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El caballero del león, de Chrétien de Troyes

No temáis que os vaya a hacer ningún daño este león que veis; creedme, pues es mío y yo soy suyo y los dos somos compañeros…

Chrétien de Troyes (1130-1183) es para algunos especialistas el primer autor en lengua francesa y precursor de la novela moderna. En El Caballero del León, que parte de la mitología medieval en torno al rey Arthús de Bretaña, Chrétien elabora una serie de aventuras y ficciones que lo convierten en un creador propiamente literario, al trascender lo que hacía la mayoría de sus contemporáneos que plasmaban por escrito leyendas antiguas, o cantares de gesta, o relatos populares, o adaptaban al entorno local textos orientales.

Era la Alta Edad Media, cuando «apenas quedaba reposo en la lucha constante contra el enemigo, y el caballero que ejercitaba constantemente su brazo en la defensa de su señorío y en la defensa de toda la colectividad que se había acogido a su protección recibía la unánime aprobación de quienes no esperaban de él sino su defensa eficaz. Muy pronto su figura y el recuerdo de sus hazañas habrían de adquirir caracteres de leyenda, difundidos a través de los cantares que empezaban a repetirse con excelente acogida entre auditorios diversos. Así se perfilaron, esquematizando y simbolizando sus virtudes, las figuras de Carlomagno, de Rolando, del Ruy Díaz, de Fernán González, de Raúl de Cambrai, de Guillermo de Tolosa, de Sigfrido o de Ogier el Danés. En todos ellos brilla la audacia, la desmesura, el esfuerzo sobrehumano, el valor ilimitado, el ansia de gloria. La espada es el signo del caballero y el combate su única justificación. Ningún lugar queda en su corazón para la contemplación de Dios, a quien honra sólo exteriormente». Así lo explica el historiador José Luis Romero (La Edad Media, FCE).

El Caballero del León es una excelente muestra de la literatura caballeresca, tan popular en esa época. En particular, retrata el tránsito del caballero guerrero al caballero cortesano.

El escenario de esta historia son los feudos y la vida en las cortes. Aunque los súbditos gozan de los beneficios de la vida cortesana, son abúlicos y se acobardan cuando es necesario pelear; sólo unos cuantos están dispuestos a defender el territorio.

El cobarde alrededor del fuego no para de hablar de sí mismo -dice Keus- y cree que todo el mundo es tonto y piensa que nadie se da cuenta […] El cobarde se alaba y se envanece porque no encuentra quién mienta por él…

José Luis Romero añade: «El renacimiento del espíritu heroico caracteriza toda la alta Edad Media, que bien podría llamarse la época feudal por excelencia. Son numerosos los signos del renacimiento germánico que aparecen en ella, y entre todos, el sentimiento de la hazaña individual ocupa un lugar preferente. Y la indiscutible preeminencia de las minorías guerreras, justificada por la situación real, proporciona a la vida de los comienzos de esa época un tono fuertemente pagano».

Así, la historia de El Caballero del León se centra en pocos personajes de la nobleza: los caballeros armados. Tras un largo preámbulo, donde abundan bravatas, sarcasmos y retos entre los caballeros, inicia propiamente el relato de aventuras heroicas con el episodio de la fuente, cargado de elementos mágicos, situaciones de riesgo, momentos de poesía y un transitorio desenlace amoroso.

-Nunca oí algo igual, pues deseáis poneros completamente bajo mi poderío sin que os fuerce a ello [dijo la reina Laudine]. Mucho me gustaría saber de dónde os viene la fuerza que os impulsa a aceptar mis deseos sin réplica. Os libro de toda culpa y maldad pero sentaos y contadme cómo habéis sido sometido.
-Señora – le dijo Yvain-, esta fuerza viene de mi corazón que os tiene a vos; y en mi corazón se ha introducido este deseo.
-¿Y quién lo ha puesto en el corazón, buen y dulce amigo?
-Señora, mis ojos.
-Y en los ojos, ¿quién?
-La gran belleza que en vos vi.
-Y la belleza, ¿qué mal ha hecho?
-Tan grande, señora, que me ha hecho amar.
-¿Amar? ¿A quién?
-A vos, querida señora.
-¿A mí?
-Así es, en verdad.
¿En verdad? ¿De qué modo?
-De tal modo que no lo puede haber mayor; de tal modo que mi corazón no se aparta de vos y no encuentra lugar en otro sitio; de tal modo que no puedo pensar en otra cosa; de tal modo que me entrego a vos del todo; de tal modo que os amo más que a mí mismo; de tal modo que si os place, tanto me da morir o vivir por vos…

Chrétien se regodea en las formas cortesanas (ceremonias, vestimentas, protocolos), dentro de la rígida y vertical estructura medieval.

