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La Celestina, de Fernando de Rojas

Jurista de Toledo, Fernando de Rojas nació quizá en 1465 y murió entre el 3 y el 8 de abril de 1541. Se le atribuye sólo una obra literaria, pero eso bastó para conferirle la inmortalidad como ‘el que compuso la Melibea’.

«-En esto veo la grandeza de Dios […] En haber dado a la naturaleza el poder de colmarte de belleza, y de hacer de mí, que no me lo merezco, la gran merced de contemplarte y en un lugar que resulta tan apropiado para revelarte mi secreto dolor…
-La paga será tan fiera como merece tu loco atrevimiento […] ¡Vete! ¡Vete de aquí, torpe! No puedo tolerar que mi persona sea la causa que haga brotar la semilla de un amor ilícito en el corazón humano.
-Me iré, ya veo que la adversa fortuna se ha fijado en mí con odio cruel…»

La Celestina relata el atropellado romance de Calisto y Melibea, una historia amorosa que inicia mal pero termina… peor. Este relato lo enriquecen sirvientes y otros personajes que ofrecen diversos servicios a los enamorados, entre quienes destaca Celestina, una alcahueta desprestigiada pero muy eficaz en los menesteres del corazón. En su conjunto, el elenco convierte esta obra en un entramado de pasiones sin freno, ambiciones, anhelos frustrados y traiciones; una historia de intrigas enlazadas por el fatídico azar; una mezcla de comedia y tragedia.

¿No sabes tú quién soy? Estoy en el negocio de la putería. Cállate, no ofendas mis canas, soy una vieja como Dios me hizo, no peor que otras. Vivo de mi oficio, como cualquiera, y lo ejerzo limpiamente. A quien no me quiere no lo busco. A mi casa me vienen a buscar y a rogarme. Si vivo bien o mal, Dios lo sabe… (Celestina)

En realidad, todos saben quién es Celestina.

Una vieja barbuda. Es hechicera, astuta, conocedora de cuantas maldades hay. Pasan de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad. A las rocas más duras puede conmover e incitar a la lujuria, si se lo propone… (Sempronio)

Aunque esta obra se ambienta en la sociedad española a finales del siglo XV, su popularidad se mantuvo al paso de los años gracias a sus diversos atributos literarios y a su intenso contenido humano. Un siglo después, Miguel de Cervantes Saavedra la elogiaba, afirmando que sería “un libro divino, si encubriera más lo humano”.

Ya en el siglo XX, el especialista Harold Bloom colocó a Fernando de Rojas al lado de las principales figuras del Siglo de Oro español, como Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina y Góngora. Este crítico consideraba La Celestina una “gran obra dramática, no del todo católica en su salvaje amoralidad y su falta de presupuestos teológicos” (El canon occidental, Anagrama, 2021).

Y es que Fernando de Rojas eligió con cuidado a sus personajes para expresar a través de ellos, sin miramientos, una severa crítica a los vicios y las debilidades humanas.

A mí se me quiere por lo que soy. Al rico, por su hacienda… Las riquezas no hacen rico al hombre, sólo lo mantienen ocupado. No le hacen señor, sino siervo. Muchos más son los poseídos por las riquezas que los que las poseen… El hombre rico tiene una docena de hijos y nietos que no reza otra oración, que no hace otra petición a Dios, que no sea la de que se lo lleve cuanto antes… (Celestina)

Por su parte, la escritora Soledad Puértolas comenta: “La he disfrutado como novela moderna que cuenta la intensidad de las emociones de todos y cada uno de los personajes. La pasión física, el deseo, la codicia, la avaricia, el amor paterno, el amor filial, la amistad, las alianzas, la crueldad… Todo está ahí, vivido y sentido. Y llega hasta nosotros” (prólogo de la colección “Odres Nuevos”, Ed. Castalia, 2012. De esta edición, que actualizó la escritora para restituir su espléndido lustre a este clásico, se tomaron las citas para este texto).

