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Carlos Pellicer, la exuberancia del trópico

Autor de una poesía luminosa, musical, emotiva, exuberante. Carlos Pellicer nace el 16 de enero de 1897 en Villahermosa, Tabasco, y muere el 16 de febrero de 1977 en la Ciudad de México.

«Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol…» (6,7 Poemas)
«Y la divina poesía,
como en las bodas de Canaán,
hechiza el agua y el vino vibra
en una larga copa de cristal…» (Hora y 20)

Al concluir la Revolución, la sociedad mexicana estaba ávida de modernidad. Un grupo de poetas lanzó manifiestos, revistas y su poesía estridentista. «Eran unos jóvenes traviesos, desafiantes… Querían relacionar la revolución literaria -futurismo, dadaísmo, superrealismo- con la revolución social. Empero, la buena literatura vino del grupo de la revista Contemporáneos (1928-1931), donde se destacaron tres poetas mayores, Villaurrutia, Gorostiza y Pellicer, y también Torres Bodet y Salvador Novo. Escribían con clásicos deseos de perfección… Aunque se encerraron en sí mismos, convirtieron sus torres de marfil en faros que irradiaban mensajes», relata Enrique Anderson Imbert (Historia de la Literatura Hispanoamericana, FCE, 1977).

Ya en 1924, José Vasconcelos afirmaba: «Nada en Carlos Pellicer es turbio… su mente es cristalina». Y cuatro años después, al publicar la Antología de la poesía mexicana moderna, Jorge Cuesta escribió: «Para definir la poesía de Carlos Pellicer es preciso recurrir a imágenes y términos de pintura. Toda su obra es color, movimiento apasionado… Es inútil buscar en sus versos otra tendencia que no sea, exclusivamente, la del goce completo de los sentidos… Las imágenes fluyen con caracteres extraordinarios. La música palpita… Es, en una palabra, un poeta impresionista».

COLORES EN EL MAR Y OTROS POEMAS
ESTUDIO
Jugaré con las casas de Curazao,
pondré el mar a la izquierda
y haré más puentes movedizos.
¡Lo que diga el poeta!
[…] isla de juguetería,
con decretos de Reina
y ventanas y puertas de alegría.

En la Crónica de la poesía mexicana, José Joaquín Blanco dice: «Colores en el mar es un libro feliz, del joven que es buen hijo de la tradición, vive en la tradición como en su hogar y ejercita su libertad sin restricciones». Blanco destaca la familiaridad con que el poeta aborda tanto los temas épicos como su paisaje. «Al desolemnizar los motivos paisajísticos llega a la sinceridad: el paisaje es su casa, no un templo, ni un himno, ni un símbolo».

6,7 POEMAS
NOCTURNO
No tengo tiempo de mirar las cosas
como yo lo deseo.
Se me escurren sobre la mirada
y todo lo que veo
son esquinas profundas rotuladas con radio
donde leo la ciudad para no perder tiempo.
Esta obligada prisa que inexorablemente
quiere entregarme el mundo con un dato pequeño.
¡Este mirar urgente y esta voz en sonrisa
para un joven que sabe morir por cada sueño!
No tengo tiempo de mirar las cosas,
casi las adivino.
Una sabiduría ingénita y celosa
me da miradas previas y repentinos trinos.
Vivo en doradas márgenes; ignoro el central gozo
de las cosas. Desdoblo siglos de oro en mi ser.
Y acelerando rachas -quilla o ala de oro-,
repongo el dulce tiempo que nunca he de tener.

DESEOS
Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.
En las tardes sutiles de otras tierras
pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol.
Déjame un solo instante
dejar de ser grito y color.
Déjame un solo instante
cambiar de clima el corazón,
beber la penumbra de una cosa desierta,
inclinarme en silencio sobre un remoto balcón,
ahondarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en la orilla de una suave devoción,
acariciar dulcemente las cabelleras lacias
y escribir con un lápiz muy fino mi meditación.
¡Oh, dejar de ser un solo instante
el Ayudante de Campo del sol!
¡Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color!

«Yo no soy más que un reflejo poco encendido del fuego que había en el corazón y el entendimiento de mis padres. Mi madre me enseñó a leer, a decir versos y me llevó al mar. Poseía el don de disfrutar la naturaleza, y me lo comunicó…

[Agua de Tabasco vengo / y agua de Tabasco voy. / De agua hermosa es mi abolengo: / y es por eso que aquí estoy / dichoso con lo que tengo…]

Las cosas que me ocurrieron en Tabasco durante la niñez son impresiones y emociones que fueron carburando, lentamente, en lo que más tarde hice o actué con el idioma. Todas esas cosas siguen pesando en mi vida. Yo he sido un tropical insobornable» (Conversación con Emmanuel Carballo, 1962).

