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La epopeya de Gilgamesh, el origen de la literatura universal

Obra cumbre de la civilización babilonia, sus vestigios escritos datan de hace más de 4 mil años. Este poema épico fue escrito para ser declamado, quizá durante las competencias de lucha que se celebraban en el mes Abu (julio-agosto) en honor a Gilgamesh.

Quien vio el Abismo
fundamento de la tierra
quien conoció los mares
fue quien todo lo supo;
quien, a la vez,
investigó lo oculto:
dotado de sabiduría,
comprendió todo,
descubrió el misterio,
abrió [el conducto] de las profundidades ignoradas
y trajo la historia
de tiempos del diluvio […] cruzó el océano, vastos mares,
hasta donde sale el sol;
alcanzó los confines de la tierra
en busca de la vida.
Por su propio esfuerzo, llegó
hasta Utanapíshtim, el distante […] Entre todos los pueblos
nadie habrá
que le iguale
en majestad;
que, como Gilgamesh, pueda decir:
“¡Yo soy el Rey!”…

Gilgamesh es un hermoso poema épico, el más antiguo del que se tiene un registro escrito. Plasmado hace 4 mil años, conserva una enorme frescura en el relato y aborda temas imperecederos como el ejercicio del poder político, los vínculos entre gobernantes y gobernados, la búsqueda de una fama gloriosa y la angustia ante la muerte. Asimismo, este poema permite apreciar aspectos relevantes de la primera civilización (junto con Egipto) en la historia de la humanidad, tales como su visión religiosa con un politeísmo prolífico, las confrontaciones entre sus dioses, la relación de éstos con los elementos del mundo, la noción de cómo se humanizaban semidioses y seres salvajes, la importancia premonitoria que se confería a los sueños, la antigua escala de valores, así como un enfoque franco y desprejuiciado de la vida sexual.

En términos narrativos, el poema relata la amistad de Gilgamesh con el salvaje Enkidú; las proezas realizadas por ambos y su respectiva humanización (del ser semidivino y del semisalvaje); la muerte de Enkidú; la toma de conciencia de los límites de la vida y la infructuosa travesía emprendida por Gilgamesh hasta el fin del mundo, en busca del secreto de la inmortalidad.

Abre
la puerta de los secretos.
Saca una tablilla
de lapislázuli. Lee.
Son las pruebas
que sufrió él, Gilgamesh.
¡El más famoso de los reyes,
célebre, prestigioso!…

En su espléndido libro Gilgamesh o la angustia por la muerte (El Colegio de México, 2019), Jorge Silva Castillo refiere el hallazgo de innumerables tablillas de barro inscritas con caracteres cuneiformes (incisiones que tienen la apariencia de cuñas, el primer sistema de escritura de la humanidad), cuyo desciframiento ha permitido reconstruir la grandeza de Mesopotamia. Y en esas tablillas figura prominentemente el poema de Gilgamesh.

Silva Castillo estudió directamente el escrito acadio para elaborar una espléndida y acuciosa traducción, perfectamente legible para un lector de este tiempo, acompañada de notas y acotaciones siempre relevantes. De este libro proceden las abundantes citas aquí reproducidas, que de ninguna manera sustituyen el placer y la emoción estética que provocará en el lector la lectura completa del poema.

En El canon occidental, el académico Harold Bloom incluyó a Gilgamesh como uno de los textos orientales fundamentales que tuvo una enorme influencia en la literatura occidental.

El héroe y el mito

Antes de ser raptado por la imaginación popular y transformado en un personaje legendario, Gilgamesh fue un personaje histórico de carne y hueso –refiere Silva Castillo-, un caudillo que organizó la exitosa defensa de la ciudad de Uruk ante el ataque del poderoso ejército de Agga, el rey de Kish. Pero en las brumas de la protohistoria, mitos y leyendas recogían la memoria de hechos reales y de situaciones sociales que se interpretaban como signo y reflejo de acontecimientos del mundo sobrenatural, íntimamente mezclado con el humano en tiempos primordiales.

El primer pueblo que dominó en la región babilónica fue el de los sumerios, a partir del año 3200 a.C. Ellos convivían con pueblos de diversos orígenes étnicos, en particular con los de lengua semítica que posteriormente serían conocidos como acadios y a quienes tanto los asirios como los babilonios reconocerían como ancestros culturales. Cabe señalar que para el año 3,000 a.C. estos pueblos ya habían creado grandes ciudades, con gobierno y burocracia administrativa, para luego expandirse en grandes reinos que entraron en conflicto.

