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Romancero gitano, de Federico García Lorca

Voces de Andalucía: tradición oral hecha canto apasionado, canciones de las cuevas de Granada llevadas a la poesía.

«¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!»

Romancero gitano es un hermoso canto al sentir de la tierra andaluza y, en particular, del pueblo gitano. «Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos, del gitano, del negro, del judío… del morisco que todos llevamos dentro», declaró en 1931 Federico García Lorca.

Con emotividad, dulzura y musicalidad, el poeta recrea ese universo desbordante y apasionado.

Ese mundo de furia:

En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces…

Y de arrebato amoroso:

En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos…

De héroes al margen de la ley:

El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpientes…

De dolor profundo:

Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres…

De superstición y delirio:

¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes…

De fervor religioso:

¡Ay, San Gabriel de mis ojos!
¡Gabrielillo de mi vida!
Para sentarte yo sueño
un sillón de clavellinas…

De sensualidad dolida:

Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas…

Es la vida gitana que paga el precio de vivir bajo sus propias reglas:

Pero la Guardia civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema…

Algunos académicos han explorado las raíces de la tradición en los versos lorquianos. Y han concluido que, a pesar de la presencia de vocablos y estructuras reconocibles, el granadino se nutrió del legado que le precedía para transformarlo, para renovarlo. En otras palabras, García Lorca se movía con genialidad entre la tradición y la vanguardia.

El Romancero gitano así lo confirma.

ROMANCE DE LA LUNA, LUNA
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño […] Cómo canta la zumaya,
¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano…

PRECIOSA Y EL AIRE
…Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.
-Niña, deja que te levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
Preciosa llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses […] Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.

Por décadas, los estudiosos han debatido acerca de los esquemas, el método, las fuentes en la poesía de García Lorca. En contraste, Luis Cardoza y Aragón, que por su cercanía amistosa con el poeta presenció el prodigio creativo, escribió: “Te vi construir tus poemas guiado por un tacto que sabía pesar lo imponderable, que podía asir lo que muy pocos podían ver, lo que muy pocos eran capaces de imaginar. Objetos y sensaciones, las cosas más humildes y distantes, más desvalidas y malditas, se encontraban relacionadas, ligadas, amándose, reproduciéndose, luminosas y vivas… Tu método era como un delirio” (El Río, FCE, 1986).

ROMANCE SONÁMBULO
[…] Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
Pero ¿quién vendrá? ¿Y por dónde?…
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga […] El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime,
dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!…

LA MONJA GITANA
Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza […] ¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!
Sobre la tela pajiza
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y, al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh, qué llanura empinada
con veinte soles arriba!
¡Qué ríos puestos de pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía.

García Lorca lamentaba que le llamaran “el autor de La casada infiel”, como si sólo hubiera escrito ese poema. Pero era inevitable. El éxito relampagueante de esos versos le dieron un reconocimiento amplio e indiscutible.

LA CASADA INFIEL
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

Federico García Lorca fue uno de los integrantes de la Generación del 27, con Jorge Guillén, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Gerardo Diego y Vicente Aleixandre, entre otros, “el grupo de poetas más rico y singular que haya tenido España desde el siglo XVII”, afirmaba Octavio Paz (El arco y la lira).

En efecto, Lorca formó parte de un momento estelar e irrepetible en la historia de la literatura española. Un momento que fue silenciado en forma abrupta y salvaje.

ROMANCE DE LA PENA NEGRA
Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas […] -Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
-Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
-No me recuerdes el mar
que la pena negra brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas […] ¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!