LA NOCHE
Bajo la dulce penumbra
de la noche de luna de la ausencia,
canta el poeta su tristeza.
Y si la soledad con su amargura
y su pauta escueta
me lleva de la mano a la callada
meditación nostálgica y divina,
es porque tu mirada
humedece como tierna neblina
esta paz de la luna de la madrugada.
Esta noche la música del cielo
juega en astros nuevos íntimas escalas.
El aire está peinado por tus manos
lejanas,
como un vuelo
de garzas.
En mitad del desierto de tu ausencia,
me reclino en tu recuerdo
como en el talle de una palmera.
Y éste es el desfile de las horas
que después bailarán al son de una
melodía, una tan lenta
melodía,
que nuestras almas van quedando solas
hasta alcanzar sus propias jerarquías.
[…] Maravillosa melodía
oída en la noche de luna
de la ausencia;
tú llenas la pauta vacía
de la soledad.
Amada:
venza
la vid de nuestro amor límites vanos.
Y aclare el alba eterna nuestros oros,
para danzar, enfloradas las manos,
alrededor del sagrado tesoro.

SOLEDADES
Recuerdo tus celos que te engarzaban
en el suave relámpago de tus propias miradas.
Recuerdo tu desolación
cuando supiste
que en el horizonte de mi corazón
se destaca un tumulto triste.
Recuerdo tus ternuras recónditas
que me enloquecían.
Y la docilidad
con que pusiste
orden en mi soledad.
Y la música de tus pocas palabras,
y las noches de luna de tus ojos
hundidas hasta el fondo de los míos.
[…] Tus ojos brillan en el desierto
de mi atribulada inconformidad.
Sólo por ti estoy despierto
en esta media noche
de mi desencanto universal.

En 1966 apareció Poesía en movimiento, México 1915-1966, recopilación organizada por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis. Ahí se afirma: «Si López Velarde y Tablada inician nuestra poesía contemporánea, Carlos Pellicer es el primer poeta realmente moderno que se da en México. No insurge contra el Modernismo: lo incorpora a la vanguardia, toma de esta y otras corrientes aquello útil para decir lo que quiere decir… Mágica y en continua metamorfosis, su poesía no es razonamiento ni prédica: es canto. Gran poeta, Pellicer nos enseñó a mirar el mundo con otros ojos y al hacerlo modificó la poesía mexicana. Su obra, toda una poesía con su pluralidad de géneros, se resuelve en una luminosa metáfora, en una interminable alabanza al mundo: Pellicer es el mismo de principio a fin».

AL DEJAR UN ALMA
Agua crepuscular, agua sedienta,
se te van como sílabas los pájaros tardíos.
Meciéndose en los álamos el viento te descuenta
la dicha de tus ojos bebiéndose los míos.
Alié mi pensamiento a tus goces sombríos
y gusté la dulzura de tus palabras lentas.
Tú alargaste crepúsculos en mis manos sedientas;
yo devoré en el pan tus trágicos estíos.
Mis manos quedarán húmedas de tu seno.
De mis obstinaciones te quedará el veneno
-flotante flor de angustia que bautizó el destino.
De nuestros dos silencios ha de brotar un día
el agua luminosa que dé un azul divino
al fondo de cipreses de tu alma y de la mía.

SEGADOR
El segador, con pausas de música,
segaba la tarde.
Su hoz es tan fina,
que siega las dulces espigas y siega la tarde.
Segador que en dorados niveles camina
con su ruido afilado,
derrotando las finas alturas de oro
echa abajo también el ocaso.
Segaba las claras espigas.
Su pausa era música.
Su sombra alargaba la tarde.
En los ojos traía un lucero
que a veces
brincaba por todo el paisaje.
La hoz afilada tan fino
segaba lo mismo
la espiga que el último sol de la tarde.

NOCTURNO
Alma mía,
que te desgranas
en la música crepuscular destos días.
Con tu propia tristeza se embalsamas;
y con las ajenas agonías
enardeces las olas de tu grito
ansioso de divinas lejanías.
Cambia tu plenilunio solitario
por la feria fecunda de la aurora.
Muda tu gesto aciago,
sube tus Andes, planta tu bandera,
y haz de tu roble triste la nave de la honda quilla
que embandere de sol la primavera […]

DAME, OH BOSQUE…
[…] Oh amor, retorna y arde mis ojos en tus labios.
Arma tus arcos de oro, tu dulce dardo espero.
Siembra mi soledad de luceros y cánticos
y hazme oír en la sombra la palabra que quiero.

NOCTURNO
[…] Por ese instante luminoso
que abarca el ritmo universal
y nos entrega, fugazmente,
una estupenda fe de crear.
Por ese instante, que un instante
fuimos capaces de sentir
y un trigo ideal sembró la mano
y en labios de oro fue el decir […]

Para Enrique Anderson Imbert, «Pellicer goza de la naturaleza como un ebrio agradecido, con buen humor. Alegría de estar vivo, alegría de vivir; y por encima de este amor a la luz y al aire que lo envuelven en el mundo natural, amor al cielo sobrenatural… Es ocurrente, ágil. Músico de la palabra; y su palabra siempre música de los sentidos. No sólo músico: trae el color brillante de la pintura, el volumen grandioso de la escultura…» (Historia de la Literatura Hispanoamericana).

Escribe José Joaquín Blanco: en pocos años «se van redondeando el personaje y el tono ya inconfundibles de Carlos Pellicer: la capacidad de ver con nuevos ojos las cosas llega a hallazgos prodigiosos: ‘el agua de los cántaros sabe a pájaros’…» (Crónica de la poesía mexicana).

