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Chanson de Roland, obras fundacionales

El 15 de agosto del año 778 ocurrió la batalla de Roncesvalles, en la que fue diezmada la retaguardia del ejército de Carlomagno, comandada por su sobrino Roland. Ese episodio dio origen a uno de los principales cantares de gesta del Medievo.

En la temprana Edad Media, ante un imperio romano atomizado y agonizante, la expansión de los musulmanes fue arrolladora en Medio Oriente y en el norte de África.  En el siglo VII, el reino visigodo de España sucumbió ante los árabes que, tras ocupar la mayor parte de la península Ibérica, pasaron a las Galias. A principios del siglo VIII, el duque de Austria Carlos Martel logró contener el avance de los árabes en el centro de Europa. Su hijo, Pipino el Breve, heredó el cargo de mayordomo del reino franco y logró replegar a los invasores hacia los Pirineos. Para ello, recibió apoyo del papado a cambio de dos condiciones: primera, que defendiera al Papa de los lombardos, que ocupaban el norte de Italia, y segunda, que Pipino se erigiera como el campeón del cristianismo en contra del islam. El pacto fue mutuamente benéfico y se reforzó cuando el heredero Carlos tomó el reino franco y emprendió exitosas guerras de conquista que le dieron el nombre de Carlos el Grande, o Carlomagno. Derrotó a los lombardos en Italia, a los sajones en Germania, a los ávaros en la región del Danubio, pero los musulmanes seguían representando una amenaza en los Pirineos y además contaban con sólidas bases en España. Así, Carlomagno decidió cruzar esas montañas para establecer una zona de seguridad desde España.

“La expedición del año 778 al norte de España terminó con la catástrofe de que guardó memoria la Chanson de Roland. La retaguardia del ejército franco, mandada por el conde Roland, sobrino de Carlomagno, fue sorprendida y aniquilada por los pueblos montañeses -la Chanson habla de musulmanes-, y los propósitos que movieron la expedición no fueron cumplidos. Pero Carlomagno consideró que era imprescindible para su seguridad alcanzarlos, y renovó más tarde las operaciones con fuerzas superiores, hasta que logró apoderarse de toda la región situada entre el río Ebro y los Pirineos, en la que organizó una “marca” o provincia fortificada que debía servir de límite y defensa del imperio” (José Luis Romero, La Edad Media, Ed. FCE).

Carlomagno logró constituir un imperio tan vasto como el extinto imperio romano de Occidente (sin España pero incluyendo a Germania). Su gran aliado en esta empresa -y el que a la postre obtendría los mayores beneficios- fue el papado, “que se consideraba heredero de la tradición romana y pugnaba por reconstruir un orden universal cristiano”. Hasta antes de apoyar las empresas militares de Pipino el Breve y Carlomagno, el papado no tenía ni deseos ni posibilidades de sobrepasar el plano espiritual, sólo aspiraba a establecer un dominio sobre la cristiandad. Los triunfos bélicos le dieron la fuerza necesaria para comenzar a intervenir en la vida política.

Tres siglos después

La Chanson de Roland es un bello poema épico francés escrito 300 años después del hecho histórico. En él se aprecian las raíces de lo que conformaría la cultura francesa, así como los orígenes de Francia como Estado Nación, a través de su antagonismo religioso y bélico con la cultura árabe.

Como cantar de gesta, el escenario dominante de esta obra es el campo de batalla, espacio donde por supuesto se desplegaba el poderío militar como principal atributo, pero ahí también se expresaban otras cualidades como el heroísmo, la lealtad, el honor, la camaradería, el afecto al terruño y a la comunidad de origen, así como sus contrapartes: el engaño, la ambición, la envidia, la traición, la venganza, la inclemencia, la barbarie, el repudio a otras culturas.

Todo lo anterior confluye, perfilando aspectos medulares del origen de la nación francesa.