Un corazón re-partido

En su Romancero gitano, García Lorca dedica poemas a tres ciudades andaluzas, ricas en gitanerías: Granada, Córdoba, Sevilla:

Se ven desde las barandas,
por el monte, monte, monte,
mulos y sombras de mulos
cargados de girasoles.
Sus ojos en las umbrías
se empañan de inmensa noche.
En los recodos del aire
cruje la aurora salobre.
Un cielo de mulos blancos
cierra sus ojos de azogue
dando a la quieta penumbra
un final de corazones.
Y el agua se pone fría
para que nadie la toque.
Agua loca y descubierta
por el monte, monte, monte…

Córdoba no tiembla
bajo el misterio confuso,
pues si la sombra levanta
la arquitectura del humo,
un pie de mármol afirma
su casto fulgor enjuto.
Pétalos de lata débil
reclaman los grises puros
de la brisa, desplegada
sobre los arcos de triunfo […] Un solo pez en el agua
que a las dos Córdobas junta:
blanda Córdoba de juncos,
Córdoba de arquitectura…
Un solo pez en el agua.
Dos Córdobas de hermosura.
Córdoba quebrada en chorros.
Celeste Córdoba enjuta….

Y a tres fervores religiosos: San Miguel, San Rafael, San Gabriel:

San Miguel, lleno de encajes
en la alcoba de su torre,
enseña sus bellos muslos
ceñidos por los faroles.
Arcángel domesticado
en el gesto de las doce,
finge una cólera dulce
de plumas y ruiseñores…

[San Rafael] aljamiado
de lentejuelas oscuras
en el mitin de las ondas
buscaba rumor y cuna…

El Arcángel San Gabriel,
entre azucena y sonrisa,
bisnieto de la Giralda,
se acercaba de visita.
En su chaleco bordado
grillos ocultos palpitan […] -San Gabriel: aquí me tienes
con tres clavos de alegría.
Tu fulgor abre jazmines
sobre mi cara encendida…

Los relatos tradicionales, que de generación en generación han sido transmitidos por vía oral en Granada, juegan un papel medular en el Romancero gitano. Lorca no tuvo reparo en atribuir el mérito a las trabajadoras domésticas con las que tuvo trato en su infancia (Dolores la Colorina y Anilla la Juanera), quienes le enseñaron los romances, las leyendas y las canciones. “¿Qué sería de los niños ricos si no fuera por las sirvientas que los ponen en contacto con la verdad y la emoción del pueblo?”, expresó.

PRENDIMIENTO DE ANTOÑITO EL CAMBORIO EN EL CAMINO A SEVILLA
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos […] Y a la mitad del camino,
bajo las ramas de un olmo,
guardia civil caminera
lo llevó codo con codo.
El día se va despacio,
la tarde colgada a un hombro,
dando una larga torera
sobre el mar y los arroyos.
Las aceitunas aguardan
la noche de Capricornio,
y una corta brisa, ecuestre,
salta los montes de plomo.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.
-Antonio, ¿quién eres tú?
Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros.
Ni eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo…

MUERTE DE ANTOÑITO EL CAMBORIO
Voces de muerte sonaron
cerca de Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
-Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
-Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
-¡Ay Antoñito el Camborio,
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
-¡Ay Federico García,
llama a la Guardia civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.
Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso
pone su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca de Guadalquivir.

El filólogo Antonio Alatorre apunta: “En muchísimas imágenes, en versos, en poemas enteros, García Lorca parte de canciones tradicionales; pero éstas le sirven de materia prima para dar expresión a su propia visión de las cosas… Aun los poemas más directamente inspirados en motivos populares llevan grabada la marca lorquiana… García Lorca hace uso de la poesía popular porque quiere o quizá porque la necesita, pero en todo caso por elección libérrima y espontánea. La elección de una tradición dada, aunque suene a paradoja, constituye ya una forma de originalidad”. A esto, dice Alatorre, el poeta añade su genialidad (Ensayos sobre crítica literaria, Conaculta, 1993).

MUERTO DE AMOR
[…] Ajo de agónica plata
la luna menguante, pone
cabelleras amarillas
a las amarillas torres.
La noche llama temblando
al cristal de los balcones
perseguida por los mil
perros que no la conocen,
y un olor de vino y ámbar
viene de los corredores.
Brisas de caña mojada
y rumor de viejas voces
resonaban por el arco
roto de la media noche […] Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras dobles
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba, no sé donde.
Y el cielo daba portazos
al brusco rumor del bosque,
mientras clamaban las luces
en los altos corredores.

