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El reino de este mundo, de Alejo Carpentier

La exuberancia del Caribe convertida en desbordante y exquisita prosa.

El reino de este mundo es un fascinante relato acerca de la primera guerra de independencia en el Continente Americano (el 1 de enero de 1804), pero despojado de la rigidez académica. Con deslumbrante oficio literario, Carpentier une la alta cultura con la cultura popular, y privilegia lo cotidiano en vez de la relación cronológica, las debilidades humanas ante lo inmarcesible de los próceres, las ancestrales creencias colectivas por encima del frío análisis de hechos; no obstante, pone énfasis en las paradojas históricas. El resultado es una narración profundamente humana; cruda y a la vez delirante.

Ti Noel cayó de rodillas y dio gracias al cielo por haberle concedido el júbilo de regresar a la tierra de los Grandes Pactos. Porque él sabía que el triunfo de Dessalines se debía a una preparación tremenda, en la que habían intervenido Loco, Petro, Ogún Ferraille, Brise-Pimba, Caplaou-Pimba, Marinette Bais-Cheche y todas las divinidades de la pólvora y del fuego, en una serie de caídas en posesión de una violencia tan terrible que ciertos hombres habían sido lanzados al aire o golpeados contra el suelo por los conjuros […] mientras latían los tambores consagrados y se entrechocaban sobre una hoguera los hierros de los iniciados…

Esta novela ofrece un exuberante relato desde el punto de vista de los negros de Haití, con su forma de ser y de vivir, con su manera de entender la vida, con sus deidades y antiguos héroes, “príncipes duros como el yunque, que eran el leopardo, que conocían el lenguaje de los árboles, que mandaban sobre los cuatro puntos cardinales, dueños de la nube, de la semilla, del bronce y del fuego”.

Lo que narra Carpentier no es un simple artificio literario, es “lo real maravilloso” que palpita en los pueblos de América Latina.

El crítico Sergio Nudelstajer recordaba: “Observando las impresionantes ruinas de los edificios construidos por el emperador Henry Christophe en Haití, Carpentier recibió el impacto de lo ‘real maravilloso’ de América Latina, donde la fe colectiva en lo sobrenatural conlleva alteraciones increíbles del mundo real. A raíz de ese viaje escribe El reino de este mundo… Las obras de Alejo Carpentier son verdaderos hitos en la historia de la novela contemporánea. Fue, tal vez, el primero de los novelistas en tratar conscientemente de asumir la experiencia latinoamericana en su totalidad, por encima de las efímeras variantes regionales y nacionales… Carpentier entendió el sustrato épico del mundo caribeño… No podemos pensar en la narrativa hispanoamericana contemporánea sin la obra de Carpentier, escritor fascinante, tropical, musical, gran artista de la palabra y profundo pensador, que logró crear un modelo de novela no sólo adelantado a la mayoría de sus contemporáneos sino a muchos autores de las generaciones siguientes” (Las voces perdurables, UNAM/Aldus, 1996).

REALISMO MARAVILLOSO

El propio Carpentier, en 1948, se sintió obligado a explicarlo en el prólogo de esta obra: “Lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual y singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de estado límite”.

El manco Mackandal, hecho un houngán del rito Radá, investido de poderes extraordinarios por varias caídas en posesión de dioses mayores, era el Señor del Veneno. Dotado de suprema autoridad por los Mandatarios de la otra orilla, había proclamado la cruzada del exterminio, elegido, como lo estaba, para acabar con los blancos y crear un gran imperio de negros libres en Santo Domingo…

Y amplía Carpentier: “La presencia y vigencia de lo real maravilloso no es privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de personas que inscribieron fechas en la historia del continente: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de independencia de tan mitológica traza. Así como en Europa occidental todo el floklore danzario ha perdido el carácter mágico o invocatorio, rara es la danza colectiva en América que no encierre un hondo sentido ritual creándose en torno a él todo un proceso iniciático».