Si bien la Chanson de Roland está datada a finales del siglo XI, es difícil definir la fecha real de su origen, pues fue transmitida por la tradición oral durante años, sufriendo diversas transformaciones (recortes, adiciones, correcciones) al gusto de los juglares que llevaban los relatos de un sitio a otro. La mayoría de los cantares de gesta que hoy conocemos son versiones “mejoradas” por clérigos (no necesariamente religiosos) que en algún momento les dieron un formato escrito. A partir de ese momento, comenzó otro proceso histórico de cambios que fueron adaptando tales cantares al estado de evolución de su lengua a lo largo del tiempo. Hoy coexisten versiones antiguas con otras contemporáneas; los casos más académicos de estas últimas van acompañadas de explicaciones acerca del criterio aplicado en distintos pasajes para actualizar el escrito.

Entre los cantares de gesta que se conservan en Europa, la Chanson de Roland es el más antiguo de los que fueron escritos en lengua romance. Esto le da un atributo adicional, como testimonio documental del origen de la lengua francesa.

A pesar de haber transcurrido tantos siglos y al margen de lo más anecdótico, la Chanson de Roland revela que en actitudes, creencias e ideas, buena parte de nuestras sociedades actuales conservan fuertes ligas ideológicas y culturales con el Medievo.

Chanson de Roland o El Cantar de Roldán

“-Señores barones -dice el emperador Carlos-, el rey Marsil me ha enviado a sus mensajeros. Desea darme de sus riquezas a profusión: osos y leones, perros amaestrados para que les pueda llevar con correa, setecientos camellos y mil azores a punto de ser mudados, cuatrocientas mulas cargadas de oro de Arabia y además cincuenta carros. Pero me pide que me retire a Francia: dice que me seguirá a Aquisgrán, a mi palacio, y que recibirá nuestra ley, la más santa, según confiesa; será cristiano, tendrá sus tierras como vasallo mío. Pero ignoro cuál es el fondo de su corazón…”

“El conde Roldán, que no está de acuerdo, al momento se yergue para contrariarlo. Le dice al rey:
-¡Desdichado de vos, si creéis las palabras de Marsil! Son ya siete años enteros los que llevamos en España. He conquistado para vos Noples y Comibles; he tomado Valtierra y les tierras de Pina, Balaguer, Tudela y Sevil. Entonces el rey Marsil llevó a cabo una gran traición: envió a quince de sus infieles hacia vos, llevaban todos una rama de olivo en la mano y os dijeron las mismas palabras que ahora. Pedisteis consejo a vuestros franceses. A fe que os lo dieron muy insensato: enviasteis al infiel a dos de vuestros condes, uno era Basán y el otro Basilio; cerca de Altamira, en pleno monte, cortó sus cabezas. ¡Continuad la guerra como la emprendisteis! Conducid a Zaragoza a la flor de vuestro ejército; ponedle sitio, así deba durar toda vuestra vida, y vengad a aquellos que el traidor mandó matar…”

[Ganelón critica a Roldán:] “No debe prevalecer el consejo de orgullo. ¡Dejemos a los locos, atengámonos a los juiciosos!…”

“-Son los franceses hombres de gran nobleza -observa Blancandrin-. Mas causan grandes males a sus señor esos duques y esos condes que en tal manera lo aconsejan: lo agotan y lo pierden, y con él a todos los que lo rodean.
-Eso no reza con nadie, que yo sepa [dice Ganelón], si no es con Roldán, a quien le habrá de pesar algún día. La otra mañana […] díjole a su tío ‘os ofrezco como presente las coronas de todos los reyes’. Su orgullo habrá de perderlo, pues todos los días se brinda a la muerte como presa. ¡Venga quien lo mate! Gozaríamos entonces de una paz completa.
-¡Bien se merece el odio Roldán -dice Blancandrín-, pues ambiciona someter a su dominio a todas las naciones y pretende apoderarse de todas las tierras! Mas, ¿quién habrá de respaldarlo en tales empresas?
-¡Los franceses! Tanto lo aman que jamás podrán abandonarlo. Les da oro y plata en abundancia, mulas y corceles, telas de seda y armaduras. Al mismo emperador le regala cuanto desea: habrá de conquistarle estas tierras hasta Oriente.
Tanto cabalgaron juntos Ganelón y Blancandrín que llegan a hacerse una promesa mutua, jurando cumplirla sobre su fe: buscar el modo de que muera Roldán…”

