(Ciudad de México, 30 junio 1939 – 26 enero 2014)
«No sé por qué escribimos, querido George.
Y a veces me pregunto por qué más tarde
publicamos lo escrito».
Así inicia Una defensa del anonimato, una carta en verso que escribió JEP a George B. Moore para disculparse por no concederle una entrevista. La epístola, incluida en Los trabajos del mar (Era, 1983), agrega:
No tengo nada que añadir a lo que está en mis
poemas.
No me interesa comentarlos, no me preocupa
(si alguno tengo) mi “lugar en la historia”
(tarde o temprano a todos nos espera el naufragio).
Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad del poema.
Poesía no es signos negros en la página blanca.
Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la lectora
harán, o no, el poema que tan solo he esbozado.
No leemos a otros: nos leemos en ellos.
Me parece un milagro que alguien que desconozco
pueda verse en mi espejo.
Si hay un mérito en esto -dijo Pessoa-
corresponde a los versos , no al autor de los versos.
Si de casualidad es un gran poeta dejará
cuatro o cinco poemas válidos
rodeados de fracasos y borradores.
Sus opiniones personales
son de verdad muy poco interesantes.
Extraño mundo el nuestro: cada día
le interesan más los poetas:
la poesía cada vez menos.
El poeta dejó de ser la voz de su tribu
aquel que habla por quienes no hablan.
Se ha vuelto nada más otro entertainer.
Sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica,
sus alianzas o pleitos con los demás payasos del circo,
o el trapecista o el domador de elefantes,
tienen asegurado el amplio público
a quien ya no le hace falta leer poemas.
Sigo pensando
que es otra cosa la poesía:
una forma de amor que solo existe en el silencio,
en un pacto secreto entre dos personas,
de dos desconocidos casi siempre.
[…]
Yo quisiera […]
que la poesía fuese anónima ya que es colectiva
(a eso tienden mis versos y mis versiones).
Posiblemente usted me dará la razón.
Usted que me ha leído y no me conoce.
No nos veremos nunca pero somos amigos.
Si le gustaron mis versos
qué más da que sean míos de otros de nadie.
En realidad los poemas que leyó son de usted:
Usted, su autor, que los inventa al leerlos.
José Emilio Pacheco “recoge la herencia y reflexiona sobre ella”, señaló Octavio Paz en 1966, al esbozar el perfil del entonces joven Pacheco, a quien distinguía por contemplar y reflexionar, además de poseer un temperamento crítico; encontraba en él la crítica y la lucidez, con un estilo concentrado, “se contiene en una claridad quieta” (prólogo de Poesía en movimiento, México 1915-1966, Siglo XXI).
DE ALGÚN TIEMPO A ESTA PARTE (fragmento)
Aquí está el sol con su único ojo, la boca escupefuego que no se hastía de calcinar la eternidad. Aquí está como un rey derrotado que mira desde el trono la dispersión de sus vasallos.
Algunas veces, el pobre sol, el heraldo del día que te enfrenta y vulnera, se posaba en su cuerpo, decorando de luz todo lo que fue amado.
Hoy se limita a entrar por la ventana y te avisa que ya han dado las siete y tienes por delante la expiación de tu condena: los papeles que sobrenadan en la oficina, las sonrisas que los otros te escupen, la esperanza, el recuerdo… y la palabra: tu enemiga, tu muerte, tus raíces.
[…]
De algún tiempo a esta parte, las cosas tienen para ti el sabor acre de lo que muere y de lo que comienza. Áspero triunfo de tu misma derrota, viviste cada día con la coraza de la irrealidad. El año enfermo te dejó en rehenes algunas fechas que te cercan y humillan, algunas horas que no volverán pero que viven su confusión en la memoria.
Comenzaste a morir y a darte cuenta de que el misterio no va a extenuarse nunca. El despertar es un bosque de hallazgos, un milagro que recupera lo perdido y que destruye lo ganado. Y el día futuro, una miseria que te encuentra solo: inventando y puliendo tus palabras.
Caminas y prosigues y atraviesas tu historia. Mírate extraño y solo, de algún tiempo a esta parte.
ALTA TRAICIÓN
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
y tres o cuatro ríos.
ANTIGUOS ALUMNOS SE REÚNEN
Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años.
LAS OSTRAS
Pasamos por el mundo sin darnos cuenta,
sin verlo,
como si no estuviera allí o no fuéramos parte
infinitesimal de todo esto.
No sabemos los nombres de las flores,
ignoramos los puntos cardinales
y las constelaciones que allá arriba
ven con pena o con burla lo que nos pasa.
Por esa misma causa nos reímos del arte
que no es a fin de cuentas sino atención enfocada.
No deseo ver el mundo, le contestamos.
Quiero gozar la vida sin enterarme,
pasarla bien como la pasan las ostras,
antes de que las guarden en su sepulcro de hielo.