HORA Y 20
SEMANA HOLANDESA
…Día de dichas póstumas, día previsto.
Y tu presencia en filtro de tiempos y de cartas,
y mi fe empobrecida de no volver a verte
y tú siempre en mis ojos, en mi oído, en mis altas
cadenas de silencio cuyo eslabón cerré
para arrastrar a veces entre la noche un ruido
que disperse los síntomas de no volver a ver.

ESTUDIO
La sandía pintada de prisa
contaba siempre
los escandalosos amaneceres
de mi señora
la aurora.
Las piñas saludaban al mediodía.
Y la sed de grito amarillo
se endulzaba en doradas melodías.
Las uvas eran gotas enormes
de una tinta esencial,
y en la penumbra de los vinos bíblicos
crecía suavemente su tacto de cristal.
¡Estamos tan contentas de ser así!
dijeron las peras frías y cinceladas.
Las manzanas oyeron estrofas persas
cuando vieron llegar a las granadas.
Los que usamos ropa interior de seda…
dijo una soberbia guanábana.
Pareció de repente que los muebles crujían…
Pero ¡si es más el ruido que las nueces!
dijeron los silenciosos chicozapotes
llenos de cosas de mujeres.
Salían
de sus eses redondas las naranjas.
Desde un cuchillo de obsidiana
reía el sol la escena de las frutas.
Y la ventana abierta hacía entrar las montañas
con los pequeños viajes de sus rutas.

ESTUDIO
No hay tiempo para el tiempo.
La sed es labia cantadora
sobre ese oasis enorme,
deslumbrante y desierto.
Sueño. Desnudez. Aguas sensuales.
[…] La tarde es un amanecer nuevo y más largo.
En una barca de caoba,
desnudo y negro,
baja por el río Quetzalcóatl.
Lleva su cuaderno de épocas.
Viene de Palenque.
Sus ojos verdes brillan; sus brazos son hermosos;
le sigue un astro, y se pierde.
Es el Trópico.
La frente cae como un fruto
sobre la mano fina y estéril.
Y el alma vuela.
Y en una línea nueva de la garza,
renace el tiempo,
lento, fecundo, ocioso,
creado para soñar y ser perfecto.

«Yo soy sumamente desordenado, y ese desorden proviene de los pantanos de la tierra en que nací… En mis poemas, mi propósito consiste en encontrar y aclarar la vinculación de lo que yo llamo mis elementos de desorden. No lo he conseguido: ésa es mi gran falla. Por eso me considero un poeta fracasado…» (Conversación con Emmanuel Carballo, 1962).

ESTUDIOS
II
Diez kilómetros sobre la vía
de un tren retrasado.
El paisaje crece
dividido de telegramas.
Las noticias van a tener tiempo
de cambiar de camisa.
La juventud se prolonga diez minutos,
el ojo caza tres sonrisas.
Kilo de panoramas
pagado con el tiempo
que se gana perdiendo.
III
Las horas se adelgazan;
de una salen diez.
Es el trópico,
prodigioso y funesto.
Nadie sabe qué hora es.

EL RECUERDO
[…] En la desaparición del panorama que fueron mis ojos;
en la interrupción del viaje de música
que fueron mis oídos;
en la pérdida de todo idioma
(acaso por una bagatela de ortografía),
me rodean las horas
sin tiempo y sin clima
para entregarme
el tacto de las piedras y las rocas
que tus pies y tus manos
tocaron
o que apenas rozó el viento
de suave gloria que te trajo.
Tu ausencia ha dejado sobre las piedras
una florecita que tal vez es negra.
Y en la vida
de la piedra y la flor tras de su sombra,
mis manos ven y oyen y graban un signo
que compendia todas las cosas.
En las horas,
en que se perpetúan los instantes
de tu ausencia presente de paloma.

NOCTURNO DE CONSTANTINOPLA
Entre la media noche de la bruma de oro
abandono el fondo de mis deseos
y camino sobre las horas. Todo
danza sobre las manos nuevas. Todo
en una música lenta. Todo
en un aire de oro.
Los nombres se olvidan poco a poco
bajo la estrella reinante del
collar de tu recuerdo.
[…] De la bruma diáfana van surgiendo
las mezquitas gigantescas.
Un ojo de ámbar
brilla sobre todas ellas.
Y los últimos cipreses,
muertos de sed junto a las fuentes
policromas,
se agitan
en una leve música de fuego […]

HORA DE JUNIO
Para José Joaquín Blanco, en Hora de junio «todo aquello que se había dado en golpes de genio juvenil empieza a adquirir su belleza madura. Aunque sigue siendo desmesurado, desceñido, excesivo, prodigioso saltimbanqui de las metáforas más inesperadas, su sensibilidad se afina en los momentos precisos, como chispazos de exactitud en mitad de la fiesta de los sentidos».

