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Las flores del mal, de Charles Baudelaire

Poeta vanguardista y polémico, precursor de la poesía moderna, Charles Baudelaire nació el 9 de abril de 1821 y murió con apenas 46 años, el 31 de agosto de 1867.

EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO

Lector apacible y bucólico,
hombre de bien, ingenuo y sano,
tira este libro saturniano,
que es orgiástico y melancólico.
Si tu retórica no aprendiste
con Satán, astuto decano,
¡tíralo! Me leerás en vano,
o pensarás que a un loco leíste.
Pero si sabes bucear
en los abismos sin temblar,
léeme, y has de amarme, amigo;
alma elegida que, penando,
tu paraíso vas buscando,
¡compadéceme…, o te maldigo!

En cuanto fue publicado en 1857, el poemario Las flores del mal fue atacado por la crítica; las autoridades francesas decidieron enjuiciar al poeta acusándolo de obscenidad. Ese mismo año, una de las figuras ya consagradas de la literatura, Víctor Hugo, escribió a Baudelaire: «Tus flores brillan como estrellas». Con el tiempo, esa apreciación se profundizó. Hugo reconoció a Baudelaire como un renovador que abría nuevos derroteros al arte. En 1859, le dijo: «Nos provocas una nueva clase de estremecimiento».

Un estremecimiento que llegaría hasta el siglo 21.

X – EL ENEMIGO
Mi juventud fue sólo tenebrosa tormenta
de fulgores soles alternada y de gozo;
los rayos y las lluvias han hecho tal destrozo
que en mi jardín apenas lo que ha quedado cuenta.
Ved que para mi vida ya llegó la otoñada,
y hace falta emplear la pala y el rastrillo
para extender de nuevo en la tierra anegada
-con huecos como tumbas- del abono el mantillo.
¡Quién sabe si las nuevas flores que yo he soñado
podrán brotar en un arenal desolado
con la mística esencia que les dará esplendor!
¡Oh dolor, oh dolor! Come el tiempo la vida,
y el oscuro enemigo que en nuestro pecho anida
con nuestra propia sangre crece y cobra vigor.

XVIII – EL IDEAL
No serán nunca aquellas beldades de viñeta,
productos averiados que dio un siglo vacío,
pies para borceguíes, dedos para catañeta,
los que contenten a un corazón como el mío.
Yo le dejo a Gavarni y a sus musas llorosas
el rebaño de sus bellezas de hospital,
pues no puedo encontrar en sus pálidas rosas
la flor que se asemeje a mi rojo ideal.
Lo que este corazón -hondo abismo- quisiera
es a vos, Lady Macbeth, alma en el crimen fiera,
sueño de Esquilo abierto a un clima de huracanes;
o a ti, noche grandiosa, de Miguel Ángel hija,
que apacible retuerces en una actitud fija
tus formas modeladas por labios de titanes.

Charles Baudelaire fue uno de los máximos exponentes del simbolismo, pero sobre todo es considerado el iniciador de la poesía moderna. Hijo del ex sacerdote Joseph-François Baudelaire y de Caroline Dufayis, nació en París el 9 de abril de 1821. Su padre murió en 1827 y su madre se casó al año siguiente con el militar Jacques Aupick. Charles nunca aceptó a su padrastro, y los conflictos familiares fueron una constante de su infancia y adolescencia. Cuando ya tenía 20 años, expulsado del College Louis-de-Grand, su padrastro lo subió a un velero rumbo a Calcuta para que enderezara su vida. Pero en una escala en la isla Bourbón quedó maravillado con el entorno tropical y decidió permanecer ahí por un año. Se piensa que esta estancia fue definitiva para su obra, y para su vida.

XIX – LA GIGANTA
Allá, cuando Natura, en su fuerza primera,
a diario concebía un hijo monstruoso,
yo junto a una giganta vivir querido hubiera
como junto a una reina un gato voluptuoso.
Y ver cómo su cuerpo con su alma florecía
creciendo libremente en un terrible juego,
y adivinar en ella una llama sombría
a través de la niebla de sus ojos de fuego.
Acariciar a gusto sus formas prodigiosas,
trepar por su vertiente -rodillas poderosas-,
y, a veces, en estío cuando de un sol violento
derribada ella fuera en la vasta campaña,
de su seno a la sombra descansar somnoliento
lo mismo que una aldea al pie de una montaña.

XXI – HIMNO A LA BELLEZA
¿Vienes del alto cielo o surges del abismo,
belleza? Tu mirar, infernal y divino,
la caridad y el crimen derrama a un tiempo mismo,
por lo que te podemos comparar con el vino.
En tu mirada están el ocaso y la aurora;
exhalas los perfumes de un día tormentoso;
tus besos son un filtro que todo lo devora
y hacen cobarde al héroe, y al niño, valeroso.
¿Surges del negro abismo, bajas de las estrellas?
El destino a tu lado camina como un perro;
desastres y alegrías van dejando tus huellas;
gobiernas todo, pero no respondes del yerro.
Pisas sobre los muertos, te burlas del vencido;
el horror de tus joyas suele ser atrayente;
para ti el homicidio es un dije querido
que sobre el vientre orondo baila orgullosamente.
La efímera en tu lumbre se quema deslumbrada
crepita, estalla y dice: «¡Bendito sea el fuego!»
Que vengas del infierno o del cielo, ¡qué importa,
belleza!, enorme monstruo como jamás lo ha habido,
si tu mirar, tu cuerpo y el pie que lo soporta
son lo infinito que amo y nunca he conocido.
De Satán o de Dios, ¡qué más da!, ángel, sirena,
qué importa, si me vuelves -hada de ojos sedantes-
ritmo, perfume, luz, ¡oh tú!, mi reina buena,
menos odioso el mundo, más leves los instantes.

