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El retorno de Goeritz, reloaded

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Una retrospectiva monumental exhibe el universo de Mathias Goeritz, uno de los artistas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX en México.

La exposición El retorno de la serpiente, que se presentó en agosto de 2015 en el Palacio de Iturbide (Centro Cultural Banamex), ofreció una visión panorámica de la producción artística de Mathias Goeritz, tan extensa como los múltiples intereses que orientaron el conjunto de su obra experimental, multidisciplinaria y vanguardista.

Y a pesar de la vastedad, el público pudo disfrutar en detalle la gran diversidad de piezas ahí reunidas y profundizar en los vericuetos creativos a través de los documentos, bocetos y maquetas que acompañaron la producción de Goeritz.

Procedente del Museo Reina Sofía, en Madrid, donde tuvo una buena acogida: 130 mil visitantes entre noviembre de 2014 y abril de 2015, la muestra utilizó como eje el concepto de “arquitectura emocional”, proclamado por Goeritz en 1954, a través el cual buscaba que cada pieza, cada espacio, provocara en el espectador la máxima emoción.

Recorrer esa exposición exigía tiempo y energía. Se trataba de 500 piezas (100 más que las mostradas en España) en distintos formatos. Una producción que iba de la minucia a lo monumental, enriquecida con material fotográfico, biográfico y piezas de algunos otros artistas como Alexander Calder, Lucio Fontana, Yves Klein, Kati Horna, Joan Miró y Germán Cueto, entre otros.

Fue una espléndida oportunidad para aproximarse, tan a fondo como se deseara, a la obra de uno de los artistas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX en México.

[«Nunca he meditado seriamente sobre mi trabajo como secuencia o proceso… He tenido periodos: el de las Torres (cuando me enloquecieron las de San Giminiano), el de las constelaciones (después de ver planetarios maravillosos), el de las pirámides con elementos prefabricados (¿quién no piensa en pirámides en este país?), el de las piezas decorativas en espacios abiertos (el minimal, digamos)…”: Mathias Goeritz]

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De la vastedad al detalle
La muestra ofreció una visión dilatada de la vasta obra de Goeritz, o deleitarse en específico con obras como la monumental serpiente creada para el Museo del Eco; con piezas poco exhibidas al público, como las tintas, gouaches y pinturas creadas en Europa en la década de 1940, o con las esculturas de madera ensamblada, o con cuadros que creó con láminas metálicas (“Mural sin título” del Instituto Goethe o “La lluvia de la buena suerte”), o con los “clovages” creados con clavos sobre láminas; o los experimentos con papel doblado, para crear una tercera dimensión… Incluso con los bocetos de obras no realizadas, como el monumento a José Clemente Orozco.

En varios casos fue posible identificar el proceso de la “estrategia de saturación”, cuando aplicó el esquema de repetición mediante unidades modulares para crear grupos de piezas en series progresivas.

Fue una exposición extensa pero no tuvo desperdicio, valía la pena detenerse incluso en las minucias cotidianas que se volvieron joyas testimoniales: bocetos y ensayos sobre todo tipo de papel: hojas de periódico, agendas, recados, facturas, registros contables… lo que Goeritz tuvo a su alcance cuando brincó la idea (o el formato y la tipografía, como detonadores).

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Crítica y autocrítica
Resultó plausible que el trabajo de documentación para esta muestra trascendiera la monografía y buscara reflexionar acerca de las tendencias artísticas (la exploración de un lenguaje sintético; soluciones geométricas; el énfasis en el valor visual, plástico y procesual; la transformación de la arquitectura; la escultura monumental). Además, que asumiera un tono crítico al señalar las circunstancias que rodearon la creación de algunas obras, como las Torres de Ciudad Satélite, que se debatieron “entre la plegaria ascencional y el mercado de la especulación inmobiliaria”. Cabe destacar también que, haciendo a un lado la falsa corrección política, se diera lugar al reclamo por el escaso reconocimiento a Goeritz como precursor de algunos movimientos (el minimalismo, por ejemplo).

Asimismo se agradeció que la exposición no evadiera los conflictos que los muralistas tuvieron con Goeritz, a quien consideraban “un simulador, carente en absoluto del más mínimo talento”, fabricante del “arte de la más vil calidad comercial a la moda con el propósito de sorprender a los nuevos ricos aprendices de snobs incapaces de distinguir la calidad de lo que adquieren o elogian. Individuo que representa, en suma, todo aquello que es contrario a la alta tradición y desarrollo del arte de México y su cultura nacional” (Diego Rivera y David Alfaro Siquieros, en una carta publicada en el diario Excélsior el 15 de junio de 1954).

El tiempo dejó en claro la enorme contribución de Mathías Goeritz al arte mexicano.

[ Gerardo Moncada ]

 

Notas relacionadas:

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