En honor al rey sacaron las telas de seda y las extendieron como ornato y con los tapices pavimentan las calles para el rey. Aún preparan otra cosa más: cubren las calles con cortinajes para proteger al rey del sol…

La novela de autor

Isabel de Riquer, especialista en literatura medieval, destaca varios atributos de El Caballero del León (Alianza Editorial), como perfección estilística y equilibrio entre lo fantástico y lo realista.

Respecto a la perfección estilística y narrativa, De Riquer la atribuye a la madurez de Chrétien, que escribió esta obra cuando ya era conocido como autor de romances artúricos centrados en las proezas y problemas sentimentales y psicológicos de los caballeros de la Mesa Redonda.

Hoy se aprecia un alto contenido sobrenatural en esta obra, pero en la época de Chrétien se consideraban verosímiles varios elementos mencionados, como los filtros mágicos, las hierbas y ungüentos con propiedades fabulosas, los anillos protectores (elemento retomado de obras clásicas), o la creencia de que las heridas de un muerto se abrían y sangraban si su asesino estaba presente.

Aun así, De Riquer subraya la manera como el autor combina y equilibra el realismo con lo fantástico. Un ejemplo es la Aventura de la Fuente en el bosque de Brocéliande, donde inician las aventuras de Yvain. Este entorno había sido descrito en 1160 por el poeta Wace en roman de Rou: «Brocéliande, del que tan a menudo hablan los bretones, es un bosque muy grande y muy famoso en Bretaña. La fuente de Barenton está al lado de una grada. Cuando tenían mucho calor, los cazadores solían ir a Barenton para coger agua en sus cuernos de caza y derramarla sobre la grada, y con ello hacían llover. Así se hacía, en otros tiempos, llover en el bosque y en los alrededores. Si los bretones nos dicen la verdad, allí solían verse hadas y muchas otras cosas maravillosas. Fui allí en busca de estas maravillas: vi el bosque y vi la tierra; busqué maravillas, pero no las encontré».

Por su parte, Chrétien se asume como autor al hacerse presente en el relato, cuando interrumpe la sucesión de hechos para llamar la atención del lector sobre un aspecto en particular:

No sé por qué me voy a detener a contaros el lamento que ella profirió…

Os contaría mucho acerca de los festejos [de la boda de Yvain con Laudine] si no temiera desperdiciar mis palabras; sólo quiero tener un breve recuerdo de la entrevista que tuvo lugar en privado entre la luna y el sol. ¿Sabéis de quién os voy a hablar? De mi señor Gauvain, que ilumina la caballería como el sol de la mañana. Y llamo luna a aquella que es única en la más grande prudencia y cortesía, y se llama Lunete…

Los dos que iban a enfrentarse no se reconocieron en absoluto a pesar de la profunda amistad que se tenían. ¿Es que acaso ahora no se aman? Sí y no, os contesto. Y lo uno y lo otro probaré y encontraré las razones…

La concepción heroica de la vida

El historiador Johannes Bühler refiere: «Las cosas eran en aquella época tan simples y descarnadas, que todo el mundo veía y experimentaba en sus propias carnes cómo la balanza de la justicia estaba sostenida por la espada de la fuerza y cómo ésta destruía el arado y el telar o los protegía contra el afán destructor de la envidia, el odio y la codicia, que acechaban por todas partes y movían al hombre desde los tiempos más remotos como instintos primigenios. La espada estaba en manos de una sola clase, la de los nobles. Hasta fines del siglo XIV, los pertrechos del guerrero (caballo, armadura de hierro, armas) eran inasequibles a los recursos del hombre común y su táctica de lucha requería un adiestramiento iniciado en la temprana juventud» (Vida y cultura en la Edad Media, FCE).

Por su parte, José Luis Romero agrega: El caballero quería conquistar el honor y la gloria en el duro ejercicio de la guerra, y con ello ganar también riquezas y poder. Sólo la hazaña parecía digna del caballero, la hazaña heroica, desmedida, inusitada, que hiciera decir a aquellos a quienes llegaba el rumor de sus hechos que nadie había sido capaz de hacer lo que él hacía.