En 1842, Baudelaire regresó a Francia. Se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de París, y se aficionó a la vida bohemia, donde conoció a Gérard de Nerval, Honoré de Balzac y a poetas jóvenes del Barrio Latino. En esa época de diversión también conoció a Sarah «Louchette», prostituta que inspiró algunos de sus poemas y le contagió la letal sífilis. El poeta escandalizó a todo París por su relación con Jeanne Duval, la hermosa mulata («mar de ébano») que le inspiraría algunas de sus más brillantes y controvertidas poesías.

XXII – PERFUME EXÓTICO
Si, cerrados los ojos, en la tarde otoñal,
respiro en tu regazo un olor capitoso,
veo ante mí extenderse un litoral dichoso,
y me tiendo a dormir en ese litoral.
Una isla perezosa donde lo natural
es el hermoso árbol con su fruto sabroso;
hombres que tienen cuerpo esbelto y vigoroso,
mujeres con mirada de fresco manantial.
Por tu aroma hacia climas hechiceros guiado,
veo un pequeño puerto, velas y arboladuras
que las hirvientes olas del viaje han fatigado.
Mientras del tamarindo los perfumes ligeros
dilatan mi nariz, y en el aire perduras,
mi alma adormezco en una canción de marineros.

XXIII – LA CABELLERA
¡Oh vellón que se riza casi hasta la cadera!
¡Oh bucles! ¡Oh perfume cargado de desvelo!
¡Éxtasis! Porque puedan poblar la alcoba entera
los recuerdos dormidos de esta cabellera,
agitarla en el aire quiero como un pañuelo.
El Asia perezosa y el África abrasada,
todo un mundo olvidado, remoto, se consume
en tus profundidades, floresta perfumada.
Como hay almas que bogan sobre música alada,
la mía, ¡oh amor, amor!, navega en tu perfume.
Yo me iré a donde el hombre, el árbol, el paisaje
desfallecer parecen de ardientes calenturas.
Fuertes trenzas, servidme vosotras de oleaje.
Hay en ti, mar de ébano, la promesa de un viaje
con velas, con remeros y altas arboladuras.
Un puerto rumoroso en donde yo he abrevado
largamente el sonido, el perfume, el color;
en donde los navíos, sobre el moaré dorado
del agua, abren los brazos hacia un cielo soñado,
puro y estremecido del eterno calor.
Con ansias de embriagarme hundiré mi cabeza
en ese negro océano que a otro mar ha encerrado;
mi espíritu sutil, por la onda acariciado,
sabrá recuperaros, ¡oh fecunda pereza!,
balanceo infinito del ocio embalsamado.
¡Oh cabellos sedosos, tinieblas extendidas,
me devolvéis el cielo que en comba azulea!
En la noche de vuestras guedejas retorcidas
me embriago ardientemente de esencias confundidas,
el aceite de coco, el almizcle y la brea.
¡Mi mano a esa melena ya por siempre le augura
la ofrenda del rubí, la perla y el zafir
para que a mi deseo nunca te muestres dura!
¿No eres tú cual oasis donde sueño y la pura
esencia del recuerdo y de lo por venir?

Baudelaire se dedicó a la crítica de arte, donde brindó pleno apoyo a las vanguardias. No dudó, por ejemplo, en respaldar las controvertidas obras de Delacroix y Manet. Fue además pionero en la crítica musical, donde fundamentó su entusiasmo por la obra de Wagner, que consideraba la síntesis de un arte nuevo. En literatura, promovió a E.T.A. Hoffmann y Edgar Allan Poe.

Si ya eran escandalosas sus relaciones amorosas, su imagen pública se tornó aún más polémica por la afición al consumo de hachís a partir de 1845 y su participación en la Revolución francesa de 1848.

XXVI – «SED NON SATIATA»
Deidad extraña, oscura belleza sin reproche,
con perfume de almizcle y aroma de habano,
producto de algún Fausto de caprichosa mano,
bruja del flanco de ébano, criatura de la noche.
Aún más que el opio y más que la noche prefiero
el licor de tu boca donde el amor se ufana;
cuando de mis deseos va a ti la caravana,
tus ojos son cisternas donde brilla un lucero.
Por esos grandes ojos, suspiros de tu alma,
demonio sin piedad, ¡dame un poco de calma!
Yo no soy el estigio para dar nueve abrazos,
¡ay!, y tampoco puedo, ¡oh furia libertina!,
para amansar tu ímpetu ahogándote en mis brazos,
en tu lecho infernal volverme Proserpina.

XXVIII – LA SERPIENTE QUE DANZA
Mujer indolente, yo gozo
si en tu cuerpo veo,
igual que una seda ondulante,
el leve espejeo.
Sobre tu cabellera profunda,
de aroma salvaje,
mar olorosa y vagabunda de azul oleaje,
como un navío al que despertara
un fresco viento matutino,
mi alma su aparejo prepara
hacia un remoto destino.
Tus ojos, de secreto que ignoro,
sin amargor y sin ambrosías,
son igual que dos joyas frías,
labradas de hierro y de oro.
Al andar indolentemente,
graciosa, bella, abandonada,
se diría que una serpiente
danza en un bastón enroscada.
Y tu adormilada cabeza,
a la de un niño semejante,
se balancea con la pereza
de un pequeño elefante.
Tu cuerpo se estira y se afloja
tan leve como una piragua
que acuesta la borda y que moja
su vela en el agua.
Lo mismo que un río al que afluyen
glaciares rugientes,
las risas asoman y fluyen
a flor de tus dientes.
Y entonces me embriago de hembra.
¡Amar y vencer!
¡Un líquido cielo me siembra
de estrellas el ser!