Alrededor del año 2000 a.C. desapareció el estado sumerio y los pueblos que le sucedieron se abocaron a la tarea de rescatar el legado cultural sumerio, su mitología, su historia. En esa recuperación, el poema de Gilgamesh ocupó un sitio destacado.

ENKIDÚ…
Vio Shámhat
al ser salvaje,
criatura feroz como las hay
en el desierto.
“¡Es él, Shámhat [le dijo el cazador,] descubre tu regazo,
ofrécele tu sexo,
que goce tu posesión!
¡No temas,
goza su virilidad! […] Enkidú se prodigó en caricias,
le hizo el amor.
¡Seis días y siete noches,
excitado Enkidú,
se derramó en Shámhat
hasta que se hubo
saciado de gozarla!…

Pero era una estrategia para apartar de los animales a Enkidú y despertar en él rasgos humanos, lo que le impidió permanecer con su manada, la cual comenzó a huirle…

Debilitado, Enkidú
no corría ya como antes.
Pero había madurado y logrado
una vasta inteligencia […] “Aun antes de que vinieras tú
de la montaña,
Gilgamesh en Uruk tuvo un sueño
a propósito de ti”…
Tras relatar el sueño a su madre ésta le dijo:
Vendrá para ti un poderoso compañero,
protector del amigo,
cuyo poder
será grande en el país.
Como un trozo de cielo
será grande su vigor…

Gilgamesh y Enkidú se enfrentarán y ninguno logrará vencer. Así es como surge su estrecha amistad.

Octavio Paz afirma que en la antigüedad la poesía épica contaba hechos históricos y no se refería al hombre individual sino a la colectividad o al héroe como encarnación de esa sociedad. En el poema épico, “el pueblo se ve como origen y como futuro, es decir, como un destino unitario al que la acción heroica ha dotado de un sentido particular (ser dignos de los héroes es continuarlos, prolongarlos, asegurar un futuro a ese pasado que siempre se presenta a nuestros ojos como un modelo)… La poesía como palabra fundadora de un pueblo es un rasgo que aparece en todas las civilizaciones, desde el poema Gilgamesh, fuente probable de nuestra tradición épica” (Obras completas, vol. 1, FCE, 1993).

La gesta épica de una cultura

Entre los significados de su nombre sumerio, hay uno acorde a la personalidad de Gilgamesh: “El viejo es (aún) un joven”.

En buena medida, acota Silva Castillo, las leyendas sumerias en torno a Gilgamesh ilustran el surgimiento de los monarcas de la edad heroica de Sumer, así como sus anhelos y ambiciones. Por ello el héroe es revestido de cualidades sobrenaturales y extraordinaria fuerza; se dice que es mitad humano y mitad divino. Su ímpetu es incontenible y en ocasiones raya en la soberbia y la ambición.

Esto se aprecia cuando Gilgamesh decide atacar a Huwawa, monstruo fabuloso que por orden de Enlil, el caudillo de los dioses, custodia el Bosque de los Cedros.

Rimat-Ninsún, la madre de Gilgamesh, pregunta a Shamash, dios del sol y de la justicia: “¿Por qué me has dado por hijo a Gilgamesh y has puesto en él un corazón sin reposo?”