LA RUEDA
Sólo es eterno el fuego que nos mira vivir.
Sólo perdura la ceniza.
Funda y fecunda la transformación,
el incesante cambio que manda en todo.
Sólo el cambio no cambia y su permanencia
es nuestra finitud.
Hay que aceptarla y asumirla: ser
del instante,
material dispuesto
a seguir en la rueda del hoy aquí
y mañana en ninguna parte.
LA VERDAD DEL INFIERNO (imitación de Vladimir Holan)
Al poeta nada se le perdona,
ni siquiera su muerte.
Y, no obstante su desdichado ser, permanecen
en cierto modo para siempre,
unos cuantos signos
y de seguro en ellos queda también
no la perfección, que sería el paraíso,
sino la verdad,
aunque tenga que ser el infierno.
INFERNALIA
Anoche no soñé, despierto, comprendí que estaba en el infierno y ustedes eran los demonios.
Una cálida semblanza
“José Emilio transforma los sucesos de la vida diaria en materia memorable. Comparte con Unamuno el sentido trágico de la vida. Su sentido del humor también es trágico”, escribió Elena Poniatowska en 1990, en una extensa semblanza acerca del poeta, “humanista, erudito, extraordinariamente bien informado, gran lector, traductor” (La Jornada Semanal, 19 agosto 1990). Extraemos de su texto algunas pinceladas:
- José Emilio Pacheco es un caso de vocación literaria extraordinaria.
- El primer libro que leyó fue ¿Quo Vadis? Que lo marcó muchísimo, y como le dolía que se acabara el libro, José Emilio empezó a continuarlo con sus propias historias.
- En 1957, Elías Nandino puso a José Emilio, ese muchachito pálido y fino, a hacer notas de libros para la revista Estaciones. Y de ahí para el real. Jaime García Terrés, a quien José Emilio siempre le habló de “usted”, le encargó, en 1960, la última página de la Revista de la Universidad. De ahí surgieron sus Inventarios.
- A los 23 años José Emilio ya era un traductor excepcional del inglés, del francés, del italiano. Sus traducciones de Mallarmé, de Rimbaud, de Montale, de Beckett, sus aproximaciones a Alastair Reid, a Robert Lowell, a Kenneth Rexroth, a Malcom Lowry, a William Carlos Williams, a Carl Sandbur, nos muestran que los jóvenes creadores de hoy están educados dentro del espíritu de las letras norteamericanas y comparten su fantástica rebeldía.
- “Cada buena novela o cada buen libro de poemas que aparece en México es una satisfacción personal que me enseña y me enriquece”, me dijo en 1968 y añadió: “Estoy en contra de la idea de competencia, lo que llaman en inglés la rat’s race. Un escritor sólo compite consigo mismo. Si ve las cosas de otra manera, no le interesa la literatura sino el poder literario”.
- Desde siempre José Emilio ha estado al tanto de todo; lleva la vida nacional impresa en su camisa y las preocupaciones en los bolsillos pesándoles como a Virginia Woolf las piedras que se metió para irse al fondo del río. Cada paso que da es un grito de dolor, pero es también una carcajada hiriente.
- Parece un profeta del desastre, aunque para nuestra desgracia las profecías y el pesimismo de José Emilio Pacheco han sido totalmente desbordadas por la realidad. Ahora nos dormimos los mexicanos repitiéndonos: “José Emilio tenía razón”.
- Se siente horriblemente responsable de todo […] y además cómplice: “porque no hago nada para que las cosas sean de otra manera”. “Esta responsabilidad que podría ser una actitud muy progresista se ve minada desde la raíz por un sentimiento que en parte también es su consecuencia: un pesimismo muy profundo, casi visceral, contra el que he tratado de luchar en vano por medios racionales; pero, por desgracia, es algo con lo que se nace y que la realidad -y la explosión de la información- te confirman y ahondan cada día. W. H. Auden habló de una herida perpetuamente abierta que hace posible que una persona escriba versos”.
- Fiel a sí mismo, siguió siendo el mismo escritor compacto y nítido, el mismo joven tímido que se usaba a sí mismo como vehículo de pensamiento, el mismo que escribía todo el día y leía todo el día, el mismo que se encerraba y producía e iba recogiendo desde el amanecer el material que da la vida.
DE PASO (fragmento)
El tiempo no pasó:
Aquí está.
Pasamos nosotros.
Sólo nosotros somos el pasado.
PREHISTORIA (fragmento)
Nunca jamás encontraré la respuesta.
No tengo tiempo. Me perdí en el tiempo.
Se acabó el que me dieron.
Anónimo: AUTOBIOGRAFÍA
No era.
De pronto fui.
Ya no soy.
(Si añades algo más
será mentira.)
Notas relacionadas
Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco.
Las ruinas de la Ciudad de México, habitadas por José Emilio Pacheco.