El 30 de diciembre de 1856, Baudelaire vendió al editor Poulet-Malassis un conjunto de poemas, trabajados minuciosamente durante ocho años, bajo el título de Las flores del mal, sin prever que constituiría su principal obra y marcaría un hito en la poesía francesa. El libro fue presentado el 25 de junio de 1857 y escandalizó a algunos críticos. Gustave Bourdin lo consideró un libro «lleno de monstruosidades» (Le Figaro, 5 de julio). Días después las autoridades ordenaron el secuestro de la edición y el proceso al autor y al editor, quienes el 20 de agosto comparecieron ante la Sala Sexta del Tribunal del Sena bajo el cargo de «ofensas a la moral pública y las buenas costumbres». Sin embargo, ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de trescientos francos impidieron la reedición de la obra en 1861. En esta nueva versión aparecieron, además, treinta y cinco poemas inéditos.

XXXIV – EL GATO
Ven, bello gato, ven, amansa mis enojos,
por un momento esconde las uñas de tu pata
y deja que me hunda en tus bellos ojos
mezcla de metal y de ágata.
Cuando mi mano acaricia
tu lomo elástico y tu cabeza,
y siente la profunda delicia
que hay en tu eléctrica pereza,
a mi amante parece que aguardo.
Su mirar es, ¡oh bestia amada!,
profundo y frío como un dardo.
Y desde la cabeza a los pies
un aire sutil ella es,
una nocturna encrucijada.

XXXVIII (II) – EL PERFUME
Lector, ¿quizás recuerdas el haber respirado
con singular delicia, gozosamente suave,
el incienso que llena de una iglesia la nave,
la almohadilla de olor que el almizcle ha guardado?
Profundo encanto mágico con que aún nos excita,
viviendo en el presente el pasado distante.
Sobre el cuerpo adorado asimismo el amante
acaricia el recuerdo, esa flor exquisita.
Igual su cabellera, elástica y pesada,
incensario de alcoba o perfumada almohada,
exhalando un salvaje y penetrante olor;
y también su vestido, pues me dejaba en él,
impregnado de un sano y juvenil frescor,
ese vago perfume de la axila y la piel.

Con los años, Charles Baudelaire sería considerado una referencia clave para poesía simbolista, parnasiana, modernista y para la vanguardia latinoamericana. Su obra daría inicio a la que luego sería llamada «poesía maldita». Su influencia traspasaría el mundo de la poesía y cambiaría la mirada estética. Su libro Las flores del mal sería considerado uno de los más revolucionarios y provocadores del siglo XIX, por proclamar una belleza diferente, perturbadora, por cantar a lo efímero, a lo que se descompone, a lo urbano y sus habitantes anónimos, a la moral ambigua que se pregunta por el remordimiento y a todo lo marginado y tabú (el vino, las prostitutas, los mendigos, el amor lésbico, el sexo).

XLVIII – EL FRASCO
Hay perfumes que en toda materia hallan igual
lo poroso. Diríase que filtran el cristal.
Cuando abrimos un cofre venido del oriente
y cuya cerradura rechina levemente,
o bien, en una casa desierta, algún armario
que exhalando vejez se pudre solitario,
encontramos, a veces, ese frasco olvidado,
alma-aroma a la que hemos resucitado.
Pensamientos dormidos, cual fúnebres crisálidas
latiendo dulcemente en lejanías pálidas,
las alas entreabren en un vuelo sonoro,
tintas de azul, lunadas de rosa, vivas de oro.
Y ya revolotea el recuerdo embriagante
en el aire; los ojos se cierran al instante.
El vértigo posee nuestra alma vencida
y la lanza otra vez a lo hondo de la vida.
La tumba al borde de un abismo milenario,
donde -Lázaro ungido, desgarrado el sudario-
resucita el yacente cadáver espectral
de un viejo amor, a un tiempo hermoso y espectral.
Así, cuando de mí ya no quede memoria,
podré gozar aún de una siniestra gloria,
cuando me hallen igual que ese frasco olvidado,
decrépito, podrido, sucio, abyecto, humillado.
Y yo seré tu féretro, amada pestilencia,
testigo de tu fuerza y de tu virulencia,
¡Veneno preparado por ángeles! ¡Licor
que me fue consumiendo!… ¡Oh vida, muerte, amor!

Paul Verlaine escribió:
«Parnaso contemporáneo», romanticismo progresista en que retumbó el formidable verso de Leconte de Lisle, repicó y se tornasoló el de Teodoro de Banville, y el de Baudelaire gimió y brilló, llama fúnebre o canción estremecedora, trinidad reverenciada y venerada de la que, sin la menor duda procedieron las primeras obras de una generación ya madura… («Conferencia acerca de los poetas contemporáneos», Los poetas malditos, Efece editor).

Arthur Rimbaud sentenció:
«Baudelaire es el primer vidente, rey de los poetas, un verdadero Dios» (La carta del vidente, 1871).