…Tomó la palabra Gilgamesh
y así habló a Enkidú:
“En el bosque habita el feroz Huwawa.
Tú y yo lo mataremos
y suprimiremos de la tierra la maldad.
Iremos a cortar los cedros […] ¿Quién puede alcanzar el cielo, amigo mío?
Sólo los dioses moran con Shamash
en el cielo, eternamente.
La humanidad tiene sus días contados,
todo cuanto hace es viento.
¿Ahora temes tú la muerte?
¿Dónde está tu gran valor?
Iré yo por delante para oír tu voz, para decirte:
¡Acércate, no temas!
Y si sucumbo yo,
que mi nombre sobreviva” […] Los ancianos de Uruk-las-Plazas
replicaron:
“Eres joven Gilgamesh, tu corazón te impulsa,
no sabes lo que quieres hacer.
Nosotros hemos oído
que su aspecto es espantoso.
¿Quién podrá oponerse a sus armas? […] Es tormenta el rugido de Huwawa.
Su boca es fuego.
Su aliento es muerte.
¿Por qué deseas [acometer] tamaña empresa?”
Al oír Gilgamesh lo que decían sus consejeros,
riendo con su amigo respondió:
“Puesto que tengo miedo,
habré de ir” […] Bendecía a Gilgamesh la multitud […] Los ancianos lo bendecían […] ¡Que te permita Shamash lograr lo que deseas!
Que lleguen a ver tus ojos lo dicho por tu boca.
Que te abra los senderos cerrados,
disponga para tus pasos el camino,
escoja las montañas para tus pies.
Que te regocije el sueño de tus noches […] Gilgamesh dijo a su compañero:
¿Por qué, amigo mío,
nos acobardaremos?
…el bosque está frente a nosotros.
Tú, amigo, que sabes
del furor de la batalla,
tú, frotado con las hierbas,
no temerás la muerte.
¡Nosotros tenemos también
fulgor divino!
¡Toma mi mano, compañero,
vayamos juntos!
¡Que el combate encienda tu corazón;
olvida la muerte, piensa en la vida!…

Las pasiones humanas

Si bien hay rastros muy antiguos de pasajes de este poema que rondan el año 2500 a.C., se estima que hacia el año 1300 a.C. surgió una versión estándar del poema acadio, una creación propiamente literaria estructurada en 11 tablillas de barro. Esta versión fue la que se reprodujo en los siguientes siglos.

Aunque los hechos heroicos tienen un espacio relevante en este poema, también ocupan un lugar destacado las emociones humanas. Por ejemplo, tras vencer a Huwawa, en el esplendor de su gloria, Gilgamesh provoca el arrebato amoroso de Ishtar, la apasionada y voluble diosa del amor.

En la belleza de Gilgamesh
puso sus ojos Ishtar, la princesa:
“¡Ven Gilgamesh,
sé mi esposo!
Ofréceme como don
el fruto de tu virilidad.
Serás mi esposo,
yo seré tu esposa.
Haré enjaezar para ti
un carro de oro y lapislázuli.
De oro serán sus ruedas,
de ámbar su timón.
Haré que se le unzan mulas
fogosas cual tormentas.
A nuestros palacios de cedros fragantes
entrarás.
Y a tu entrada,
en los palacios
haré que los altos dignatarios
besen tus pies.
Haré que se inclinen ante ti
reyes, señores, príncipes
y te paguen en tributo
el producto de valles y montañas.
Que paran tus cabras triates
y gemelos tus ovejas.
Que superen tus borricos
a las mulas en la carga
y que corran soberbios
los caballos de tu carro.
Que tus bueyes en la yunta
no tengan igual”.
Gilgamesh tomó la palabra
y dijo
dirigiéndose a Ishtar,
la princesa:
“¿Qué cosa te daré
si me caso contigo? […] Te tendría que ofrecer
manjares de los dioses.
Te habría de dar a beber
aguas dignas de tu majestad.
¿con qué manto
te habré de revestir?
¡No, no te tomaré
como mi esposa! […] A ninguno de tus elegidos
has amado para siempre,
ni ha habido pájaro alguno
que escape de tus redes. […] Amaste al caballo,
dado al combate,
y decretaste para él el látigo,
las riendas, las espuelas. […] Amaste a Ilsullanu,
jardinero de tu padre.
Él siempre te llevaba canastos
con sus dátiles,
cada día te preparaba
mesas espléndidas.
Pusiste en él los ojos
y fuiste hacia él:
‘Ilsullanu mío, hartémonos
de tu vigor sexual.
Extiende tu mano,
acaricia mi vulva’. […] Y lo tocaste
y lo transformaste en sapo […] Y si a mí me amaras
¿no me transformarías como a ellos?”
Al oír esto,
Ishtar,
furiosa,
subió a los Cielos.
Ante Anu, su padre,
Ishtar se fue a llorar […] “¡Padre mío, crea un Toro del Cielo
que mate a Gilgamesh
y llene de fuego
su morada!
Si tú no me das
al Toro,
atacaré
su morada.
Me pondré en camino
a los Infiernos
y haré que los muertos se levanten
y se coman a los vivos.
¡Haré que haya más muertos
que vivos!” […] Anu entregó a Ishtar
el lazo del Toro
e Ishtar lo llevó
al corazón mismo de Uruk…

El Toro del Cielo y la muerte de Enkidú

Las obras literarias de aquella época antigua no estaban destinadas propiamente a la lectura sino a la recitación oral, a la declamación en ciertas ceremonias o fiestas religiosas. En el caso de este poema, pudo haber sido en las ceremonias que se celebraban en el mes Abu (julio-agosto), cuando durante nueve días se realizaban competencias de lucha en honor a Gilgamesh.