ESQUEMAS PARA UNA ODA TROPICAL
La oda tropical a cuatro voces
ha de llegar sentada en la mecida
que amarró la guirnalda de la orquídea.
Vendrá del Sur, del Este y del Oeste,
del Norte avión, del Centro que culmina
la pirámide trunca de mi vida.
[…] A la cintura tórrida del día
han de correr los jóvenes aceites
de las noches de luna del pantano.
[…] En la bolsa de semen de los trópicos
que huele a azul en carnes madrugadas
en el encanto lóbrego del bosque.
La tortuga terrestre
carga encima un gran trozo
que cayó cuando el sol se hacía lenguas.
Y así huele a guanábana
de los helechos a la ceiba.
[…] Las brisas limoneras
ruedan en el remanso de los ríos.
Y la iguana nostálgica de siglos
en los perfiles largos de su tiempo
fue, es, y será.
Una tarde en Chichén yo estaba en medio
del agua subterránea que un instante
se vuelve cielo. En los muros del pozo
un jardín vertical cerraba el vuelo
de mis ojos. Silencio tras silencio
me anudaron la voz y en cada músculo
sentí mi desnudez hecha de espanto.
Una serpiente, apenas,
desató aquel encanto
y pasó por mi sangre una gran sombra
que ya en el horizonte fue un lucero.
¿Las manos del destino
encendieron la hoguera de mi cuerpo?
En los estanques del Brasil diez hojas
junto a otras diez hojas, junto a otras diez hojas,
de un metro de diámetro
florean en un día, cada año,
una flor sola, blanca al entreabrirse,
que al paso que el gran sol del Amazonas
sube,
se tiñe lentamente de los rosas del rosa
a los rojos que horadan la sangre de la muerte;
y así naufraga cuando el sol acaba
y fecunda pudriéndose la otra primavera.
El Trópico entrañable
sostiene en carne viva la belleza
de Dios. La tierra, el agua, el aire, el fuego,
al Sur, al Norte, al Este y al Oeste
concentran las semillas esenciales
el cielo de sorpresas,
la desnudez intacta de las horas
y el ruido de las vastas soledades.
La oda tropical a cuatro voces
podrá llegar, palabra por palabra,
a beber en mis labios,
a amarrarse en mis brazos,
a golpear en mi pecho,
a sentarse en mis piernas,
a darme la salud hasta matarme
y a esparcirme en sí misma,
a que yo sea a vuelta de palabras,
palmera y antílope,
ceiba y caimán
helecho y ave-lira
tarántula y orquídea
zenzontle y anaconda.
Entonces seré un grito,
un solo grito claro
que dirija en mi voz las propias voces,
y alce de monte a monte
la voz del mar que arrastra las ciudades.
¡Oh trópico!
Y el grito de la noche que alerta el horizonte.

POEMA PRÓDIGO
Gracias, ¡oh trópico!,
porque a la orilla caudalosa
y al ojo constelado
me traes de nuevo el pie de viaje.
(¡Esquinas de países que anuncian el paisaje!)
En mi casa de las nubes
o bajo el cielo de los árboles,
rodeado de todas las cosas creadas
(oídas espirales del berbiquí mirada),
voy y vengo sin mirar objeto alguno
-poseedor de la puerta y de la llave-
y de la alegre rama del trino. […]

«Los sonetos de Hora de junio son consecuencia de un fracaso sentimental. Les tengo cariño porque son una herida abierta permanentemente. Han pasado muchos años, y la herida no se cierra…» (Conversación con Emmanuel Carballo, 1962).

HORAS DE JUNIO
Vuelvo a ti, soledad, agua vacía,
agua de mis imágenes, tan muerta,
nube de mis palabras, tan desierta,
noche de la indecible poesía.
Por ti la misma sangre -tuya y mía-
corre al alma de nadie siempre abierta.
Por ti la angustia es sombra de la puerta
que no se abre de noche ni de día.
[…] Junio me dio la voz, la silenciosa
música de callar un sentimiento.
Junio se lleva ahora como el viento
la esperanza más dulce y espaciosa.
Yo saqué de mi voz la limpia rosa,
única rosa eterna del momento.
No la tomó el amor, la llevó el viento
y el alma inútilmente fue gozosa.
[…] Hoy hace un año, Junio, que nos viste,
desconocidos, juntos, un instante.
Llévame a ese momento de diamante
que tú en un año haz vuelto perla triste […]

POESÍA
[…] Poesía, verdad de todo sueño,
nunca he sido de ti más corto dueño
que en este amor en cuyas nubes muero […]

HORAS DE JUNIO
¿Cuál de todas las sombras es la mía?
A todo cuerpo viene la belleza
y anticipa en los aires la proeza
de ser sin el poema poesía.
[…] Era mi corazón piedra de río
que sin saber por qué daba el remanso,
era el niño del agua, era el descanso
de hojas y nubes y brillante frío.
Alguien algo movió, y se alzó el río.
¡Lástima de aquel hondo siempre manso!
Y la piedra lavada y el remanso
liáronse en sombras de esplendor sombrío.
[…] Si algo hay en mí que valga es la amargura
de un desdeñado vaso de dulzura
que una noche lluviosa está secando.
Ha de quedar el agua sin virtudes
agobiada de horribles juventudes,
gloriosamente oscura, recordando.

HORAS DE JUNIO
¿Por qué si ya estoy lleno de mí mismo
quiero de ti la brisa, el agua, todo
tu ser en mí, profundo de tal modo
que yo sea el abismo de tu abismo?

