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Manuel Felguérez, el monstruo creativo

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Nació el 12 de diciembre de 1928 y murió el 8 de junio del 2020.

Es difícil definir en una palabra al artista plástico Manuel Felguérez : innovador, experimentador, curioso, vanguardista, explorador, minucioso, disidente, impetuoso, infatigable… En realidad, habría que unir todas estas palabras, y faltarían algunas más, para configurar lo que es y representa este pintor y escultor.

Nació el 12 de diciembre de 1928, en Zacatecas, México. Su vasta obra ha oscilado entre el constructivismo y la abstracción, experimentando con la geometría o haciendo detonar las formas. Lo mismo ha usado los metales más rígidos, las materias más crudas, y también ha explorado hasta el agotamiento el uso de computadoras en la generación de variantes visuales.

Por más de medio siglo, Felguérez buscó nuevas maneras de expresión, renovando su lenguaje artístico y sorprendiendo a cada generación de jóvenes creadores.

Desde temprana edad decidió obedecer únicamente a su instinto creativo. A los cuatro meses de haber ingresado a la Academia de San Carlos, desertó por no aceptar las directrices que emanaban de la Escuela Mexicana de Pintura. Su visión iba en otro sentido. Su familia había sido afectada por el reparto agrario por lo cual la ideología de la Revolución Mexicana no era de sus preferencias; además, Felguérez ya había realizado algunos estudios en la Academia de la Grande Chaumier en París, donde había expandido sus miras artísticas.

Prefirió realizar estudios específicos en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM (1948). En 1949-1950 trabajó en París con el escultor Ossip Zadkine, quien tendría una influencia decisiva sobre el joven Felguérez. En 1951 tomó cursos en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” para posteriormente regresar a París con una beca del gobierno francés y estudiar en la Academia Colarossi (1954-1955); posteriormente volvió a  la Academia de la Grande Chaumier (1959).

Al regresar a México formó parte del primer grupo de artistas abstractos, bautizado como la Generación de la Ruptura por enfrentar a la dominante Escuela Mexicana de Pintura (liderada por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco).

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1960 – Reivindicar la libertad

En la década de 1960 creó un mural escultórico para el vestíbulo del cine Diana («una obra fundamental del arte mexicano moderno», a decir de Vicente Rojo). También desarrolló ese tipo de obras en el Deportivo Bahía, en el Banco de Fomento Cooperativo y en la Confederación Nacional de Cámaras Industriales (Concamin).

En 1968, el escritor y crítico de arte Juan García Ponce publicó Nueve pintores mexicanos, donde reivindicó el papel de la libertad en la plástica. Ahí escribió: “Felguérez ha explorado siempre hacia adentro las infinitas posibilidades de los medios de expresión propios de su oficio […] la naturaleza misma de sus materiales es siempre en él inevitable punto de partida. [Para dar paso a] la voluntad del artista de transformar el poder de sugestión de los materiales en un orden armónico, a través del cual ellos cobran nueva vida y se convierten en expresión del libre y estricto ejercicio de la imaginación del creador”.

En sus cuadros, “el lirismo se somete al concepto sin perder su fuerza animadora”.

El escritor rememoraba: “Desde su primera exposición como pintor Felguérez mostraba que dentro de su amor por el peso de las formas tenía una segura sensibilidad en el tratamiento del color y era capaz de despertar sus más secretos matices”, aunque esa sensibilidad había permanecido contenida.

Y añadía: “su pintura, pesadamente material, se hizo casi estática en su geométrica celebración del espacio. Después, este estatismo se vio roto bruscamente por el libre ritmo de la pincelada, por el movimiento continuo de los planos que se entrecruzaban y mezclaban con auténtica violencia, sin pensar casi en los valores de la composición ni detenerse en sutilezas cromáticas […] Y de pronto, el pintor volvió otra vez hacia la escultura [con] sus impresionantes y masivos relieves murales […] que deben ser vistos también como pintura”.

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1970 – Afirmación de la voluntad

El poeta Octavio Paz apoyó públicamente a la Generación de la Ruptura y su determinación por buscar “otra plástica”.

“Aquellos muchachos tenían un inmenso apetito, una curiosidad sin límites y un instinto seguro. Rodeados por la incomprensión general pero decididos a restablecer la circulación universal de las ideas y las formas, se atrevieron a abrir las ventanas. El aire del mundo penetró en México”.

En 1973, Octavio Paz elogió “el rigor y la novedad en la hechura” de las obras de Felguérez, “un artista lúcido y exigente consigo mismo” (Los privilegios de la vista, Fondo de Cultura Económica, 1989).

Con motivo de la serie que Felguérez tituló “El espacio múltiple”, Paz reflexionó sobre la nueva fase creativa del pintor-escultor: “metamorfosis de las formas y construcción visual. Cada forma es el punto de partida hacia otra forma: espacio productor de espacios. El artista disuelve así la separación entre el espacio bidimensional y el tridimensional, el color y el volumen”.

Agregó: “Repetición y cambio […] analogía plástica e intelectual del juego universal entre lo uno y lo otro: las diferencias no son sino los espejismos de la identidad al reflejarse a sí misma […] las formas, imágenes de la perfección finita, producen por la combinación de sus elementos metamorfosis infinitas”.