Dotado del poder de transformarse en animal de pezuña, en ave, pez o insecto, Mackandal visitaba continuamente las haciendas de la Llanura para vigilar a sus fieles y saber si todavía confiaban en su regreso. De metamorfosis en metamorfosis, el manco estaba en todas partes […] Un día daría la señal del gran levantamiento, y los señores de Allá, encabezados por Damballah, por el Amo de los Caminos, y por Ogún de los Hierros, traerían el rayo y el trueno, para desencadenar el ciclón que completaría la obra de los hombres….

Es la verdad del ritual, la vigencia del mito: “En América existió un Mackandal dotado de poderes por la fe de sus contemporáneos y que alentó, con esa magia, una de las sublevaciones más dramáticas y extrañas de la Historia. De Mackandal ha quedado toda una mitología, acompañada de himnos mágicos, conservados por todo un pueblo, que aún se cantan en las ceremonias de Vodú… En El reino de este mundo se narra una sucesión de hechos extraordinarios, ocurridos en la isla de Santo Domingo, en determinada época que no alcanza el lapso de una vida humana, dejándose que lo maravilloso fluya libremente de una realidad estrictamente seguida en todos sus detalles”.

Ahora los Grandes Loas favorecían las armas negras. Ganaban batallas quienes tuvieran dioses guerreros que invocar. Ogún Badagrí guiaba las cargas al alma blanca […] Y, como en todos los combates que realmente merecen ser recordados porque alguien detuviera el sol o derribara murallas con una trompeta, hubo en aquellos días hombres que cerraron con el pecho desnudo las bocas de cañones enemigos y hombres que tuvieron poderes para apartar de su cuerpo el plomo de los fusiles…

A Carpentier le importaba dejar sentado que los hechos referidos eran veraces, tan reales como el imaginario colectivo: “Es menester advertir que este relato ha sido establecido sobre una documentación extremadamente rigurosa que no solamente respeta la verdad histórica de los acontecimientos, los nombres de los personajes, de lugares y hasta de calles, fechas y cronologías. Y sin embargo, por la dramática singularidad de los acontecimientos, por la fantástica apostura de los personajes que se encontraron en determinado momento, todo resulta maravilloso”.

A fin de cuentas, “¿qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?”.

DE TIRANÍAS Y COSAS PEORES

A través de sus personajes, Carpentier refiere la tragedia histórica de las cruentas revoluciones en América que no desembocaron en condiciones de justicia, libertad e igualdad, pues en esencia sólo fueron pugnas por el poder: derribaron a un tirano para reemplazarlo con otro, a veces más cruel. Al no cambiar la estructura social y política, se propiciaba un “inacabable retoñar de cadenas, un renacer de grillos, una proliferación de miserias”.

Esta esclavitud era peor, puesto que había una infinita miseria en lo de verse apaleado por un negro, tan negro como uno, tan belfudo y pelicrespo, tan narizñato como uno; tan igual, tan mal nacido, tan marcado a hierro, posiblemente, como uno. Además, en tiempos pasado los colonos se cuidaban mucho de matar a sus esclavos. Mientras que ahora la muerte de un negro nada costaba al tesoro público: habiendo negras que parieran, nunca faltarían trabajadores…

Entre uno y otro estallido, los periodos de calma se convierten en un delirante ejercicio del poder cuyo desbordamiento terminará en forma abrupta cuando resurja el frenesí de la pólvora y los sables.

Los pajes colocaron el cadáver del rey sobre el montón de argamasa, en el que empezó a hundirse lentamente, de espaldas, como halado por manos viscosas […] Al fin el cadáver se detuvo, hecho uno con la piedra que lo apresaba. Después de haber escogido su propia muerte, Henri Christophe ignoraría la podredumbre de su carne, carne confundida con la materia misma de la fortaleza, inscrita dentro de su arquitectura. La Montaña del Gorro del Obispo, toda entera, se había transformado en el mausoleo del primer rey de Haití…