Enkidú tomó la palabra
y dijo:
“¡Amigo mío, salimos airosos
en el Bosque!
Cual se espera de nosotros
arranquemos el mal tú y yo”.
Persiguió Enkidú al toro…
lo sujetó por la cola….
Como hombre experto y valiente,
Gilgamesh,
en medio de la testuz,
entre los cuernos…
le clavó el puñal.
Una vez muerto en Toro,
le arrancaron el corazón
y ante Shamash lo presentaron […] Ishtar subió a las murallas
de Uruk-el-Redil.
Se echó de rodillas,
prorrumpió en un lamento:
“¿No acaso me humilló Gilgamesh,
que mató al Toro del Cielo?”
Al oír Enkidú
lo que decía Ishtar,
arrancó una pata al Toro del Cielo
y se la arrojó a la cara:
“¡Si a ti
te agarrara,
haría contigo
otro tanto
y colgaría tus tripas
de tus brazos!”…

 AGONÍA DE ENKIDÚ

El dios Enlil, irritado por la muerte de su protegido Huwawa, decide actuar en contra de Enkidú, que enferma y cae postrado.

Tomó la palabra Gilgamesh y dijo:
“Pediré el auxilio
de los grandes dioses.
Para que Enlil el Soberano
tenga piedad de ti,
haré tu estatua,
sin medirme en el oro”.
“Olvídate del oro, amigo mío
[-replicó Enkidú-] lo que Enlil decretó
será como él lo dijo…
Lo que ha sido dicho
nunca ha cambiado.
Lo que él ha decidido
ni cambió ni se borró…
Los destinos para los hombres
se cumplirán” […]

Enkidú
Contó a su amigo todo
cuanto en su corazón pesaba:
“Amigo mío, durante la noche
tuve un sueño:
Los cielos bramaban,
la tierra resonaba […] En la casa del polvo
donde yo entraba […] Moraba la Reina del Infierno,
Ereshkigal.
Belet-Seri, escribana del Infierno,
postrada delante de ella,
mantenía en alto una tablilla
frente a ella.
Levantando la cabeza
me miraba:
‘¿Quién fue quien trajo
a este hombre?’…
¡A mí, que contigo
sufrí tantos trabajos,
recuérdame, amigo mío, no olvides
todo lo que pasé contigo!” […]

HONRAS FÚNEBRES

Gilgamesh lamenta la muerte de su amigo.

¡Que te llore el Ulaya, río sagrado,
cuya ribera alegres recorrimos!
¡Que te llore el Éufrates,
río puro,
cuyas aguas derramaron
nuestros odres!
¡Que te lloren
los hombres de Uruk-el-Redil! […] ¡Como plañidera,
lloro amargamente!
[¡Por Enkidú], hacha de mi costado,
defensa de mi brazo,
espada de mi funda,
escudo delante de mí,
vestido de mis fiestas,
estola de alegría!
Un demonio maligno surgió
y me lo arrebató…

El asiriólogo Jean Bottéro explica: “El poema de Gilgamesh es uno de esos monumentos mutilados que los excavadores han sabido liberar de su pesada mortaja de tierra para inclinarse con amor sobre sus rotos contornos que se convierten en portadores de hermosos sueños… Es la primera obra literaria conocida cuya grandeza, fuerza, inspiración y nobleza de estilo, junto con la importancia y universalidad de su tema, le han otorgado el noble título de epopeya. En su integridad, la obra alcanzaría los tres mil versos, pero sólo nos han llegado algo menos de dos tercios, en retazos… de esta obra maestra inmortal, ruina soberbia y opulenta” (La Epopeya de Gilgamesh. El gran hombre que no quería morir, Akal, 1998).

Angustia ante la muerte

Silva Castillo señala que la gran aceptación de que gozó el poema acadio de Gilgamesh en la antigüedad se debió a su calidad estética y al hecho de reflejar de manera sumamente viva la percepción que tenía de sí misma la sociedad del Oriente Medio antiguo, caracterizada por un profundo pesimismo ante la vida y ante la muerte.

