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Madame Bovary, de Gustave Flaubert

El 8 de mayo de 1880 murió Gustave Flaubert, autor de la novela Madame Bovary, una obra que no deja de sorprender.

Madame Bovary es un relato poderoso e intemporal de repudio al conformismo. A través de un personaje femenino cuyo anhelo de vivir no acepta límites, Flaubert ofrece un minucioso retrato de lo que vendría a ser la mujer del siglo XX en el aspecto emocional: un ser apasionado, que se entrega sin mesura ni censura a sus deseos, que no está dispuesto a sepultar sus anhelos bajo la pesada losa de la tradición o las reglas sociales.

Gustave Flaubert nació el 12 de diciembre de 1821 y escribió esta novela en 1857. En su momento, el tema, el tratamiento y el estilo literario fueron audaces, subversivos, innovadores. Aunque la obra tuvo éxito de público, Flaubert recibió críticas literarias y ataques gubernamentales que derivaron en un juicio, en el que fue acusado de “ofensa a la moral pública y a la religión”, del cual terminó absuelto. Su imagen literaria fue reivindicada por la siguiente generación de escritores y al paso de los años se consideró que Flaubert y Madame Bovary habían convertido a la novela en una de las grandes formas artísticas, prestigio que hasta entonces sólo tenían la poesía y la dramaturgia.

En la obra, Emma Bovary desafía a su sociedad y rechaza las características que se esperan de una mujer casada (abnegada, sumisa). Es implacable, vive sin remordimientos ni culpas. Lo único que le provoca sufrimiento es sentirse inmersa en la mediocridad y perder el amor.

Las atmósferas, los ambientes y las pasiones son descritos con exquisitez por Gustave Flaubert, que sutilmente teje las hebras más finas de las emociones y motivaciones de sus personajes.

No hay moraleja en esta obra. Si bien madame Bovary sufre debido al torpe manejo de asuntos financieros, hasta la fecha ese aspecto es  suficientemente letal para destruir a cualquier personaje, sin importar época, clase social o género. De hecho, esta novela también expone un fenómeno que se desbordará en el siglo XX: la excitación asociada al consumo.

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Algunos pasajes de la novela:

“Se aplicaba a cumplir con sus deberes diarios como un jaco de noria que da vueltas y vueltas con los ojos vendados, sin tener ni idea de la tarea que desempeña”.

“Antes de casarse, Emma había creído estar enamorada; pero como la felicidad que esperaba de aquel amor no había hecho su aparición, pensó que se había equivocado. Y se preguntaba intrigada qué es lo que había que entender concretamente en la vida por palabras como dicha, pasión y ebriedad que le habían parecido tan maravillosas en los libros”.

“Habituada al sosiego de la vida se sentía atraída, por contraste, por sus aspectos turbulentos (…) Necesitaba poder extraer de las cosas una especie de provecho temporal y rechazaba por inútil todo cuanto no contribuía al consumo fulminante de su corazón, y siendo como era de condición más sentimental que artística, prefería las emociones a los paisajes”.

“¿No debería ser un hombre justamente todo lo contrario, sobresalir en las más diversas actividades, iniciar a una mujer en el poder de las pasiones, en los refinamientos de la vida, en todos los misterios?”.

“El viaje (…) había abierto una zanja en su vida, a la manera de esas grandes grietas que en una sola noche cava a veces la tormenta en las montañas”.

“En su deseo, confundía la sensualidad del lujo con los júbilos del corazón, la elegancia de las costumbres con las delicadezas del sentimiento”.

“Toda la amargura de la existencia le parecía que se la servían en el plato, y le subían del fondo del alma, con el humo de la sopa, como otras tantas vaharadas de desaliento”.

“…sus sueños eran demasiado altos y su casa demasiado estrecha”.

“…empezaba a sentir ese hartazgo que produce una vida rutinaria, cuando no está dirigida hacia alguna meta o sostenida por alguna esperanza”.

“Una vez que el encanto de la novedad se iba deslizando hacia abajo como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión, que siempre adopta parecidos aspectos e idéntico lenguaje”.

“No sabía (…) que nadie puede expresar nunca en la exacta medida sus necesidades, conceptos o sinsabores, y que la palabra humana es como una especie de caldero roto con el que tocamos una música para hacer bailar a los osos, cuando lo que nos gustaría es conmover a las estrellas con su son”.

“…la palabra es como un rodillo laminador que siempre contribuye a extender los sentimientos”.

“Nunca había estado Emma Bovary tan hermosa como en ese periodo. Tenía ese tipo de belleza indefinible que es como una irradiación del entusiasmo, de la alegría interior, de la sensación de triunfo, el resultado de una feliz conjunción entre carácter y circunstancias”.

“A Emma la monotonía de aquella escena le iba barriendo progresivamente del alma todo rastro de compasión. Veía a Charles como un ser mezquino, débil, anulado, un pobre hombre, se le mirara por donde se le mirara. ¿Cómo hacer para quitárselo de encima?”