«Si la épica heroica comienza a difundirse en el siglo XII es, precisamente, porque algo había en sus contenidos que empezaba a quedarse atrás. La Iglesia no tardó mucho en canalizar la concepción heroica de la vida para tratar de someterla a sus dictados, para lo cual fue una circunstancia favorable la reanudación de la Guerra Santa. El espíritu de Cruzada se forjó en las postrimerías del siglo XI, pero campeó como un elemento director de la conducta durante el siglo XII y XIII.

«Hasta entonces, la lucha señorial se caracterizaba por la estrechez de su horizonte. El enemigo era el extranjero desconocido o el vecino. Nadie sabía qué comenzaba más allá del bosque o la colina, más allá del mar casi desconocido. La ignorancia había poblado la lejanía de misterios, y la imaginación se prestaba a recibir las más absurdas noticias acerca de lo que constituía el mundo remoto. Cuando empezaron a llegar las noticias de las aventuras del rey Arthús y de sus pares a tierras de Francia, aquellos señores acostumbrados a luchar con sus vecinos descubrieron la posibilidad de un vasto y más apropiado escenario para su grandeza. Tras mucho tiempo de rigurosa incomunicación, los señores del occidente de Europa empezaron a soñar con ejercitar su brazo en ambientes llenos de misterioso encanto y seguramente pletóricos de riquezas y aventuras».

Asimismo, por influencia religiosa, el objetivo del caballero no debía ser ya, solamente, la hazaña por la hazaña misma, por la conquista y la gloria. En la cultura medieval se impuso un ideal superior, que trascendía al individuo.

«Pero no sólo el espíritu de cruzada y de aventura modificó la concepción heroica de la vida. También el espíritu cortesano comenzó a aparecer como resultado de una pertinaz prédica en favor de un endulzamiento de las costumbres, que caía sobre terreno propicio en algunos lugares donde ya había llegado la delicada influencia de las cortes musulmanas. La Iglesia contribuyó a enaltecer la significación de la mujer, con cuyo predominio aparecieron costumbres y formas de vida muy distintas a las que antes prevalecieran. Leonor de Aquitania, la protectora de Bernard de Ventadorn, María de Champagne, la inspiradora [y mecenas] de Chrétien de Troyes, y tantas otras damas nobles proporcionaban el ejemplo de cómo organizar una forma de convivencia más delicada que la de los barones mitad guerreros y mitad salteadores. Ellas representaban el espíritu, la gracia, y sobre todo el primado del amor. A su alrededor el héroe se transforma en caballero cortesano y sus virtudes dejaban de ser solamente las del puro valor viril para combinarse con las del espíritu. Elegancia, gracia, finura eran prendas que brillaban tanto en el caballero como su habilidad o su fuerza en el combate o en el torneo. Arthús o Lancelot comenzaban ahora a ser los modelos predilectos de los caballeros, como en otro tiempo fue el fiero Roldán.

«La leyenda del Santo Grial, que difundieron tantos poetas, entre ellos el francés Chrétien de Troyes y el alemán Wolfram von Eschembach, erigía un ideal de pureza masculina antes inconcebible en el prepotente caballero y ahora arraigado poco a poco en el ánimo del caballero cortesano. Porque en el curso del siglo XII el caballero abandona cada vez más sus viejos castillos solitarios, y comienza a amar la vida en sociedad, en contacto con sus pares y sus vasallos, y sobre todo en contacto con la mujer, ahora cada vez más estimada en cuanto representa cierta imagen cristiana del amor. El amor comenzó a ser considerado como la más alta expresión de la vida. […] La lírica alcanzó extraordinario brillo en las cortes alemanas y francesas, donde solían llegar los juglares occitánicos, y donde María de Champagne los acogía en su palacio. A su lado también los poetas que escribían no en provenzal sino en la lengua de oil, los poetas franceses como Chrétien de Troyes o Connon de Bethune, en cuyos versos adquirían nuevos matices los temas bretones y provenzales».

El mundo caballeresco

Johannes Bühler refiere: «El caballero creía distinguirse del hombre ‘zafio’ por la misma cualidad que el griego del bárbaro; para el griego el nervio y la estrella polar de toda cultura era la sofrosine [inteligencia, habilidad, ponderación, decoro y moral]; para el caballero de la Edad Media era la gentileza. El noble es el primero que empieza a comprender lo que significa hacer una buena obra por la obra misma. El concepto medieval del honor, cultivado por los nobles, se convirtió en una palanca cultural de primer orden y contribuyó notablemente a elevar el nivel de la ética en el Estado y la sociedad».