Tras la pérdida de Enkidú, Gilgamesh cobra conciencia de su mortalidad.

¡Mi amigo, a quien yo amaba,
ha vuelto al barro! […] ¿No moriré acaso yo también
como Enkidú?
Me ha entrado en el vientre
la ansiedad.
Aterrado por la muerte,
vago por la estepa […] Quiero indagar acerca de Utanapíshtim,
quien estuvo presente
en el consejo de los dioses
y logró el don de la vida.
Sobre la vida y la muerte,
le he de interrogar.
El Girtablilu tomó la palabra:
“Nadie ha habido, Gilgamesh,
que haya entrado en la montaña;
nadie que haya visto
sus hondonadas.
A lo largo de doce dobles-leguas,
su interior es oscuro,
es densa la oscuridad,
no hay ninguna luz […] La montaña Mashu está abierta para ti…
Supera montes y montañas…
y vuelve sano y salvo” […] Cuando Gilgamesh hubo caminado
ocho dobles-leguas, se puso a gritar;
era densa la oscuridad,
no había ninguna luz;
no podía ver
ni adelante ni hacia atrás […]

Tras cruzar bosques y montañas, Gilgamesh logra llegar hasta la orilla del mar.

Siduri, la tabernera, que mora
a la orilla del océano,
se dirigió a Gilgamesh:
“Si eres tú Gilgamesh, quien mató
al guardián del bosque,
quien aniquiló a Huwawa, que vivía
en el Bosque de los Cedros;
quien mató a los leones
en los pasos de la montaña;
quien se apoderó y mató
al Toro que bajó del Cielo;
¿por qué están enjutas tus mejillas,
tu cara demacrada,
triste tu corazón
maltratado tu semblante,
lleno de ansiedad
tu vientre?
¿Por qué andas vagando
por la estepa?” […]

En este diálogo con la tabernera, Silva Castillo recupera el “Fragmento Meissner”, un hermoso pasaje de la versión paleobabilónica que ya no fue incluido en la “versión estándar” de este poema:

Gilgamesh, ¿hacia dónde corres?
La vida que persigues, no la encontrarás.
Cuando los dioses crearon la humanidad,
le impusieron la muerte;
la vida, la retuvieron en sus manos.
¡Tú, Gilgamesh, llena tu vientre;
día y noche vive alegre;
haz de cada día un día de fiesta;
diviértete y baila noche y día!
Tus vestidos sean inmaculados,
lavada tu cabeza, tú mismo siempre bañado.
Mira al niño que te tiene de la mano.
Que tu esposa goce siempre en tu seno.
¡Tal es el destino de la humanidad!

El secreto de la inmortalidad

El poema acadio sigue teniendo vigencia gracias a su belleza literaria y al problema fundamental que plantea: la imposibilidad absoluta de escapar a la muerte, lo que provoca una profunda angustia existencial.

Tras una larga y extenuante travesía, Gilgamesh encuentra a Utanapíshtim, “el Lejano”, y le confiesa sus pesares y angustias.

¿Por qué, Gilgamesh, te has dejado
invadir por la ansiedad,
tú, a quien los dioses hicieron
de carne divina y humana,
y a quien tratan
como un padre y una madre?
¿Por qué, Gilgamesh, te comportas
como un insensato? […] Tú has perdido el sueño:
¿Qué has sacado? […] No hay quien haya
visto a la muerte.
A la muerte nadie
le ha visto la cara.
A la muerte nadie
le ha oído la voz.
Pero, cruel, quiebra la muerte
a los hombres…

EL DILUVIO EN BABILONIA

Gilgamesh desea saber cómo obtuvo Utanapíshtim el don de la inmortalidad, y éste le cuenta su historia. Se trata del más antiguo relato del diluvio que enviaron los dioses mesopotámicos como castigo a los humanos; es una historia que cobraba pleno sentido en una región donde las crecidas de los ríos Éufrates y Tigris solían ser catastróficas. (El diluvio no fue el único fragmento de Gilgamesh retomado y adaptado más de mil años después por los escritores de La Biblia; hay otros elementos, como el Infierno.)