Del repudio al deseo

En el origen, Melibea experimenta indignación, sorprendida de que Calisto (“ese loco deslenguado, ese fantasma nocturno”) no siga las pautas de la galanura cortesana que exigían un largo y cauteloso cortejo, en el cual estaba proscrito hablar de amor en los primeros encuentros. Apegada a las severas normas sociales, rechaza al enamorado, aunque más tarde sean esas normas las que torcerán la intensa pasión entre ambos.

Has de saber, Pármeno, que Calisto tiene penas de amor. No lo juzgues débil por tal causa, que el amor imposible es el más poderoso… Quien ama de verdad necesita entregarse a la dulzura del supremo placer para que el linaje humano se perpetúe… (Celestina)

Pese al desafortunado encuentro inicial, el deseo amoroso entre Calisto y Melibea se tornará arrebatado e incontenible, similar al que abrasaba a Tristán e Isolda.

Un fuego oculto, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una placentera dolencia, un alegre tormento, una dulce y profunda herida, una blanda muerte… (Celestina)

En el caso de Melibea, la obra insinúa que su apasionamiento podría ser resultado de una hechicería, como le ocurrió a la célebre pareja medieval.

¿Adónde han ido a parar mi honestidad y mi vergüenza, los dones que mi condición de doncella me obligaban a guardar?… ¡Oh, Dios Todopoderoso… humildemente te suplico que proveas a mi herido corazón de la necesaria calma y resistencia para ocultar la terrible pasión! He de mantener intacta la castidad y mentir sobre la causa del dolor que me atormenta… ¡Ay, sexo femenino, cuán débil y frágil eres! ¿Por qué no les estará permitido a las hembras desvelar a los varones su angustioso y ardiente amor?…

Respecto a Calisto, su comportamiento ya no se contenta con la actitud cortesana de sufrimiento mudo y distante (consagrado en el Cancionero de Petrarca); a Calisto le urge tener el amor de Melibea cuanto antes, sin importar el cómo y sin freno alguno.

¿Para qué controlar la pasión? Señora mía, disculpa la audacia de mis manos. En su indignidad y sus escasos merecimientos, nunca pensaron que tocarían tu ropa, pero ahora sólo desean alcanzar tu hermoso cuerpo y tus bellas y delicadas carnes…

Desde sus primeras ediciones, esta obra alertó que estaba “compuesta en represión de los locos enamorados que, vencidos en su desordenado apetito, a sus amigas llaman y dicen ser su Dios. Asimismo hecha en aviso de los engaños de las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes”.

Pícaros, sirvientes y amos

Olvida las vanas promesas de los señores, que a ellos no les cuesta nada prometer. Son como sanguijuelas, desagradecidos, déspotas, olvidadizos, tacaños. ¡Pobre de aquel que envejece en palacio!… Los señores sólo se aman a sí mismos… Sus servidores deben de hacer lo que hacen ellos. No existe la nobleza ni la magnificencia… (Celestina)

El Medievo vivía sus últimos estertores. En la sociedad del siglo XV aún dominaba la alta nobleza, a la que le seguía el grupo compuesto por la baja nobleza, caballeros y burgueses, este conjunto vivía de las rentas de sus tierras, el comercio y las finanzas. Eventualmente se sumaban “hombres nuevos” que poseían privilegios de la caballería y un cierto nivel de riqueza. En contraste, los sirvientes “trabajaban a cambio de alojamiento y sustento, percibiendo el salario o dote al concluir el contrato, lo que dificultaba su ruptura o el abandono de la casa donde servían”, refieren los académicos María Jesús Lacarra y Juan Manuel Cacho Blecua (Historia de la literatura española, tomo 1, Ed. Crítica, 2012).