T. S. Eliot afirmó: Baudelaire fue «el primer ejemplo de poesía moderna en todas las lenguas». En su ensayo «La lección de Baudelaire», explica: «Más que cualquier poeta de su tiempo, Baudelaire era consciente de lo que más importaba. Se preocupaba, no con demonios, misas negras y blasfemias románticas, sino con el verdadero problema del bien y el mal ”.

XLIX – EL VENENO
El vino sabe revestir los tugurios peores
de un lujo milagroso,
y hacer surgir un bello pórtico fabuloso
de entre rojos vapores,
igual que un sol de oro en un cielo brumoso.
El opio lo hace todo desvaído, ilimitado
hasta la infinidad;
ahonda en el tiempo, y a la voluptuosidad
le da un placer cansado;
colma el alma por cima de su capacidad.
Mas todo eso no vale el veneno vertido
por tu verde mirada,
lago donde mi espíritu se refleja invertido…
Mis sueños han bebido
en el amargo pozo de tus ojos, amada.
Todo ello no vale ese placer nefando
que tu saliva vierte,
y me hunde en el olvido, y mi alma pervierte
mientras la va arrastrando
desfallecida a las riberas de la muerte.

LII – EL BELLO NAVÍO
Yo te quiero contar, ¡oh lánguida hechicera!,
las diversas bellezas que hay en tu primavera.
Empezaré esta vez
por la belleza que es infancia y madurez.
Cuando mueves el aire con tu falda ligera,
pareces un bajel que se va mar afuera,
dando la vela al viento
con balanceo suave y perezoso y lento.
Sobre tu anchos hombros, sobre tu largo cuello,
la graciosa cabeza pavonea lo bello;
con aire plácido y triunfante,
majestuosa criatura, tú sigues adelante.
Tu pecho perfilado por la seda tirante,
es un arca preciosa ese pecho triunfante.
Senos turgentes, duros, trémulos palpitando,
igual que dos escudos luceros reflejando.
¡Escudos retadores con sus dos puntas rosas!
Arca dulce en secretos, llena de buenas cosas,
vinos, perfumes y licores,
delirio de cerebros, del corazón traidores.
Las piernas, que a través del volante entreveo,
afilando mis dientes, aguzando el deseo;
dos brujas que preparan su conjuro
batiendo un filtro negro dentro de un vaso oscuro.
Tus brazos, que ahogarían los hércules precoces,
son los émulos vivos de las boas feroces,
hechos para apretar con tanta obstinación
que a tu amante imprimieras en ese corazón.

En «Situación de Baudelaire» (1924), Paul Valéry escribió:
El pequeño volumen de Las flores del mal pesa en la estimación de los letrados lo que las obras más ilustres y vastas. Ha sido traducido a la mayoría de las lenguas europeas, hecho que no tiene, según creo, antecedentes en la historia de las letras francesas… Con esta obra la poesía francesa sale por fin de las fronteras nacionales; se impone como la poesía misma de la modernidad; engendra la imitación, fecunda a numerosos espíritus. Hombres como Swinburne, Gabriel D’Annunzio, Stefan George dan magnífico testimonio… Baudelaire tuvo la fortuna de descubrir en las obras de Edgar Alan Poe un nuevo mundo intelectual. El demonio de la lucidez, el genio del análisis, y el inventor de las combinaciones más nuevas y seductoras de la lógica con la imaginación, del misticismo con el cálculo, el psicólogo de la excepción, el ingeniero literario que profundiza y utiliza todos los recursos del arte, se le aparecen en Poe y lo maravillan. Tantos puntos de vista originales y tantas extraordinarias promesas lo embrujan, transforman su talento y cambian magníficamente su destino.

LVIII – CANCIÓN DE SIESTA
Aunque esas cejas malignas
te den un extraño aire
-bruja de ojos tentadores-
que no es, por cierto, el de un ángel,
te adoro, ¡oh frívola mía,
mi pasión inconfesable!,
con la misma devoción
que a un ídolo hay que adorarle.
Dan el desierto y la selva
a tu pelo olor salvaje;
tu frente, tus actitudes
son un enigma inviolable.
Tu carne un perfume exhala
como un sahumerio fragante;
ninfa tenebrosa y cálida,
como la noche, adorable.
¡Ah!, no existe ningún filtro
que a tu pereza se iguale.
¡Los muertos revivirían
si tú los acariciases!
De tus pechos se enamoran
esas caderas sensuales;
los cojines soliviantas
con tus desperezos suaves.
Rabiosa de amor, a veces
precisas para calmarte,
misteriosa y grave a un tiempo,
el morderme y el besarme.
Me hieres, bruna adorada,
con un fingido desaire.
Son cual la luna tus ojos
en mi corazón posándose.
Bajo tu chapín de raso
y tus pies incomparables
pongo mi dicha, mi genio,
pongo mi destino…, ¡ámame!
A mi alma sólo la curan
luz y color de tu imagen,
tú que en mi Siberia eres
el fuego a que calentarse.

LXIII – EL APARECIDO
Como un ángel de fiera pupila
volveré hasta tu alcoba tranquila,
y sabré deslizarme sin ruido,
y llegar a tu cuerpo dormido.
En la sombra he de darte, ¡oh mi bruna!,
besos fríos igual que la luna,
y caricias de sierpe ondulante
que una fosa rondara reptante.
Cuando al alba despiertes de frío,
encontrando mi sitio vacío,
no podrás recobrar el calor.
Si algún día te di mi ternura,
en tu vida de alegre hermosura
quiero ahora reinar por terror.