“-Me maravilla en gran manera Carlomagno -repite el rey Marsil- […] ¿cuándo se cansará por fin de guerrear?
-Nunca -dice Ganelón-, mientras viva Roldán. No hay ninguno tan valeroso como él desde aquí hasta el Oriente. Y también su compañero Oliveros es varón esforzado. Y los doce pares, que tanto ama Carlos, forman su vanguardia con veinte mil franceses. Carlos está bien seguro; no teme a ningún ser viviente.
-Buen caballero Ganelón -dice el rey Marsil-, tengo un ejército tan brioso como nunca lo veréis; puedo contar con cuatrocientos mil caballeros: ¿podré combatir a Carlos y sus franceses?
-¡Eso se dice pronto! Vuestras mesnadas se perderían en masa. ¡Desechan las locuras; ateneos a vuestro juicio! Enviad al emperador tantos regalos que todos los franceses queden maravillados. Con sólo mandarle veinte rehenes, al punto veréis al rey regresar a Francia, la dulce. Dejará su retaguardia a sus espaldas. Con ella quedará, supongo, su sobrino, el conde Roldán y también el animoso y cortés Oliveros: pueden darse por muertos los dos condes, si encuentro quien atienda a mis consejos. Carlos verá quebrarse su orgullo; por siempre perderá el deseo de contender nuevamente con vos […] -Los consejos se van en humos -dice Marsil-,. Juradme que traicionaréis a Roldán.
-¡Sea, según vuestro deseo! -responde Ganelón-. Sobre las reliquias de su espada Murglés, jura la traición; y su acción es vil…”

“Carlos sueña que está en Francia, en Aquisgrán, su capilla. Una bestia cruel le muerde el brazo derecho. Del lado de las Ardenas, ve llegar un leopardo, que con gran osadía se arroja sobre su cuerpo. Del fondo de la sala surge un lebrel que corre hacia Carlos, galopando y brincando; de una dentellada, parte al primer animal la oreja derecha y entabla feroz combate con el leopardo. Y los franceses dicen: ‘¡Qué terrible batalla!’ ¿Quién de los dos vencerá? Nadie lo sabe.
Carlos duerme, nada lo despierta…”

“Dice el conde Oliveros:
-Señor compañero, puede ser que nos topemos con los sarracenos.
-¡Ah! ¡Así lo permita Dios! -responde Roldán-. Aquí habremos de resistir, por nuestro rey. Es preciso sufrir por él las mayores fatigas, soportar los grandes calores y los grandes fríos, y perder la piel y aun el pelo. ¡Cuiden todos de asestar violentas estocadas, para que no se cante de nosotros afrentosa canción! Mala es la causa de los infieles y con los cristianos está el derecho. ¡Nunca contarán de mi acción que no sea ejemplar!…”

“Dice Oliveros:
-Muy crecido es el número de los sarracenos […] son tantos que cubren montes y valles, colinas y llanuras. ¡Poderosos son los ejércitos de esa turba extranjera y muy reducido el nuestro! Roldán, mi compañero, tocad vuestro olifante: Carlos lo escuchará y volverá el ejército.
-¡No permita Dios que jamás hombre vivo pueda decir que por causa de los infieles toqué mi olifante! Perdería por ello mi renombre en Francia, la dulce. Nunca escucharán mis deudos tal reproche…”

“Herid con vuestra lanza, que yo habré de hacerlo con Durandarte, la buena espada que me dio el rey. Si vengo a morir, podrá decir el que la conquiste: “Esta fue la espada de un noble vasallo…”