En esa etapa, Felguérez incursionó en el trabajo interdisciplinario, con matemáticos y programadores de computadoras. “Aplicó un método científico al acudir a una serie de simulaciones matemáticas para generar diseños [y estructuras] que se convirtieron en obras, en diversos soportes y técnicas: lacas, relieves, esculturas” (México abstracto, Museo de Arte Moderno, 2009).

Tras varios años de prueba y error computacional, Felguérez abandonó  la creación de estos “ideogramas” porque mantenían cierta rigidez geométrica, les faltaba “la imperfección del trazo hecho a mano”.  Además, la computadora generaba un diseño cada once segundos, lo cual terminó por generarle más complicaciones ante el volumen de propuestas a estudiar.

Asimismo, sabía que no debía detenerse o regodearse en la obra creada, por más vanguardista que ésta fuese. “En el momento mismo de producir la innovación, ésta se ha convertido ya en una parte de la retórica”, escribió en 1976.

En esa década, también participó en la creación del Espacio Escultórico de la UNAM e ingresó (en 1973) a la Academia Mexicana de las Artes.

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Conjunción de pintura-escultura-arquitectura

El artista empleaba materiales poco convencionales, como chatarra de fierro, piedras y arenas, para crear esculturas que empotró en muros (Cine Diana, Concamin). Para algunos críticos, más que esculturas eran ensamblajes; veían en la integración de los distintos elementos la creación de un arte híbrido.

En su Aventura plástica de Hispanoamérica (1995), el historiador de arte Damián Bayón destacó los ‘murales en relieve’ de chatarra soldada de Felguérez, por ser “collages heterogéneos y perfectamente expresivos”.

Octavio Paz alabó este trabajo por considerarlo “arte mural de veras monumental en el que la pintura se alía a la escultura. Pintura mural escultórica o, más exactamente, relieve policromado”.

Señaló que la ambición de Felguérez era, “mediante la conjunción de pintura, escultura y arquitectura, inventar un nuevo espacio”. Algo muy propio de su “temperamento ascético y especulativo”.

En 1988, Felguérez recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

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Cambia el siglo, no la actitud

El escritor Juan Villoro sintetizó así varias etapas de la pintura abstracta de Felguérez: “La cuidada composición se hunde bajo superficies desafiantes: los calcáreos paisajes de los tempranos años sesenta; las consistencias rojizas, vivas, entre vegetales y gástricas, que dominan sus arriesgadas telas de los años ochenta; los vapores tenues, contrastados con masas terrosas y chorros de oro líquido, de los años noventa” (Manuel Felguérez, el límite de una secuencia, CNCA, 1997).

Casi al llegar al siglo XXI, Villoro escribió: “Durante cerca de cuarenta años el pintor ha reiterado curvas y rectángulos, como si ensayara la paciente solución de un teorema”.

Apuntó que en la “extensa y versátil” obra de Felguérez, “el sentido del orden convive con una acendrada rebeldía, la disciplina de las formas con el vértigo de las texturas […] Las figuras son una especie de Tablero de Instrucciones: señalan el camino pero no son el camino […] Ciertas composiciones son estructuras desdobladas, relieves negativos […] O difumina los materiales hasta lograr la perturbadora interioridad de los sueños […] Sus cuadros transmiten siempre una tensión de fondo: la realidad ahogada, sumergida […] Radical introspección anatómica, psicológica, mineral: entrañas, pasillos de la mente, rellenos”.

La investigadora de arte Leila Driben coincide: “Vigorosa presencia, formada simultáneamente por insinuaciones orgánicas y mecánicas” (La rupturista generación de la vanguardia, 2001).

Paz concuerda: “Las proposiciones de Felguérez no nos entran por los oídos sino por los ojos y el tacto: son cosas que podemos ver y tocar. Pero son cosas dotadas de propiedades mentales y animadas no por un mecanismo sino por una lógica”.

Y Villoro concluye con una incitación: “No hay forma de ver esta pintura sin discutir con ella; observarla es siempre un acto crítico. Aunque la participación del espectador es consustancial a toda pintura abstracta, en el caso de Felguérez, el papel activo de la mirada se ahonda por la variedad de estímulos que recibe”.

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En 1998 abrió sus puertas el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez en la ciudad de Zacatecas, con una amplia colección de obras donadas por el artista. En 2001, el museo amplió su acervo con piezas de otros artistas abstractos, gracias a las gestiones del propio Felguérez.

El 20 de febrero de 2016, el INBA le entregó la Medalla Bellas Artes por su trayectoria de constante innovación.

Su infatigable labor creativa fue interrumpida al contagiarse durante la agresiva pandemia de coronavirus, en 2020. Víctima del Covid-19, falleció el 8 de junio de ese año.

“Fue una muerte prematura a pesar de que tenía 91 años. Estaba estupendamente bien de salud, trabajando con la misma ambición de siempre. El vigor que tenía y la dimensión de la obra que estaba planeando nos hacía pensar que lo íbamos a tener todavía muchos años», comentó el historiador de arte y curador Cuauhtémoc Medina, quien se refiere a Felguérez como «el escultor que pintaba».

«Manuel Felguérez sí alcanzó a hacer todo lo que deseaba en su vida. Fueron muchos los obstáculos, pero él los venció con su carácter aventurero, su sentido del humor, su entereza, su bravura. Una sonrisa de Manuel podía derribar puertas cerradas, echar puentes levadizos y entrar al castillo», escribió Elena Poniatowska, amiga del artista desde 1952, o 1953.

[Gerardo Moncada]

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