III
A junio acicalé con honda mano
y siempre en su hermosura hallé tristeza;
hoy que sólo he mirado su belleza,
lejos puso el veneno más cercano.
Junio que así me tiendes hoy la mano,
déjame en esta vez ser tu belleza,
lígame con tus oros la tristeza
que da la dicha del amor humano […]

«Pellicer siguió acrecentando ese ‘material poético’ que, aunque llegó a extremos más agudos de melancolía y dejó a veces el himno y el juguete poético por el soneto religioso, mantiene firmes y vibrantes las características de su juventud», señala José Joaquín Blanco.

RECINTO Y OTRAS IMÁGENES
Que se cierre esa puerta
que no me deja estar a solas con tus besos.
Que se cierre esa puerta
por donde campo, sol y rosas quieren vernos.
Esa puerta por donde
la cal azul de los pilares entra
a mirar como niños maliciosos
la timidez de nuestras dos caricias
que no se dan porque la puerta, abierta…
Por razones serenas
pasamos largo tiempo a puerta abierta.
Y arriesgado es besarse
y oprimirse las manos, ni siquiera
mirarse demasiado, ni siquiera
callar en buena lid…
Pero en la noche
la puerta se echa encima de sí misma
y se cierra tan ciega y claramente,
que nos sentimos ya, tú y yo, en campo abierto
escogiendo caricias como joyas
ocultas en las noches con jardines
puestos en las rodillas de los montes,
pero solos, tú y yo.
La mórbida penumbra
enlaza nuestros cuerpos y saquea
mi ternura tesoro,
la fuerza de mis brazos que te agobian
tan dulcemente, el gran beso insaciable
que se bebe a sí mismo
y en su espacio redime
lo pequeño de ilímites distancias…
Dichosa puerta que nos acompañas,
cerrada, en nuestra dicha. Tu obstrucción
es la liberación destas dos cárceles;
la escapatoria de las dos pisadas
idénticas que saltan a la nube
de la que se regresa en la mañana.

«Octavio Paz ha escrito que yo nunca he podido concluir, redondear un poema… Afirma que soy un poeta de fragmentos; acto seguido me elogia, pero la afirmación ahí queda: que soy un poeta de fragmentos» (Conversación con Emmanuel Carballo, 1975).

RECINTO
[…] Antes que otro poema
me engarce en sus retóricas,
yo me inclino a beber el agua fuente
de tu amor en tus manos, que no apagan
mi sed de ti, porque tus dulces manos
me dejan en los labios las arenas
de una divina sed.
Y así eres el desierto por
el cuádruple horizonte de las ansias
que suscitas en mí; por el oasis
que hay en tu corazón para mi viaje
que en ti, por ti y para ti voy alineando,
con la alegría del paisaje nido
que voltea cuadernos de sembrados…

III
Hornea el mediodía sus calores,
labrados panes para el ojo
que comulga con ruedas de molino.
10, 15, 20 ,30, las parcelas
opinan sobre el verde, sin agriarse;
y los poblados, vida y ropa limpia
sacan al sol. Caminos campesinos
suben sin rumbo fijo, a holgar, al cerro.
Los árboles conversan junto al río,
de nidos en proyecto, de otros en abandono,
de la nube servida como helado
en el remanso próximo,
del equipaje de las piedras
que acaso nadie ha dejado en la orilla,
de la avispa hipodérmica,
del aguacero y la joven vereda,
de las ranas deletreadas en su propia escuela,
del verso como prosa
y del viento de anoche que barrió las estrellas.
El río escucha siempre caminando.
El río que se conduce a sí mismo, cómo y cuándo…

VIII
[…] Tú eres más que mi tacto porque en mí
tu caricia acaricias y desbordas.
Y así toco en mi cuerpo la delicia
de tus manos quemadas por las mías.
Yo solamente soy el vivo espejo
de tus sentidos. La fidelidad
del lago en la garganta del volcán.

XIII
Tu amor es el erario inagotable
que costea el país de los poemas […]

XV
Un soneto de amor que nunca diga
de quién y cómo y cuándo, y agua dé a
quien viene por noticia y en sí lea
clave caudal que sin la voz consiga.
Que en cada verso pierda y gane y siga
ritmo a la cifra en luz que el agua arquea,
y suba al esplendor que así desea
música lengua y tacto a flor de espiga […]

XX
[…] Amor, toma mi vida y dame el ansia
tuya, de ti eterna, ven y cambia
mi voz que pasa, en corazón sin tiempo.
Manos de ayer, de hoy y de mañana
libren a la cadena de los sueños
de herrumbre realidad que, mucha, mata.

«Manejada por Pellicer, la lengua española se vuelve uno de los instrumentos más aptos y grandiosos para la expresión del espíritu y para el regocijo de los sentidos. Hasta leída en voz baja, su poesía es siempre sonora al oído y deslumbrante a la vista. El tacto se recrea en las superficies prosódicas, trabajadas en ondulaciones y relieves de perfección absoluta , en donde brotan como flores y frutas las agudas sensaciones olfativas», escribió Juan José Arreola.