“A los ídolos es mejor no tocarlos porque algo de la pintura dorada que los recubría se nos queda siempre entre las manos”.

“Volvía a reconocer en el adulterio aquella misma insulsez del matrimonio”.

“La felicidad envicia demasiado”.

“…de todas las borrascas que pueden caer sobre el amor ninguna más fría y arrasadora que una exigencia monetaria”.

“…seguro que me perdona, él que ni con un millón que me ofreciera lograría que yo le perdonara por haberme conocido, porque no se lo perdonaré nunca… ¡Nunca!”

Otros ángulos

Charles Baudelaire defendió la modernidad de esta novela en 1857, el año de su publicación, al escribir:

“Muchos críticos lamentaron que esta obra, realmente bella por la minuciosidad y la vivacidad de sus descripciones, no contenga ningún personaje que represente la moral, ni que encarne la conciencia del autor. ¿Dónde está el personaje legendario y proverbial responsable de explicar la historia y guiar la inteligencia del lector? ¡Qué cosa absurda! Una auténtica obra de arte no necesita alegatos morales […] le corresponde al lector sacar conclusiones a partir del desenlace”.

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Mario Vargas Llosa escribió un extenso y acucioso ensayo titulado La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary, donde señala:

“No digo que Flaubert inició la representación novelesca de la pequeña burguesía […] Las novelas de Balzac están repletas de personajes que representan todos los estratos de la burguesía […] No es el mundo de la burguesía, sino algo más ancho, que cubre transversalmente las clases sociales, lo que Madame Bovary convierte en materia central de la novela: el reino de la mediocridad, el universo gris del hombre sin cualidades. Sólo por esto merecería la novela de Flaubert ser considerada fundadora de la novela moderna”.

Madame Bovary es un mundo de seres cuyas existencias se componen de pequeñeces, de hipocresías, miserias y sueños menores. Esto […] inaugura la era novelesca contemporánea, donde la mediocridad irá anegando sistemáticamente a los héroes, restándoles grandeza moral, histórica, psicológica, hasta que, al final, en nuestros días, en una culminación de ese proceso de deterioro, lleguen a convertirse en la obra de escritores como Beckett o Nathalie Sarraute en residuos, entidades vivientes en estado larval, en una agitación de tropismos vegetales o, aún más lejos, en las novelas de un Sollers, en apenas un ruido de palabras”.

“Reivindicar el tema común [no heroico] para la novela fue simultáneo en Flaubert con la máxima exigencia en el dominio del lenguaje, con […] dar a la prosa narrativa la categoría artística que hasta entonces sólo ha alcanzado la poesía […] Así como quiere disputar a la poesía las virtudes de sonoridad, precisión, armonía y ritmo, en otras ocasiones dice que su prosa deberá tener, como el drama, rapidez, claridad y apasionamiento”.

“Lo notable de Madame Bovary es que sus seres vulgares, de ambiciones y problemas pedestres, impresionan, por obra de la estructura y la escritura que los crea, como seres fuera de lo común dentro de su manera de ser común”.

“A partir de Madame Bovary la descripción pasó a cumplir una función sobresaliente en aquellas novelas narradas por un relator invisible, por la simple razón de que una de las tácticas más eficaces para disimular la existencia del narrador omnisciente es hacer de él una imparcial y minuciosa mirada, unos ojos que observan la realidad ficticia desde una distancia que jamás se acorta ni alarga y una boca que refiere lo que esos ojos ven con precisión científica, total neutralidad y sin insinuar nunca una interpretación de lo descrito. Flaubert usó al relator invisible para dar autonomía a lo narrado, conseguir que el mundo ficticio pareciera soberano. Este designio motivó que la descripción se convirtiera en algo más que un complemento del relato”.

“Fue el punto de partida de una serie de procedimientos que, revolucionando las formas narrativas tradicionales, han permitido a la novela describir la realidad mental, representar de manera vívida la intimidad psicológica”.

“El gran aporte técnico de Flaubert consiste en acercar tanto el narrador omnisciente al personaje que las fronteras entre ambos se evaporan, en crear una ambivalencia en la que el lector no sabe si aquello que el narrador dice proviene del relator invisible o del propio personaje que está monologando mentalmente […] El estilo indirecto libre, al relativizar el punto de vista, consigue una vía de ingreso hacia la interioridad del personaje, una aproximación a su conciencia […] El estilo indirecto libre significó el primer gran paso de la novela para narrar directamente el proceso mental, para describir la intimidad, no por sus manifestaciones exteriores (actos o palabras), a través de la interpretación de una narrador o un monólogo oral, sino representándola mediante una escritura que parecía domiciliar al lector en el centro de la subjetividad del personaje”.

A lo largo de ocho décadas se han filmado siete versiones cinematográficas de Madame Bovary, y de seguro vendrán otras más. Eso ocurre con las grandes novelas: cada nueva lectura abre un espectro de nuevas ideas, sensaciones y emociones.

[Gerardo Moncada]

 

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