bienes suficientes para todos los habitantes, además de excedentes por si alguna región llegara a sufrir desabasto o para comerciar con otros pueblos.

Las familias llevan a edificios situados en el mercado los productos de su trabajo, los cuales, según su clase, se distribuyen en distintos almacenes. Los cabezas de familia piden en ellos lo que necesitan y se lo llevan sin entregar dinero ni otra compensación. ¿Cómo había de negárseles cosa alguna si todo abunda y no se recela que nadie solicite más de lo necesario? ¿A qué pensar que alguno pida cosas superfluas estando seguro de que nada ha de faltarle? La codicia y la rapacidad son fruto del temor a las privaciones y en el hombre exclusivamente de la soberbia, que lleva a superar a los demás con la ostentación de lo superfluo. Pero este vicio no tiene cabida entre los Utópicos dado el carácter de sus leyes…

En lo político, prácticamente se anticipan características de lo que al paso del tiempo será la vida democrática, incluido el voto popular con la característica de ser secreto.

Tiene la isla de Utopía cincuenta y cuatro ciudades, grandes, magníficas y absolutamente idénticas en lengua, costumbres, instituciones y leyes… Para tratar los asuntos comunes a la isla, tres delegados de edad y experiencia por cada ciudad se reúnen anualmente…

Cada ciudad elige a sus magistrados. Existe uno por cada treinta familias; por cada diez de ellos se nombra un magistrado superior; el conjunto de magistrados superiores vota por un magistrado principal al que consideran el más apto.

Dos magistrados superiores, distintos cada día, asisten siempre al Senado, procurando que nada se decrete concerniente al Estado sin que se haya discutido con tres días de antelación. Considérase delito capital el deliberar fuera del Senado o de los comicios públicos sobre asuntos de interés común…

Los habitantes trabajan en el oficio que aprendieron de sus padres o en otro que eligieron por afición propia. En condiciones excepcionales, se enfocan en alguno para atender las necesidades colectivas.

Periódicamente suspenden sus actividades habituales para realizar labores de cultivo agrícola (nadie ignora las tareas del campo pues las aprenden desde la infancia). Con una organización comunitaria y solidaria, ocupan por turnos casas ubicadas en el campo, donde cultivan la tierra, alimentan a los animales, aprestan la leña y la transportan a la ciudad.

La práctica de renovar a los agricultores se lleva a cabo todos los años para no obligar a nadie a permanecer por más tiempo y contra su voluntad en trabajo tan duro… Al acercarse la cosecha, comunican a los magistrados urbanos la cantidad de ciudadanos que necesitan para ella y esta multitud de segadores concurre en el plazo fijado y remata la tarea, si el tiempo es bueno, casi en una jornada…

CREENCIAS Y REGLAS

En Utopía impera un acuerdo social reconocido por la colectividad, aceptado por cada integrante y vigilado por el conjunto. Su meta es la vida en armonía y que la prosperidad alcance a todos sus integrantes, por ello castigan con la servidumbre o el destierro a quienes actúan en contra de los intereses colectivos.

“Una de las más antiguas leyes utópicas dispone que nadie sea molestado a causa de sus creencias”, ya que las incesantes luchas y odios implacables arruinan la paz.

La mayoría “reconoce una especie de numen único, desconocido, eterno, inmenso e inexplicable, que accede a la capacidad de la mente humana, y se difunde por el mundo entero llenándolo no con su grandeza sino con su virtud, al que comúnmente llaman en su lengua Mitra”.

Pero cada ciudadano está en libertad de elegir una religión distinta e incluso hacer prosélitos, “pero procediendo en esto con moderación, dulzura y razones, sin destruir brutalmente las demás creencias, ni recurrir a la fuerza ni a las injurias”. De hecho, castigan con el destierro o la servidumbre a quien proceda de esta manera, pues consideran esa actitud tiránica y absurda.

No se ignora (y se alienta) la influencia de la devoción religiosa sobre la ética personal. Así, aunque haya individuos dispuestos a infringir las leyes para satisfacer sus propios apetitos, su fervor religioso los contiene por temor a un castigo superior. Por eso mismo existe el delito de la impiedad. Las tradiciones operan en ese mismo sentido, en particular el culto a los ancestros, pues “la creencia de que son vistos por sus mayores les impide realizar, aun en secreto, ningún acto reprobable”.

Los sacerdotes presiden las ceremonias y actúan como censores de las costumbres, exhortan, aconsejan, pero, aunque hagan acusaciones públicas, sólo los magistrados pueden establecer castigos o prisión para los infractores. En ese sentido, los poderes de los religiosos están acotados.