Fue en la ciudad de Shurupak,
la que está a la orilla
del Éufrates,
donde los dioses,
los grandes dioses,
tomaron la decisión
de desatar el diluvio […] Ninsiku-Ea con ellos
prestó juramento,
pero repitió sus palabras
a la casa de carrizos: […] ‘Oh, shurupakeo,
hijo de Ubartutu,
destruye tu casa,
construye una barca.
Abandona las riquezas,
busca la vida.
Aborrece los tesoros
mantén vivo el soplo de la vida.
Salva la semilla de los vivientes todos
en la cala de una barca.
Una barca que tú mismo
construirás.
Que sea su plan
proporcionado;
iguales su ancho
y su largo;
que esté cubierta,
como el Apsu’.
Yo comprendí y dije
a Ea, mi señor:
‘¡Sea como lo has dicho, señor mío!
Tu orden,
yo la acataré
y la llevaré a cabo’ […] Cargué cuanto había
de toda semilla de vida:
hice subir al barco a mi familia,
y a la de mi esposa,
rebaños de la estepa,
manadas de la estepa,
artesanos,
hice subir a todos […] Arrancó Nergal
los diques
y Ninurta hizo desbordar
la presa de los Cielos […] El silencio de muerte de Adad
recorría el Cielo;
toda luz se tornó
en oscuridad
y como un jarro
se quebró la tierra.
El primer día
sopló la tempestad.
Sopló con fuerza,
[se desató] el diluvio.
Como batalla que arrasa
pasó sobre los hombres […] Seis días
y siete noches
continuó el viento,
el diluvio, la tempestad.
El diluvio aplanó la tierra […] La especie humana, toda,
había vuelto al barro…

Los propios dioses se estremecieron y de inmediato se arrepintieron del castigo enviado a la humanidad por iniciativa de Enlil, también llamado dios del viento y la tormenta. Mah, la diosa madre, exclama: “¿Cómo pude yo, en el consejo de los dioses, proferir tal maldición?” Y sienten alivio al descubrir la embarcación de Utanapíshtim.

Enlil se enfureció
al ver la barca.
‘¡Alguien salió con vida!
¡No debía hombre alguno
sobrevivir al exterminio!’
Y Enlil acusa a Ea, el dios sabio y protector de la humanidad. Ea le responde:
Yo sólo induje un sueño a Atráhasis,
y él oyó el secreto de los dioses…

GILGAMESH FRACASA

Utanapíshtim, premiado por los dioses con la inmortalidad debido a que salvó a la humanidad, no ve cómo podría Gilgamesh conmover a los dioses para que le otorguen el mismo don. En principio le sugiere una prueba: permanecer despierto durante seis días y siete noches (la duración del diluvio), pero Gilgamesh cae vencido por el sueño. Derrotado, Gilgamesh se dispone a volver a su país y en ese momento Utanapíshtim le revela otro secreto: la existencia de la planta de la juventud. Gilgamesh la encuentra en el abismo de las aguas subterráneas, pero en un descuido se apropia de ella la Serpiente. Así, Gilgamesh deberá retornar aceptando su destino mortal.

[Tras] viaje lejano,
volvió exhausto, resignado.
[Y] grabó en estela de piedra
sus tribulaciones…

Para Jorge Luis Borges, en varios sentidos Gilgamesh es la primera de las epopeyas del mundo: sus versos prefiguran los doce trabajos de Hércules, así como el descenso a la Casa del Hades en la Odisea y otras obras; la triste condición de los muertos y la búsqueda de la inmortalidad son temas esenciales de todos los tiempos. “Diríase que todo ya está en este libro babilónico. Sus páginas inspiran el horror de lo que es muy antiguo y nos obligan a sentir el incalculable peso del Tiempo”.

Pero hay algo peor que el peso del tiempo. Si bien el poema de Gilgamesh es una obra en permanente construcción (conforme son halladas nuevas tablillas de barro), también se encuentra en permanente riesgo. En 2003, la invasión estadounidense propició el saqueo de miles de piezas de museos y sitios arqueológicos de Irak. Debieron transcurrir ocho años para que las autoridades iraquíes anunciaran que Estados Unidos, Reino Unido, Italia, Japón y Holanda habían accedido a devolver 17,916 piezas hurtadas. Entre ellas estaba una tablilla de arcilla de 3,500 años de antigüedad donde se relata la gesta de Gilgamesh.

[ Gerardo Moncada ]

Otros libros de Oriente:
El Ramayana, del maharishi Valmiki.
El arte de la guerra, de Sun Tzu.
Las mil y una noches: el Renacimiento persa.
Calila y Dimna, versión de Abdalá Benalmocaffa.

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