Las muchachas que sirven a las señoras no tienen tiempo para el placer ni conocen los dulces regalos del amor… Las mozas les dan lo mejor de la vida y ellas les pagan el servicio de diez años con un vestido gastado y medio roto que ya no usan. Las insultan y maltratan, las tienen sojuzgadas, callan en su presencia. Y cuando se ven en el trance de casarlas, las calumnian… Nadie las llama por su nombre, sino “puta” por aquí, “puta” por allá. ¿A dónde vas, tiñosa? ¿Qué has hecho, bellaca? ¡Qué mal has fregado el sartén, puerca! ¡Qué sucio llevas el manto, asquerosa! ¿Dónde está la toalla, ladrona?… Tales palabras van acompañadas de mil patadas, pellizcos, palos y azotes. No existe muchacha capaz de contentar a estas señoras… (Areúsa)

A diferencia de obras anteriores en las que se utilizaba un lenguaje correcto al citar a las clases populares, en La Celestina el habla caracteriza y distingue los estratos sociales. Así, las clases mejor acomodadas intentan expresar sus ideas con elegantes frases ingeniosas y sus sentimientos con un tono poético y cortesano; el pueblo, por su parte, explota la picaresca y su tono es áspero, altisonante.

¡Necio, locuelo, inocentón! ¡Ven aquí, putico! No pongas esa cara de enfado, Pármeno, que no sabes nada del mundo ni de sus placeres. Pero yo te buscaré una mujer, que ya tienes la voz gruesa y pelos en la barba y la punta de la barriga debe de andar inquieta… (Celestina)

Pero detrás del léxico empleado, cualquiera que este sea, se ocultan falsas cortesías, aviesas intenciones, maledicencia, desprecios, resentimiento. Entre los diversos estratos sociales que figuran en esta obra hay una coincidencia: todos buscan que se cumplan sus deseos, aunque sea mediante engaños.

Si hay alguna diferencia entre la mujer noble y la plebeya es solamente su grado de hipocresía, afirma categórica la taimada Celestina.

En ese mismo sentido, Lacarra y Cacho Blecua señalan: “Las costumbres de Calisto, en contraste con sus palabras, denuncian sus impulsos y sus desobediencias, inaceptables para un amante cortés”.

Melibea tiene los ojos verdes, rasgados, las pestañas larguísimas, las cejas finas y altas, la nariz de proporción mediana, la boca pequeña, los dientes menudos y blancos, los labios rojos y llenos, el contorno del rostro más alargado que ancho, el pecho alto. La redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te las podría describir? El hombre que las mira se queda encandilado… De lo que no se puede ver, puede deducirse la belleza por las partes que vemos… (Calisto)

Honor y fortuna

En una sociedad sumamente estratificada, se intentaba imponer el acatamiento de rígidas normas sociales mediante la amenaza de que su incumplimiento podría significar la pérdida de los bienes materiales e incluso de la vida. En ese sentido, la honorabilidad ocupaba un sitio tan destacado como la riqueza.

¡Mis secretos se han hecho públicos en plazas y mercados! ¿Qué será de mí?… ¡Qué grande es mi desgracia, mi hacienda corre de mano en mano y mi nombre de lengua en lengua!… (Calisto)

Burlar las reglas o leyes exigía una absoluta discreción de todos los involucrados, cosa que no siempre se lograba ya que los sirvientes con facilidad ventilaban los asuntos íntimos de sus amos, como le ocurre a Socia:

Verás qué de halagos le voy a hacer. Cuando salga de aquí, será otro. Le sacaré todo lo que busco, como él saca el polvo a los caballos con el cepillo… (Areúsa)

No en vano se dice que vale mucho más un día del hombre discreto que toda la vida del necio y el simple… (Elicia)

En La Celestina, las reglas del honor son letra muerta y la indiscreción tampoco es exclusiva de las clases bajas. Calisto habla abiertamente de sus deseos amorosos, involucra en sus correrías cada vez a más personas y se vanagloria de sus placeres.

…pon en mis oídos la suave música de aquellas palabras, aquellas desganadas resistencias, esos “Apártate, señor, no te acerques tanto”, ese “No seas desvergonzado” que sus delicados labios pronunciaban, ese “No quieras mi perdición” que decía de rato en rato, esos amorosos abrazos entre palabra y palabra, ese soltarme y prenderme, ese huir y acercarse, esos besos dulcísimos, esas palabras de despedida. ¡Cuánta pena salió de su boca! ¡Cuántas lágrimas, como granos de aljófar, derramaron sus ojos claros y resplandecientes!…

Incluso llega al extremo de pretender tener observadores de sus encuentros amorosos. Cuando Melibea le ordena a su doncella que se retire, Calisto protesta: “¿Por qué, señora? Me alegra tener testigos de mi gloria”.