En una primera etapa, según Chrétien, el caballero adquiere fama no con «palabrería inútil» sino mostrando valía mediante arrojo, fuerza, destreza con las armas y capacidad de victoria, ya sea en combates, aventuras o en torneos que le permitan ganar un nombre.

-Yo soy un caballero que busca lo que no puede encontrar.
-¿Y qué querrías encontrar?
-Aventuras, para poner a prueba mi valentía y mi arrojo. Ahora te ruego y suplico que me informes, si sabes, acerca de alguna aventura o de alguna maravilla…

La batalla otorgaba honor, en tanto se acataran las reglas y los códigos éticos:

Lucharon tan noblemente que no lisiaron ni hirieron en ningún lugar a sus caballos ni vaciaron las sillas ni fueron derribados sino que siempre se mantuvieron sobre los caballos y en ningún momento lucharon a pie, y así la batalla fue más bella…

Los dos que combatían procuraban obtener el honor al precio del martirio…

El código ético del caballero incluye disposiciones inflexibles y severos castigos morales, como el que padece Yvain por olvidar una promesa:

En verdad que debo odiarme, insultarme y despreciarme mucho, y así lo hago. El que pierde su alegría y su felicidad por una mala acción y por su culpa bien debe tenerse odio mortal, debe odiarse y matarse…

En su penitencia descubre que el caballero se debe a los necesitados. Esto le conduce a una sucesión de combates en los que está en juego la justicia:

-Doncella, decidme, ¿me necesitáis?…

-De ningún modo podría veros en tal dolor sin sentir nada en mi corazón…

-Dios y la buena ventura nos ha traído aquí a un noble caballero de muy buen linaje que me ha prometido que luchará contra el gigante. Y ahora no retraséis más el caer a sus pies.
-¡Dios me guarde de que me invada el orgullo y les deje venir a mis pies!…

Se atribuía un valor supremo a la palabra empeñada:

Le juró que se entregaría a la señora de Norrison, se haría su prisionero y según sus condiciones concertarían la paz. Cuando él tuvo su palabra le hizo desarmar la cabeza y quitarse el escudo del cuello y que le entregara la espada desnuda. Entonces tuvo el honor de conducir prisionero al conde y de entregarlo a sus enemigos…

El dictamen justo por parte de los reyes también era motivo de fama:

Ahora remitiros a mí y creo que lo dispondré tan bien que el honor será vuestro y a mí me alabará todo el mundo…

Con algunas pinceladas, Chrétien retrata la vida y la visión de la nobleza:

Pero no disfrutó con la comida porque no tenía ni pan, ni vino, ni sal, ni mantel, ni cuchillo, ni otra cosa…

Tomó el pan y lo mordió. Pensó que nunca había probado ninguno tan duro y áspero; el sextario de grano con el que se había hecho el pan no había costado ni cinco sueldos, pues era más amargo que la avena de cebada mezclada con paja y por esta razón estaba enmohecido y seco como una corteza…

En el jardín vio a un hombre de aspecto noble acostado sobre una tela de seda y reclinado sobre el codo; ante él una doncella leía una novela, no sé de quién, y una dama se había acercado para escucharla: la dama era su madre y el señor su padre, y se llenaban de gozo al verla y al escucharla…

El león y el caballero

La decisión de ayudar a los débiles lleva a Yvain a salvar a un león que sucumbía en una lucha contra una enorme serpiente.

Entonces dijo que socorrería al león [la bestia gentil y franca] porque a los seres venenosos y a los traidores sólo se les debe hacer mal, y la serpiente es venenosa y echa fuego por la boca, tan llena de felonía está…

La gratitud del león salvado por Yvain adquiere matices de amor y servidumbre humana:

Oíd lo que hizo entonces el león; cómo actuó noblemente y con generosidad, cómo se puso a demostrar que se le sometía: le tendió sus dos patas juntas e inclinó la cabeza hasta el suelo…

El felino se convierte en su fiel acompañante y compañero de batalla, lo que da a Yvain fama y extraordinaria fuerza para pelear.