EL EMPLAZADO
¡Mi soledad sin descanso!
[…] limpios y duros
escuderos desvelados,
mis ojos miran un norte
de metales y peñascos,
donde mi cuerpo sin venas
consulta naipes helados.
Los densos bueyes del agua
embisten a los muchachos
que se bañan en las lunas
de sus cuernos ondulados.
Y los martillos cantaban
sobre los yunques sonámbulos
el insomnio del jinete
y el insomnio del caballo […]

En sus «Tres romances históricos», García Lorca recoge versiones populares para crear poemas que los especialistas consideran «menos gitanos» en su forma. El poeta los incorpora a este Romancero como parte del cúmulo de historias que se oyen y cuentan en Andalucía. Uno es el romance del caballero errante Don Pedro (que al parecer alude a la tradición oral de Pedro y Bueso). El segundo romance, dedicado a la tortura de Santa Olalla, sigue los cantos tradicionales acerca del martirio de los santos. El tercero retoma la historia de los hebreos Thamár y Amnón, que refiere una violación incestuosa. Aun en estos versos se percibe la melodía andaluza.

Thamár estaba soñando
pájaros en la garganta,
al son de panderos fríos
y cítaras enlunadas.
Su desnudo en el alero,
agudo norte de palma,
pide copos a su vientre
y granizo a sus espaldas.
Thamár estaba cantando
desnuda por la terraza.
Alrededor de sus pies,
cinco palomas heladas.
Amnón, delgado y concreto,
en la torre la miraba,
llenas las ingles de espuma
y oscilaciones la barba.
Su desnudo iluminado
se tendía en la terraza
con un rumor entre dientes
de flecha recién clavada.
Amnón estaba mirando
la luna redonda y baja,
y vio en la luna los pechos
durísimos de su hermana…

Trágico final del poeta

Por las calles empinadas
suben las sombras siniestras,
dejando detrás fugaces
remolinos de tijeras…

Lorca no huyó de España ante el avance militar de los fascistas en 1936. Más aún, en febrero de ese año, su firma había encabezado un manifiesto de intelectuales a favor de la Coalición del Frente Popular, que se oponía a las fuerzas franquistas. A pesar de que viajaba constantemente al extranjero por sus actividades teatrales y literarias, no huyó. A mediados de julio anunció: “Me voy a Granada y que sea lo que Dios quiera”.

Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas, banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela […] ¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena.
(Romance de la Guardia civil española)

Pocos días después fue detenido por los fascistas, que lo asesinaron la madrugada del 19 de agosto. El poeta fue “pasado por las armas”, por “socialista y masón”, según un informe oficial de la Jefatura Superior de Policía de Granada, documento que luego sería ocultado y distorsionado por el gobierno franquista en un intento por deslindarse de ese acto criminal, cometido por motivos estrictamente políticos, y que fue repudiado dentro y fuera de España.

Su recuerdo se agiganta

Bajo el agua
están las palabras.
Limo de voces perdidas…

Cardoza y Aragón recordaba con emoción entrañable a su amigo Federico: “Pronunciaba sílaba a sílaba con ritmo y sobrio ademán al escandir los poemas. Las modulaciones eran sabias y, mientras leía, a menudo con ternura melancólica nos observaba para medir la sujeción de su hechizo… El recuerdo de su personalidad es aún más fuerte que el cintilar de su obra. Su encanto fue único, y fue mágico. El encanto de un poeta con la alegría del sol” (El Río).

Pablo Neruda concordaba: la alegría era la costumbre de García Lorca. “La felicidad era su piel. Nunca he visto reunidos como en él la gracia y el ingenio, el corazón alado y la cascada cristalina. Era el duende derrochador, la alegría centrífuga que recogía en su seno e irradiaba como un planeta la felicidad de vivir” (Confieso que he vivido).

Esa alegría aún palpita en su obra.

[ Gerardo Moncada ]

Otras obras de Federico García Lorca:
Bodas de sangre.
Yerma.

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