Carlos Fuentes, al ponderar el “encanto narrativo” del escritor cubano y su “belleza literaria”, añadía: “Carpentier era un hombre extraordinariamente alerta a los movimientos en el arte y la ciencia contemporáneos, y sus novelas no solo deben leerse tomando en cuenta el pasado histórico evocado con tanta fuerza en El reino de este mundo, Los pasos perdidos, El siglo de las luces o Guerra del tiempo, sino a la luz de las creaciones contemporáneas de la poesía y la música. De esta manera, en Carpentier se da un encuentro cultural de primera importancia en sí mismo y para la literatura en lengua española de las Américas. La vitalidad del tiempo en Carpentier es igual a la vitalidad del lenguaje, y en ello el novelista cubano participa de la visión de Vico, para quien entender el pasado no era posible sin entender sus mitos, ya que éstos son la base de la vida social, una manera sistemática de ver el mundo, comprenderlo y actuar en él”.

Fuentes sugería: “Es bueno leer a Carpentier recordando que con él nuestra novela entró al mundo de la cultura contemporánea sin renunciar a ningún derecho propio, pero tampoco ancilarmente, sino colaborando con plenitud en la creación de la cultura contemporánea: moderna y antigua, cultura de muchos tiempos” (Valiente mundo nuevo, FCE, 1990).

ESPLENDOR VERBAL

El crítico Enrique Anderson Imbert refiere el contexto literario prevaleciente cuando Carpentier comenzó a publicar sus obras: “La narrativa en Hispanoamérica vivía bajo la influencia del realismo francés y del ruso, al que se agregaron los experimentos para novelar de Alemania e Inglaterra, y progresivamente se sumarían Estados Unidos (con Faulkner, Hemingway) e Italia… En Carpentier se reconoce la voluntad de experimentar con una imaginación entrenada en las literaturas de vanguardia. Narra cosas de su tierra, de la vida de negros y mulatos, pero lo hace experimentando con el estilo y la estructura de la novela” (Historia de la literatura hispanoamericana, FCE, 1977).

Con una narrativa impecable, vigorosa, Carpentier estructura El reino de este mundo en una sucesión de cuadros breves minuciosamente decorados con exquisitos detalles que en conjunto confieren plena significación a cada escena.

Asimismo, en ese proceso creativo, el autor muestra que el mestizaje en América también ocurrió en el plano cultural y particularmente en el lenguaje. Carpentier expande el idioma español, con regionalismos, localismos y expresiones de diversas latitudes, desde Francia hasta las regiones de África. Es el lenguaje como expresión de una cultura y de la historia de un pueblo.

En aquel momento el anciano tuvo un supremo instante de lucidez. Vivió, en el espacio de un pálpito, los momentos capitales de su vida […] Era un cuerpo de carne transcurrida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida […] Por ello, agobiado de penas, de tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida, en el Reino de este Mundo…

DE PERFIL

Hijo de un arquitecto francés y una profesora de idiomas rusa, Alejo Carpentier Valmont nació en Lausana, Suiza, el 26 de diciembre de 1904. A los pocos meses, su familia migró a La Habana. Ahí, Carpentier experimentó, desde la infancia, el prolífico cruce de las culturas europea, criolla y africana. Por influencia paterna, inició la carrera de arquitectura, que dejó inconclusa. Por el lado materno, estudió música y fue alumno del chelista Pablo Casals, aprendizaje que hizo extensivo a la música popular y afrocubana. La literatura fue otro de sus campos de interés. Asimismo, ejerció el periodismo desde joven.

Para 1927 era parte de los jóvenes intelectuales que seguían con atención el cubismo en la pintura, la poesía de vanguardia, las modernas tendencias musicales y que buscaban plasmar lo nacional como una manera de romper la dependencia cultural.

En 1928, tras pasar seis meses en la cárcel por firmar un manifiesto contra la dictadura de Machado, huyó a Francia, donde permaneció once años. Ahí inició su carrera literaria, que alcanzaría notoriedad desde su primera novela publicada: Ecué-Yamba-Ó (Loado sea Dios, en lengua yoruba), “una sucesión de estampas afrocubanas en las que predomina la denuncia política y el documento étnico y social”, señala Nudelstejer.