“Bajan del caballo los franceses y se prosternan en la tierra. El arzobispo les da su bendición en nombre de Dios y como penitencia les ordena que hieran bien al enemigo…”

“Y Garpin acomete a Malprimís de Brigantia […] El sarraceno se desploma como una masa. Satanás se lleva su alma…”

“-¿Por qué contra mí volvéis vuestra cólera? -dice Roldán.
Y responde Oliveros:
-Compañero, vuestra es la culpa, pues valor sensato y locura son dos cosas distintas, y más vale mesura que soberbia. Si tantos franceses murieron, fue por vuestra ligereza. Nunca más volveremos a servir a Carlos. Si me hubierais escuchado, habría retornado mi señor; la batalla estaría ganada y muerto o prisionero el rey Marsil…”

“Cuando el arzobispo Turpín de Reims se ve derribado del caballo, y con el cuerpo traspasado por cuatro picas, rápidamente se incorpora, el intrépido […] Luego, Carlos dirá que a nadie dio cuartel, pues hallará a su alrededor cuatrocientos sarracenos, heridos los unos, otros traspasados de uno a otro costado y algunos con las cabezas cortadas, Así reza en la Gesta; así lo relata aquel que presenció la batalla: el barón Gil, que Dios favorece con sus milagros y que escribió antaño la crónica en el monasterio de Laon. Quien estas cosas ignora, nada entiende de esta historia…”

“Siente Roldán que la muerte arrebata todo su cuerpo […] Enarbola hacia Dios el guante derecho. Los ángeles del cielo descienden hasta él […] A Dios ha ofrecido su guante derecho: en su mano lo ha recibido San Gabriel. Sobre el brazo reclina la cabeza; juntas las manos, ha llegado a su fin. Dios le envía su ángel Querubín y San Miguel del Peligro, y con ellos está San Gabriel. Al paraíso se remontan llevando el alma del conde…”

“El emperador cabalga a la cabeza de su gran ejército. Han hecho dar media vuelta a los de España y todos juntos emprenden la persecución. Cuando el emperador ve declinar la tarde, se apea del caballo en un prado, sobre la verde hierba: se prosterna en el suelo y ruega a Dios nuestro Señor que, para favorecerlo, detenga el curso del sol, que se demore la noche y se alargue el día. Entonces se le aparece un ángel, el mismo que costumbra hablarle, y con gran prisa le ordena:
-Carlos, a caballo; no habrá de faltarte la luz. Has perdido a la flor de Francia, y Dios lo sabe. ¡Podrás tomar venganza de la turba criminal! […] Para Carlomagno, hizo Dios un gran milagro: detiénese el sol y queda inmóvil. Huyen los infieles y los francos los persiguen en recia acometida. Finalmente les dan alcance…”

Dice Carlomagno: “¡Roldán, amigo mío, valiente, gallarda juventud! […] ¿Quién conducirá mis huestes con tal denuedo, ahora que ha muerto aquel que siempre las guió? ¡Ah, Francia, cuán desolada quedas! ¡Es tan grande mi duelo que más quisiera estar muerto!”

“Gritan los de Francia:
-¡Herid, barones, no demoréis! ¡La razón está con Carlos contra la turba maldita! ¡Dios nos ha elegido para defender el juicio verdadero!…”

El contexto medieval

En el Medievo existían apenas las tres clases sociales de Adalberón de Laón: la clase que reza (los clérigos), la que protege (los nobles), la que trabaja (los siervos). Estos últimos cultivaban la tierra y eran también artesanos; el noble era propietario, soldado, juez, administrador. Los clérigos -sobre todo los monjes- eran a menudo todas esas cosas a la vez. El trabajo del espíritu constituía sólo una de sus actividades. En los azares de la existencia monástica, los clérigos pudieron momentáneamente hacer las veces de profesores, sabios, escritores (Jacques Le Goff, Los intelectuales en la Edad Media, Ed. Gedisa).