SEMANA DE 40 HORAS

En el siglo 21 muchos países debaten acerca de la semana laboral de 40 horas o menos, pero Tomás Moro ya planteaba en 1516 una jornada de seis horas de trabajo al día.

Se podría pensar que como los Utópicos sólo trabajan seis horas, llegarían a escasear entre ellos algunas cosas indispensables. Pero lejos de ocurrir así, no solo les basta dicho tiempo sino que aún les sobra para conseguir con creces cuanto requieren sus necesidades o su bienestar. Esto se hará fácilmente comprensible si se considera la gran parte del pueblo que vive inactiva en otras naciones…

Por supuesto, esta idea implica el pleno empleo, la reducción a su mínima expresión de la desocupación laboral.

Considérese [en muchas naciones] el exiguo contingente de hombres ocupados en trabajos útiles, porque donde todo se mide por el dinero es inevitable la existencia de profesiones en absoluto vanas y superfluas, destinadas sólo a fomentar el lujo y el placer… En cambio, si todos los que ahora se consumen en el ocio y la holganza se aplicasen a trabajos útiles y de interés común, se vería que poco tiempo basta y sobra para la consecución de cuanto exigen la necesidad, el bienestar e incluso los placeres naturales…

En Utopía, a algunos individuos, minuciosamente seleccionados por el pueblo y los magistrados, se les exenta del trabajo manual y se les concede licencia indefinida para consagrarse al estudio, “entendiéndose que si defraudan las esperanzas puestas en ellos se les hace volver a los trabajos manuales”. De hecho, se procura que todos combinen el trabajo manual con el intelectual y espiritual.

Las instituciones del Estado persiguen, más de ningún otro, el siguiente fin: que los ciudadanos estén exentos de trabajo corporal el mayor tiempo posible, en cuanto las necesidades públicas lo permitan, y puedan dedicarse al libre cultivo de la inteligencia, por considerar que en esto estriba la felicidad de la vida…

UNA OBRA VIVA

Tomás Moro utilizó con humor el griego al asignar distintos nombres en su obra. Utopía tiene dos posibilidades: ou-topos (“no lugar”) o eu-topos (“buen lugar”). A la capital de Utopía la llamó Amaurota (“sin muros”), la cual estaría ubicada a la ribera del río Anhidro (“sin agua”) y sería gobernada por un regente llamado Ademos (“sin pueblo”). Estos guiños no demeritaron las ideas expuestas en su libro.

Si bien Aristóteles ya había reflexionado sobre la sociedad ideal, Zenón de Citio había planteado lo deseable en aspectos como la ética y la justicia, y Marco Tulio Cicerón llegó a abordar la idea de una sociedad idónea, hasta el siglo XVI nadie había profundizado en este tema de manera tan completa y compleja como lo hizo Tomás Moro. De inmediato, Utopía se convirtió en una obra de análisis y debate entre políticos y filósofos, a los que más tarde se sumaron académicos, sociólogos, artistas y escritores. La reflexión en torno a esta obra sigue viva y activa en nuestros días.

DE PERFIL

Tomás Moro nace en Londres el 7 de febrero de 1478.

A temprana edad ingresa a la Saint Anthony’s School, institución gratuita enfocada en la gramática. A los ocho años comienza a servir como paje del arzobispo de Canterbury, entusiasta defensor del humanismo renacentista que años después promueve el ingreso de Moro al Canterbury College de la Universidad de Oxford, para que estudie la doctrina escolástica. Tras una permanencia de dos años, el joven Moro elige el Lincoln’s Inn para estudiar leyes.

A los 18 años comienza a ejercer la abogacía en tribunales. También empieza a escribir poesías irónicas. En esa época entabla amistad con Erasmo de Roterdam y otros humanistas.

De 1501 a 1504 se recluye en la Tercera Orden de San Francisco, donde se dedica al estudio religioso y a traducir obras del griego al latín. En lo sucesivo conservará en su vida personal conductas de la vida ascética, lo cual incluye la penitencia.

En la vida pública se desempeña como jurista, filósofo, parlamentario, teólogo, político, escritor, poeta, traductor y canciller. En su obra literaria muestra sus convicciones humanistas.

Al oponerse a los designios religiosos y conyugales del rey Enrique VIII, Moro es apresado, sometido a juicio y declarado culpable de traición. El 6 de julio de 1535 es decapitado. Un instante antes de morir dice: “Muero siendo buen servidor del rey, pero de Dios primero”.

En 1886, es beatificado junto con otros 52 “mártires” de las disputas religiosas en Inglaterra. En el año 2000 el Vaticano lo nombra santo patrón de los políticos y gobernantes.

Aunque sus convicciones religiosas definieron el final de sus días, fue su Utopía la que le dio la inmortalidad.

[ Gerardo Moncada ]

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