Regresó a Cuba en 1939, “con el ansia y la voluntad de expresar América al mundo, de hacer que se le conociera en todos los confines. América sería su vocación y exploró las formas de conocerla mejor, de identificarse más con el continente”, refiere Nudelstejer.

El propio Carpentier escribió: “América se presentaba como una enorme nebulosa que yo trataba de comprender, pues sentía vagamente que mi obra se desarrollaría allí, que iba a ser profundamente americana… Me consagré durante años enteros a leer todo lo que encontraba sobre América”.

En su estancia en París estableció relación con artistas y escritores. Con algunos entabló una amistad duradera, como con Luis Cardoza y Aragón, quien trazaría un cálido perfil de Carpentier:

“Cubanísimo de sangre gala y esteparia, henchida de bongós y manglares, montparnasiano habanero docto en ñáñigos. Ningún latinoamericano trató más de cerca a los surrealistas. Corpulento, con manos que pertenecían a un luchador más alto que él, nació visionario melancólico y optimista. Barroco, insistió en sus estípites, con fluidez discursiva en esculpidos periodos magistrales, llenos de lujos necesarios. Así, su cultura y su imaginación reflexionaron y crearon con tal exactitud que en las páginas de más valía, que son muchísimas, no se despeña en preciosismo, en estilística… Quienes lo conocimos toda la vida, sabemos de su rigor y su modestia, hasta el punto que nos parece imposible la imagen que de él suele construirse, antitética a su idiosincrasia de tímido enciclopédico. ¿Cómo olvidar su charla fabulosa? Cuántos conocimientos con imprevista memoria, con acertada riqueza textual y conceptual en sus ficciones admirables. El primor de su pluma panóptica y panteísta ahonda con sorpresas y paradojas que surgen más de su sensibilidad que de su erudición; por tal prontitud del entendimiento hay quienes confunden su gracia combinatoria con la suficiencia…. Entre los grandes novelistas de Latinoamérica nadie lo rebasa en la organización de sus obras. Aparto la prosperidad de su escritura, que luego fue transmutando en feliz opulencia. No hay momentos muertos en su tejido verbal, en las crepitaciones de texturas y de gusto, de olfato y de visión plástica, de varios ritmos y tonos orquestados en anécdotas de alcances universales” (El río, FCE, 1986).

Su obra fue ampliamente reconocida. En 1975 se le otorgó el Premio Alfonso Reyes, en México. En 1977, fue distinguido con el Premio Cervantes, en España. Se le llegó a mencionar entre los candidatos al Premio Nobel de Literatura.

Harold Bloom escribió: “La literatura hispanoamericana del siglo XX, posiblemente más vital que la norteamericana, tiene tres fundadores: el fabulista argentino Jorge Luis Borges, el poeta chileno Pablo Neruda y el novelista cubano Alejo Carpentier. De su matriz ha surgido una multitud de importantes figuras: novelistas tan diversos como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes; poetas de importancia internacional como César Vallejo, Octavio Paz y Nicolás Guillén” (El cannon occidental, Anagrama, 2021).

Hombre de su tiempo, Carpentier afirmaba: “La única novela válida en nuestra época es, para mí, la que nos muestra al hombre situado en un contexto colectivo, enfrentado a los grandes problemas de nuestro tiempo. Literatura ‘comprometida’, dirá usted. ¿Y por qué no? Sólo la palabra ha cambiado: antes se decía ‘novela de tesis’ o ‘novela de ideas’”.

El 24 de abril de 1980, Carpentier cumplía labores diplomáticas como cónsul cubano cuando la muerte le sorprendió en París.

“Puede decirse que su carrera fue un esfuerzo ininterrumpido por penetrar en lo oculto y en lo real, lo histórico y lo social. No fue fácil tarea. Pero su obra es el resultado serio, firme, comprensible, amoroso de este intento”, escribió Nudelstejer.

[ Gerardo Moncada ]

Otra obra de Alejo Carpentier:
El siglo de las luces.

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