Prosigue Paul Valéry en «Situación de Baudelaire»:
Algunos poemas de Las flores del mal extraen de los poemas de Poe su sentimiento y su sustancia… En Las flores del mal todo es encanto, música, sensualidad poderosa y abstracta… Lujo, forma, voluptuosidad. En los mejores versos de Baudelaire hay una combinación de carne y espíritu, una mezcla de solemnidad, de calor y de amargura, de eternidad y de intimidad, una rarísima alianza de la voluntad con la armonía, que los diferencia claramente de los versos románticos como los distingue nítidamente de los versos parnasianos… La poesía de Baudelaire debe su duración y el imperio que todavía ejerce, a la plenitud y nitidez singulares de su timbre… Ni Verlaine, ni Mallarmé, ni Rimbaud hubiesen sido lo que fueron de no leer, en la edad decisiva, Las flores del mal. Verlaine y Rimbaud siguieron a Baudelaire en el orden del sentimiento y la sensación, Mallarmé en el dominio de la perfección y la pureza poéticas.

LXXII – EL MUERTO GOZOSO
En una tierra grasa, hastiado ya de besos,
quisiera por mi mano cavar, profunda y sola,
una fosa en que puedan, al fin, mis pobres huesos
dormir en el olvido como el pez en la ola.
Odio los testamentos y los llantos acerbos:
antes que mendigar una lágrima al mundo,
preferiría, vivo, invitar a los cuervos
a ensangrentar su pico sobre mi cuerpo inmundo.
¡Gusanos!, silenciosos y ciegos compañeros,
he aquí un muerto gozoso que hoy ha venido a veros;
hijos de toda podre, filósofos despiertos,
moveos libremente sobre mi sepultura,
decid si reserváis aún alguna tortura
a este cuerpo sin alma, al muerto entre los muertos.

LXXIII – EL TONEL DE ODIO
De las Danaides pálidas, el odio es el tonel;
la venganza sin tino, de rojos brazos yertos,
en vano se ha cansado de volcar sobre él
cubos llenos de sangre y lágrimas de muertos.
El demonio se pone agujeros a abrir
por donde huirán mil años de esfuerzos y sudores
y si las pobres víctimas pudieran revivir
él las sometería a tormentos mayores.
El odio es un borracho hundido en la taberna
que siente que su sed crece con el licor
y que se multiplica cual la hidra de Lerna.
Los buenos bebedores tienen su vencedor,
pues sobre el odio es tal la maldición que pesa
que ni siquiera puede dormir bajo la mesa.

Marcel Proust estimó que, con Alfred de Vigny, Baudelaire era el más grande poeta del siglo XIX.

André Bretón vio en Baudelaire a un precursor del surrealismo: «Con El spleen de París y sus Oneirocrities se inauguró el surrealismo para luego, décadas después, despertar nuevamente».

El traductor Ángel Lázaro escribió:
Este dejarse un trozo de sí mismo en cada poema, este comunicar al verso la propia sangre, para dejarla en él, cálida, palpitante, es la forma de la inmortalidad. Y cada vez que leemos un poema de Baudelaire, tenemos al hombre retratado de cuerpo entero ante nosotros, y, más aún, tenemos su corazón estremecido y su espíritu trasfundido al verso… El erotismo sublime de Baudelaire es la expresión de un espíritu torturado en la búsqueda de lo eterno, a través de todos los paraísos, todos los purgatorios y todos los infiernos de este mundo (Introducción a Las flores del mal, Ed. Edaf).

LXXIV – LA CAMPANA HENDIDA
En las noches de invierno es dulce y es amargo,
junto al fuego que humea y palpita, escuchar
la voz de los recuerdos despacio despertar
mientras da la campana un son brumoso, largo.
Dichosa tú, campana, garganta vigorosa,
que pese a tu vejez lanzas, abierta y clara,
esa voz, ese grito, fielmente religiosa,
como un viejo soldado que en su tienda velara.
Pero mi alma está hendida, y cuando taciturna,
templar quiere en canciones la frialdad nocturna,
su voz es débil, triste, de sonidos inciertos;
y semeja un herido que se queda olvidado
junto a un lago de sangre, y que muere callado,
jadeante, sin moverse, bajo un montón de muertos.

LXXVIII – «SPLEEN»
Cuando el cielo caído pesa como una losa
sobre el gimiente espíritu, sumido en su letargo,
y el horizonte es una terrible cosa
que hace eterna la noche y el día más amargo;
cuando el mundo es igual que un calabozo frío
donde, como un murciélago a ciegas, bate el ala
la esperanza en el muro, y se cuelga el hastío
de los techos podridos, y la llovizna cala
las paredes, dejando esos largos regueros
que semejan las rejas de una vasta prisión,
y cuando las arañas de alfileres arteros
van tejiendo su tela en nuestro corazón,
hay campanas que empiezan a sonar de repente,
lanzando hacia los cielos sus fúnebres clamores,
como gentes sin patria que van eternamente
gritando su desdicha, su angustia, sus dolores.
Carrozas funerales, en marcha silenciosa,
desfilan por mi alma en lenta procesión;
la esperanza vencida, la angustia victoriosa
clavan sobre mi cráneo su negro pabellón.

Antes de que concluyera el siglo XIX, la influencia de Baudelaire llegó a Latinoamérica. «Desde los remotos años de la Revista Azul (1894-1896), los poetas modernistas frecuentaron la lectura de Les fleurs du mal con una devoción que no sólo puede comprobarse por las traducciones que allí figuran sino por la huella que deja en las obras poéticas de Díaz Mirón, Gutiérrez Nájera, Nervo, Tablada y Valenzuela», escribió José Luis Martínez (citado en «La primera recepción de Baudelaire en México: Ramón López Velarde, lector clave», Caleidoscopio 21, ene-jun 2007).