El león creyó que su compañero y señor estaba muerto; nunca oísteis relatar dolor mayor que el que empezó a hacer: se retuerce las patas, se araña, y grita y siente deseos de matarse con la espada que creía que había causado la muerte de su buen señor…

Isabel de Riquer refiere que la literatura del león agradecido no es nueva. Aulo Gelio cuenta en Noctium atticarum por primera vez la historia de Androcles. En una epístola de Pedro Damián, anterior al año 1072, un león se muestra agradecido con un hombre que le ha liberado de las garras de un dragón.

De Riquer añade que el león simboliza la fuerza, la nobleza, la generosidad, en oposición a la serpiente, que encarna todos los vicios. La lucha entre ambos animales representa el eterno combate entre la virtud cristiana y el vicio satánico, la constante oposición maniquea entre el bien y el mal, tan frecuente en la mentalidad medieval.

Chrétien, un innovador

En El Caballero del León, Isabel de Riquer señala un par de innovaciones literarias para la época: la creación de perífrasis para nombrar a ciertos héroes y la escritura simultánea de dos obras entrelazadas: El Caballero del León y El Caballero de la Carreta. A ello añade otro atributo: dotar de profundidad ética a la novela caballeresca.

En su opinión, Chrétien abrevó en la literatura de su tiempo, que veía en el rey Arthús de Bretaña «las grandes posibilidades del escenario y ambiente, tan lejanos en el tiempo y en el espacio, donde sería posible, y entonces original, crear unos seres capaces de lanzarse a la aventura caballeresca y de situarse ante graves problemas de dignidad, amor y valor y de esta suerte dotar de alta dignidad literaria y de profundo sentido a ciertas historietas que sobre leyendas célticas divulgaban por las cortes francesas narradores galeses y bretones».

Por otro lado, «Chrétien demostró una genial habilidad al escribir dos romans [novelas en lengua popular precursora del francés] entrelazando sus episodios y concebidos ambos en registros diferentes. Si El Caballero de la Carreta es una exaltación del amor cortés más o menos impuesta por María de Champagne, la ausencia de dedicatoria y de referencias a posibles fuentes que observamos en El Caballero del León suponen para su autor una mayor libertad creadora y la posibilidad de entrelazar escenas de magia con las de humor, los pensamientos amorosos más apasionados con la ironía más aguda, idealismo con escepticismo, lo que hace que éste sea el roman de Chrétien en que el escritor ha puesto en mayor medida su ingenio al servicio de la narración».

Al mismo tiempo, cuidó que su relato no quedara en un cuento de aventuras entretenido y superficial, sino que el lector encontrara en él un ejemplo de ética caballeresca.

Así, al ser consciente Yvain de que ha roto su promesa, enloquece y se pierde en un bosque. Un ungüento le permite recuperar la razón, pero sigue a la deriva, hasta que salva al felino. «El león se convertirá en la no solicitada ayuda y en el compañero inseparable, no de aventuras frívolas como las emprendidas al lado de Gauvain, sino de proezas útiles a la sociedad», en defensa de los débiles e indefensos. «Y el hombre nuevo que ha surgido le hará tomar un nombre también nuevo, el de El Caballero del León, porque el león le ayuda ante adversarios excepcionales», pero sólo cuando los adversarios de Yvain violan las reglas de la caballería cortesana, con lo cual se restablece el equilibrio entre los adversarios.

Chrétien hace escuela con la perífrasis de El Caballero del León, pues dio origen a un uso literario que tuvo gran éxito. Así surgieron más tarde El Caballero del Cisne, el de la Espada, el del Papagayo, el de la Loriga Mal Cortada, el de Ardiente Espada, el del Unicornio, etc. Incluso Don Quijote, tras su aventura con unos leones enjaulados, pide que se le conozca como El Caballero de los Leones.

Para De Riquer no hay duda: El Caballero del León es «una obra maestra en la que fuentes de importantes autores y temas de la antigüedad clásica se entrelazan con relatos de escritores contemporáneos y con leyendas célticas quizás difundidas oralmente gracias al trabajo de un gran escritor lleno de iniciativas propias, de sensibilidad y de atrevimiento que convierte esta materia tan diversa en francesa y cortés; y si la búsqueda de fuentes es importante, debe servir, sobre todo, para valorar la génesis de una obra y la originalidad de un autor que en la Edad Media, sea cual sea su campo, es ante todo un adaptador. Y la adaptación en un escritor medieval es creación».

[ Gerardo Moncada ]

 

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