El pueblo, aunque se sujetaba a la tradición, tenía sus propias preferencias culturales, como las piezas que difundían los juglares. Estos íconos del Medievo eran artistas populares que cantaban o recitaban versos en lengua vulgar (a diferencia de los hombres cultos, que escribían en latín clásico). Por lo general, el juglar hacía referencia a personajes épicos y batallas memorables, sobre todo entre los siglos X y XIII. El pueblo los festejaba y memorizaba esas canciones y poemas.

“La función de estos cantos, los ‘cantos noticieros’ (según Menéndez Pidal), era la de recordar las hazañas, tanto alabando a sus autores como escarneciéndoles, y también alentar al soldado al entrar en batalla, oyendo arriesgados hechos militares realizados por héroes con los que se podía comparar […] En 1125, el historiador Guillermo de Malmesbury refiere que en la batalla de Hastings se cantó la cantilena Rollandi, para que el ejemplo marcial de los héroes inflamara a los que iban a luchar” (referencia de Isabel de Riquer, ver más adelante).

La conservación (y progresiva ampliación) de estos relatos ocurrió gracias al arte de los juglares. Faltaba mucho tiempo aún para que los clérigos comenzaran a usar esa lengua vulgar con propósitos literarios.

El paso de Carlomagno por tierras aragonesas y navarras en agosto del año 778 y la emboscada que sufrió la retaguardia franca en Roncesvalles fue relatada en los Anales carolingios y en crónicas árabes y también divulgada en cantos y leyendas hasta convertirse en la Chanson de Roland, que fue escrita en el contexto de la convocatoria a la primera Cruzada.

De la oralidad a la escritura

Los académicos María Jesús Lacarra y Juan Manuel Cacho Blecua destacan la coexistencia en el Medievo de la oralidad y la escritura:

“Durante buena parte de la Edad Media (hasta antes del siglo XIV), la lengua no estaba vinculada a una nacionalidad, entre otras razones porque éste era un concepto inexistente o no equiparable con el actual, y ciertas tradiciones literarias implicaban usos lingüísticos hoy inusuales. En primer lugar, no siempre los escritores empleaban su lengua materna: su elección podía deberse a motivos estéticos o culturales, ligados a géneros literarios, si bien los idiomas elegidos estaban cercanos al entorno político y cultural del escritor”.

“Los cantares de gesta se ejecutarían por los juglares al son de una salmodia muy simple, a medio camino entre la declamación y el canto, con el acompañamiento de un instrumento musical”.

“Los cantares o las leyendas épicas se manipulan, abrevian o alargan en función de intereses narrativos, sociales, ideológicos, etc., por lo que las diferencias entre distintas versiones cronísticas no reflejan necesariamente refundiciones o reelaboraciones de cantares, ni siempre la crónica más antigua reproduce la versión más primitiva”.

“Es muy probable que los monasterios manipularan las tradiciones épicas para obtener frutos económicos, haciendo girar las vidas y los cuerpos de los héroes en torno a esos santuarios”.

En Francia se conservan alrededor de 120 cantares de gesta. “Los múltiples textos conservados de la épica francesa se han catalogado en función de criterios temáticos (cantares de cruzada, de rebelión y de linaje, de aventuras, etc.) o agrupados en ciclos: el ciclo de Guillaume, el de los reyes de Francia, etc. (Historia de la literatura española, tomo 1, Ed. Crítica).