Xavier Villaurrutia escribió:
«No es la forma lo que Ramón López Velarde toma de Baudelaire, es el espíritu del poeta de Las flores del mal lo que le sirve para describir la complejidad del suyo propio. Según confesión expresa, gracias a Baudelaire descubrió López Velarde no solo la rima sino también y sobre todo el olfato, el más característico, el más refinado, el más precioso y sensual de los sentidos que poeta alguno como Baudelaire haya puesto en juego jamás» (México en el arte, no.7, primavera 1949, citado en «La primera recepción de Baudelaire en México…»).

LXXX – EL GUSTO DE NADA
Triste espíritu mío, otro tiempo esforzado,
la esperanza, que ayer atizaba tu ardor,
¡ya no quiere espolearte! Échate sin pudor
como un caballo viejo que en todo ha tropezado.
Duerme, duerme, alma mía, corazón resignado.
Para ti ya no cuentan, espíritu burlado,
ni el amor ni la lucha, viejo merodeador.
Placeres, no tentéis la sombra y el dolor.
Adiós, cantos, suspiros… La flauta se ha callado.
¡Primavera adorable, has perdido tu olor!
El tiempo me devora, segundo por segundo,
como la nieve inmensa a un cuerpo ya sin vida;
contemplo desde lo alto la redondez del mundo
y no hallo en todo él para mí una guarida.
Avalancha, ¿quisieras llevarme en tu caída?

LXXXV – EL RELOJ
¡Reloj!, dios implacable, siniestro, solapado,
cuyos dedos: «¡Recuerda!», dicen amenazantes;
lo mismo que en un blanco, los dolores vibrantes
han de ir a clavarse en tu pecho aterrado.
Semejante a una sílfide detrás de un bastidor,
huirá hacia el horizonte el placer, la caricia;
cada instante devora un trozo de delicia
al hombre concedida, mustia un poco la flor.
Tres mil seiscientas veces a la hora, el segundo
nos repite: «¡Recuerda!», con seca voz de insecto.
El ayer dice soy el ahora, y en efecto,
me he chupado tu vida con este labio inmundo.
«¡Remember! ¡Esto memor! ¡Acuérdate!» (Sonoro
hablo todas las lenguas con gorja de metal.)
El minuto es la ganga, ¡oh inconsciente mortal!,
de la que es necesario extraer todo el oro.
«¡Recuerda!» Porque el tiempo es jugador tenaz
que nos gana sin trampa, golpe a golpe, lo sé.
Cae el día, ya viene la noche. «¡Acuérdate!»
Se agota la clepsidra; el abismo es voraz.
Se acerca ya la hora en que el divino azar,
o la augusta virtud, tu esposa aún intocada,
o el arrepentimiento (¡oh postrera posada!)
te dirán: «¡Muere, al fin, viejo loco de atar!»

Emir Rodríguez Monegal escribió:
Las flores del mal se alimentaron de su enfermedad y de sus pesadillas, de las traiciones de Jeanne Duval y también de su intenso perfume erótico, del resplandor intangible de la fácil Madame Sabatier y de los placeres de las lesbianas. Pero se alimentaron sobre todo de las humillaciones y los sufrimientos de un hombre que toda su vida vivió sometido a un administrador de sus bienes, que padeció la más cruel separación de su madre y para quien Dios ofreció siempre la figura del Mal. De un hombre que recorrió personalmente todos los mundos del vicio y cuya piel mostraba las marcas del fuego. Les Fleurs du Mal inauguraron un nuevo concepto de la poesía, como ejercicio responsable y lúcido, como entrega absoluta y en profundidad, como disciplina. Pero también inauguraron una nueva dicción, una nueva sensibilidad rítmica, un sentido de la inmovilidad del verso que (como apuntó Gide) es tal vez la mayor novedad de su arte, y para la poesía de todo el occidente, para la poesía que habrían de escribir en todas parte del mundo poetas como Rimbaud o Valéry, Yeats o Eliot, Stefan George o Rilke, Rubén Darío o Herrera y Reissig, D’Annunzio o Antonio Machado («Vigencia de Baudelaire»).

LXXXVII – EL SOL
Por el viejo arrabal con casuchas, persianas
que ocultan la lujuria, salgo por las mañanas
cuando el sol ya redobla en los techos amigos,
sobre muros y huertos, sobre campos y trigos,
a ejercitar a solas mi fantástica esgrima
husmeando en los rincones del azar y la rima,
y tropezando a veces como en el empedrado
para encontrar el verso largamente soñado.
Este padre nutricio, que odia enfermizas cosas,
en los campos despierta los versos y las rosas,
hace que las zozobras se evaporen con él
y llena las colmenas y las almas de miel.
Rejuvenece a quienes se apoyan en muletas,
haciéndolos alegres como chicas coquetas,
y a las mieses ordena madurar y crecer…
¡Corazón inmortal, siempre has de florecer!
Cuando, como el poeta, desciende a las ciudades,
ennoblece hasta las más viles realidades,
y como un rey, sin séquitos ni músicas marciales,
se entra por los palacios y por los hospitales.