SUBORDINACIONES
DISCURSO POR LAS FLORES
[…] El pueblo mexicano tiene dos obsesiones:
el gusto por la muerte y el amor a las flores.
Antes de que nosotros «habláramos castilla»
hubo un día del mes consagrado a la muerte;
había extraña guerra que llamaron florida
y en sangre los altares chorreaban buena suerte.
También el calendario registra un día flor.
Día Xóchitl. Xochipilli se desnudó al amor
de las flores. Sus piernas, sus hombros, sus rodillas
tienen flores. Sus dedos en hueco, tienen flores
frescas a cada hora. En su máscara brilla
la sonrisa profunda de todos los amores.
(Por las calles aún vemos cargadas de alcatraces
a esas jóvenes indias en que Diego Rivera
halló a través de siglos los eternos enlaces
de un pueblo en pie que siembra la misma primavera.)
A sangre y flor el pueblo mexicano ha vivido.
Vive de sangre y flor su recuerdo y su olvido.
(Cuando estas cosas digo mi corazón se ahonda
en su lecho de piedra de agua clara y redonda.)
[…] Claro que el clarísimo jardín de abril y mayo
todo se ve de frente y nada de soslayo.
Es uno tan jardín entonces que la tierra
mueve gozosamente la negrura que encierra,
y el alma vegetal que hay en la vida humana
crea el sol y las nubes que inventan la mañana.
Estos mayos y abriles se alargan hasta octubre.
Todo el Valle de México de colores se cubre
y hay en su poesía de otoñal primavera
un largo sentimiento de esperanza que espera.
Siempre por esos días salgo al campo. (Yo siempre
salgo al campo.) La lluvia y el hombre como siempre
hacen temblar el campo. Ese último jardín,
en el valle de octubre, tiene un profundo fin. […]

«Cuando releo a Carlos Pellicer, no al latinoamericanista y cívico, sino al Pellicer con las manos llenas de color, ayudante del sol, olvido a los poetas del «grupo» [Contemporáneos], me parece el más rico en sorpresas, en luz, en júbilo y en profundidad», escribió Luis Cardoza y Aragón (El Río, FCE, 1986).

Anderson Imbert añade: «Sus metáforas dan brillo, velocidad, magia, alegría, sorpresa, como pájaros que, sobre el mar, se lanzan al sol».

LOS SONETOS DE ZAPOTLÁN (1951)
III
Hay algo en mí que surgirá y reviva
la primavera sin sus veleidades.
Un día de animadas soledades
encarnará la rosa indicativa.
Me faltará en la boca la saliva;
tan lejos sentiré mis tempestades
que apenas luminosas oquedades
cerrarán sin ruidosa comitiva.
Entre rumores y amistad campea
mi esperanza. Un volcán sus líneas sube
y el valle con la tarde se ladea.
¿Vendrás, oh Primavera, la Esperada?
Y al cuello del volcán, plácida nube,
divide en dos la roca apasionada.

SONETOS POSTREROS (1952)
Mi voluntad de ser no tiene cielo;
sólo mira hacia abajo y sin mirada.
¿Luz de la tarde o de la madrugada?
Mi voluntad de ser no tiene cielo.
Ni la penumbra de un hermoso duelo
ennoblece mi carne afortunada.
Vida de estatua, muerte inhabitada
sin la jardinería de un anhelo.
Un dormir sin soñar calla y sombrea
el prodigioso imperio de mis ojos
reducido a los grises de una aldea.
Sin la ausencia presente de un pañuelo
se van los días en pobres manojos.
Mi voluntad de ser no tiene cielo.

Esta barca sin remos es la mía.
Al viento, al viento, al viento solamente
le ha entregado su rumbo, su indolente
desolación de estéril lejanía.
Todo ha perdido ya su jerarquía.
Estoy lleno de nada y bajo el puente
tan sólo el lodazal, la malviviente
ruina del agua y de su platería.
Todos se van o vienen. Yo me quedo
a lo que dé el perder valor y miedo.
¡Al viento, al viento, a lo que el viento quiera!
Un mar sin honra y sin piratería,
excelsitudes de un azul cualquiera
y esta barca sin remos que es la mía.

«Una obra ética y estéticamente ‘positiva’, con certezas morales y hasta existenciales fundadas en la esperanza. Ese caso raro en la sociedad moderna se llama Carlos Pellicer», sentencia José Joaquín Blanco.

Jaime Torres Bodet escribió: «Pellicer es considerado ahora, muy justamente, como el poeta de América. Su abundancia verbal constituye uno de los lujos de nuestro continente. Cantor del Iguazú, de Bolívar, de Río de Janeiro, de todas las cumbres y las cascadas -naturales y humanas- del Hemisferio, su actitud poética más genuina es la de la oda, su temperatura normal la fiebre, su colaborador incansable el sol…»

OTROS POEMAS «SENTIMENTOSOS»

En 1976, Pellicer comentó a Dionicio Morales que le gustaría ver reunidos en un solo volumen sus poemas «sentimentosos» a los que, según él, nadie hacía caso. En 1997 apareció Era mi corazón piedra de río (Ed. Aldus), el volumen en el que Morales atendió el anhelo de su maestro.