A pesar de ser arrastrada por el torrente de la pasión, Melibea intenta imponer infructuosamente un poco de cordura.

Tus dulces burlas me complacen, pero tus deshonestas manos me dan pesadumbre cuando se sobrepasan. Hay mil formas de disfrutar, yo te las explicaré. No me destroces ni maltrates como sueles. ¿Qué provecho obtienes de rasgar mis vestiduras?…

Muchas ilegalidades, dos tipos de justicia

El entorno social descrito en La Celestina es sumamente hostil. En las sombras de la noche se mueven asesinos a sueldo, asaltantes, violentos pelotones de guardias y, desafiando esos riesgos, amantes furtivos acompañados por temblorosos sirvientes. En el día, otros personajes operan al margen de las leyes y convenciones sociales, como Celestina, ofreciendo servicios íntimos a quien pueda pagarles.

Aunque la ilegalidad sea intuida, es hasta que sale a la luz pública que provoca el enardecimiento colectivo, el cual unas veces deriva en el linchamiento y otras en la exigencia de un castigo brutal, porque la colectividad entiende la justicia como una forma de revancha.

…pon fin a tus quejas, enjuga tus lágrimas, seca tus ojos, vuelve en ti. Terrible es este mal, pero se superará. Hay cosas que no tienen remedio, pero sí venganza. El que comió, que pague… (Areúsa)

Y es que la justicia no es igual para todos. Los altos estratos de la sociedad reciben un trato preferente, en función de su cercanía con autoridades y jueces:

Juez, mal me has pagado el pan que mi padre te dio de comer. Yo pensaba que tenía tu favor y que podía matar a mil hombres sin temor de ser castigado. Me has traicionado. Dirán de ti que has sido alcalde a causa del error que cometieron unos hombres buenos… Los hombres viles, cuando se hacen poderosos, no tienen parientes ni amigos… ¡Qué peligrosa es la justicia cuando el juez es injusto!… (Calisto)

[Pero luego recapacita:] El juez no quiso que se produjera más bullicio, lo que me habría perjudicado, no quiso esperar a que la gente se levantara y oyera el pregón de mi infamia, y por eso los hizo ajusticiar tan de mañana [a mis sirvientes]… de todo lo cual se sigue que estoy en deuda con él y que no debo considerarlo como un criado de mi padre sino como un verdadero hermano…

Retrato costumbrista

Esta obra refiere algunos de los principales oficios urbanos de la época: herreros, carpinteros, armeros, herradores, caldereros, curtidores, ahuecadores de lana, peinadores, tejedores, labradores de huertas…

Se mencionan otras actividades sin prestigio social y que dependen en gran medida del azar, como las mesas de juego y los asesinos a sueldo: “Tengo un repertorio de setecientas setenta especies de muertes”, dice Centurio. En particular, destacan los múltiples servicios que ofrece Celestina:

Sabe mucho de yerbas medicinales, es doctora de niños y hay quien la tiene por lapidaria, de esas que curan con piedras preciosas… (Lucrecia)