CXIII – LA FUENTE DE SANGRE
Creo sentir, a veces, que mi sangre en torrente
se me escapa en sollozos lo mismo que una fuente.
Oigo perfectamente su queja dolorida,
pero me palpo en vano para encontrar la herida.
Corre como si fuera regando un descampado,
y en curiosos islotes convierte el empedrado,
apagando la sed que hay en toda criatura
y tiñendo doquiera de rojo la Natura.
A menudo también del vino he demandado
que aplaque por un día mi terror. ¡Pero el vino
torna el mirar más claro y el oído más fino!
Tampoco en el amor el olvido he encontrado:
ha sido para mí un lecho de alfileres,
hecho para saciar la sed de las mujeres.

Para Octavio Paz, Baudelaire fue un faro que iluminó el siglo XX. Así lo dejó en claro en sus profusos ensayos sobre poesía (El arco y la lira, Los hijos del Limo y La otra voz), donde abordó por igual a filósofos, mitos fundadores, novelistas y poetas, donde Baudelaire fue el nombre más citado, seguido de cerca sólo por «Dios».

En El arco y la lira, Paz escribió:
Baudelaire hizo de la analogía el centro de su poética. Un centro en perpetua oscilación, sacudido siempre por la ironía, la conciencia de la muerte y la noción del pecado. Lo que hace a Baudelaire un poeta moderno no es tanto la ruptura con el orden cristiano, cuanto la conciencia de esa ruptura…

Baudelaire -añade Paz- descubre a Poe, un descubrimiento que fue una recreación. La desdicha funda una estética en la que la excepción, la belleza irregular, es la verdadera regla. El extraño poeta Baudelaire-Poe mina así las bases éticas y metafísicas del clasicismo. Baudelaire ha dedicado páginas inolvidables a la hermosura horrible, irregular. Esa hermosura no es de este mundo: lo sobrenatural la ha ungido y es una encarnación de lo Otro. La fascinación que nos infunde es la del vértigo. Mas antes de caer en ella, experimentamos una suerte de parálisis… La angustia no es la única vía que conduce al encuentro de nosotros mismos. Baudelaire se ha referido a las revelaciones del aburrimiento: el universo fluye, a la deriva, como un mar gris y sucio, mientras la conciencia varada no refleja sino el golpe monótono del oleaje…

CXIV – ALEGORÍA
Ésta es una mujer de rotunda cadera
que permite en el vino mojar su cabellera.
Las garras del amor, los miasmas del garito
resbalan y se embotan en su piel de granito.
Se ríe de la muerte y la depravación,
y, a pesar de su fuerte poder de destrucción,
las dos han respetado hasta ahora, en verdad,
de su cuerpo alto y firme la altiva majestad.
Anda como una diosa y se tiende sultana,
siente por el placer una fe mahometana.
Y cuando abre los brazos, sus pechos soberanos
demandan la mirada de todos los humanos.
Ella sabe, ella sabe, ¡oh doncella infecunda!,
necesaria, no obstante, a la caterva inmunda,
que la beldad del cuerpo es un sublime don
que de cualquier infamia asegura el perdón.
Ella ignora el infierno y el purgatorio ignora,
y mirará por eso, cuando le llegue la hora,
la cara de la muerte en tan duro momento,
como un niño: sin odio y sin remordimiento.

CXXVI – EL VIAJE
[… ] ¿Qué habéis visto?, decid.
[…] ¡Oh pueriles cabezas!
Pues para no olvidar la cosa principal,
vimos por donde quiera sin haberlo buscado,
desde el principio al fin de la escala fatal,
el tedioso espectáculo del inmortal pecado.
La mujer, vil esclava, estúpida, orgullosa,
a sí propia adorándose, queriendo a quien la humilla;
el hombre, duro, déspota, de índole codiciosa,
esclavo de la esclava, hedor de alcantarilla.
El mártir que solloza, el verdugo que ríe,
la sangre sazonando, perfumando la fiesta;
el tirano aferrado al poder que lo engríe,
y el pueblo que, sumiso, al látigo se presta.
Y muchas religiones de quien la nuestra imita
a la busca del cielo; y allí la santidad,
cual en lecho de plumas se goza sibarita,
buscando en el cilicio la voluptuosidad.
Humanidad banal, tan loca y torpe hoy día
como lo ha sido siempre -sea el tiempo testigo-,
gritando a Dios en su furibunda agonía:
«¡Oh tú, mi semejante, señor, yo te maldigo!»
Los otros, menos tontos, prefieren la locura,
huyen del gran rebaño que conduce el destino,
y se encuentran en el opio la inmensidad segura.
Tal es el parte diario de este mundo sin tino.

En Los hijos del limo, Octavio Paz escribe:
Entre las grandes creaciones de la poesía francesa del siglo XIX se encuentra el poema en prosa, una forma que realiza efectivamente la aspiración romántica de mezclar la prosa y la poesía. En cuanto al verso: Víctor Hugo deshace y rehace el alejandrino; Baudelaire introduce la reflexión, la duda, el prosaísmo, la ironía -la cesura mental tendiente, ya que no a romper el metro regular, a provocar la irregularidad, la excepción-…