[…] La dicha de no hablarse cuando se ama tanto
alza el brillo del tiempo, se ve pasar el aire.
De las miradas caen tesoros a las manos
y la luz es un fruto que devora el paisaje […] (Fragmentos, Camino)

[…] Porque mi vida es una despedida,
un partir sin cesar, un hecho roto
de prisa, la actitud de lo remoto
nubla mi voz de reavivar la herida.
[…] No estrecharé tu mano viva y blanca.
Al dulce corazón la noche arranca
secreto sollozar. Y nadie sabe
que yo te amo, silencioso, ciego.
Y acaso ignores tú que alta en tu nave
un ave viaja atesorando el fuego…
(Elegía, Camino)

Apenas te conozco y ya me digo:
¿Nunca sabrá que su persona exalta
todo lo que hay en mí de sangre y fuego?
[…] Cómo serán esta palabras, nuevas,
cuando ya junto a ti, salgan volando
y en el acento de tus manos vea
el límite inefable del espacio.
(Estudios II, 1938)

[…] ¿Dónde estarás? ¿Por cuáles tempestades
vuela tu corazón? ¿Qué aguas condensa
la nube que te oculta en esta inmensa
noche de soledad en que me invades? […] (Elegía Nocturna II, 1939)

Acerca de estos poemas, Dionicio Morales escribió: «Frente a su bien ganada fama de ‘Poeta de América’, de ‘tropical insobornable’, de ‘místico’, sus poemas ‘sentimentosos’, como él los llama en un gesto de encantadora humildad, quedaban a la zaga en el reconocimiento continental de su poesía. Sin externarlo, tenía la seguridad de que también en el terreno amoroso le había robado un pedazo de cielo a la eternidad».

Junio, la voz de la luz, mitad sonora,
negra entraña terrestre en surco abierta,
eres la desnudez sangrante y cierta,
palomar de mi voz descubridora […] (Soneto, 1969)

Junio, todo lo flor que nos enlaza
nos sitúa tan lejos del olvido,
que aun ante el sentimiento más destruido
nuestra ternura sola se solaza.
Lo mismo que una fuente en una plaza
nuestro amor está a todos ofrecido.
No moriremos por haber nacido
sino por no vivir siempre en la hornaza […] (Cuatro, 1969)

[…] Amo tu cuerpo desnudo
como a una nube reflejada en el agua.
Muero y renazco estrechando tu cuerpo
rebosante de noche estrujada […] (Recuerdos, 1955)

En esta soledad de oro molido
llega la noche transitando sola,
y el mar, sin una estrella ni una ola,
me encuentra sin color y sin sonido.
Busco mi corazón y es sólo un nido
de luciérnagas. Algo de corola,
deshojada, en mi mano. Y esta sola
delicia al tacto, me desborda, herido.
Enciendo así el motor, y las bujías
no me abandonarán en cualquier parte.
El camino es eterno y siento mías
todas las soledades. No estoy solo,
por consiguiente. Pienso aquí sembrarte
campo de libertad, de polo a polo.
(En esta soledad, 1966)

[…] El medio día
y su inmenso estandarte
se inclinan hacia ti. La poesía
calla, sólo en ti su lluvia cae.
(1967)

«En Carlos Pellicer la poesía, el patriotismo, el humanismo, la felicidad, la religión se dieron vigorosa y ampliamente. Su poesía no fue un refugio, sino un motor (entre tantos que tuvo) para vivir alegremente la vida», afirmó José Joaquín Blanco (La paja en el ojo, UAP, 1980).

Estaba el viento sentado en una piedra
cansado de ser invisible.
La luz apuñalada del medio día
quedó tirada en la hoguera de mis ojos.
Todo era inútil y maravilloso.
La ventana, destruida,
dejó salir mi ausencia,
y en la perfección de los viajes antiguos
se me quedó mirando lo que fui,
lo que yo era.
(Tres poemas y otros, 2, 1967)

Una herida olvidada
va siendo ya mi vida.
Hay un enorme girasol en medio
de un prado silencioso de violetas.
La integración -para la que nací-
se mira indeclinable. Vivo apenas
para enseñarme a no morir sin vida.
(Tres poemas y otros, 5, 1967)

En este asunto del amor, que a veces,
uno quisiera
que no acabara nunca de empezar,
parece que alguien dice:
«¿Dios es eternamente joven?»
Es tanta la alegría, que uno ignora
catástrofes y duelos,
Ud. dice que sí a toda
la enorme y tan humana tontería;
sólo hay un pensamiento,
sólo una idea sola
que es multitud, y uno quisiera
leerlo todo con los ojos cerrados
y no tener noticias de uno mismo,
ni recuerdos de nada ni de nadie;
un ágape de luces
a través de las horas inmortales.
Yo había puesto
encima de mi pecho,
un pequeño letrero que decía:
«cerrado por demolición».
Y aquí me tiene Ud. pintando las paredes,
abriendo las ventanas,
adornando la mesa con la flor amarilla
con que paga el otoño sus encantos.
Nadie te dijo, amor, que yo existía.
El amor es silvestre,
uno lo encuentra en todas partes,
en los días sin cielo,
en las tierras sin flores,
lo mismo en la mañana que en la tarde.
(1969)

Luis Cardoza y Aragón traza esta viñeta:
«Carlos Pellicer, oh ángel de la alegría, vive de asombro en asombro sonriendo su lozana sorpresa de niño y habla telúricamente para disfrazar su suavidad… El ritmo y la sorpresa son tesoros de su adánica exhuberancia… Meditación desbordada de sol, con sus veinte sentidos insaciables. Voz dilatada y canicular que reza a Coatlicue y a Dios Padre…» (El Río, 1986).