En su casa fabricaba perfumes, mezclando bálsamos, resinas, flores y muchas otras sustancias y polvillos. Tenía un cuarto lleno de alambiques y todo tipo de recipientes de barro, de vidrio, de cobre, de estaño, y en ellos hacía cremas, aguas y pinturas para las mujeres. Para dar tersura a la piel, utilizaba zumo de limón, polvos de raíces de plantas, tuétano de corzo y de garza y de otras combinaciones. Elaboraba agua de olor con rosas, azahar, jazmín, trébol, madreselva, clavelinas, mosquetas, que secaba y pulverizaba y luego mezclaba con vino. Hacía lejía para aclarar el pelo, utilizaba sarmientos de centeno, salitre y otras cosas. Tenía gran cantidad de untos y mantecas: de vaca, de oso, de caballos, de camellos, de culebra, de conejo, de ballena, de garza, de alcaraván, de gamo, de gato montés, de tejón, de ardilla, de erizo, de nutria. Del techo de su casa colgaban muchas hierbas y raíces: manzanilla, romero, malvavisco, culantrillo, flor de saúco y de mostaza, espliego, laurel blanco, gramonilla, flor salvaje, higueruela, pico de oro y hoja tinta. Los aceites que fabricaba para el rostro eran algo increíble: de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de piñones, de altramuces, de arvejas… En cuanto a los virgos, los hacía de muchas clases. Unos los recomponía con vejiga, otros los cosía… Conocía remedios para olvidar los amores y para disfrutarlos. Guardaba huesos de corazón de cuervo, lengua de víbora, cabezas de codornices, sesos de asno, tela de caballo, mantillo de niño, haba morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de yedra, espina de erizo, pie de tejón, granos de helecho, piedras del nido del águila, y otras mil cosas… (Pármeno)

Poderes superiores

Con áspero humor, Fernando de Rojas retrata las creencias de la población y las diversas fuerzas a las que apelaba en búsqueda de remedio para sus males.

El fervor religioso, por ejemplo, aparece con un acentuado carácter pragmático. El clamor entre los personajes de La Celestina se reduce a pedir el cumplimiento de sus deseos más egoístas.

¡Oh, Dios Todopoderoso! A ti, que guías a los que se pierden… humildemente te ruego que guíes a mi criado Sempronio [hacia Celestina], de manera que mi pena y mi tristeza se conviertan en gozo y yo, aunque indigno, merezca el deseado fin… (Calisto)

Las campanas llaman a misa. Acércame la ropa, que quiero ir a la iglesia de la Magdalena a pedirle a Dios que inspire a Celestina para que Melibea cure pronto mi mal… (Calisto)

Incluso se invoca a la divinidad como instrumento de venganza. “Que Dios guíe tu mano. A él te encomiendo”, dice Areúsa al sanguinario asesino Centurio, tras solicitarle que mate a Calisto.

Las plegarias dependen de la bonanza:

Cuando la casa está bien surtida, sobran los santos… (Sempronio)

A médicos, curanderos y hechiceros se les veía como intermediarios con las entidades superiores. La medicina medieval era una peculiar mezcla de herbolaria ancestral con brebajes, aceites y remedios cercanos a la hechicería, reforzados con una fuerte dosis de esperanza mística.

Si me cuentas tu mal, buscaremos remedio. No han de faltar medicinas ni médicos ni sirvientes para la recuperación de tu salud, ya se trate de hierbas, de piedras, de palabras o de algo que se encuentre en los cuerpos de animales… (Pleberio)

Dios es el único que todo lo puede, pero repartió entre las gentes dones que nos ayudan a encontrar medicinas para curar las enfermedades y, ya sea por experiencia, por arte o por instinto, algo le alcanzó a esta pobre vieja… (Celestina)

En un plano más básico y terrenal, algunas personas preferían confiar en el enorme poder de la seducción carnal:

¿Has visto? Sé cómo tratar a estos rufianes, así es como salen de mis manos los asnos, bien apaleados; los apresurados, confusos; los discretos, espantados; los devotos, alterados; los castos, encendidos. Aprende, prima, que este arte es distinto del que tenía Celestina… (Areúsa)

Primeras ediciones de esta obra

Impresa en 1499 en Burgos y reimpresa al año siguiente en Toledo, Salamanca y Sevilla, inicialmente llevó por título Comedia de Calisto y Melibea, constaba de XVI actos y carecía de autor. En 1501 aparece una edición más completa, con una carta-dedicatoria del autor, un resumen introductorio de cada acto y un poema que (a la manera del Arcipreste de Hita) se excusa de esta obra atribuyéndole fines didácticos, pues “amonesta a los que aman, [para] que sirvan a Dios y dejen las malas cogitaciones y vicios del amor”:

Vos, los que amáis, tomad este ejemplo, este fino arnés con que os defendías: volved ya las riendas, porque no os perdáis… notad bien la vida que aquestos hicieron, tened por espejo su fin cual hubieron…

Se trata de un poema acróstico cuyas letras al inicio de cada línea forman la frase: “El bachiller Fernando de Rojas acabó la comedia de Calisto y Melibea y fue nascido en la Puebla de Montalban”.