Suplemento a Las flores del mal
III – MADRIGAL TRISTE
I
¿Qué me importa de tu cordura?
¡Sé bella! ¡Y sé triste! Que el llanto
le da a tu rostro cierto encanto,
cual la lluvia a la flor frescura,
y el río al paisaje otro tanto.
Te adoro cuando de tu frente
acaba de huir la alegría,
cuando tu alma se torna sombría,
porque se cierne en tu presente
la negra nube de algún día…
Cuando tu pupila florece
con una lágrima quemante,
y a pesar de mecerte al instante
en mis brazos, tu angustia parece
el estertor de un agonizante.
Yo aspiro -¡esencia divina,
himno profundo, delicioso!-
tu sollozo en que el llanto culmina
y que su corazón ilumina
como un cristal maravilloso.
II
Tu pecho alguna vez jadea
al recuerdo de amores pasados,
y entonces se enciende y llamea
con ese orgullo que señorea
la frente de los condenados.
Hasta que tus sueños, amada,
no reflejen más que el infierno,
la pólvora, el veneno, la espada,
y en pesadilla inusitada
creas dormir el sueño eterno;
hasta que oyendo un terrible grito,
y abras, encuentres solamente,
en la hora negra, convulsamente,
que no hay más que el tedio infinito
esperando impasiblemente,
no podrás, sierva soberana,
que a pesar tuyo amas mi ley,
en una noche sin mañana,
decirme al fin con alma insana:
«¡Yo soy tu igual, oh tú, mi rey!»

En la concepción de Baudelaire -dice Paz- aparecen dos ideas. La primera es muy antigua y consiste en ver al universo como a un lenguaje. No un lenguaje quieto, sino en continuo movimiento: cada frase engendra otra frase; cada frase dice algo distinto y todas dicen lo mismo… ‘las cosas se han expresado siempre por una analogía recíproca, desde el día en que Dios profirió al mundo como una indivisible y compleja totalidad’. El mundo no es un conjunto de cosas, sino de signos. El mundo se convierte en una figura de lenguaje… No es menos vertiginosa la otra idea que obsesiona a Baudelaire: si el universo es una escritura cifrada, un idioma en clave, ‘¿qué es el poeta, en el sentido más amplio, sino un traductor, un descifrador?’ Cada poema es una lectura de la realidad; esa lectura es una traducción; esa traducción es una escritura: un volver a cifrar la realidad que se descifra…

IX – LAMENTACIONES DE UN ÍCARO
Los que buscan a las rameras
son felices después de saciados;
yo ahora tengo los brazos quebrados
por haber abrazado quimeras.
Astros de luz inigualada
que brillan al fondo del cielo,
un recuerdo de sol y de anhelo
encienden aún en mi mirada.
En vano me esforcé en hallar
el medio y fin de toda cosa.
¿Qué ojo de fuego el ala hermosa
del poeta hace ahora plegar?
Y abrasado en amor a lo puro
y lo bello, no tendré el honor
de legar mi nombre al horror
de mi tumba, ¡oh refugio seguro!

Prosigue Paz en Los hijos del limo:
Los dos extremos que desgarran la conciencia del poeta moderno aparecen en Baudelaire con la misma lucidez -con la misma ferocidad. La poesía moderna, nos dice una y otra vez, es la belleza bizarra: única, singular, irregular, nueva. No es la regularidad clásica, sino la originalidad romántica: es irrepetible, no es eterna: es mortal. Pertenece al tiempo lineal: es la novedad de cada día. Su otro nombre es desdicha, conciencia de finitud. Lo grotesco, lo extraño, lo bizarro, lo original, lo singular, lo único, todos estos nombres de la estética romántica y simbolista, no son sino distintas maneras de decir la misma palabra: muerte. En un mundo donde ha desaparecido la identidad -o sea: la eternidad cristiana-, la muerte se convierte en la gran excepción que absorbe a todas las otras y anula las reglas y las leyes. El recurso contra la excepción universal es doble: la ironía -la estética de lo grotesco, lo bizarro, lo único- y la analogía -la estética de las correspondencias…

Los despojos
VI – LAS ALHAJAS
La muy amada estaba desnuda. Ella conoce
mi corazón: lucía sus alhajas sonoras,
semejantes a aquellas que brindan raro goce
en los cuerpos sumisos de las esclavas moras.
Cuando al danzar suscitan un extraño rumor
las alhajas -metal y piedra-, estremecido
me siento por el éxtasis, y adora mi furor
las cosas en que se une la luz con el sonido.
Estaba recostada, y se dejaba amar
en lo alto del diván, sonriendo indolente
a mi amor, que es profundo y lento como el mar,
y que hasta ella subía como hasta la rompiente.
En mí fijos los ojos como un tigre amansado,
ensayaba posturas con aire soñador,
y en su metamorfosis era lo inesperado
como una mezcla lúbrica de placer y candor.
Y su brazo, su pierna, sus muslos, su cintura,
como de aceite untados, cual un cisne ondulantes,
deslumbraban mis ojos absortos de hermosura…
Su vientre y sus racimos avanzaban triunfantes
-¡oh, sus senos- tan cálidos como ángeles del mal,
por turbar el reposo a mi alma concedido,
para arrancarla de la roca de cristal
donde, tranquila y sola, hace tiempo se ha asido.
Se diría, con mezcla de diabólico cebo
-tan escueto su talle y hermosa la cadera-,
que era el anca de Antíope y el busto de un efebo.
¡Soberbio aparecía su cuerpo de pantera!
Y habiéndose la lámpara resignado a morir,
como sólo un rescoldo la alcoba iluminaba,
su piel de ámbar y sangre se veía lucir
cada vez que, gozosa, un suspiro exhalaba.
[* Y me sentí entonces lleno de esta verdad:
que el mejor tesoro que Dios guarda al genio
es conocer a fondo la terrestre belleza
para hacer surgir de ella el ritmo y la armonía.]

*final censurado que Baudelaire escribió a mano en el libro que regaló a Gaston de Saint-Valry (ver imagen arriba).

[ Gerardo Moncada ]

Otras lecturas:
Mi corazón al desnudo, diarios de Charles Baudelaire.

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