[…] En estos cualquier día
voy a cerrar mis labios al silencio,
y sin que tú lo veas arderán nuestras vidas
dándole a la ceniza un soplo nuevo.
Mi vida está en tu vida
como la llama al viento.
(Soplo nuevo, 1971)

[…] El tiempo que abandona sus orillas
va en la sangre animal tan dulcemente,
que amarse un largo instante es robo al tiempo,
es salir de la luz a sombras frescas.
La vida está sentada a nuestro lado
y nos ve sin mirarnos.
El tiempo que está afuera se condensa
tan lejos de nosotros,
que todo lo que pasa se establece
en la caricia inacabable, nuestra […] (1971)

José Joaquín Blanco, asombrado por la poesía que a los 77 años seguía creando Pellicer (Todo se inauguraba ante mis ojos. / Todo era abrir el cielo a todas horas. / La mano estaba a punto de ser flor…), no dudaba al señalar que era «un Fértil Viejo, enérgico y enamorado de todas las manifestaciones de la vida, con un erotismo beligerante en todas sus sensaciones, emociones y pensamientos».

No obstante, para 1986 Luis Cardoza y Aragón estimaba que la obra de Pellicer estaba «envejeciendo mal». Emmanuel Carballo coincidía: «Hoy en día sus poemas no corren con suerte entre los jóvenes líricos mexicanos, que han vuelto los ojos hacia poetas de naturaleza y propósitos distintos. El último poeta de importancia que se sirvió de algunos de sus mecanismos fue Octavio Paz».

Carlos Pellicer -que solía subestimar su propia poesía- tenía una certeza: el arte no envejece si tiene suficientes atributos, «el gran arte goza siempre de una modesta eternidad».

Los lectores de las nuevas generaciones decidirán si la poesía de Pellicer goza de esa modesta eternidad.

PERFIL

Tras la muerte del poeta, en 1977, Emmanuel Carballo elaboró un perfil íntimo:

«Pellicer, el menos contemporáneo entre el grupo de poetas reunidos alrededor de la revista Contemporáneos, nos legó actitudes y virtudes poco frecuentes entre los escritores mexicanos.

«Entre las virtudes como poeta apunto unas cuantas: la capacidad irrepetible para crear imágenes y metáforas, para escoger el adjetivo exacto que ilumine por todos sus costados al sustantivo, la pericia para inventar vocablos y conferirles funciones distintas en el discurso poético.

«Entre sus actitudes recuerdo su compromiso político con las causas populares: el inconformismo con el statu quo le llevó a apoyar al Vasconcelos educador y político; a la república en la guerra civil española; al gobierno guatemalteco de Arbenz en el momento en que se produce la invasión mercenaria; a la revolución cubana desde que surge; a los patriotas que luchan en Nicaragua contra la dictadura hereditaria de los Somoza; a los pueblos todos de nuestra América en su combate cotidiano contra el Imperio y sus aliados nativos. Recuerdo, también, su catolicismo nunca negado y siempre ejercido a nivel de pecador contrito que aspira a vivir, sin conseguirlo, en estado de gracia» (Protagonistas de la literatura mexicana, Ed. El Ermitaño/SEP, 1986).

Ya en 1962 Pellicer le había dicho a Carballo: «No hay nada que obstaculice ser católico y ser decente… Creo en una decencia fundamental que es la que nos sitúa, la que nos orienta, la que nos hace salir a la calle y participar, e, inclusive, llegar a la injuria, que es tan humana. La ansiedad de que la mayoría viva mejor no se opone a mis sentimientos religiosos: es más, parte de allí».

Luis Cardoza y Aragón recuerda que Pellicer siempre fue solidario en las palabras y en los hechos con los Contemporáneos, aunque no se consideraba parte de ese grupo. Así lo hizo cuando se emprendieron hostiles campañas de prensa e incluso cuando fueron acusados penalmente por «faltas a la moral». Pellicer era un humanista, pero no eludía ninguna batalla (El Río, 1986).

Por ello no sorprendió que, a los 77 años, aceptara contender por un escaño en el Senado de México. Él mismo lo explicaría: «Ninguna seguridad tengo de vivir seis años como senador, pero el tiempo que me queda lo dedicaré apasionadamente al problema de los campesinos… He sido político desde muy joven: desde que participé en la campaña del maestro Vasconcelos para la Presidencia de la República. Esa fue la primera vez que estuve una temporada en [la cárcel de] Lecumberri… En México, queramos o no, las cosas cambiarán a favor de los desheredados. Siempre he creído que sin el sentimiento de la esperanza, fundado en la justicia y en la belleza, la vida no tiene sentido. Y nadie puede ser ajeno a la injusticia social… Hay que luchar por la justicia. Cuando hay una convicción absoluta de que uno nació para pelear, pues se muere uno peleando, aunque sea con los médicos» (Revista Proceso, noviembre 1976).

[ Gerardo Moncada, quien se disculpa por no incluir en esta selección -de por sí larga- los poemas místicos de Pellicer ]

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