Para Lacarra y Cacho Blecua, resulta verosímil la explicación del propio Fernando de Rojas: “En Salamanca conocería los papeles iniciales, quedaría entusiasmado y decidiría prolongar el texto. Esto explicaría la coherencia entre el acto primero y su continuación (hasta el punto de que a Rojas se le ha atribuido la responsabilidad de toda la obra). Entre 1496 y 1499 le añadió quince actos más. Muy pocos años después decidió por segunda vez ‘meter la pluma en tan extraña labor y tan ajena de mi facultad, hurtando algunos ratos a mi principal estudio’. El resultado son los 21 actos publicados en los primeros años del siglo XVI, ya con mayor claridad en el texto y perfeccionada su retórica en un diálogo cada vez mejor construido y más libre”.

-Haz lo que tengas que hacer, que tu remedio no me producirá más dolor que el que ahora padezco. Aunque afecte a mi honra, dañe mi fama y lastime mi cuerpo, aunque tengas que abrir mi carne para sacar mi dolorido corazón… (Melibea)
-Mi señora ha perdido la cabeza. ¡Qué desgracia! La hechicera la tiene en sus manos… (Lucrecia)

Desde 1502, las ediciones incluyeron una conclusión y cambiaron el título por Tragicomedia de Calisto y Melibea.

Lacarra y Cacho Blecua explican: “La mezcla de personajes, estilos, tristeza y alegría, seriedad y comicidad deshacía la división tradicional: no era una tragedia por su forma de expresión, personajes y argumento –sí por su final-, ni tampoco una comedia canónica: era algo nuevo, una tragicomedia, en consonancia con una inusitada mezcla de géneros, acorde con la libertad creativa de su autor y con los desordenados tiempos que reflejaba”.

Esta obra “presenta la crisis de valores sociales y morales de la sociedad de finales del siglo XV. Los personajes viven en un mundo desordenado, en contienda, lo que conduce a funestas consecuencias que afectan a casi todos, proyectados en muy diversificados grupos sociales, con una complejidad y novedad inusitada en las letras españolas”.

[Hoy la vida es] un laberinto de errores, un desierto espantoso, una morada de fieras, una laguna de cieno, una región cuajada de espinas, un campo pedregoso, un prado lleno de serpientes, un huerto sin fruto, un río de lágrimas, un mar de miserias, un trabajo sin provecho, un dulce veneno, una vana esperanza, una falsa alegría, un dolor verdadero… (Pleberio)

Al afinar la obra, Rojas muestra “una visión del mundo más escéptica e irónica, emplea de forma distinta el diálogo, el tiempo, las causas y los efectos… Incorpora nuevos matices al mundo recreado. Conocemos a los personajes por sus palabras, sus hechos, no siempre acordes… En consecuencia, los intervinientes pueden tener múltiples caras, ser vistos de formas distintas, complementarias y poliédricas como nunca había sucedido en la literatura española”.

¿Obra teatral? No… y sí

Al estar conformada por una serie de diálogos entre los personajes, con acotaciones donde éstos revelan sus auténticos pensamientos, La Celestina es una obra escrita para su lectura en voz alta. Desde las primeras ediciones se recomendó la lectura grupal, o por una sola persona que diera el adecuado tono a cada personaje: “Finge, leyendo, mil artes y modos, / pregunta y responde por boca de todos, / llorando y riendo en tiempo y sazón”.