Chanson de Roland, hoy

Un espléndido y documentado estudio que nos ayuda a apreciar esta obra es el minucioso ensayo de Isabel de Riquer, publicado en 1999 por editorial Gredos como introducción a esta obra. Ahí, la académica explica:

“La Chanson de Roland de Oxford no sólo es el texto más antiguo de los que cuentan la batalla de Roncesvalles, sino que es también la más antigua de las epopeyas francesas que se conservan. Su perfección en la simetría y equilibrio de los episodios, en la pintura de los ambientes y de las situaciones, en las pasiones de sus personajes, así como sus ajustadas frases y el excelente empleo del lenguaje formulario, revelan una planificación global del cantar. Esto nos hace creer que, aunque pudo haber versiones escritas anteriores al texto de Oxford, éste fue obra de un gran escritor que renovó en una ‘mutación brusca’ fuentes de todo tipo, orales y escritas, populares y cultas, que combinó añadiendo su talento personal. Aunque fue el primer cantar de gesta y en él los sucesivos encontraron su inspiración, ninguno resultó superior al modelo”.

Algunos elementos de Chanson de Roland son ficticios, fueron creados sólo para aportar un efecto literario. Por ejemplo Oliveros, guerrero valiente cuya prudencia actúa como contrapunto del arrojo desmedido de Roldán. “Sin Oliveros, sin sus actos y palabras, sin su personalidad, sin su ‘papel’, la batalla de Roncesvalles de la Chanson sería el relato de una matanza”. Tampoco hay evidencia histórica de la existencia del emir Baligán, Ganelón, Alda, Marsil y muchos otros.

“En realidad TODO es inventado, excepto que Carlomagno vino a España, se retiró a las puertas de Zaragoza y, de regreso, Roldán y otros guerreros murieron en los Pirineos”.

Otra característica común en estos cantares era la incorporación de personajes de otras gestas y épocas, como ocurre con el belicoso arzobispo Turpín. Es, además, el primer texto épico conservado de Europa que le da nombre propio a las espadas de los personajes principales.

“La organización y ensamblaje de las fuentes y de los episodios es perfecto desde una perspectiva literaria, predominan en su intencionalidad la inspiración ético-religiosa, la valorización de los ideales absolutos del bien y del mal que invisten los principios jurídicos de la sociedad feudal y también la clara exposición de los problemas psicológicos y morales. La acción política y militar está interesada en crear un sistema de reinos cristianos y en expandir el catolicismo por los territorios que poseen los infieles y en detener su avance”.

Así, el mundo pagano es “una pura invención, concebido con la misma clase de organización religiosa, feudal y militar que la de los cristianos”. La obra reconoce en los sarracenos más ilustres dignidad, sabiduría y valor en el combate; pero los considera moralmente inferiores por no tener lo que se considera la fe verdadera: “¡Dios, qué barón si fuera cristiano!”

“Como los autores de los cantares de gesta no tienen la intención de dar una lección de historia del derecho, es muy frecuente combinar dos momentos y dos instituciones diferentes” (en la época de Carlomagno, por ejemplo, el soberano no consultaba sus decisiones con los vasallos más importantes, como se plantea en la obra)”.

“Aunque toda epopeya es una inmensa hipérbole del héroe y la defensa por las armas de determinados valores, dentro de la Chanson de Roland encontramos unas determinadas expresiones que se harán comunes en los cantares de gesta, no sólo franceses, en las que la exageración resalta el heroísmo, la fuerza física, el gran número de combatientes o la grandiosidad de la batalla y del paisaje […] Las exageraciones poéticas producían cierta complacencia en el público (‘la epopeya es un cristal de aumento’, escribió Marc Bloch)”.

Gerardo Moncada ]

Otras obras del Medievo:
Beowulf.
El Cantar de mio Cid.
El conde Lucanor.
Libro del buen amor.
Tristán e Isolda, versiones de Béroul y de Thomas.
Leyendas medievales en Alemania.
El caballero del león, de Chrétien des Troyes.
La divina comedia, de Dante Alighieri.
Decamerón, de Giovanni Boccaccio.
Cancionero, de Francesco Petrarca.
Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique.
La Celestina, de Fernando de Rojas.
El Lazarillo de Tormes.
La Edad Media (ensayo histórico).
Vida y cultura en la Edad Media, de Johannes Bühler.
Arte en la Edad Media.

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