Al respecto, Lacarra y Cacho Blecua hacen precisiones indispensables. Señalan que en el siglo XV se diversificaron las expresiones teatrales y en los espectáculos cortesanos cobraron relevancia el teatro profano y la poesía teatral; también proliferaron el teatro escolar “humanístico” y el teatro callejero. En esa ramificación de la dramaturgia surgió una modalidad representable llamada “diálogo”, la cual Fernando de Rojas transformó y amplificó en La Celestina.

Por ejemplo, las variadas y crudas acotaciones que en esta obra acompañan los diálogos caracterizan a los personajes y revelan sus sentimientos, al tiempo que expresan las múltiples percepciones que pueden existir acerca de una misma realidad.

Lacarra y Cacho Blecua amplían: “Este texto pionero introducía múltiples innovaciones en la literatura española: una obra teatral que abría nuevas vías hasta entonces desconocidas; los más variados personajes expresaban su compleja individualidad y a veces la modificaban en el transcurso de la obra en función de sus experiencias vitales; contraponía universos socialmente antitéticos (señores frente a clases subalternas); mostraba una rica diversidad en las clases subordinadas; cobraban extraordinaria importancia los estratos inferiores y marginales de la sociedad, en plano de igualdad dramática con los amos, todos ellos proyectados sobre un ambiente social en crisis y sobre un mundo urbano que nunca había tenido tanta importancia… Nunca en castellano se habían recreado indirectamente escenas eróticas con tanta libertad… Cada personaje exhibe su visión del mundo sin que el autor introduzca marcas explícitas sobre la valoración moral de sus discursos”.

En resultado fue un éxito extraordinario. En 135 años, La Celestina fue impresa 110 veces (superando a cualquier texto de la época). Con entusiasmo, cada impresor metía mano al texto sin el consentimiento de Rojas. Sin embargo, la mayor intervención ocurrió en 1633, cuando la Inquisición mandó eliminar varios pasajes, lo que propició el declive en la popularidad de esta obra.

Aunque por tres siglos fue considerada una pieza teatral, a finales del siglo XVIII “los neoclásicos rechazaron esta adscripción por no ajustarse a su concepto dramático, dada su longitud e irrepresentabilidad”. En ese entonces optaron por clasificarla como “novela-dialogada”.

Celestina superó a los amantes

Desde el siglo XVI, esta obra adquirió gran popularidad en Italia, Francia, Países Bajos, Inglaterra y Alemania, donde su título original se diluyó para ser identificada como La Celestina, dada la vigorosa fuerza de este personaje.

Tráeme el bote de aceite que cuelga de la soga. Lo traje del campo una noche oscura y lluviosa. Abre el arca y encontrarás un papel donde hay unas letras escritas con sangre de murciélago; está debajo del ala del dragón a quien ayer le arrancamos las uñas… Ve al cuarto de los ungüentos. En el pellejo de gato negro donde te dije que guardaras los ojos de la loba está lo que necesito. Y trae también la sangre del cabrón y unos mechones de las barbas que tú misma le cortaste…

Y es que Celestina correspondía plenamente a “la realidad social de su tiempo en el que abundaban brujas, hechiceras y dueñas de casas de citas, bien documentado en los procesos de la época y del siglo XVI”. Celestina “conoce un sistema mágico complejo, gracias a un aprendizaje consciente, basado en fórmulas, libros, leyes, practicado por lo común como un oficio”, refieren Lacarra y Cacho Blecua.

Yo te conjuro, triste Plutón, señor de los infiernos, emperador de los que padecen castigos, capitán de los ángeles condenados, señor del fuego y el azufre que manan de los volcanes, gobernador de los tormentos que sufren las almas pecadoras… proveedor de las brujas voladoras y de toda la caterva de espantosas y terribles hadas… Te conjuro para que te presentes sin tardanza y obedezcas mi voluntad. Envuélvete en este ovillo de hilo y no salgas hasta que Melibea lo compre y quede atrapada en su magia. Cuanto más lo mire, más se irá ablandando su corazón, que tú abrirás y herirás con el violento amor de Calisto, hasta que ella se desprenda de toda honestidad…

Compendio de sabiduría popular

En La Celestina, preámbulo de la novela picaresca española, los personajes exhiben un discurso exuberante en ideas, juegos verbales, ingenio y sentencias.

“La lengua es un torrente casi salvaje, lleno de fuerza y de luz y extremadamente ambicioso, que busca precisión, matices, juego, belleza, claridad, complejidad, expresividad, comunicación, arte… Todos los personajes hablan mucho. Son elocuentes y hacen uso de innumerables recursos lingüísticos y estilísticos. El autor lo prueba todo: encadenamientos, enumeraciones, dichos populares, citas de autores clásicos, referencias míticas…”, señala Soledad Puértolas.

En este sentido, destaca la presencia del refranero popular, ese compendio de sabiduría generado por la vida cotidiana. Algunos refranes ya son de escaso uso, otros han permanecido vivos por más de 500 años:

Ya conoces el dicho: “Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”… Algo sacaré yo: a río revuelto, ganancia de pescadores… (Pármeno)

Eso suena a excusa. A otro perro con ese hueso… (Areúsa)

¡Mira que tranquila está la barbuda! A dineros pagados, brazos quebrados… Bien dice el refrán que quien muchas veces va a por lana vuelve trasquilado… Donde el fraile canta, allí yanta… “Riñas por San Juan, paz para todo el año”, dice el refrán… Quien mucho abarca, poco aprieta… No en vano se dice: “Cargado de hierro, cargado de miedo”… No quiere dar nada, como dicen los niños: “De lo poco, poco; de lo mucho, nada”… (Sempronio)

A quien madruga Dios le ayuda… Dice el refrán: “Riñen las comadres y dícense las verdades”… (Elicia)

No por mucho madrugar, amanece más temprano… Bien pueden aplicarse a tu caso los dichos: “Del monte sale quien el monte quema” y “cría cuervos, que te sacarán los ojos”… (Calisto)

Cada cual habla de la feria según le va en ella… (Melibea)

Una cosa piensa el caballo y otra el que lo ensilla… (Tristán)

Así dicen: pan y vino hacen el camino, que no mozo garrido… En todas partes se cuecen habas, señora… Siempre se rompe la soga por la parte más débil… Un clavo saca otro clavo… Viejo es el refrán que dice: “Quien menos procura, mayor bien alcanza”… Que no paguen justos por pecadores… Consuélate, señor, que “no se ganó Zamora en una hora”… No sólo de pan vive el hombre… Como suele decirse: “No da paso seguro quien corre por el muro y aquel que va más sano anda por el llano”… De sabios es cambiar de opinión… No es oro todo lo que reluce… (Celestina)

Una obra moderna

Soledad Puértolas destaca que La Celestina no sea una novela poblada de descripciones, al estilo decimonónico. “Precisamente por eso resulta tan moderna. Es el lector quien imagina, quien crea el contexto, a partir de los poquísimos datos que se le ofrecen”.

Lo que maravilla al lector de hoy, añade Puértolas, son los diálogos, los monólogos, la naturalidad en los cambios de enfoque. “Somos testigos privilegiados de los continuos enredos de la vida, de los múltiples intereses que entran en colisión. Eso es lo que destaca por encima de las convulsiones sociales de la época”.

A pesar del amor, los enredos y el humor, el pesimismo flota en la atmósfera.

No hay sufrimiento que el tiempo no calme. La herida no dura eternamente. La alegría del placer también se consume. El mal y el bien, la prosperidad y la adversidad, la gloria y la pena, todo pierde con el tiempo la fuerza de su entusiasmado principio… (Sempronio)

Poco dura la dulzura en esta breve vida… (Calisto)

En la conclusión que le añadió, Fernando de Rojas explicó:

No dudes ni tengas vergüenza, lector.
Narrar lo lascivo, que aquí se te muestra:
que siendo discreto verás que es la muestra
por donde se vende la honesta labor…

No obstante, más de 500 años después de su publicación, La Celestina sigue siendo una obra audaz, atrevida, que continúa escandalizando a los sectores más conservadores.

[ Gerardo Moncada ]

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